lunes, 9 de febrero de 2015

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Gestos que nos salvan | Planeta Futuro | EL PAÍS



ANÁLISIS

Gestos que nos salvan

Cada día, gracias a gestos cotidianos y a la vez muy poderosos, podemos, (¡y debemos!) ofrecer a millones de niños y niñas un buen comienzo en la vida





Madre con su hijo en un hospital pediátrico apoyado por Unicef y el Programa Muncial de Alimentos en Corea del Norte. / DAVID OHANA (UN PHOTO)




Una visita al centro de salud para comprobar la evolución del embarazo, una niña que lava sus manos junto a su casa después de haber usado una letrina limpia, un bebé mamando plácidamente enganchado al pecho de su madre, una mosquitera bien ajustada en torno al colchón a la hora de dormir, un llanto airado al recibir el pinchazo de una vacuna a los pocos meses de nacer. Gestos sencillos, cotidianos, familiares. Gestos que cuidan, que protegen, que acompañan. Gestos que salvan. Cada día, gracias a gestos cotidianos y a la vez muy poderosos, podemos, (¡y debemos!) ofrecer a millones de niños y niñas un buen comienzo en la vida.
Cada día, y aunque afortunadamente esa cifra desciende cada año, aún hay 17.000 que mueren antes de cumplir los cinco años, sucumbiendo a enfermedades prevenibles y tratables como la malaria, la diarrea, la neumonía, la desnutrición o las complicaciones en el embarazo, parto y postparto. Cada día, millones ven reducidas sus posibilidades de desarrollo, por la falta de alimentación y cuidados adecuados en sus primeros mil días de vida.


En ese periodo crítico de los mil días, que va desde la gestación hasta los dos años, toman más valor aún esos gestos que cuidan y protegen, y que pueden ofrecer el buen comienzo en la vida al que todos los niños tienen derecho.
Pensemos en un pequeño Miguel, de Guatemala o en una pequeña Nadine, de Burundi. Si dejamos pasar esos 1.000 días, si Miguel, si Nadine, no reciben los nutrientes adecuados en ese periodo que va desde el embarazo hasta los dos años, los efectos serán irreversibles a lo largo de toda su existencia. Miguel y Nadine padecerán desnutrición crónica o retraso en el crecimiento, y su desarrollo tanto físico como intelectual se verá mermado, y nunca podrán alcanzar todo su potencial. Dicho de otra forma; Miguel y Nadine no llegarán a ser tan sanos, fuertes e inteligentes como lo hubieran sido de haber recibido los cuidados necesarios. Y esto les ocurre actualmente a 165 millones de niños menores de cinco años, es decir, a uno de cada cuatro en el mundo. Miguel y Nadine, habiendo nacido en Guatemala, con un 48% de desnutrición crónica, y en Burundi, con un 58% no lo tienen fácil. Si además proceden de zonas rurales, y de familias pobres las probabilidades de que padezcan desnutrición crónica se duplican. Tremendamente injusto, ¿verdad?
Y no sólo hablamos de salud; estudios realizados en Brasil, Filipinas, Guatemala, India y Sudáfrica confirman la relación entre el retraso en el crecimiento y el rendimiento escolar. Miguel y Nadine serán más vulnerables a las enfermedades, y perderán días de colegio. También su capacidad cognitiva será menor que la de niños sanos, y sus resultados académicos más bajos. Esto hará que, al llegar a la edad adulta, su capacidad para generar ingresos sea entre un 5% y un 50% menor, por lo que sus posibilidades de salir de la pobreza se reducirán. Elevándolo a nivel de país, una tasa de desnutrición crónica elevada puede implicar una caída del PIB de hasta un 11% en algunos países de África y Asia. Y es que la desnutrición crónica perpetúa la pobreza, impidiendo a millones de niños acceder a una vida digna y a desarrollar todas sus posibilidades.
Queda claro que todo lo que podamos hacer en esos 1.000 días, esos gestos con los que asegurar a Nadine y a Miguel su derecho a crecer sanos tendrá un poder enorme para el cambio en sus vidas y en las de sus comunidades. Está tan claro que, en las reflexiones para diseñar la Agenda de Desarrollo post-2015, la tasa de desnutrición crónica aparece como un indicador clave, no sólo de salud, sino del desarrollo de los países.
Algunos de esos gestos que salvan, esas prácticas familiares esenciales, que previenen la desnutrición crónica, y que evitan las principales causas de mortalidad infantil, ofreciendo a niños como Miguel y Nadine un buen comienzo en la vida están ocurriendo ahora en muchos lugares:
  • En un pueblo del distrito de Jacobabad, en Pakistán, gracias aun programa de formación de matronas y agentes de salud comunitarios, hay controles prenatales durante el embarazo, asistencia de personal cualificado en el parto, reduciendo los riesgos de muerte debidos a complicaciones y también el del bajo peso al nacer, muy relacionado con la desnutrición crónica.
  • En República Democrática del Congo, cada vez más mujeres y niños duermen bajo mosquiteras impregnadas en insecticida, disminuyendo la incidencia de la malaria. Sufrir malaria durante el embarazo aumenta el riesgo de anemia, que afecta al desarrollo del bebé, y en el caso de los pequeños, es una de las grandes amenazas para sus vidas.
  • En la India, gracias a campañas de comunicación masivas,las familias utilizan cada vez más las letrinas y son conscientes de la importancia de tomar solo agua limpia, lavarse las manos con jabón, y mantener el entorno limpio para evitar la propagación de muchas enfermedades, como la diarrea, y contribuye a un buen estado nutricional
  • En Guatemala el fomento de la lactancia materna exclusiva durante los primeros seis meses y las recetas con productos locales para iniciar la alimentación complementaria a partir de los seis meses están contribuyendo al descenso de la desnutrición crónica.
  • En Mozambique, las campañas de vacunación en todos los rincones del país mejoran cobertura y ofrecen a millones de niños una oportunidad de crecer sanos.
  • En Mali, y dentro de su campaña Gestos que Salvan, Unicef promueve también el uso de sales de rehidratación oral, una medida asequible y sencilla para tratar la diarrea y evitar la deshidratación.
  • En Bolivia, un programa de telesalud en el departamento de Cochabamba ofrece a las mamás embarazadas que viven en lugares remotos teléfonos móviles donde reciben mensajes que les ayudan a cuidarse mejor durante el embarazo, les recuerdan las fechas de sus controles y después de los de sus hijos, y les permiten consultar dudas. y comunicar a tiempo cualquier complicación.
Se trata de gestos sencillos, poco costosos, en el ámbito familiar y comunitario y muy, muy efectivos. No obstante, para que las familias de Miguel y de Nadine, sus comunidades, y las de todos los niños del mundo puedan llevar a cabo estos gestos, necesitan una apuesta global, en la que estemos implicados todos.
Es necesario que las familias cuenten con suministros esenciales, como vacunas, mosquiteras o agua potable. Que tengan acceso a los conocimientos necesarios sobre cuidados en el embarazo, rutinas de inmunización, alimentación adecuada... Es necesario acompañar los procesos de cambio de comportamiento para llegar a adoptar estas prácticas; a veces desmontar mitos como la creencia de que los bebés han de tomar tisanas antes que la leche materna. Es necesario acercar a las comunidades más pobres y aisladas el acceso a servicios de salud básicos y formar personal y agentes comunitarios.
El año pasado Unicef distribuyó 30 millones de mosquiteras y 2.700 millones de dosis de vacunas, llevó a cabo programas de comunicación para el desarrollo para promover estos gestos que salvan vidas, facilitó el acceso a agua potable, saneamiento, y servicios básicos de salud en todo el mundo. Junto con otras organizaciones, gobiernos, donantes y comunidades, Unicef está comprometido con todos los Miguel, con todas las Nadine del mundo y con sus familias, para que puedan asegurarles un buen comienzo en la vida.
Y hablando de gestos, y de gestos que salvan, hay uno que no podemos olvidar, y es la sonrisa de cada Miguel y de cada Nadine, cuando crecen sanos y felices. Es el gesto que nos salva de la indiferencia, del desánimo, del pesimismo. Es el gesto que nos mueve a seguir combatiendo la injusticia, la pobreza, y la desigualdad. E incluso de hacerlo, a pesar del coraje y la impotencia que nos asaltan a veces ante el dolor de muchos pequeños, con una sonrisa.
Blanca Carazo es responsable de Programas del Comité Español de Unicef

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