Cuando la violencia no deja de perseguirte
La violencia de Boko Haram obliga 1,5 millones de personas a huir de sus casas, rompe familias y deja miles de muertos por el camino
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“Entraron en la iglesia y dispararon indiscriminadamente”. “Cuando oí los disparos en el pueblo, sabía que tenía que huir para salvar mi vida”. “Me tuvieron en cautividad seis meses”. Éstas son solo algunas de las historias que la gente afectada por el conflicto entre Boko Haram y el ejército nigeriano me cuenta cuando visito los campos de desplazados en las principales zonas afectadas del país como Maiduguri y Yola.
El conflicto en el norte de Nigeria ha dejado miles de muertos y ha obligado a más de un millón y medio de personas a abandonar sus hogares. Muchos han sido secuestrados, entre ellos más de 200 alumnas de Chibok en abril del 2014.
Tal y como se desprende del último informe sobre la Crisis en Lago Chad, se trata de uno de los mayores dramas humanitarios en el mundo actual. Hoy en día, los desplazados buscan refugio en otros lugares de Nigeria y en países vecinos como Camerún, Chad y Níger, por lo que se ha convertido en una crisis de dimensiones internacionales.
Las caras de la violencia
Natisa Mohammed estaba embarazada de dos meses cuando su ciudad natal Michika fue atacada. Durante seis meses estuvo en cautividad, hasta que consiguió escapar durante uno de los numerosos enfrentamientos entre Boko Haram y el ejército nigeriano. Durante la huida, el estrés provocado por las bombas le hizo romper aguas de forma prematura y un hombre le ayudó a dar a luz y la transportó junto a su bebé hasta un campo de refugiados en Yola. Hoy sigue viviendo allí, criando a su hijo Auwel, a quien decidió dar el nombre de la persona que salvó sus vidas.
Su marido tuvo que escapar con el resto de hombres de su pueblo y abandonarla para sobrevivir. Buscó refugio en Níger durante unos meses y actualmente vive en otro campo de desplazados en Maiduguri.
El sueño de Natisa es que en un futuro cercano, acabado el conflicto, él pueda conocer a su hijo y abrazarlo. Sin embargo, hasta que ese día llegue, ha de recuperarse del parto y del cautiverio, y administrar el poco dinero que posee para pagar la comida y el agua para ella y su bebé además de las visitas al pediatra y las mosquiteras para evitar la malaria.
Sufre cuando recuerda la brutal violencia de la que ha sido testigo y los rostros de la gente que murieron durante los diferentes ataques. Y sufre por la impotencia de no poder mandar al colegio a sus otros cuatro hijos, que llegaron con ella al campo de desplazados en Yola.
En el refugio de al lado, construido por el CICR, vive Swyiman Sanusi, un hombre educado y humilde. A pesar del calvario que ha sufrido, nunca pierde la sonrisa. Profesor en Gulak y padre de cinco niños, vio cómo su vida cambiaba por completo el 5 de septiembre del 2014. De vuelta del colegio donde impartía sus clases, empezó a oír los disparos y vio las bombas caer por todos los lados. Venían buscando a los hombres del pueblo, por lo que su mujer le pidió que huyera inmediatamente. Swyiman tuvo que caminar más de 100 kilómetros casi sin agua ni comida hasta alcanzar un lugar seguro en el pueblo de Mubi.
Me cuenta que por el camino miles de veces pensó en regresar y permanecer al lado de su familia. Se sentía un cobarde y, después de caminar más de 15 Km, asustado y solo en medio de la montaña, empapado por la lluvia, decidió dar la vuelta. En ese momento recibió una llamada de María, su mujer, que le dio fuerzas para seguir con su huida. Ella le contó que estaba planeando escapar pronto con sus hijos.
María consiguió huir la noche del 9 de septiembre con tres de sus cinco hijos. Los otros dos habían desaparecido el mismo día que su pueblo fue atacado. Bajo la intensa lluvia caminaron por la montaña hasta llegar a Mubi y reunirse con su marido. Allí descubrieron aliviados que un hombre había encontrado a sus dos hijos llorando en la carretera y los había puesto a salvo de los disparos.
La familia Sanusi estuvo viviendo en Mubi hasta el 29 de octubre del 2014, cuando se vieron de nuevo golpeados por la violencia. Tuvieron que volver a huir, esta vez dirección a Camerún, caminando 400 kilómetros por las montañas hasta cruzar la frontera y ser acogidos en un campo de refugiados. Pasadas unas semanas, fueron trasladados a un campo de desplazados en Yola, donde llevan nueve meses viviendo y recibiendo asistencia del Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR).
Los desplazados buscan refugio en otros lugares de Nigeria y en países vecinos como Camerún, Chad y Níger. Es una crisis internacional
Con el sueldo que aún recibe del gobierno nigeriano como asistencia por el estado de emergencia en el norte del país, 20.000 Nairas Nigerianas (88 euros), intenta ayudar, además de a su familia, a las personas menos favorecidas del campo donde viven. De igual manera, cada semana reúne a todos los niños del lugar para darles algunas clases y que puedan continuar con su educación.
Swyiman es consciente de la gravedad del conflicto y siempre nos agradece el apoyo que recibe del CICR. En algunos lugares, La Cruz Roja es una de las pocas organizaciones internacionales presentes sobre el terreno desde el inicio del conflicto, distribuyendo en lo que va de año, alimentos y artículos domésticos de primera necesidad a más de 260.000 personas en el nordeste de Nigeria y a 65.000 personas en Níger.
Pero las dimensiones del conflicto son cada vez mayores y las necesidades crecen exponencialmente. Por ello, el CICR ha incrementado su prepuesto en 62 millones de euros para los países del Lago Chad, de los cuales 43 para Nigeria, con total de 65 millones a disposición para este país. Este aumento del presupuesto ha convertido las operaciones llevadas a cabo en la zona del Lago Chad en las terceras por dimensión en el mundo.
El objetivo es proporcionar el acceso a alimentos y bienes de primera necesidad a más de medio millón de desplazados en la región, mejorar el acceso al agua potable y saneamiento, así como prestar asistencia médica y equipos de cirugía en las zonas de emergencia.
Aún queda mucho por hacer
Con la cercana llegada de la temporada de lluvias, la situación traerá nuevos desafíos como la amenaza de más enfermedades. Es importante por ello actuar con rapidez para mejorar las condiciones higiénico-sanitarias y básicas y aliviar el sufrimiento de las víctimas de uno de los mayores conflictos que África está padeciendo en estos momentos.
Curiosamente, las recientes elecciones llevadas a cabo en un ambiente pacífico han hecho mejorar las expectativas de la gente para el futuro. Sin embargo, los incesantes episodios de violencia en Maiduguri y Yola, el lejano pero constante ruido de disparos y las informaciones de ataque a aldeas cercanas continúan sirviendo como un duro recordatorio de que este enfrentamiento está todavía muy vivo.
Este conflicto está teniendo un efecto devastador en muchas pequeñas comunidades del norte de Nigeria. Edificios, infraestructuras y viviendas han sido destruidas. Los medios de vida de cientos de familias han sido arrasados y la dignidad de los afectados ha sido despojada. Profundas cicatrices no solo físicas sino también emocionales han sido marcadas sobre la población civil.
Todos, como comunidad internacional, tenemos un papel fundamental que desempeñar en aliviar esas cicatrices y en facilitar su curación. Hemos de incrementar los esfuerzos para cimentar una solución duradera a este conflicto y que los desplazados puedan volver a sus hogares para retomar una vida digna y en paz en sus comunidades. Para que las huidas precipitadas hacia la profunda selva en mitad de la noche y los convoyes de camiones, cargados de niños y ancianos, puedan ser una cosa del pasado.
Jesús Serrano Redondo es elegado Internacional del Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR).
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