‘Made in’ Dharavi
Habitado por un millón de personas, este suburbio indio es uno de los más grandes del mundo
GABRIEL DÍAZ Bombay (India) 5 JUN 2015 - 11:21 CEST
Dharavi está allí, frente a nuestras narices, para que lo veamos aunque no queramos. A 15 minutos del centro turístico de la ciudad, en las entrañas de Bombay (India), se asienta esta barriada informal habitada por un millón de personas. Dharavi ocupa una de las tierras más cotizadas y codiciadas de la ciudad, sin que —aparentemente— algún cambio se avecine.
Mientras que un grupo de visitantes en la zona se enfrasca en una discusión sobre si se trata o no del asentamiento más grande de Asia, allí no cesan de entrar camiones con el 80% de los desechos reciclables de la ciudad, que supera los 21 millones de pobladores, en toda su área metropolitana.
Allí se trituran y decoloran los plásticos provenientes de envases de todo tipo y se convierten en grandes pliegues reutilizables. Este laberíntico slum (otrora ocupado por pescadores), también concentra decenas de curtiembres que transforman la piel de las cabras en la del animal que se le antoje a la marca de moda de turno.
Decenas de curtiembres transforman la piel de las cabras en la del animal que se le antoje a la marca de turnoDe la cabra quedarán los cueros pulidos, y de ellos saldrán carteras o chaquetas “que nunca usarán en la India pero sí en Europa”, explica el señor Dan, un veterano del negocio.
En el corazón de Dharavi la vida se mueve por sectores y por rubros, como si se tratase de un gran parque industrial sumergido en la ilegalidad, mantenido a base de sobornos y una cadena de cómplices que los trabajadores “jamás nombrarán”, asegura Dan.
— ¿Cuánto gana el muchacho que funde metales?
— Eso es ilegal — replica Dan con tono grave aunque parezca un sarcasmo.
— Bueno, todo es ilegal, tal vez eso sea más riesgoso aún, mucho más, ¿verdad?
— Sí, sí — responde nuestro interlocutor — ese joven que usted ve ahí sabe que vivirá, como máximo, unos 50 años.
Trabaja en el interior de una habitación oscura con suelo de tierra y un hueco en el centro, de donde sale un fuego incandescente y un hedor que es veneno puro. Junto a él, un joven remueve a ratos la chatarra fundida. Sin protección alguna. Tiene los ojos enrojecidos y no puede hablar. Con el pecho agitado respira como respiraría cualquiera que acercara sus pulmones a esa escoria.
Ante la insistencia, el veterano revela la ganancia del chico del metal: 180 rupias indias la jornada de ocho horas. Poco más de dos euros. ¿Qué hacen con ese metal? Entre otras cosas, las latas con las que se envasan las galletas que tanto gustan a los indios. "Pero nadie sabe que son de Dharavi", lamenta el guía. El señor Dan camina con soltura, conoce cada rincón y los trabajadores lo conocen a él. Aquí es el rey. De pronto, señala unos grandes hornos. Sector alimenticio, se lee. "Seguramente, usted habrá comido alguna de estas galletas. Pero nadie sabe que son de Dharavi", insiste, esta vez riendo.
Todo es ilegal y todo se sabe, pero no se toca. ¿Cómo sobrevive Dharavi a los embates del mercado inmobiliario de Bombay, la ciudad más rica de India? Lo hace sobre cimientos de sobornos y aportes al crecimiento de la economía. Míster Dan así lo detalla sin circunloquios. “Estos suelos valen tanto como los de Nueva York”.
Según datos aportados por la BBC, Dharavi genera alrededor de 650 millones de dólares anuales. Dan remarca que el gobierno local ha intentado ofrecer, en más de una ocasión, viviendas dignas a los pobladores de este tugurio. "Pero la casa, si no hay trabajo, no vale", agrega.
Un promedio de cuatro o cinco personas por familia llegan a vivir en habitáculos de 10 a 20 metros cuadrados cuya única ventilación llega de los estrechos pasajes, vistos y revistos en la oscarizada Slumdog Millionaire. Como la mayoría no tiene saneamiento, el señor Dan alquila su lavabo. "Cada mañana se forma una larga cola de gente con el cepillo de dientes en la mano”.
— ¿Lo alquila? ¿Y cuánto cobra?
Silencio. El jugador sigue el juego que más conoce: no responde cuando no le conviene. Dan se hace ahora el distraído cuando hacía pocos instantes había comentado la fraternidad y la gran gallardía que unía a los habitantes de Dharavi.
— ¿Y tanto significan esos más de 600 millones de dólares anuales para la ciudad, señor Dan?
— No lo sé, pero de aquí, no nos ha podido mover nadie.
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