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Triunfo de Bukele pone signo de interrogación a futuro de El Salvador
- El contundente triunfo de Nayib Bukele en las elecciones presidenciales celebradas el domingo 3 en El Salvador confirmó la tesis de que la población se hartó de los dos partidos tradicionales mayoritarios, y buscó una opción diferente.
Pero además abrió un enorme signo de interrogación sobre el tipo de gobierno que impulsará, y el impacto de las políticas que adoptará a partir del 1 de junio, cuando asuma las riendas de este país centroamericano de 7,3 millones de habitantes.
Bukele, de 37 años, logró capitalizar el descontento de la población con las promesas incumplidas tanto de la derechista Alianza Republicana Nacionalista (ARENA), que dirigió el país por 20 años, de 1989 a 2009, en cuatro gobiernos sucesivos, como del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN).
El ya mandatario electo aún no perfila una idea clara de lo que hará ahora que ha ganado la presidencia, dado que su plataforma se parece a una coctelera donde van mezcladas ideas de libre mercado con algunas banderas sociales de la izquierda, asumidas mientras fue alcalde de San Salvador (2015-2018) de la mano del FMLN.
El Salvador pone fin a una década en el poder de la exguerrilla del FMLN, con dos mandatos sucesivos desde 2009, y se une a la larga lista de países latinoamericanos donde se ha producido un movimiento pendular que ha derribado a gobiernos de izquierda en los últimos años.
El último de ellos el de Brasil, con el triunfo de Jair Bolsonaro, de extrema derecha, en octubre.
También suma a El Salvador al grupo de países donde las urnas han sancionado una ruptura con las fuerzas tradicionales, como sucedió en México, donde desde diciembre gobierna el presidente de izquierda Andrés Manuel López Obrador, de quien Bukele se declara admirador.
El triunfo de Bukele había sido ya previsto por todos los sondeos electorales, aunque había duda de si su estrategia de conectar con la población más joven del país, por medio de las redes sociales, se traduciría en votos efectivos de quien durante la campaña se presentó como un candidato antisistema.
Pero Bukele, de ascendencia palestina, sí logró un sonoro triunfo en primera vuelta, que abre para El Salvador una nueva etapa politica de la mano de una figura que adquirió fama de buen gestor por su manejo como alcalde.
El Tribunal Supremo Electoral anunció la noche de los comicios que Bukele logró un contundente 53,8 por ciento de los votos válidos, superando a Carlos Calleja, de ARENA, que obtuvo 31,6 por ciento y no pudo retomar el poder como esperaba.
Calleja, hijo de un influyente empresario en el rubro de supermercados, amarró una alianza con otros tres partidos minoritarios, que esperaba la sumaran votos a la causa para derrotar a Bukele. Pero no lo logró.
También derrotó al candidato Hugo Martínez, del FMLN, que con su exiguo 14 por ciento confirmó que atraviesa la peor de sus crisis, al ser relegado, por primera vez en su historia de partido político, a un humillante tercer lugar.
Un cuarto contendiente, Josué Alvarado, del partido Vamos, de reciente fundación (noviembre de 2017), surgido para captar el voto evangélico, pero apenas obtuvo un 0,8 por ciento.
“Hemos hecho historia, hemos sacado más votos que el FMLN y ARENA juntos”, dijo un efusivo Bukele, tras declararse ganador, a eso de las 10 pm del domingo, en un hotel de la ciudad, vitoreado por sus seguidores.
Ese triunfo marca el fin de un ciclo en el que la política salvadoreña de la posguerra fue dominada por esos dos partidos.
El Salvador vivió una cruenta guerra civil de 1980 a 1992, que dejó un saldo de unos 70.000 muertos, según cálculos de organismos de derechos humanos.
Durante la campaña electoral, sus opositores políticos advirtieron del riesgo de que Bukele termine convirtiéndose en un populista “antisistema”, un fenómeno que ha llevado al colapso de los partidos tradicionales en países vecinos como Guatemala, aprovechando el hartazgo de la gente que no ve mejoras en sus vidas.
Como su propio partido, Nuevas Ideas, aún se encuentra en formación, Bukele se inscribió al partido de derecha Gran Alianza por la Unidad Nacional (GANA), formado en 2010 como una escisión ARENA, lo cual le generó críticas debido a la reputación de oportunistas que tienen sus dirigentes.
Pero antes fue durante un tiempo miembro del “Frente”, como se le conoce localmente al antiguo partido guerrillero.
Primero ganó, en mayo de 2012, la alcaldía en el pequeño municipio de Nuevo Cuscatlán (2012-2015), y luego, en mayo de 2015, la de la capital del país.
No obstante, una serie de disputas y pleitos internos, le valieron la expulsión del FMLN en octubre de 2017.
Su alianza con GANA no deja de restarle credibilidad a una de sus banderas de campaña: la lucha contra la corrupción, dado que algunos dirigentes de ese partido se han visto envueltos en negocios poco claros.
La corrupción en El Salvador es uno de los factores que jugaron en contra de ARENA, y que el electorado sigue resintiendo, porque durante los gobiernos de esa fuerza política se cometieron sonados desfalcos.
El más sonado, el del gobierno de Francisco Flores (1999-2004), que admitió haber desviado 10 millones de dólares a cuentas de su partido, dinero que había sido donado por Taiwán para reconstruir casas, tras los terremotos que devastaron el país en 2001.
Flores murió en enero de 2016, en medio del juicio que se le seguía.
Esa misma corrupción también pesó contra el FMLN, cuyo primer presidente, Mauricio Funes (2009-2014), se encuentra asilado en Nicaragua evadiendo la justicia salvadoreña, que lo acusa de estar detrás de un millonario desfalco.
Pero también pesó el distanciamiento de la cúpula con la base del partido, especialmente con los veteranos de guerra, así como la sensación de que la dirección de la antigua guerrilla se aferraba al poder para mantener los privilegios de funcionarios bien pagados.
En las pasadas elecciones municipales y legislativas, de marzo de 2018, el partido sufrió su primer golpe, al perder más de 400.000 votos, una reducción de casi 50 por ciento de su caudal.
La población, y en especial los veteranos del conflicto, “le negaron los votos debido al abandono en el que se ha visto sometido este sector de la población que ofrendó su vida en la guerra y que no ha contado con un acompañamiento mínimo para hacerte frente a su vida”, dijo a IPS la activista Margarita Posada, de la Alianza Social por la Gobernabilidad y la Justicia.
Posada señaló que la presidencia de Bukele no augura buenas señales para los movimientos sociales ni para la población salvadoreña, especialmente las capas bajas y medias.
“El triunfo de Bukele significa un probable retroceso en materia social, sobre todo en lo referente a la reforma de salud y los espacios de participación y contraloría social que esta genera, dada su personalidad poco tolerante a la crítica y autoritaria en materia de toma de decisiones”, acotó.
Mientras, con una visión opuesta, el analista político de izquierda, Dagoberto Gutiérrez, aliado de Bukele, auguró el inicio de una nueva era para el país, con marcados cambios sociales que beneficiarán a la población.
“La gente necesita comida, salarios dignos y no salarios de hambre, necesita trabajo, necesita vivienda, salud y educación”, opinó Gutiérrez, un excomandante guerrillero, al Canal 19 de televisión, antes de considerar que el contundente ganador de los comicios del domingo trabajará con esos objetivos.
Según las últimas cifras oficiales, 32,1 por ciento de hogares salvadoreños se encuentran en pobreza en el campo y 27,4 por ciento en las ciudades, lo que junto con la violencia delictiva y otros problemas sociales ha llevado a un alto contingente de la población a emigrar. Estados Unidos, el mayor destino de la migración, viven 2,8 millones de salvadoreños.
Edición: Estrella Gutiérrez
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