Debaltsevo, una ciudad devastada por los combates
Crónica de la maltrecha vida de los que no han huido de una ciudad arrasada por el conflicto
En cuanto llegamos a Debaltsevo se hizo patente que la ciudad había sido violentamente golpeada por los combates. El puente que conducía y daba acceso al centro de la localidad estaba gravemente dañado y tuvimos que darnos la vuelta para buscar un camino alternativo. La ciudad parecía desierta. Era difícil saber si la gente seguía viviendo en los edificios. Las casas carecían de ventanas y, en algunos marcos, apenas quedaban restos de cristales que a duras penas habían resistido las explosiones. Árboles y ramas rotas se sucedían en el paisaje de Debaltsevo; líneas de alta tensión destrozadas por los morteros se mecían a causa del viento. Los tejados de muchas viviendas presentaban enormes agujeros que, abiertos de par en par, mostraban el interior de las casas.
Tras dar varias vueltas y cambios de dirección, encontramos un camino que conducía a las vías del tren. Atravesamos un túnel donde eran visibles otras de las huellas de esta guerra: patatas a medio comer y latas comida yacían vacías en el suelo.
A medida que nos acercábamos al centro entrábamos en una ciudad que ya no parecía deshabitada. Había una gran actividad en la plaza de Debaltsevo. La gente parecía estar buscando algo. Nos sorprendió lo demacrado que se antojaban los rostros de sus ciudadanos. Estaban tan desesperados que conseguían vencer la timidez y vergüenza para preguntarnos educadamente: "¿Dónde puedo encontrar medicinas? ¿Cómo puedo llevar a un familiar que es incapaz de moverse?".
Solo había tres doctores en toda la ciudad: el médico jefe de uno de los dos hospitales y dos doctores que pasaban consulta en un improvisado centro de salud
La línea telefónica no funcionaba. Era imposible organizar nada a distancia, había que estar en el lugar exacto en el momento correcto. Solo había tres doctores en toda la ciudad: el médico jefe de uno de los dos hospitales de la localidad y dos doctores que pasaban consulta en un improvisado centro de salud, el único en funcionamiento en Debaltsevo, y que habían emplazado en la planta baja de uno de los edificios de la plaza.
Para evitar llamar la atención de la multitud que iba llegando a la plaza repartimos, discretamente, medicamentos, suministros y material médico así como algunas barras de pan entre nuestros dos vehículos para distribuirlos. Pronto nos dimos cuenta que esa precaución era innecesaria. Un poco más adelante, en la misma plaza, en las instalaciones que no hace mucho albergaban un supermercado, la gente esperaba pacientemente su turno para recibir ayuda alimentaria.
Cuando regresamos a la mañana siguiente, la distribución de aceite, azúcar, comida enlatada y arroz continuaba. En días posteriores se distribuyeron mantas, productos de higiene, velas y lonas de plástico para sellar las ventanas y hacer frente a una temperatura que se mantenía por debajo de 0 °C. Las autoridades instalaron una cocina portátil en la plaza de la localidad para servir comida caliente, té y kasha, un plato típico a base de trigo sarraceno. Cerca, muchos ciudadanos forman cola ante un generador para recargar sus teléfonos móviles y sus linternas. “No hay electricidad ni agua corriente en toda la ciudad”, nos explicaban algunas mujeres que aguardaban estoicamente su turno.
Antes del conflicto, la localidad tenía 25.000 habitantes. Hoy, hay 5.000
Antes de la guerra, en Debaltsevo residían 25.000 personas. ¿Cuántas quedan en esta ciudad arrasada? Nadie puede precisarlo con seguridad, pero de acuerdo con las distribuciones podemos estimar que, al menos, 5.000 persisten hoy tras tres semanas de unos violentos combates que han cambiado para siempre esta pequeña localidad del este ucraniano.
Ekaterina Prokofyevna, 88 años.
Permaneció en su casa durante los combates porque apenas puede andar. Ekaterina vive sola, pero un vecino, también de edad avanzada, ha cuidado de ella durante los bombardeos.
“Tengo artritis y necesito un andador para moverme. Cuando comenzaron los bombardeos no pude correr al sótano en busca de refugio. Me quedé en mi habitación. Fue terrible, realmente terrible. El ruido era ensordecedor. Me quería morir. Estaba asustada y era imposible dormir. Un día, las explosiones fueron tan violentas que me tiraron de la cama. Toda la casa tembló y parte del techo de la cocina se desplomó. Solo quedan cinco o seis personas viviendo en esta calle. Todo el mundo se ha marchado. Hace una semana, la gente me trajo comida y por eso tengo para alimentarme. Tengo una estufa de carbón que me ayuda a calentar la habitación. Mi vecino selló con plástico las ventanas que se habían roto. Así he podido resistir hasta ahora”.
Evgeny Illitch, exminero, 68 años
“Mi suegro tiene una pierna hinchada y un pie infectado, tenéis que venir a verle”, insiste la joven al equipo de MSF que conforma la clínica móvil en la periferia de Debaltsevo mientras señala su vivienda. Evgeny, exminero, 68 años, explica su caso: “me duele mucho el pie, es horrible. Llevo usando una pomada durante dos semanas, pero no ha ayudado nada”.
Sentado en un banco, Evgeny muestra sus pies. El derecho está inflamado y tiene un edema. Maurice Negre, médico de MSF, le diagnostica una necrosis en el dedo gordo del pie a causa de una enfermedad arterial que padece en las extremidades inferiores. “Vamos a tener que amputar el dedo infectado, de lo contrario las cosas podrían ir a peor” le explica el Dr. Negre. Evgeny recibe la noticia con alivio. Solo tiene un deseo: que calmen su dolor.
A la mañana siguiente, una ambulancia traslada a Evgeny al hospital de Debaltsevo. Cuatro habitaciones han sido rehabilitadas en la planta baja de un ala del centro. Sin embargo, como sucede en toda la ciudad, no hay electricidad y la sala de operaciones no funciona. Por ello, el médico jefe del centro decide trasladar a Evgeny al hospital de Yenakievo, un pueblo a 20 kilómetros de distancia, donde puede ser intervenido.
Anatoly Ivanovich, 74 años.
Lyudmila Petrovna, 66 años, no se ha movido de su barrio Debaltsevo durante los combates. Su marido, Anatoly Ivanoich, 74 años, sufre demencia y depende completamente de ella. Durante las semanas en la que se sucedieron los bombardeos Lyudmila no se planteó ni por un momento abandonarle; nunca lo haría.
“La mayor parte del tiempo, Anatoly no habla”, explica Maurice Negre después de hacerle una exploración. “Cuando lo hace, sus palabras son incoherentes y actúa de una forma agresiva”.
A causa de estos problemas de conducta, Anatoly y Lyudmila se quedaron en su vivienda en vez de acudir a un refugio. Cuando el edificio en el que vivían fue destruido por los bombardeos, un vecino les acogió y les ofreció una habitación.
El estado emocional de Lyudmila es frágil. Cuando Maurice le sugiere que podría ser mejor para ella llevar a su marido a un centro de la región, Lyudmila rompe a llorar y se niega categóricamente a ingresarlo: “Me enfrenté a los bombardeos, no voy a abandonarle ahora”.
Olivier Antonin es coordinador de emergencia de MSF en Debaltsevo.
Un equipo de Médicos sin Fronteras (MSF) consiguió entrar en Debaltsevo el 21 de febrero, tres días después de que los rebeldes tomaran esta ciudad estratégica ubicada en el este de Ucrania. Olivier Antonin, coordinador de emergencia de MSF formaba parte de esta misión que llegó a la ciudad con el objetivo de proporcionar ayuda médica a la población atrapada durante semanas en este enclave entre Donetsk y Lugansk. Olivier describe la situación en la que encontró a la ciudad.
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