26 OCT 09 | Entrevista al Dr. Slavustsky
Vida y pasión de un médico y su gente
Un médico rural se decide a escribir acerca de sus recuerdos, su gente, su lugar en una serie de relatos conmovedores.
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Entrevista
Relatos
Entrevista
IntraMed realizó una entrevista al Dr. Guillermo José Slavutsky autor de una colección de relatos acerca de su experiencia como médico en un pueblo de la provincia de Buenos Aires. Un pequeño gran mundo donde las emociones y los valores eternos del hombre se despliegan con la contundencia de la vida real.Entrevista
¿Cuáles han sido sus orígenes como médico?
Soy hermano mayor de ocho. Viviamos en Bernal en la epoca del quebranto de La Bernalesa, fabrica de tejidos con cuatro mil empleados que quedaron desocupados. Mi tio Isaac, hermano de mi padre, era medico de barrio en Lanus y desde pequeño admire su vocacion de servicio. Papa sin trabajo y con violentas hemorragias digestivas por ulceras gastroduodenales era cuidado por él, despertando mi curiosidad adolescente. El trabajo como maestro de grado (este 23/10 festejamos los 50 del egreso) me permitio ayudar a mi familia y estudiar la carrera de Medicina de la UBA en su confortable Biblioteca. La decision de ser medico estuvo muy unida a mi vocacion docente.Ya para entonces escribia poemas alguno de los cuales fueron publicados en el Diario El Sol de Quilmes.(¿Que es la vida? me pregunto.)
¿Como llego a Claraz?
Continuando con mi antiguedad como docente y ya medico, ejerci los primeros meses de mi profesion en el Instituto Ortiz Basualdo de Proteccion de Menores a cuatro kilometros de Las Armas , Km 300 de la ruta 2, y en ese cruce puse mi primer consultorio. Los APM que pasaban por alli desde Mar del Plata rumbo a Ayacucho, me aconsejaron que busque un pueblo rural con mas poblacion. Recorri Madariaga, Maipu, Dolores, Lezama, Guido, pero especialmente San Antonio Oeste donde me di cuenta que todo lo que habia aprendido en la guardia de domingos del Hopital Fiorito de Avellaneda por cuatro años y como practicante de urgencias en los veranos de la Ruta 2 durante tres años se evaneceria rapidamnte de la mano de los colegas ya instalados en dichos centros a quienes deberia secundar. Preferi aceptar trabajar en Claraz, pueblo estacion con novecientos habitantes en las postrimerias del partido de Necochea a trece kilometros de Juan N Fernandez y con un hospitalito de unas quince camas, sala de cirugia y de partos pero totalmente desprovisto de elementos. Mi antecesor alli, el querido Dr Luis Bertrami que actualmente vive en Sierra de los Padres, estaba solo y esperaba hacia mucho tiempo a un reemplazante. Me inspiro gran confianza su consejo de que aceptara ese lugar. Llegue a el, por consejo de un APM.
¿Cómo describiría usted la experiencia de sus años como médico rural en lo relativo a sus emociones y a la influencia que ejerció en su actitud profesional?
La vida rural estaba signada por la tierra-polvo y el barro. El decir de los pueblerinos y de los pobladores rurales merecio una fuerte adaptacion en las costumbres. La soledad para tomar decisiones conmovia mis convicciones. Una fuerte biblioteca que adquiri durante esos años reforzaba mis conocimientos y la actitud de derivar a mis pacientes acompañandolos o llevandolos en mi vehiculo, genero una gran confianza en ellos y para mi un aprendizaje de sus miedos, costumbres, tabues y enormes agradecimientos. El poblador rural fue un gran maestro pues me obligo a estudiar, a escuchar, a acompañarlos en sus dolencias o preocupaciones y por otro lado su ironia y franqueza fueron equilibrando mis emociones. Pase muchos sustos, dudas y angustias pero siempre senti que me tenian confianza. (No les quedaba otra). Mi esposa se dedicaba al hogar y a los niños (tres) pero no queria saber nada con la medicina.
En mi actitud profesional hasta hoy ( por 40 años) influyo este aspecto que quisiese transmitir a mis colegas. PUEDO INTUIR QUE LE SUCEDE AL PACIENTE UNA VEZ QUE SE RETIRA DEL CONSULTORIO. SI LA CONSULTA FUE UTIL PARA SU SALUD Y/O CALIDAD DE VIDA. En la medicina rural los medicos nos enteramos de todo lo que les acontece a nuestros pacientes/vecinos y sabemos si nuestros gestos, palabras, dignosticos, tratamientos, oreja, honorarios, enfoques, timing,etc.,son adecuados. Asi se aprende a ser medico, entre tantas otras variables.
¿De qué modo la relación médico - paciente en ese ámbito se diferencia de otros espacios de la práctica médica?
Se necesita una amplia tolerancia a las distintas posibilidades culturales e idiomaticas, se constatan crudamente nuestros exitos o fracasos y se disfruta una insobornable confianza en los pacientes/ vecinos/ amigos, que seran generalmente siempre potenciales pacientes
¿Cuál ha sido la historia de su relación con la literatura?
Mi padre ruso muy trabajador, tecnico textil, enfermo y con escaso trabajo siempre aplaudio mis logros cientificos y laborales.
Mi madre, hija de andaluces ya fallecidos y ambos artistas, cantaba coplas populares hispanicas.
Comence durante el secundario/magisterio una estrecha vocacion por la poesia. Escribi emociones y para los actos escolares y encontre placer en la rima hasta los catorce años. A los quince ya trabajaba como maestro de adultos analfabetos. A los cuarenta mas o menos concurrri a talleres de escritura en Tandil para HACER ENTRETENIDAS MIS PRESENTACIONES CIENTIFICAS (termine escribiendo decenas de poemas, ensayos, en ellos vomite mi angustia y el goce del amor, la esperanaza y especialmente de sugerir la seduccion y la sexualidad no explicita).Tambien sobre temas medicos y me sorprendio que algunos colegas leyesen mis poemas cuando las envidias, hipocresias o endiosamientos, aparecian.
¿Cómo ha sido recibido el libro por su comunidad?
Increible la numerosa presencia de publico en la presentaciones en Tandil y ciudades aledañas que me invitan ( Olavarria, Ayacucho, San Manuel, el martes en Loberia, finalmente en noviembre en Claraz. Sucede que soy conocido por mi profesion.
¿Qué podrá encontrar el colega -médico- al leer sus relatos?
Entretenimiento, algo de alegria, mucho de mi vocacion y emocion y, posiblemente, que me quede corto, que debo seguir ( lo hare estoy decidido). Creo que algunos decubriran que pueden escribir y mucho. Es inmenso el caudal de nuestras experiencias.
¿Qué ha cambiado en el trabajo del médico, qué hemos perdido y qué hemos ganado a su criterio?
Estamos perdiendo la confianza y el respeto de nuestos pacientes, pues competimos con todos los medios de informacion y en muchos casos nos toman examen o nos indican que estudios quieren que realicemos en el escaso tiempo disponible y ante magros honorarios y condiciones de trabajo a veces degradantes.
Ganamos y mucho, en que todo esto YA LO SABEMOS, especialmente si lo queremos escuchar o leer, y podemos equilibrar las fuerzas que nos traccionan ( idoneidad, tiempo, remuneracion, agotamiento, riesgos en la praxis,etc.) y lo que mas ganamos y ganaremos, es que nadie nos puede quitar el placer de ser utiles al projimo y dar servicio con esperanza y alegria.
El tema de la tecnologia requiere nuestra profunda reflexion, pues tiende a invadirnos desmereciendo la sabiduria semiologica.
¿Cree usted que la habilidad para escuchar las historias -narrativa- de los pacientes es una competencia útil y en peligro de extinción para las generaciones más jóvenes?
Esta en peligro de extincion, pero siempre, siempre, el paciente que pueda elegir, elegira al medico que atienda sus narraciones o se sorprendera si el medico lo hace, cuando menos lo esperaba.
¿Conoce usted el marco teórico de la "Medicina narrativa" con mucho desarrollo en países europeos y EEUU pero con escasa inserción en el nuestro?
Conozco Arte y Medicina de INTRAMED (AMAR l-ll-lll-lV-V) por DF-- La verdad y otras mentiras del mismo origen- Prueba terapeutica para el alma- Rita Charon-Bernard Iown=Pocos remedios son mas poderosos que la eleccion de la palabra- Silvia Carrio Htal Italiano BsAs
De todos modos cuando desarrolle los relatos rurales no tuve expresamente en cuenta el marco teorico. Brotaron libres, en esa apasionada conjuncion de imaginacion y memoria.
Lo invitamos a dejar un mensaje de invitación a los colegas para que se estimulen a leer su obra.
Deseo que estos relatos puedan ser faciles de leer, comprensibles, entretenidos, cortos, para el estudiante o el medico que con poco tiempo horario pueda compartir algunas de las historias, todas basadas en hechos reales, que deseo muestren mi profunda y placentera vocacion desde los comienzos del quehacer profesional y en mi caso, antes de elegir una especializacion.
Imágenes de las presentaciones del libro "Médico de Claraz"
Quinque
-¿Decime Suárez ¿dónde guardás la guita? ¡Ayer atendiste ciento cincuenta! -exclamó Quinque, muy confianzudo y afable, desde el otro lado de la calle.
Este personaje fue el único vecino, frente a la puerta de la casa–consultorio, que le otorgó el pueblo.
La terrosa calle sin nombre ni número tenía los huellones de los vehículos que traían a los pacientes de uno y a los clientes del otro.
Turco gigante de más de dos metros, vivía con su madre, ya anciana, en su tienda–casa, una construcción de ladrillos ¨vistos¨ de adobe, cuadrada, con paredes muy altas y escusado afuera, demasiado cerca de la bomba de agua, con riesgos de contaminación para las napas del pozo.
Todo el año vestía bombacha de campo (que calzaba por arriba de su panza inmensa), alpargatas rotas en los dedos gordos del pie y camiseta musculosa agujereada. Su particular sudoración estaba incorporada al cuerpo, despidiendo un aroma casi insoportable.
Desde la puerta de su negocio, contaba el número de los pacientes y sumaba sus acompañantes. Dos o tres o cuatro por cada uno. Por eso el médico se acostumbró a decirle: ¡Sos mi contador, Quinque! Él reía a carcajadas, escupiendo grandes gotas de saliva; sus enormes dientes mostraban las semillas mascadas, mientras repetía: - ¡No me decís dónde la guardás, dotor!-.
Cuando José le anunció que su mamá sufría del corazón y de presión muy alta , sus ojos perdieron brillo y a partir de entonces se encargó de asearla, recogiendo su pelo hacia arriba, con un rodete blanco grisáceo que coronaba su rostro regordete, un rostro que se hizo inexpresivo por la hemiplejía que marcaría su fin.
Quinque tuvo que trabajar, al fin, atendiendo también el negocio de telas y desde ese momento, no fue más el contador.
La Segovia
-La Segovia, doctor. La Segovia vino a verlo- susurró Norma Paggi, algo excitada.
-¿Quién es, Norma? Tranquila, ¿qué pasa?
-Es la curandera del pueblo, doctor. Todos la consultan.
En la sala, aguardaba una mujer morena, gruesa, con rostro anguloso, nariz aguileña, surcos y pómulos marcados. Sus ojos estaban entrecerrados, brillantes y vivaces, y su boca de labios finos apenas se movió en el saludo. Su cabello renegrido, duro y puntiagudo le daba un aspecto casi aborigen.
-Pase señora, ¿qué la trae?
-Yo curo los empachos, mal de ojo y engualichados. Usté parece no tenerme confianza porque nunca me lleva a sus pibes.
-No sé cómo son esos males, Segovia.
-Debe saberlo, dotor. Mucha gente suya me consulta a escondidas.
-¿Qué podemos hacer? No es mi tema, lo lamento.
-Podríamos llegar a un acuerdo, dotor- dijo la Segovia, con los ojitos cada vez más penetrantes.
-¿Cómo es eso?- José se inquietó. La mujer se le acercaba y casi no movía los labios al hablar.
-Fácil, me manda los pacientes, los curo y luego les digo que lo vean a usté, si acaso tuvieran algo.
-Segovia, Segovia, siga con su trabajo que es muy reconocido, pero lamento defraudarla. Se me hace difícil explicar a la gente con naturalidad. No es lo que yo conozco, no sé lo que es un empacho o un mal de ojos.
-¡Entonces no aceta, dotor!
-Acepto que seamos muy buenos vecinos, ambos tratamos de hacer el bien a las personas.
-Usté dotor es un cabeza dura: lo podría recomendar, le va a convenir.
-Gracias Segovia, le agradezco el ofrecimiento.
- Es muy pichón, dotor, y no sabe hacer negocio. No sabe y no quiere, no sabe y no quiere- y se fue sin saludar, refunfuñando.
A los pocos meses, la Segovia lo consultó de urgencia por una hemorragia. Desde entonces, saludaba y José ya no fue blanco fácil de sus habladurías.
Dora
-¡Venga médico! ¡Venga médico! ¡La Dora está incendiada! – gritaba el muchachito, mientras se acercaba a la casa del doctor.
-¿Qué gritás, pibe?- preguntó José, consternado.
-¡La Dora, la Dora Ibáñez, la de Fuentes! ¡En la casa, la Dora está incendiada! ¡Me agarró don Severo por la calle y me dijo que lo llevara a usté!
Subió como estaba al carro, con el maletín, botas de goma y el guardapolvo, al que le saltaron los botones en el apuro.
Dora Fuentes estaba tirada en el piso de la cocina y gemía desesperada. El rostro desfigurado se hinchaba cada vez más; su ropa aún tenía jirones que ardían. El olor a carne y tela chamuscada era insoportable y su vestido negro se adhería a la piel.
Don Severo observaba paralizado. Su cojera apenas lo dejó moverse cuando José le pidió una frazada para envolver a su mujer.
-Se me explotó el kerosene que trajo Amílcar –gemía Dora– Me duele, me desmayo, veo nublado- y perdió el conocimiento mientras el médico la envolvía.
La llevaron como pudieron a la Unidad para ponerle suero, sedantes y morfínicos, lavarle las quemaduras y quitar los restos de ropa calcinada. Dora despedía olor a nafta, no a kerosene.
-¿Qué hago primero, doctor? – exclamó Carmen, solícita y resuelta.
-Sacale toda la ropa y que Mabel le inyecte la morfina del botiquín que está bajo llave. Necesito suero tibio para limpiar las quemaduras. Llamen a Raúl que venga con la ambulancia: viajamos a Tandil. Mabel Maldonado se encargará de avisar que estamos en camino, desde su centralita. Pídanle que se comunique con la Guardia del Hospital Santamarina.
El cuadro de Dora era grave: estaba descompensada.
Un paisano que pasaba algo mamado, cantaba, casi gritando – ¡Soy de Claraz, donde llueve y no gotea, donde se pelea con cuchillo porque las balas escasean!- Le daba un tono tragicómico a la situación.
En medio de la desesperación, emprendieron el viaje. Los ojitos de Raúl brillaban ante el nuevo desafío para su oficio de chofer. Sus manos se aferraron al volante de la Rambler, mientras partían raudos a Tandil.
Dora llegó con vida. Un equipo de profesionales los esperaban. La curaron en quirófano bajo anestesia general y, a los pocos días, la derivaron al Instituto del Quemado de Buenos Aires, donde permaneció largos meses. Injerto tras injerto.
Era imposible imaginarse, entonces que, al poco tiempo, ella y Severo tendrían un dolor profundo, insoportable, mucho mayor que el que padeció el desfigurado cuerpo de esta corajuda mujer.
Hasta pronto y hasta siempre
Fui médico rural. Sobre esta realidad, les conté algunas historias.
Tuve un tío médico, Isaac. Le llamábamos Saco.
Vi cómo cuidaba a mi padre, aún llevándolo a su casa cuando empeoraba. Nos trataba a todos, especialmente a mis hermanas y hermanos.
Soy el mayor de ocho. Me siguen Liliana, Rosa, las mellizas Elena y Graciela, Mónica, Daniel y Marcelo.
Papá nació en Rusia, en la ciudad de Kiev (hoy Ucrania) en 1910. Llegó a Argentina a los dos años y vivió en Zapala. Avanzando con las vías del tren, los Slavutsky se radicaron cerca de 1930 en Buenos Aires.
Mamá era hija de andaluces. Mi abuelo fue pintor y mi abuela, pianista y cantante. Cuando se casaron, mamá tenía diecinueve años y papá treinta y tres.
Vivimos en Bernal, pues mi padre, ingeniero textil, trabajaba en La Bernalesa, una fábrica con cuatro mil empleados, que naufragó en la época de los quebrantos de Alpargatas, Grafa y otras. Me contaron que la política y los sindicatos ejercían fuertes presiones contra la industria textil.
Desde los quince años, me dediqué a la enseñanza. Mis alumnos eran adultos analfabetos y el primero que tuve era del barrio; se llamaba Montenegro y sobre la heladera que le habían regalado en el sindicato tenía las imágenes de Perón y Evita, siempre con una velita encendida ante cada retrato.
Estudié magisterio en la Escuela Normal de Quilmes; a los diecisiete años fui nombrado maestro suplente de quinto grado en la Escuela N°9 del Distrito II° (en Capital) y luego titular, desde los dieciocho años. En la Escuela Argentina Modelo y en el Colegio Word de Haedo me formé como maestro titiritero. Mis alumnos hacían espectáculos para los internados en el Hospital de Niños.
Mi actividad docente y otros trabajos (como maestro particular, las guardias de domingo en el Hospital Fiorito de Avellaneda y cubriendo emergencias en los veranos de la tristemente famosa Ruta 2) me permitieron avanzar en la carrera de Medicina de la UBA, de la que egresé el 2 de diciembre de 1967, a los veinticuatro años.
Ejercí un corto período en Las Armas (km 300 de la Ruta 2) y en el Instituto de Menores Colonia Ortiz Basualdo, para radicarme luego en Claraz, en julio de 1968.
Al período que inaugura esta fecha, se refirieron los relatos sobre la medicina pueblerina, de la mano del doctor José, el protagonista.
Quiero rendir, de esta manera, un homenaje a mis colegas que ejercen en zonas rurales, o ciudades pequeñas, a los pacientes, vecinos y especialmente a las familias de los médicos quienes, con pocos recursos, intentan ser útiles a la comunidad de un modo que excede lo estrictamente científico.
Un pensamiento especial para mis profesoras de los talleres de escritura, Griselda, Adriana, Patricia. A Patricia Ratto que supo guiarme en los intentos narrativos, pues siempre fue la poesía la que me acompaño en las emociones. A Hugo Nario por la gentileza de su carta. A Belen, con la que trabajamos en la trinchera. A Isi, tres hijos y nueve nietos. Es una alegría publicarlo, permitiéndome poner una cuota de imaginación en los recuerdos.
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