¡Buenos días, "el dispreciau"!
Si hubiera que poner una fecha al inicio de la III Guerra Mundial -de la que habla hasta el Papa Francisco- diríamos que fue el 11-S, con el ataque a las Torres Gemelas. Fue la constatación de que era posible para los yihadistas golpear el corazón del imperio, una sacudida que pilló a un Occidente alegre y confiado totalmente en la inopia, como reflejó André Glucksmann en su ensayo Dostoyevksi en Manhattan.
Nada ha sido igual desde entonces, comenzando por la misma guerra. Ya no se libraba ni en selvas remotas (Vietnam), ni en desiertos lejanos (el Golfo), sino en el interior de nuestras ciudadelas que ya no estaban amuralladas como en el medievo, sino que eran abiertas y acristaladas.
La tesitura obligaba a redefinir la estrategia de Occidente. Ya no tenía sentido apuntar con los cañones a las fronteras del Pacto de Varsovia, el viejo enemigo del mundo bipolar, porque ni existía la URSS ni el peligro estaba fuera.
Los atentados de este último curso (en París, Niza, Múnich) han servido para visualizar que el campo de batalla puede ser un supermercado, un paseo marítimo o un centro comercial, y que el enemigo puede ser cualquiera de las personas con las que nos cruzamos en calle.
Terrible conclusión, a la que es preciso llegar cuanto antes para poner remedio. Eso ha llevado a Alemania a replantearse la necesidad de recuperar el servicio militar obligatorio. Fue de los últimos países de Europa en suprimirlo, en 2011, pero la crisis de los refugiados y el aumento de la amenaza yihadista -con tres ataques islamistas el último verano- han llevado a dejar atrás la demagogia pacifista y a estudiar seriamente formas concretas de conjurar las nuevas amenazas.
El debate afecta, en mayor o menor grado, a todos los países de Europa occidental. Incluida España, que ha sido señalada expresamente por quienes pretenden recuperar Al Andalus.
Y eso es lo que ha analizado Javier Torres en el reportaje que publicaremos el próximo lunes, y que puedes leer aquí, como suscriptor de Actuall.
El periodista se pregunta -y pregunta a expertos en geoestrategia- qué debe hacer España para afrontar el problema. Porque aunque el peligro es menor que en Alemania, Francia o Bélgica, no se puede olvidar que cometer un atentado y sembrar el pánico en la población es muy asequible para jóvenes inmigrantes fanatizados.
El Estado Islámico tiene señaladas, explícitamente, a ciudades como Córdoba, Sevilla y Ceuta. No es para tomárselo a broma. Aunque nuestros gobernantes, enfermos de cortoplacismo y demagogia buenista, tiendan a mirar para otro lado.
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¡Hasta el sábado que viene!
Alfonso Basallo y la Redacción de Actuall.
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