El Papa urge a los políticos a actuar para combatir el cambio climático
La primera encíclica de Francisco critica la sumisión de los gobiernos ante las empresas
“El gemido de la hermana tierra se une al gemido de los abandonados del mundo”. La encíclica del papa Francisco sobre ecología es un grito de auxilio para salvar el planeta, pero también una acusación –por momentos feroz—a la alianza de intereses políticos y empresariales que han provocado el cambio climático y condenado a la pobreza a una parte de la población. Jorge Mario Bergoglio llega a advertir: “Es previsible que, ante el agotamiento de algunos recursos, se vaya creando un escenario favorable para nuevas guerras, disfrazadas detrás de nobles reivindicaciones”.
La primera encíclica del papa Francisco –la anterior fue escrita junto a Benedicto XVI—tiene 191 páginas, se titula Laudato si (Alabado sea, en italiano antiguo) y puede considerarse una declaración de guerra a las grandes compañías y a los gobernantes de los países más ricos que, “con el uso desproporcionado de los recursos naturales”, han contribuido al cambio climático y a la pobreza de una parte del planeta. De los seis capítulos, el primero es de una contundencia inusitada, sobre todo al denunciar la pasividad de la política ante el expolio del planeta.
“Llama la atención”, escribe Bergoglio, “la debilidad de la política internacional. El sometimiento de la política ante la tecnología y las finanzas se muestra en el fracaso de las Cumbres mundiales sobre medio ambiente. Hay demasiados intereses particulares y muy fácilmente el interés económico llega a prevalecer sobre el bien común y a manipular la información para no ver afectados sus proyectos”. La encíclica de Francisco, que no está dirigida solo a los políticos, sino “a todas las personas de buena voluntad”, propone un cambio radical de estilo de vida para evitar que la tierra se siga convirtiendo “cada vez más en un inmenso depósito de porquería (…). Nunca hemos maltratado y lastimado nuestra casa común como en los últimos dos siglos”.
En el primer capítulo, titulado “lo que está pasando en nuestra casa”, Jorge Mario Bergoglio aborda la interconexión entre la contaminación y el cambio climático, la mala gestión del agua, la pérdida de la biodiversidad, la gran desigualdad entre regiones ricas y pobres o la debilidad de las reacciones políticas ante la catástrofe ecológica. “Todo está relacionado”, repite una y otra vez el Papa durante su encíclica. Como ya se venían barruntando sus poderosos detractores –desde Jeb Bush a la extrema derecha italiana y vaticana--, no solo diagnostica los problemas, sino que señala a los culpables.
Según el Papa, el calentamiento originado por “el enorme consumo de algunos países ricos tiene repercusiones en los lugares más pobres de la tierra, especialmente en África, donde el aumento de la temperatura unido a la sequía hace estragos en el rendimiento de los cultivos”. De ahí que Francisco señale muy claramente la responsabilidad del actual sistema económico mundial: “La deuda externa de los países pobres se ha convertido en un instrumento de control, pero no ocurre lo mismo con la deuda ecológica. De diversas maneras, los pueblos en vías de desarrollo, donde se encuentran las más importantes reservas de la biosfera, siguen alimentando el desarrollo de los países más ricos a costa de su presente y de su futuro”.
El Papa atribuye gran parte del problema a la voracidad de las grandes compañías, pero también a la falta de una respuesta valiente por parte de los gobernantes: “Llama la atención la debilidad de la reacción política internacional”. Bergoglio se muestra aquí especialmente duro con los políticos que “enmascaran” los problemas ambientales o subestiman las advertencias de los ecologistas. “Las predicciones catástroficas”, advierte, “ya no pueden ser miradas con desprecio e ironía. A las próximas generaciones podríamos dejarles demasiados escombros, desiertos y suciedad”.
El Papa intenta desenmascarar a los gobernantes que, para enmascarar “su sometimiento a la tecnología y las finanzas”, fingen un interés que no tienen: “Así sólo podrían esperarse algunas declamaciones superficiales, acciones filantrópicas aisladas, y aun esfuerzos por mostrar sensibilidad hacia el medio ambiente, cuando en la realidad cualquier intento de las organizaciones sociales por modificar las cosas será́ visto como una molestia provocada por ilusos románticos o como un obstáculo a sortear”.
La encíclica, que se refiere a la tierra como una hermana con la que se comparte la existencia o como una madre que acoge entre sus brazos, llega a tocar aspectos muy sensibles para algunos sectores de su parroquia. Bergoglio advierte incluso de que la propiedad privada no puede estar por encima del bien común. Dice que una regla de oro del comportamiento social –“y el primer principio de todo el ordenamiento ético-social”—es el “principio de subordinación de la propiedad privada al destino universal de los bienes”. Y añade una de las frases que sin duda provocarán un respingo a quienes, desde los sectores más conservadores de dentro y fuera de la Iglesia, ya le venían acusando de comunista. Dice el Papa: “La tradición cristiana nunca reconoció como absoluto o intocable el derecho a la propiedad privada y subrayó la función social de cualquier forma de propiedad privada”. Eso sí, el papa revolucionario se cura en salud apoyándose a continuación en Juan Pablo II: “Dios ha dado la tierra a todo el género humano para que ella sustente a todos sus habitantes, sin excluir a nadie ni privilegiar a ninguna”. La última frase, eso sí, Francisco la resalta con la intencionalidad de las cursivas.
Jorge Mario Bergoglio cita a sus predecesores para dejar constancia de que también ellos mostraron preocupación por la destrucción del planeta. “Hay que eliminar las causas estructurales de las disfunciones de la economía mundial”, dijo Benedicto XVI, “y corregir los modelos de crecimiento que parecen incapaces de garantizar el respeto del medio ambiente”. Pero no hay duda de que Francisco va más allá. En el fondo y también en la forma. Porque Francisco sale de los recintos del Vaticano e incluso de la fe cristiana para “reconocer, alentar y dar las gracias” a todos aquellos que “trabajan para garantizar la protección de la casa que compartimos”.
Bergoglio dice que hay un interés tácito, una especie de acuerdo no escrito entre los gobernantes y los privilegiados ciudadanos de los países ricos, para mirar para otro lado: “Como suele suceder en épocas de profundas crisis, que requieren decisiones valientes, tenemos la tentación de pensar que lo que está ocurriendo no es cierto. Si miramos la superficie, más allá de algunos signos visibles de contaminación y de degradación, parece que las cosas no fueran tan graves y que el planeta podría persistir por mucho tiempo en las actuales condiciones. Este comportamiento evasivo nos sirve para seguir con nuestros estilos de vida, de producción y de consumo. Es el modo como el ser humano se las arregla para alimentar todos los vicios autodestructivos: intentando no verlos, luchando para no reconocerlos, postergando las decisiones importantes, actuando como si nada ocurriera”.
El Papa, que pide una “revolución cultural” para afrontar la creciente destrucción del planeta, aclara que no es partidario de regresar a las cavernas, pero sí de reflexionar sobre el inmenso poder que, a través de la ciencia y la tecnología, los más poderosos tienen entre sus manos: “No podemos ignorar que la energía nuclear, la biotecnología, la informática, el conocimiento de nuestro propio ADN y otras capacidades que hemos adquirido nos dan un tremendo poder. Mejor dicho, dan a quienes tienen el conocimiento, y sobre todo el poder económico para utilizarlo, un dominio impresionante sobre el conjunto de la humanidad y del mundo entero. Nunca la humanidad tuvo tanto poder sobre sí misma y nada garantiza que vaya a utilizarlo bien”.
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