Sedición y democracia
Frenar el 'procès' constituye hoy la primera exigencia democrática
Puigdemont, Junqueras, Turull y Romeva votan en el pleno del parlamento catalán. QUIQUE GARCÍA EFE
Los primeros pasos de la marcha catalanista hacia la independencia eran previsibles desde las manifestaciones de Som una naciò! y tras la Diada. La novedad residió en el planteamiento expuesto por Artur Mas. Tras el encuentro con Rajoy, resultó claro que suponía un órdago al orden constitucional, una sedición en toda regla, y que resultaba excluido el pluralismo político. Remití entonces, el 16 de octubre, unas reflexionesa mis escasos contactos con el poder, uno de ellos Carme Chacón.
La eliminación del cauce constitucional, de “la legitimidad sustentada en la democracia representativa”, respondía a una suplantación del sujeto político: “Intérprete único de la voluntad de Cataluña”, anoté, “Mas ya se ha separado de España; la movilización impulsada desde el Govern, a favor del éxito de la Diada, se orienta a forzar —sin resistencia alguna— la homogeneización de la opinión pública catalana de cara a ese acto puntual, la consulta/referéndum, que hay que ganar por encima de todo”. No se trataba de abrir un debate, sino de convocar a unos hinchas para vencer “el partido decisivo”. ¿Recursos? “Movilización de masas, presión sobre los eventuales opositores con la amenaza de retirarles la credencial de catalanes”.
Así ha sido hasta ahora, en la Cataluña binaria descrita por Enric Hernández. De modo que “la democracia no interviene en el desarrollo de su proyecto, salvo a la hora de la manipulación”. Es la democracia aclamativa de Carl Schmitt, donde las masas, bajo un liderazgo ejerciendo la demagogia, destruyen la idea de ciudadanía. Aun en el caso de existir una mayoría independentista, ello no afecta a la perversión de un procedimiento de raíz totalitaria, que no apela a la razón, sino a la coacción y al imperio del efecto-mayoría.
Y “tampoco cabe el diálogo, ya que solo lo admitiría para que sus exigencias fueran aceptadas a ciegas”. Las palabras de Puigdemont fueron tan ilustrativas al respecto como para que Pedro Sánchez y Margarita Robles percibiesen que invocar aquí y ahora un imposible “diálogo” erosiona la defensa de la libertad.
Las reflexiones de nada sirvieron, pese a que en su táctica de “engañar al Estado”, y a los ciudadanos, la Generalitat ha jugado al póker descubierto, confirmándolas: propaganda, satanización de quien rechace la independencia, referéndum inconstitucional, golpe de Estado tras el 1 de octubre contra la democracia. Frenar el procès constituye hoy la primera exigencia democrática.
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