Relato suicida
Al presunto suicida no le había temblado el belfo oyendo llamarle ladrón a los mismos ancianos que entraban a su banco a actualizar la cartilla y salían con una inversión ruinosa
Miguel Blesa saliendo de los juzgados. LUIS SEVILLANO
Hay una época en la que los críos vuelven locos a los padres friéndoles a preguntas. ¿Por qué es de día? ¿Por qué cerráis el cuarto con pestillo? ¿Por dónde salen los bebés de la tripa? Luego, la curiosidad no remite, o sí, pero el pudor, el respeto y la prudencia empiezan a hacer su trabajo y a obligarnos primero a mordernos la lengua y después a ni siquiera plantearnos ciertas preguntas por temor a la respuesta, aunque nos muramos de la intriga. Por ejemplo, las razones de un suicida.
Ayer, un tipo al que la vida le había puesto todo a tiro, desde la presidencia de un banco hasta la cabeza de animales bellísimos, se descerrajó el pecho en un coto de caza al verse apremiado por la justicia para pagar sus abusos al prójimo. La cuadratura del círculo de la coherencia. El triunfador de la testa alta y la soberbia de macho alfa de la manada —ay, ese aire de ñus ofendidos que se les pone a algunos cráneos privilegiados para su personal beneficio, y no miro a nadie, Correa y Bárcenas— se quita de en medio antes de soportar la infamia de su vuelta al banquillo y al trullo. Caso cerrado.
Lo curioso es que al presunto suicida no le tembló el belfo oyendo llamarle ladrón a los mismos ancianos que fueron a su banco a actualizar la cartilla y salieron con una inversión ruinosa. Choca que el difunto tomara la decisión justo ahora, cuando llevaba meses condenado y le quedaban años para volver a chirona. Cuando, pese al desprecio de sus pares y el embargo de sus bienes, tampoco estaba en la indigencia social y económica. ¿Por qué, papá?, preguntaría un mocoso. ¿Cuál fue el detonante de Blesa? ¿Un disgusto amoroso, unas pruebas aciagas, un ataque de honor, un ahí te quedas, mundo amargo, y los demás que arreen? Qué sabe nadie qué piensa uno en el instante supremo en el que decide sobre su vida, aunque sea quitársela y dejarles el muerto a los suyos. Ante eso solo cabe el respeto. Ahí va el mío.
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