20 de Diciembre de 2008
El reino de Kakania
Marcos Aguinis
http://www.aguinis.net/articulos_plantilla.php?v=180
Una mirada sobre la fragilidad emocional argentina, el poder de la demagogia y la crisis que se repite siempre. Los Kirchner en la parábola de Robert Musil.
Parecemos un bote movido por las aguas del mar. La sociedad exhala rencor y padece vértigo. No tiene de dónde agarrarse, ni del oficialismo ni del archipiélago opositor. Oscila entre resignarse o explotar. Ya no cree en casi nadie.
La crisis económica mundial parecía habernos encontrado con la piel más curtida, porque en algo más de medio siglo hemos pasado muchas veces por crisis de diverso color. Fuimos un laboratorio de experimentos económicos, zangoloteados sin piedad hacia uno y otro lado, con abismos terroríficos. Durante la mayor parte de ese largo lapso, sin embargo, predominó la demagogia y el populismo desembozado, dos infecciones que suelen encubrir su corrosividad con paños más gruesos que los usados por los leprosos de la Edad Media. También fueron demagógicas y populistas las dictaduras. Pero como la demagogia y el populismo se disfrazan con ideales utópicos y brillos subyugantes, la sociedad no los detecta, o los detecta tarde. Para colmo, padecemos amnesia y nos cuesta aprender de los errores a que fuimos arrastrados bajo la apariencia de diversos signos ideológicos y una constante irresponsabilidad ciudadana. Gran ausente fue la coherencia, la continuidad y ley, que perdimos en 1930.
Por lo tanto, esa presunta piel curtida que nos haría imbatibles no es tal. Con una ligereza de antología la Presidenta se puso a dar lecciones al mundo desarrollado –¡le encanta dar lecciones!– sobre cómo enfrentar la crisis, segura de que a nosotros, bajo la genial conducción de su marido, ni siquiera nos iba a rozar. No podía ver que ya había empezado en nuestro país hacía rato y por su propia decisión, cuando en pleno florecimiento de la producción agropecuaria se empeñó en rapiñar las ganancias del campo para satisfacer la bulimia de su Kaja. Desataron un combate que duró más de cuatro meses, redujeron en forma drástica su popularidad y provocaron una chirriante decadencia económica. Fue una batalla estéril, fogoneada por el capricho de Néstor, a quien sus allegados tienen pánico de disuadir, porque corren el peligro de ser echados a la piara de los traidores. Las medidas que el matrimonio presidencial intentó hacer aprobar contra viento y marea iban contra la marcha del mundo y el sentido común. Ahora, asfixiados, deben dar otros manotazos y echarle la culpa de nuestros males a la crisis que "ni siquiera nos iba a rozar". La última ocurrencia fue alinearse con el autoritarismo filostalinista de Putin, quien desprecia los Derechos Humanos y quiere enajenar Latinoamérica vendiéndole armas a rolete.
Los argentinos tenemos una emoción lábil. Hasta podría decirse bipolar. Nos exaltamos y deprimimos. Creemos en espejitos de colores y, cuando falla la magia, explotamos como bombas. Decimos que tenemos el mejor país y pueblo del mundo, al rato el peor de todos. Lo dramático es que, desde un punto de vista objetivo, es cierto que la Argentina es un país maravilloso y sus recursos humanos, pese a tantas desgracias, siguen siendo comparativamente superiores o equivalentes a los más altos del subcontinente.
Quizás por eso hay tanta indignación.
Aunque la Presidenta quiso descalificar el Primer Centenario, asegurando que recién en la era K logramos los mayores éxitos (¡qué desparpajo!), hace cien años éramos la octava economía mundial, ricos en lo material, en la cultura, en la educación y los valores. Éramos el puerto donde querían desembarcar millones de inmigrantes. Los inmigrantes no van donde no esperan mejorar sus condiciones de vida. Imperaba la cultura del trabajo, del esfuerzo y de la decencia. Ahora se ha cambiado por la cultura de la mendicidad, del facilismo y de la corrupción. Mientras la mayoría de los países latinoamericanos es pobre y fue siempre pobre, la Argentina es ahora pobre pero antes fue rica, muy rica. Dilapidamos su fortuna, desaprovechamos las oportunidades, depredamos la naturaleza, los monumentos históricos y a la gente.
Parecieran haber caído sobre nuestras cabezas todas las plagas bíblicas. Aumenta la desocupación, se fugan los capitales y los ahorros ante el miedo de renovados manotazos estatales, crece la inseguridad ciudadana con varios delitos graves por día, la educación es arcaica y decadente, se densifican las villas miseria que en el último año aumentaron sólo en la Capital Federal con 50.000 nuevos habitantes. La corrupción no tiene límites, con escándalos que se superponen para tapar a los otros. Y esa corrupción no sólo es efectuada por funcionarios, sino por gremialistas con la horrible complicidad de la Justicia.
En efecto, el Banco Mundial había entregado 285 millones de dólares a los principales dirigentes del sindicalismo para sanear las obras sociales. Pero evidencias descubiertas por la Justicia mostraban que ese dinero fue destinado a otros fines, entre los cuales figuraba llenar los bolsillos de varios líderes mediante consultoras y empresas fantasma. En lugar de conseguir un progreso para penalizar esta grave estafa a los trabajadores, la sala 3 de la Cámara de Casación efectuó un pequeño cambio que merece incluirse en la antología de la viveza criolla. En lugar de mantener la carátula de peculado, la cambió por la de defraudación. De este modo consiguió que el crimen prescribiera. Y se envió un mensaje a la sociedad: la gangrena de la corrupción no va a curarse mientras quienes la cometen están protegidos por el poder.
Entonces a la indignación se suma la impotencia. ¿Cómo en algún momento no se va a producir un estallido?
Durante un tiempo demasiado largo se mintió sobre la inexistencia de la inflación y se negó que aumente de forma alarmante el gasto público. ¿No tenerlas en cuenta? Ambas son causas deletéreas, bombas de tiempo que han derrumbado más de un gobierno. Tampoco hubo manera de enderezar las distorsiones cínicas del INDEC. Las prédicas sobre la necesidad de mejorar la disciplina tributaria, con el vozarrón de Montoya a la cabeza, ahora son demolidas mediante un blanqueo indecente que premiará a quienes no pagan. Los giles que sí lo hacen, en cambio, se sentirán más giles aún. Con este blanqueo podrán ingresar dineros de origen delictivo. Tal vez transitamos las vísperas de un desembarco masivo del narcotráfico en nuestro país, peste que no será fácil erradicar, puesto que ya fijó sus primeras banderillas y pronto estará en condiciones de clavarnos la espada.
¿Todo es grave? Sí, muy grave. Máxime cuando en el timón del Estado no se encuentra un equipo idóneo, racional, valiente ni patriótico.
Pero ante semejantes llamas cunden dos mecanismos de defensa. Ambos malos. El primero es la negación, siguiendo la línea que utiliza el régimen que nos gobierna. El segundo es el pánico. Ambos obstruyen la busca de soluciones. Ambos impiden dialogar con la cabeza fría, adoptar medidas inteligentes y encolumnar el país con programas consensuados.
No hay que permitir que caiga este gobierno. Ya tuvimos una crisis colosal en 2001/2002, con una secuencia tragicómica de presidentes. El derrumbe de las instituciones siempre genera, a la corta o a la larga, efectos negativos. Los golpes de Estado, que contaron siempre con el aval de gruesas franjas de una población enloquecida o desesperada, fueron a la postre un remedio que agravó la enfermedad. Esto no quita que en el 2009 se vote con lucidez y el régimen K reciba la paliza que merece. Para eso la oposición debe escuchar al pueblo que le exige deponer narcisimos e ideologías que no van al fondo del problema. El fondo del problema es que estamos perdiendo nuestra República Representativa y Federal.
Dejamos de ser República porque no hay independencia de los tres poderes. No es representativa porque los llamados "representantes del pueblo" legislan de cara al trono y de espaldas a sus verdaderos electores. No es federal porque gobernadores e intendentes deben arrodillarse extendiendo la gorra para recibir monedas del matrimonio reinante.
Importa que el Congreso deje de funcionar como un redil de corderos (hay pocas y brillantes excepciones) para quitarle los poderes extraordinarios al jefe de Gabinete, reactivar con energía los mecanismos de control que ahora agonizan y elaborar leyes que jerarquicen la Constitución y los derechos ciudadanos. Un Congreso independiente y vigoroso pondrá límites a nuestro Ejecutivo errático, soberbio e inescrupuloso. Ese Congreso potente, unido por las sabias consignas de nuestros Padres Fundadores, comenzará a encarrilar nuestro país desorientado. De allí surgirán las mejores voces y los mejores candidatos a la Presidencia. Será la institución majestuosa que pondrá en caja (una caja saludable) al matrimonio presidencial, disminuyendo el pavor que genera la actual anarquía.
Por último, cierro esta nota evocando la Kakania que pergeñó Robert Musil. Es el nombre cómico que este escritor inmenso le puso a su país caído en desgracia. Se refería a la Kaiserlich-Königlich (KK) con capital en Viena, y significaba el "reino imperial", o el simultáneo ejercicio de "rey y emperador" que correspondía a la corona de Austria y Hungría. Con grandes diferencias, por supuesto, en la Argentina tenemos una propia y dramática Kakania, compuesta por los dos Kirchner que dominan a la vez –o en aparente sucesión– el poder.
Así como la original Kakania de Musil fue un sitio deslumbrante por el brillo de su cultura y potencialidad, con figuras universales como Gustav Mahler, Sigmund Freud, Arnold Schönberg, Gustav Klimt, Joseph Roth, Stefan Zweig, Hugo von Hoffmansthal, Arthur Schnitzler, Franz Lehar, Johann Strauss, por sólo mencionar algunas estrellas, la Argentina es también un sitio donde abundan músicos, científicos, pintores, escritores, arquitectos y pensadores de relieve. Pero en ambos casos amenazan nubarrones de tormenta. En la Argentina son actuales y tenemos que estar listos para capear lo que se viene. En la Kakania de Musil ya pertenecían al pasado cuando redactó su obra mayor. La lección que nos ha dejado, no obstante, es inmortal.
Musil se burlaba de su país como lo hacemos muchos escritores y humoristas. Con rabia y sufrimiento. Lo hacemos porque confiamos en que no hemos caído en la absoluta irrelevancia. Confiamos que podrá haber recuperación.
Robert Musil nos legó una novela maravillosa e inconclusa titulada "El hombre sin atributos". Gracias a ella merece figurar junto a Kafka, Thomas Mann, Joyce y Proust en la galería de los clásicos. Realiza una magnífica indagación del prodigioso conglomerado de etnias y culturas que conformaban la intrincada Kakania anterior a la Primera Guerra Mundial. Gira en torno a un científico que tiene todos los dones y virtudes, pero no es capaz de acción. Es el mal que ahora sentimos muchos argentinos ante los nubarrones que se apretujan en el horizonte. Pero frente a él se encuentra Arnheim, inspirado en la figura de Walter Rathenau, el mejor jefe de Gobierno que tuvo la república de Weimar, asesinado por unos pistoleros en 1922.
Robert Musil describe con prodigioso talento las contradicciones de la civilización, con sus virtudes y carencias. En una anotación hallada en sus Diarios dice que "el hombre moderno está sentado entre dos sillas; simultáneamente dice sí y no". Fue el testigo más lúcido del derrumbe que padeció su paradójica Kakania y quien, desde su obra, indica que inclusive en los peores momentos late la perspectiva de un curso mejor que los hombres dejan pasar.
Los argentinos no lamentaremos el fin de nuestra actual Kakania, porque ocurrirá, porque es miserable y porque no acumuló méritos, pese a lo cual debe durar hasta el año 2011, como manda la Ley fundamental. Luego no la volveremos a padecer. Somos amnésicos y giles, pero hay franjas que aún conservan su lucidez. En el año 2009 se elegirá un Congreso más digno y eficiente que ajuste a los Kirchner en su verdadero y limitado sitial, con debido (no De Vido) respeto a la Constitución y a los ciudadanos. La Kakania de Musil ya no existe. La Kakania argentina dejará de existir. Pero sin impaciencia ni torpeza. Con patriotismo, con generosidad y con firmeza –sin pánico ni negaciones– es deber de nuestras dirigencias poner a un costado ambiciones menores o diferencias ideológicas irrelevantes ante la gravedad de los tiempos que vienen, para formar un consenso nacional que vuelva a convertirnos en una clara República Federal y Representativa con mayúsculas y dignidad. El resto vendrá por añadidura, después del 2009.
*Escritor
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l dispreciau dice: Martha me lo pasó justo ayer y luego de leerlo y reflexionar sobre todas las cosas que aparecen en internet y que muchas veces nunca fueron escritas por la persona a quién se las atribuye... me tomé el trabajo de verificarlo y nuevamente gracias a Martha, lo hallé. Aguinis es un referente cultural y literario que no se puede pasar por alto porque hace la interpretación de la esencia nacional, esa que nadie sabe cual es y que nos apabulla a cada paso con novedades que antes de reducirse se expanden al modo de una epidemia política sin fin (mucho peor que el dengue, charango y bombo de nuestro carnavalito autóctono), ocupando nuevos cargos testimoniales y de los otros, esos que proporcionan fortunas increíbles que nadie atina a saber de dónde salen pero que proveen casas millonarias, pasares acomodados, automóviles superlujosos, y cuentas en Suiza, siempre suculentas (mucho más que las grasas de las que escribe mi amigo CORNELIVS)... en todo este concierto de mesianismos y otras locuras, vaya entonces mi reverencia al autor, siempre atento. Abril 25, 2009.-