Un barrio sin retorno en Salamanca
Una asociación vecinal ofrece trabajo y vivienda a personas vulnerables del degradado distrito de Buenos Aires, azotado por el narcotráfico
Tras 30 años en la cárcel, Jesús García dirige ahora un taller mecánico. ÁLVARO FUENTE
Salamanca
A las afueras de Salamanca (España) se encuentra un espacio concebido en los años setenta. La idea era resolver el problema de la vivienda de un sector de la población desplazada desde antiguos barrios proletarios absorbidos por la modernización de la ciudad. Un barrio fuera del círculo comercial, con perspectiva de comunidad, que llegaba como un soplo de aire fresco por el año 1983 pero que acabaría marginando y segregando espacial y socialmente a la mayor parte de sus habitantes.
Es el barrio de Buenos Aires. El lugar donde 1.500 habían aspirado a lograr una vivienda digna, pero que pocos años después han visto truncada su esperanza. La mayoría de sus moradores han encontrado en el narcotráfico su modo de vida. Es un lugar donde no se puede vivir en paz, hay un gran absentismo escolar y manda ese tipo de negocio ilegal que ha aniquilado la convivencia y ha destrozado aquellos sueños e ilusiones. Pese a todo, ese conflicto constante ha generado un movimiento social que insufla a algunos la fuerza necesaria para seguir luchando por la dignidad de sus vecinos y la de los más necesitados.
El princiapl problema: “la falta de convivencia”. Lito Fernández, uno de los vecinos, lamenta el ambiente hostil que reina en la zona. “La droga es la causa fundamental, al igual que las viviendas que se utilizan ilegalmente para la venta". Por eso, sostiene, 500 habitantes del barrio —"sobre todo gente joven"— han decidido irse a otro lugar. "Después de 33 años solamente contemplamos ilusiones rotas, mucho dolor y esperanzas fracasadas”, afirma. El éxodo de una tercera parte de los habitantes iniciales deja atrás viviendas que casi nadie quiere comprar. Tanto es así, que los precios han llegado a caer hasta los 18.000 euros por un piso de cerca de 100 metros cuadrados. O al menos, ese es el precio máximo que ofertan los principales clanes de la zona.
Emiliano de Tapia es coordinador de la Asociación de Desarrollo Comunitario de Buenos Aires, (Asdecoba), que engloba desde 1994 a las diversas asociaciones del barrio como la de padres, vecinos, mujeres, o de la tercera edad. “No queremos que el barrio se convierta en una barrera, sino en un eslabón de conexión con la ciudad”, comenta. Entre las prioridades del grupo está mejorar la calidad de vida y potenciar el entorno. “Seguimos con las mismas dificultades desde hace tiempo, porque continúan los problemas de convivencia, de narcotráfico y de vivienda. Solo quedamos 1.000 vecinos y el 70% está relacionado con el mundo de la droga, aunque no todos se dedican a ello”, asegura De Tapia. Casi nadie quiere adentrarse en el barrio que muchos capitalinos consideran ya un gueto. Incluso lo han llegado a bautizar como "las Malvinas" por el continuo conflicto. Los taxistas rehúyen realizar servicios y los supermercados salmantinos no hacen reparto en Buenos Aires.
Los taxistas rehúyen realizar servicios a la zona y los supermercados salmantinos no reparten en Buenos Aires
Pero, al menos, el problema de exclusión social en este barrio tiene cura. Porque De Tapia es también el párroco y además capellán de la cárcel de Topas, donde ejerce una labor de acompañamiento y encuentro personal que persigue la reinserción social y laboral de los reclusos. En la casa del cura se puede encontrar conviviendo a una veintena de personas, de historias distintas y difíciles que buscan una segunda oportunidad. Por allí han pasado casi 3.000 personas: extoxicómanos, inmigrantes sin papeles, expresidiarios o mujeres maltratadas. Carlos, Mohamed, Leonor o Jesús son algunos de los usuarios de este hogar y todos coinciden que sin el apoyo del sacerdote y de la asociación vecinal, seguramente sus problemas les hubieran arrastrado de nuevo. Por ello, desde la asociación les recomiendan que eviten volver al barrio. "Son personas que por las razones que sean tienen minada la voluntad, y reencontrarse con el narcotráfico es una tentación que tenemos que evitar", indica el religioso.
Historias vitales de desarraigo urbano, de coqueteo con la droga, de violencia familiar o de inmigrantes que soñaban con un paraíso y que se despertaron en un calabozo. Experiencias imborrables a medio escribir o con final feliz. Es el caso de Juan José Zurro, un músico callejero que por diversas circunstancias tuvo que acudir al comedor social del Buenos Aires y que hoy es concejal en el Ayuntamiento de Salamanca por Ciudadanos. O el de Jesús García, un histórico atracador de los años ochenta calificado como "muy peligroso" por la Policía Nacional y que después de 30 años en la cárcel ha conseguido llegar a dirigir un taller de recambios.
El negocio es una de las empresas de economía social que gestiona Asdecoba para dar empleo a "los que vienen de la exclusión”, en palabras de De Tapia. “El caso de Jesús es ejemplar. Sus sueños se habían hecho polvo pero hoy encara a la vida de frente dirigiendo el taller".
Sentado en su habitación, en un piso que comparte cerca —pero no dentro— de Buenos Aires, Garcia se emociona al recordar su primer encuentro con el párroco en la cárcel de Topas. "Cuando salí de la cárcel en el 2010 no me quedaban muchas más opciones que volver a atracar, pero me abrieron las puertas de una vida que me había dado la espalda", cuenta mientras se deshace en agradecimientos a la asociación y a su coordinador. "¿Quién me lo iba a decir a mi? Ayer solo me sabía ganar la vida con una recortada", comenta. "Eso sí, nunca la había disparado. Que quede claro”, añade.
Poner en marcha diversas empresas, sin ánimo de lucro y que no siguen la dinámica del mercado, es una de las herramientas de la asociación para ayudar a personas con historias como la de García a acceder a un empleo. Además, se busca que sirvan como servicio comunitario, como un centro infantil con guardería y ludoteca, la gestión de residencias de mayores o la educación de calle, una actividad pensada para desarrollar y dar formación a los adolescentes en un barrio con alto absentismo escolar.
Otra de estas iniciativas es el cátering Algo Nuevo, que ocupa un emblemático edificio municipal que estaba abandonado y donde acudían los jóvenes a suministrase su dosis diaria recién adquirida en el barri. Hoy es una empresa social: la mitad de sus 35 trabajadores estaban hasta hace pocos años en situación de desamparo social. Hoy reparten más de 300 comidas diarias e incluso acompañan a personas ancianas desatendidas no solo de Buenos Aires si no también de las comarcas rurales de su entorno. Allí cultivan huertos en tierras abandonadas y los productos agrícolas son utilizados en las cocinas de Algo Nuevo.
Cárcel, barrio y mundo rural son las tres situaciones con las que la asociación de vecinos se compromete a través de la acogida, la formación, la orientación laboral y la red social. Ese es el caso de gestión directa entre productores agroecológicos y consumidores con criterios de sostenibilidad medioambiental y social. “Estamos convencidos de que todo colectivo y movimiento social tiene su sentido cuando posibilita que las personas, y principalmente las de su entorno y realidad, participan y tienen acceso a los cuatro derechos fundamentales de todo ser humano por el hecho de serlo: comida, techo, salud y educación”, afirma el sacerdote.
De Tapia hace un balance positivo a pesar de que el narcotráfico, como problema de fondo, sigue campando a sus anchas y criminalizando a sus todos sus habitantes en lo que él denomina un "barrio sin retorno". Una zona residencial que está siendo privada de disfrute del origen del propio barrio. "Pero a pesar de la desesperanza de muchos vecinos, a la falta de apoyo y el silencio institucional, seguiremos trabajando de manera comunitaria para encontrar una salida a este aislamiento”, concluye.
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