martes, 19 de julio de 2016

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Seis ejemplos de resiliencia | Planeta Futuro | EL PAÍS

Seis ejemplos de resiliencia

Los desastres naturales, el cambio climático o la violencia amenazan la vida de millones de personas. Así se lucha en diferentes países para resistir el golpe y recuperarse



Un agricultor muestra su cosecha de cacahuete en Darfur, Sudán.

Un agricultor muestra su cosecha de cacahuete en Darfur, Sudán. 





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El golpe puede llegar en cualquier momento, sin avisar. Un terremoto, una sequía, un tifón, un volcán que despierta o una oleada de violencia. Millones de personas en el mundo viven bajo la impredecible amenaza de las iras de la naturaleza y del ser humano. Por eso, cada vez son más las organizaciones, instituciones y Gobiernos que advierten que hay que estar preparados para encajar la sacudida y reponerse rápido. Lo llaman construir resiliencia.
La tierra tembló con una dureza no vista en 240 años en Haití. Fue el 12 de enero de 2010 y el terremoto de 7,3 escala Richter mató a 300.000 personas y destruyó gran parte del país más pobre de América Latina. Diez meses después, el cólera se cebó con una población que no tenía acceso apropiado a agua potable, infraestructuras de saneamiento, ni unas condiciones de higiene adecuadas. Seis años después, el país todavía está en reconstrucción, ladrillo a ladrillo. El caso de Haití es un buen ejemplo de la necesidad de contar con planes de resiliencia. La prevención ante el riesgo no habría evitado el seísmo, pero sí habría reducido el impacto de las tragedias que se sucedieron después y que, aún hoy, perduran.
Muchos son los que han aprendido de la lección de Haití. Desde entonces, el concepto de resiliencia se ha incorporado a las leyes nacionales, los planes de ayuda humanitaria de diferentes agencias de la ONU y los programas de las organizaciones no gubernamentales.
En Madrid, Oxfam ha reunido recientemente a medio centenar de sus expertos en la materia, procedentes de 25 países, para intercambiar sus experiencias en la implementación de proyectos orientados a la "capacitación de mujeres, hombres y niños para hacer valer sus derechos y mejorar su estado de bienestar a pesar de los shocks, las tensiones y la incertidumbre", en términos de la organización. De Perú a Etiopía, todos los responsables de programas de resiliencia exponían una idea común: las personas, con las herramientas adecuadas, luchan ante la adversidad para recuperar tan pronto como puedan sus vidas. He aquí seis ejemplos de resiliencia.

Perú, donde el terremoto acecha

Un vecino de San Juan de Miraflores, Lima, trabaja en la construcción de una carretera que mejorará el acceso al agua de su comunidad. PABLO TOSCO (OXFAM INTERMÓN)
"La búsqueda de supervivientes continúa pese a la falta de agua, luz y alimentos".Así se informaba en EL PAÍS del seísmo de magnitud ocho en la escala de Richter que sacudía Perú el 15 de agosto de 2007. Dejó 596 muertos, casi 2.300 heridos, 76.000 viviendas totalmente destruidas y 431.000 personas resultaron afectadas.
El calendario alerta que un terremoto parecido podría ocurrir en cualquier momento en el país. Así lo creen las autoridades y las ONG. Por eso, se afanan en hacer efectiva sobre el terreno su Ley que crea el Sistema Nacional de Gestión del Riesgo de Desastres (SINAGERD) de febrero de 2011.
"Más que prevenir, se trata de asegurarnos de que las personas vulnerables puedan afrontar las consecuencias ante un terremoto", dice Elizabeth Cano, la coordinadora regional de ayuda humanitaria de Oxfam en Perú. Para ello, dice, es necesario "saber dónde viven, la calidad del suelo y la fortaleza de las estructuras". Con esta información se puede elaborar una respuesta en caso de seísmo que debe ser conocida por las comunidades. "Cómo evacuar, cuáles son las zonas seguras, el plan de reencuentro entre miembros de las familias...", enumera. Esta labor de colección de datos y confección de un protocolo en caso de desastre es precisamente lo que se está haciendo junto con la ONG local Predes en San Juan de Miraflores.
Otro punto del programa de resiliencia es establecer cómo se llevará a cabo la distribución de agua en caso de que el sistema de canalización y saneamiento colapse. "Tiene que haber un protocolo de abastecimiento coordinado y conjunto de las municipalidades, las empresas y las ONG", señala Cano. "Antes del desastre", apostilla. Su propuesta pasa porque los gobiernos locales cuenten con almacenes de agua con tanques flexibles y, por tanto, resistentes a la sacudida. "Era habitual que ante la falta de agua, un camión la distribuyera con una manguera en los bidones que llevaba la gente. Pero de esa manera se perdía agua y tiempo", explica la experta. "Si pones tanques con grifos, puedes elegir dónde colocarlo, en lugares a la sombra, y evitas el desperdicio", abunda. Una lógica de seguridad y dignidad que debe guiar también la instalación de letrinas separadas para hombres y mujeres.
Finalmente, la tercera pata de la resiliencia es la higiene. "Tenemos un programa de voluntarios para que promuevan hábitos de limpieza en sus comunidades. Porque cuando ocurre un desastre, no va a haber una epidemia rápidamente, pero si no se tiene cuidado, en cinco o seis meses puede haber brotes por ejemplo de cólera, como pasó en Haití", detalla. Con estos mimbres, Cano se muestra positiva en cuanto a la respuesta que se puede dar en caso de que "muy probablemente" la tierra tiemble de nuevo en Perú.

Agricultura y ganadería en Sudán

En Sudán, la palabra resiliencia tiene muchas acepciones, tantas como amenazas se ciernen sobre el bienestar de la población. Pero, sobre todo, significa luchar contra todo aquello que ponga en riesgo la seguridad alimentaria de sus habitantes, bien sea una sequía que eche a perder la cosecha o una enfermedad que se lleve por delante la vida del ganado.
Un participante en el proyecto de formación en veterinaria en Sudán. OXFAM
"Nuestro objetivo es evitar que las personas caigan en situación de malnutrición", indica Hassan-Alattar Osman, responsable del programa de resiliencia en Sudán. Para ello forman a los agricultores y ganaderos para preservar las principales fuentes de alimento y sustento: las cosechas y los animales.
En Darfur, donde se implementa uno de los programas de resiliencia de Oxfam, la organización detectó que la población desplazada en 2003 por el conflicto en la zona, comenzó a retornar a sus hogares en 2011, pero habían perdido todo y carecían de conocimientos suficientes para cultivar de manera eficiente. "Ha habido muchos años de sequía y en muchas comunidades no sabían cómo sacar adelante sus cosechas", detalla Osman. "De hecho, no podemos ayudarles cuando no llueve, pero sí podemos enseñarles a que produzcan de manera eficaz cuando sí llueve y que produzcan lo suficiente para resistir dos o tres años de sequía", añade. Lo consiguen con técnicas de protección de la cosecha, por ejemplo, que tengan distintos cultivos al mismo tiempo y que algunos de ellos sirvan para refertilizar la tierra, y sistemas de riego eficientes.
Para proteger al ganado, Oxfam implementa junto con otras organizaciones y las autoridades un programa de formación de veterinarios en Wadkota. "Hemos entrenado a unos 1.000. Son ganaderos de la comunidad con experiencia previa en el cuidado de la salud de los animales a los que además se les enseñan nociones básicas de negocios", precisa Osman. Con esto consiguen un doble objetivo: evitar que el ganado muera por enfermedades que se pueden evitar o curar, y que los especialistas puedan obtener beneficios extras de sus servicios de veterinaria.

Etiopía. Asegurar la cosecha frente al clima

Más de 10 millones de etíopes no tienen asegurada comida suficiente para subsistir de forma adecuada, según datos confirmados por el Gobierno. Las cosechas acusan la "peor sequía en 30 años", en palabras del secretario general de la ONU Ban Ki-moon. La falta de lluvia no solo se lleva el sustento directo, sino las ventas e ingresos de los agricultores que no pueden afrontar el pago del precio al alza (al haber menos oferta) de alimentos en el mercado.
Agricultores trabajando la tierra en la comunidad de Hintala River, Etiopía. PABLO TOSCO (OXFAM INTERMÓN)
¿Qué solución puede haber para sortear los efectos de una sequía inevitable? "Que tengan asegurada su cosecha", responde Munaye Tesfaye Makonnen, coordinadora del programa R4 de resiliencia rural en Etiopía. Este proyecto que Oxfam América desarrolla junto con el Programa Mundial de Alimentos de la ONU consiste precisamente en facilitar un seguro que amortigüe la caída en caso de desastre y facilite la remontada. Así, si no llueve y no crece lo que debiera en sus terrenos, tendrán un dinero para poder adquirir alimentos antes de llegar al punto de comer menos, vender su ganado o emigrar, detalla la experta de Oxfam.
"Para quienes no pueden afrontar el pago del seguro, disponemos de un programa de comida o dinero por trabajo", apostilla. Para evitar que se llegue a este extremo, se crean en las comunidades grupos de ahorro para emergencias. "El cambio climático se ha intensificado y va a peor. Es impredecible", advierte Tesfaye Makonnen. Por eso, cualquier precaución es poca.

República Dominicana. Lo que aprendió de Sandy

Reforestación para prevenir deslizamientos en República Dominicana. OXFAM/CEDESO
El huracán Sandy asoló la región del Caribe en octubre de 2012. Haití, Cuba, Repúblicana Dominicana, Jamaica y Bahamas se vieron afectados por sus iras. Las posibilidades de que un desastre similar ocurra de nuevo son elevadas. "También la sequía, terremotos, epidemias como el dengue, cólera, zika o chikungunya", añade Carlos Arenas, responsable de la ayuda humanitaria de Oxfam en República Dominicana. A esta ristra de amenazas hay que añadir que el país tiene un 40% de población en situación de pobreza, el 8% extrema. El resultado de la suma de una catástrofe natural y la vulnerabilidad de las personas: "Desastre". "Nuestro trabajo es reducir las consecuencias", apostilla Arenas.
Tras el paso de Sandy por República Dominicana, la respuesta inicial de la organización fue realizar trasferencias de efectivo a los afectados a cambio de trabajo (cash for work). Este programa de recuperación implementado por varias ONG con el apoyo financiero de la Unión Europea pretendía garantizar la seguridad alimentaria —algo así como saber que se va a popder comer al día siguiente— de aquellas personas en situación de vulnerabilidad que habían perdido su medio de vida a consecuencia del impacto del huracán Sandy.
Después de esa primera fase de ayuda, tocó hacer balance de lo que había fallado. Una encuesta a la población sacó a la luz algunos errores. "El primero fue la falta de abastecimiento de agua. A partir de ahí, creamos puntos de suministro en caso de desastre junto con el Gobierno". Otro de los fallos que se identificó en este trabajo poscatástrofe fue que muchas personas declararon que no habían evacuado sus casas porque no querían abandonar su ganado. "Así que identificamos lugares altos donde podían dejar a los animales a salvo y así poder refugiarse en los albergues".
Arenas cree que pronto tendrán la oportunidad de comprobar si el trabajo "de resistencia y recuperación" que están realizando es efectivo. "Ahora hay sequía, pero con el fenómeno meteorológico de La Niña hay alta probabilidad de huracanes", dice preocupado. Y zanja: "Comunidades más organizadas y autoridades más concienciadas dan una mejor respuesta. No se trata de que las ONG sustituyan al Gobierno, sino que se coordinen bajo su dirección".

Abono para El Salvador

Elaboración de abono orgánico en El Salvador. OXFAM / FUNDESA
En cada región del mundo, país, distrito o comunidad, los efectos del cambio cimático tienen su particular impacto y su correspondiente solución. A falta de la receta para frenar el calentamiento global, en comunidades de las zonas bajas cercanas a la costa de El Salvador han dado con una fórmula para asegurarse el sustento, así se seque o inunde la tierra.
"Lo primero es que adaptamos los ciclos de siembra aprovechando la lluvia, pero combinada con sistemas de riego por goteo de bajo coste, que son más eficientes". Por si la inestable naturaleza falla, explica Jorge Figueroa, encargado del proyecto CAMEL de Oxfam en El Salvador. Esto, sumado con la elaboración de abonos e insecticidas orgánicos a base de microorganismos de montaña —hongos, bacterias, micorrizas, levaduras y otros organismos benéficos— no solo ahorra a los agricultores la compra de agroquímicos, sino que además mejora la cantidad y calidad de sus cosechas.
"Las familias del programa han podido comprobar los beneficios de estas sencillas técnicas de cultivo. Tanto es así que obtienen ganancias extra de vender sus excedentes a la comunidad que, al no seguir este sistema, necesita comprar alimentos cuando la falta de agua mata por inanición sus cosechas", explica Figueroa.
Asegurar el cultivo es tanto como garantizar la supervivencia de estas comunidades costeras en las que el 80% de la población vive de la agricultura y la pesca. "Cuando se da una sequía grave como la de 2014, las familias cuyos cultivos no prosperan acaban por vender su medio de vida, como una vaca de la que obtienen la leche para el autoconsumo, para poder comprar alimentos. Y dejan de contratar gente para trabajar la tierra, con lo que otros tampoco tienen empleo y dinero. Todo esto deriva en una situación generalizada de inseguridad alimentaria", detalla Figueroa. Un escenario que un emplaste de hongos, semolina de arroz y melaza bien mezclados y reposado en un barril puede evitar, tal como asegura el especialista de Oxfam. "Es evidente que funciona. Lo hemos comprobado con las familias beneficiarias del proyecto que se puso en marcha hace tres años", subraya.
Paralelamente, en las comunidades se han creado grupos para identificar sus riesgos y elaborar sus propios planes de resiliencia. "Puede ser el mantenimiento de los canales de drenaje de agua para evitar inundaciones o construir puentes donde el agua puede cortar una vía o un camino", termina de explicar Figueroa.

Resistir al desierto y el olvido en el Sáhara

La supervivencia del pueblo saharui depende de la ayuda humanitaria. Así ha sido durante los últimos 40 años y seguirá siendo, mientras no llegue una solución política, porque no hay programa de desarrollo que haga crecer campos de tomates en el desierto. Una de las principales amenazas que enfrentan los refugiados es que decaigan los fondos destinados a proveerles de alimentos y servicios básicos. Por eso, su resiliencia consiste en aguantar la caída de la atención y provisiones de la comunidad internacional.
Una refugiada saharaui utiliza un zeer, un refrigerador casero hecho con arena, en Argelia. TINEKE D’HAESE (OXFAM)
El proyecto de seguridad alimentaria de Oxfam consiste en la distribución de alimentos frescos como complemento a la canasta básica que reparte el Programa Mundial de Alimentos. Para evitar la dependencia total, se ha empezado a cultivar zanahoria en cooperativas locales para que la producción forme parte del siguiente lote mensual. "Pero la cosecha apenas alcanza para cubrir el 0,7% del total de comida que distribuimos", describe François Eyt, coordinador de programas en los campamentos saharahuis de Oxfam. Pese a estos esfuerzos, "la fragillidad ante la caída de fondos es enorme", lamenta, "la dieta empeora y aparece el riesgo de enfermedades como la diabetes o la anemia".
Otro reto en este sentido es la conservación de los alimentos a 50 grados centígrados a la sombra. La innovación ha salido al rescate de las cebollas y las patatas. Unos refrigeradores construidos con arena, los zeers, mantienen fresca la comida. El ingenio consiste en dos cubos de barro (uno dentro de otro como las muñecas matrioska, pero separados por tierra que debe ser humedecida con agua periódicamente y tapados por un paño mojado. Con este frigorífico de fabricación casera, las familias ya no necesitan consumir rápido los frescos, asegurándose un menú más equilibrado a lo largo de las semanas.

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