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De Tony Blair a Mette Frederiksen
- En el último año, los socialdemócratas, que fueron desapareciendo poco a poco desde la crisis de 2008, protagonizan un discreto retorno. Están en el poder en España, Portugal, Suecia, Finlandia y, más recientemente, en Dinamarca.
Pero las estadísticas son desalentadoras. Las elecciones europeas dieron a los miembros del grupo socialista un 20% de los votos contra el 25% de 2014, en una evidente erosión del 34% alcanzado en 1989 y 1994.
El último éxito en Dinamarca fue de 25,9% de los votos, inferior a 2015. En Finlandia, obtuvieron 17,7%, solo dos décimas más que el Alt Right (derecha alternativa). Y en Suecia, Stefan Lofven logró ganar su mandato con el voto más bajo en décadas.
En los grandes países, como Gran Bretaña, Alemania, Francia e Italia, se están volviendo irrelevantes. Lo interesante es que los votos perdidos no fueron a favor de la izquierda más radical. Los dos grupos europeos que se unen a Syriza, Podemos, Francia Insumisa, la alemana Linke, obtuvieron solo 5%, por debajo del 7% de 2014. Mientras, los votos se fueron básicamente para la Alt Right.
Ahora los socialdemócratas tienen apoyo popular solo en España (PSOE, 33%) y Portugal (PS, 33.4%). Desde la cuna escandinava de los socialdemócratas, el cambio se produjo en la península ibérica. Hoy Portugal es lo que fue Suecia hace 20 años: un modelo de valores cívicos, tolerancia e inclusión.
El debate se centra ahora en el modelo danés. La nueva primera ministra Mette Frederiksen viene con un enfoque muy radical contra los inmigrantes, prácticamente idéntico a la visión de Alt Right: deportación de inmigrantes a una isla desierta (a la australiana); confiscación de joyas y otros objetos de valor que traen consigo, así como la prohibición del uso del burka y el niqab en espacios abiertos.
Este fue justo el programa de Alt Right. En 2015, casi 60.000 migrantes llegaron a Dinamarca, pero solo 21.000 obtuvieron asilo. En 2017, la cifra descendió a solo la cuarta parte de las solicitudes. Al mismo tiempo, Frederiksen prometía aumentar el bienestar, los subsidios para los segmentos más pobres de la población, los incentivos para los jóvenes (ella quiere dejar de fumar: ha prometido aumentar radicalmente el costo de los cigarrillos).
El modelo danés se basa en un hecho simple. Hoy los europeos están gobernados por el miedo. Miedo al futuro, a la llegada de la inteligencia artificial y a los robots que podrían hacer desaparecer el 10% de los trabajos actuales: solo la automatización de los automóviles dejaría sin empleo a casi dos millones de taxistas, conductores de autobuses y de camiones (algo que nunca harán los inmigrantes).
La llamada nueva economía declara abiertamente que la mano de obra es un pequeño componente del producto industrial. El exceso de trabajadores disponibles ha puesto punto final a los tiempos de los puestos de trabajo fijo. Por supuesto, esta realidad contradice el hecho de que la población europea enfrenta un pronunciado declive.
De acuerdo con la Organización Internacional del Trabajo, Europa necesitará al menos 10 millones más de personas para seguir siendo competitiva en 2030. Cuando los sentimientos y no las ideas se convierten en la base de la política, y las decisiones se toman desde el instinto y no con el cerebro, entramos en la mitología y nos alejamos de la realidad.
La gran mayoría de los trabajadores italianos vota ahora por Matteo Salvini, el líder de la Liga Norte. Salvini ha hecho del miedo el tema central de su permanente campaña electoral. Como ministro del Interior pasó solo 17 días en su oficina ministerial y todos los demás en la carretera. Ha convertido a los inmigrantes en la principal amenaza para la seguridad de los italianos. Realiza manifestaciones masivas, besa el rosario católico o la Biblia y asegura que Italia es una esclava de la Unión Europea.
Ha introducido nuevas leyes de seguridad que facilitan la posesión de un arma e impulsa una campaña abierta contra el papa Francisco y sus llamados a la solidaridad y la inclusión. Sugiere que el papa Francisco podría acoger a todos los refugiados en el Vaticano y se ha aliado con el ala conservadora de la Iglesia para pedirle al papa Benedicto su regreso.
Así, ha duplicado sus votos y está en camino de convertirse en el próximo primer ministro de Italia. Ahora está desafiando a la Unión Europea con la declaración de que no aceptará el límite de déficit del 3%, alegando que actúa en nombre de los italianos y que los italianos van primero que los eurócratas.
Esa es una batalla que va a perder. Los jefes de gobierno europeos, no la Comisión, son los que establecen el límite del déficit. Y sus compañeros soberanistas, como Sebastian Kurz de Austria, Viktor Orbán de Hungría o Mateusz Morawiecki de Polonia, no harán ni un solo sacrificio para permitir a Italia incrementar su déficit.
Italia es un buen ejemplo para entender cómo la realidad ahora no es importante y no es la base para la política. El economista internacional Tito Boeri, director saliente del Instituto Nacional de Seguridad Social (INPS, una institución muy respetada), acaba de publicar su artículo «Los gerentes del miedo».
Los italianos ahora están convencidos de que hay un inmigrante por cada cuatro italianos: la realidad es que hay uno cada 12. Las encuestan muestran que los italianos (y esto es válido para todos los europeos) están convencidos de que enfrentan cuatro problemas con los inmigrantes: 1) les quitarán sus puestos de trabajo; 2) tendrán que financiar de su bolsillo el bienestar de aquellos que no trabajan; 3) hacen las ciudades menos seguras; 4) traen consigo enfermedades contagiosas.
Bueno, dice Boeri, casi 10% de los inmigrantes han creado empresas. Cada inmigrante que es empresario contrata a 8 trabajadores y el empleo de los inmigrantes está altamente concentrado en actividades que los italianos han abandonado. Ellos proporcionan el 90% del trabajo que se realiza en los campos de arroz, 85% en la industria de prendas de coser y 75% en la recolección de frutas y hortalizas. Los salarios en estos sectores no han aumentado en los últimos 20 años. Eran bajos y siguen siendo bajos.
Pero la razón más importante (y esto también es para toda Europa), es que ahora cada cuatro italianos uno tienen más de 65 años. Mientras, uno de cada 50 inmigrantes tiene más de 65 años. ¿Cómo sobreviviría el sistema de pensiones sin los inmigrantes?
Sin embargo, los italianos de más de 65 años son ahora los que votan por Alt Right. En Italia hay 2 pensionados por cada 3 trabajadores y esta relación desequilibrada seguirá creciendo. Para mantener el sistema actual, el 83% de un salario se destina al sistema de pensiones. ¿Cuánto le costará en el futuro a las pocas personas trabajadoras mantener a quienes se han jubilado? En estos momentos, 150.000 jóvenes, los más cualificados, abandonan Italia cada año…
Veamos qué pasa con el crimen. Las estadísticas muestran que, al mismo tiempo que los inmigrantes han aumentado, el crimen ha estado disminuyendo. Y tenemos estadísticas sobre enfermedades contagiosas de la Organización Mundial de la Salud: Turquía, el país que ha recibido en poco tiempo más inmigrantes (más de cuatro millones), no tiene datos para demostrar un aumento de las enfermedades contagiosas. Alemania, la nación que recibió más inmigrantes en un período más corto de tiempo en Europa, tampoco muestra ni un solo incremento en el campo de las enfermedades contagiosas.
Para los historiadores, el miedo y la codicia son motores impulsores del cambio. ¿Cuándo empieza el miedo? Con la crisis económica de 2008, resultado de una financia irresponsable, el único sector global del mundo sin control. La crisis dejó claro el fracaso de la globalización. En lugar de impulsar todos los barcos como sus propagandistas proclamaban, optaron por unos pocos botes y los enriquecieron a un punto sin precedentes: ahora 80 individuos acumulan la misma riqueza que 2,3 mil millones de personas.
La codicia antecede al miedo. Tras la caída del Muro de Berlín, el mundo entró en una orgía de lo privado sobre lo público. El Estado era considerado el enemigo del desarrollo. Todos los costos sociales se redujeron, en particular los de la salud y la educación, por considerarse no productivos.
Jair Bolsonaro en Brasil sigue haciendo lo mismo: ha recortado el presupuesto de las universidades y ha anunciado que quiere «desalentar» la filosofía y la sociología, en favor de los «estudios prácticos», como los negocios, la ingeniería y la medicina. La ganancia pasó a considerarse una virtud esencial.
Se permitió a las empresas buscar el máximo beneficio, relocalizándose en países más baratos, desplazando a las fuentes locales de trabajo, reduciendo salarios y marginando a los sindicatos. La globalización, en su trayectoria neoliberal, fue considerada imparable. «No hay alternativa», dijo la famosa Margaret Tatcher, considerada la sirena del neoliberalismo junto a Ronald Reagan.
La marea fue tan fuerte que se llamó «la pensèe unique» (el pensamiento único). Al principio, la izquierda no tenía una respuesta. Pero en 2003 el primer ministro británico, Tony Blair, presentó una propuesta alternativa. Como la globalización es imparable, avancemos y tratemos de domesticarla: la Tercera Vía.
En esencia, se trató de una aceptación de la globalización. El resultado fue que la socialdemocracia apenas se adaptó y que los perdedores de la globalización dejaron de sentirse defendidos por la izquierda. La globalización hizo movible todo lo que era remunerable (finanzas, comercio, transporte) y dejó al estado solo la responsabilidad de lo inalterable: educación, salud, pensiones y todos los gastos sociales.
Este proceso se acompañó de una reducción considerable de los ingresos nacionales puesto que la globalización pudo (y todavía puede) ocultar las ganancias del sistema fiscal nacional: se estima que 80 billones (millones de millones) de dólares se encuentran en paraísos fiscales, una de las principales razones de la disminución de los ingresos nacionales.
Había mucho menos dinero para distribuir. La deuda pública comenzó a acumularse. En el instante en que escribo asciende a 58.987.551.309.132 dólares (vaya al reloj de la deuda de The Economist para ver cuánto ha crecido). Como resultado, aumentan los servicios de la deuda y se reduce la cantidad disponible para gastos. Nadie habla de esta espada de Damocles que pende sobre la cabeza de los países y sus ciudadanos.
No es de extrañar que la Unión Europea introdujera un límite para los déficits nacionales… Italia debe pagar y debe pagar 30.000 millones de euros cada año por su déficit. La propuesta el gobierno de incrementar el déficit para ganar votos es absolutamente irresponsable…
Vale la pena señalar que antes de la crisis de 2008, no había partidos de la derecha alternativa en Europa, con la excepción de Jean Marie y Marine Le Pen en Francia. Era solo una cuestión de tiempo para que en todos los países alguien comenzara a manejar el miedo y el declive de los partidos tradicionales que no tenían respuesta ante la marea masiva de la globalización neoliberal. Los inmigrantes están entonces a la mano para avivar el miedo. Y todas las víctimas de la globalización se convierten en los nuevos campeones…
Ahora, es un lugar común decir que la derecha y la izquierda ya no existen. De hecho, la lucha es entre los soberanistas, nacionalistas teñidos de xenofobia y populismo, y contra los “globalistas”, aquellos que aún creen que la cooperación y el comercio internacionales son vitales para el crecimiento y la paz.
Este debate sobre el presente ignora que la izquierda es un proceso histórico, que data de la primera revolución industrial de principios del siglo XIX. Un número incalculable de personas ha dado su vida para alcanzar la justicia social, frenar la explotación de los trabajadores e introducir los valores de una sociedad moderna y justa en las relaciones internacionales: equidad, democracia participativa y transparente, derechos humanos, paz y desarrollo. Estas fueron las banderas de la izquierda. Este tesoro histórico debe vincularse necesariamente a los tiempos actuales.
La dialéctica derecha-izquierda no ha desaparecido. Basta mirar cómo el creciente movimiento ambientalista de nuestros días se ha visto afectado por la división. Desde Donald Trump hasta Bolsonaro, ven el cambio climático como una operación de izquierda. Y si lees la encíclica del papa Francisco, Laudato Si, (lamentablemente nadie lo hace), verás que la lucha contra el cambio climático es, ante todo, una cuestión de justicia social y dignidad humana. En ese sentido, los partidos Verdes están asumiendo parte de las batallas de la izquierda histórica.
Y esto nos lleva a una cuestión central. ¿Es la solidaridad una parte integral del legado de la izquierda? Porque Frederiksen consiguió su victoria en Dinamarca abandonando la solidaridad y utilizando el nacionalismo y la xenofobia.
Por supuesto, está ofreciendo a sus votantes daneses la suficiente seguridad de restauración de los privilegios para sus ciudadanos.
Está claro que esta es ahora mismo una fórmula ganadora como lo fue la Tercera Vía para Tony Blair en las elecciones británicas de 1997. Salvo su reverencia a la globalización como lo hizo la Tercera Vía. Se inclina ante el nacionalismo, el populismo y la xenofobia, el nuevo Pensè Unique para tantas personas en el mundo. Sería sensato observar si tiene un efecto duradero para lo que se llama a sí misma el ala izquierda…
Periodista italo-argentino, Roberto Savio fue cofundador y director general de Inter Press Service (IPS), de la que ahora es presidente emérito. En los últimos años también fundó Other News, un servicio que proporciona “información que los mercados eliminan”.
RV:EG
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