Radiografía de un pederasta sin alma
Una niña de 12 años cae en las redes de un ingeniero de 57 a través de Internet
La justicia acaba de imponer al acosador una pena de 29 años de cárcel
M., menor de edad, nunca pudo imaginar que detrás de aquel alias (malochico17) había un auténtico monstruo. Ni que la foto del joven atractivo que su interlocutor exhibía en el chat era tan falsa como su edad (pues no tenía 17 sino 57 años). Con apenas 12 años cumplidos, M. se vio envuelta en una terrible historia que la asustó y agobió hasta caer en una grave anorexia (en varios meses perdió 20 de sus 49 kilos). Y tampoco intuyó que aquel falso joven (un ingeniero nuclear residente en España tras haber trabajado durante 30 años en EE UU) la iba envolver y confundir hasta extremos insospechados. Aún hoy, seis años después, M. trata de olvidar con psicólogos y sexólogos aquella pesadilla.
Manuel Joaquín Blanco (así se llama el ciberacosador y pederasta) se sirvió de sus grandes dotes informáticas para entrar en la vida de M., que empezaba a abrirse a la vida. Tras un año de contactos, acorralada y angustiada, M. pidió ayuda a finales de 2008 a sus padres. Ya no podía más. Ella quería cortar y malochico17 la amenazó con difundir vídeos sexuales que registró sin que ella lo supiera. Y no solo la amenazó; lo hizo. Aunque habían estado juntos en hoteles, él nunca se dejó ver la cara. Siempre la citaba a oscuras en la habitación. En realidad, no sabía quién era aquella persona.
Los padres contrataron a la agencia de detectives JPM, que dio con él y entregó toda su investigación a la Brigada Policial de Delitos Informáticos de Madrid, que la ratificó y elevó al Juzgado de Instrucción 46 de la capital. Fue el principio del fin de este acosador (M. no es la única menor de la que abusó y a la que amargó la vida). Cuando la policía analizó sus ordenadores, halló numerosos vídeos y fotos de niñas a las que había seducido y grabado desnudas y un millar de conversaciones en chats utilizados por menores. Ingresó en prisión y ahí sigue. Continuará muchos años más, ya que la Audiencia de Madrid, en una sentencia de más de 100 folios, acaba de condenarlo a 29 años de cárcel.
El relato judicial de lo vivido por dos niñas de 12 y 13 (una de ellas era M.) es la radiografía de un desalmado cuyas víctimas pusieron el vello de punta al tribunal. M contactó casualmente en septiembre de 2007 en un chat con malochico17. Le cayó bien y se dieron sus claves para seguir hablando en el Messenger. El pederasta mostraba en su perfil una foto de un atractivo chico de 17 años. Tras algunas conversaciones aisladas pasaron a dialogar a diario. M. confiesa que se quedó “enganchada” tras decirle Manuel Joaquín que se había “enamorado”. Entonces el acosador empezó a pedirle fotos desnuda (“todas las chicas las envían”, le decía), y que le pusiera la cámara web y se masturbara (“yo también lo hago”, aseguraba). En ese momento la grababa, pero él no ponía su webcam. “Todo fue una presión envolvente de la que no me daba cuenta”, resumió la joven ante la Audiencia. “Jamás me dijo que me hubiese grabado desnuda, ni yo le autoricé”, añadió. Tras los primeros contactos en Messenger, ella accedió a darle el móvil. “Pronto me pidió un encuentro, aunque me dijo que debíamos esperar a que yo tuviera 13 años porque si no era un delito...”. Quedaron un 31 de mayo, pero M. sintió miedo y le pidió más tiempo. Finalmente se vieron en junio de 2008.
Él lo tenía todo planeado. Para que ella no viera que no era aquel chico de 17, ideó un juego.
“Vendrás directa a la habitación, y yo te esperaré en la cama a oscuras, sin vernos, será más morboso”. Y así fue. El primer día solo hubo besos y caricias. La penetración llegó en la siguiente cita. “Me dolió mucho pero me dijo que tenía que aguantarme”. La historia se repitió varias veces más. Un día, cuando ella iba a abandonar la habitación, encendió la luz sin querer. Él se tapó, pero M. tuvo el tiempo de ver su verdadero rostro. Decidió cortar la relación coincidiendo, además, con que en esa época conoció a un chico de su edad.
Ahí empezó su pesadilla. Al sentirse rechazado, el pederasta puso en marcha una trama maquiavélica. Gracias a sus grandes conocimientos informáticos, logró acceder a las contraseñas que M. utilizaba en Internet. Y, con otros alias, fingió ser distintos personajes que se le acercaban en el chat al azar. Se hizo pasar, por ejemplo, por una exnovia del chico al que M. había conocido, para que lo dejara. Y no se detuvo ahí: con otro falso alias (lavidente55), y sabiendo que M. creía mucho en lo esotérico, contactaba con ella y la animaba a seguir con Manuel Joaquín (o sea, con él mismo). Ella no lo sabía, pero el pederasta tenía un control absoluto sobre su ordenador y sobre los correos de sus amigos y sus padres. Hasta sabía los distintos seudónimos que se ponía en la red para abordarla con personajes diferentes. “Manuel Joaquín es el hombre de tu vida...”, le reiteró más de una vez embutido en el alias de la vidente, por ejemplo.
Pero al ver que sus tretas no funcionaban, pasó directamente a la acción. Tenía abundantes vídeos sexuales de ambos a través de la webcam y algunos, en penumbra, hechos en el hotel, que el pederasta editó para borrar su cara (la de él) y difundirlos. Incluso le mandó imágenes pornográficas de su hija y él con su cuerpo tatuado pero sin su rostro. Y de ella sola en poses sexuales. Desesperada, M. y sus padres (que estaban separados) se reunieron. Hablaron de todo. Para entonces, M. ya había perdido 20 kilos y no podía pegar ojo por las noches.
Y empezó a amenazarla: “Te mola que te chantajeen, pues eso es lo que has conseguido. Actuaré sin piedad...”. La madre de M. se puso al ordenador y le respondió: “Supongo que a usted le atemoriza vérselas con personas o mujeres de su edad y por eso se ve en la necesidad de atemorizar a una niña...”. El pederasta respondió: “(...) señora, existen docenas de vídeos de su hija...”.
el dispreciau dice: tomar consciencia... hoy, mañana puede ser demasiado tarde... y las marcas persiguen a las víctimas tanto como a sus familiares... a las víctimas directas por heridas que se tornan irrecuperables, y a las indirectas porque los golpea el "no haber estado" cuando las circunstancias lo reclamaban. DICIEMBRE 03, 2013.-
Manuel Joaquín Blanco (así se llama el ciberacosador y pederasta) se sirvió de sus grandes dotes informáticas para entrar en la vida de M., que empezaba a abrirse a la vida. Tras un año de contactos, acorralada y angustiada, M. pidió ayuda a finales de 2008 a sus padres. Ya no podía más. Ella quería cortar y malochico17 la amenazó con difundir vídeos sexuales que registró sin que ella lo supiera. Y no solo la amenazó; lo hizo. Aunque habían estado juntos en hoteles, él nunca se dejó ver la cara. Siempre la citaba a oscuras en la habitación. En realidad, no sabía quién era aquella persona.
Los padres contrataron a la agencia de detectives JPM, que dio con él y entregó toda su investigación a la Brigada Policial de Delitos Informáticos de Madrid, que la ratificó y elevó al Juzgado de Instrucción 46 de la capital. Fue el principio del fin de este acosador (M. no es la única menor de la que abusó y a la que amargó la vida). Cuando la policía analizó sus ordenadores, halló numerosos vídeos y fotos de niñas a las que había seducido y grabado desnudas y un millar de conversaciones en chats utilizados por menores. Ingresó en prisión y ahí sigue. Continuará muchos años más, ya que la Audiencia de Madrid, en una sentencia de más de 100 folios, acaba de condenarlo a 29 años de cárcel.
El relato judicial de lo vivido por dos niñas de 12 y 13 (una de ellas era M.) es la radiografía de un desalmado cuyas víctimas pusieron el vello de punta al tribunal. M contactó casualmente en septiembre de 2007 en un chat con malochico17. Le cayó bien y se dieron sus claves para seguir hablando en el Messenger. El pederasta mostraba en su perfil una foto de un atractivo chico de 17 años. Tras algunas conversaciones aisladas pasaron a dialogar a diario. M. confiesa que se quedó “enganchada” tras decirle Manuel Joaquín que se había “enamorado”. Entonces el acosador empezó a pedirle fotos desnuda (“todas las chicas las envían”, le decía), y que le pusiera la cámara web y se masturbara (“yo también lo hago”, aseguraba). En ese momento la grababa, pero él no ponía su webcam. “Todo fue una presión envolvente de la que no me daba cuenta”, resumió la joven ante la Audiencia. “Jamás me dijo que me hubiese grabado desnuda, ni yo le autoricé”, añadió. Tras los primeros contactos en Messenger, ella accedió a darle el móvil. “Pronto me pidió un encuentro, aunque me dijo que debíamos esperar a que yo tuviera 13 años porque si no era un delito...”. Quedaron un 31 de mayo, pero M. sintió miedo y le pidió más tiempo. Finalmente se vieron en junio de 2008.
Él lo tenía todo planeado. Para que ella no viera que no era aquel chico de 17, ideó un juego.
“Vendrás directa a la habitación, y yo te esperaré en la cama a oscuras, sin vernos, será más morboso”. Y así fue. El primer día solo hubo besos y caricias. La penetración llegó en la siguiente cita. “Me dolió mucho pero me dijo que tenía que aguantarme”. La historia se repitió varias veces más. Un día, cuando ella iba a abandonar la habitación, encendió la luz sin querer. Él se tapó, pero M. tuvo el tiempo de ver su verdadero rostro. Decidió cortar la relación coincidiendo, además, con que en esa época conoció a un chico de su edad.
Ahí empezó su pesadilla. Al sentirse rechazado, el pederasta puso en marcha una trama maquiavélica. Gracias a sus grandes conocimientos informáticos, logró acceder a las contraseñas que M. utilizaba en Internet. Y, con otros alias, fingió ser distintos personajes que se le acercaban en el chat al azar. Se hizo pasar, por ejemplo, por una exnovia del chico al que M. había conocido, para que lo dejara. Y no se detuvo ahí: con otro falso alias (lavidente55), y sabiendo que M. creía mucho en lo esotérico, contactaba con ella y la animaba a seguir con Manuel Joaquín (o sea, con él mismo). Ella no lo sabía, pero el pederasta tenía un control absoluto sobre su ordenador y sobre los correos de sus amigos y sus padres. Hasta sabía los distintos seudónimos que se ponía en la red para abordarla con personajes diferentes. “Manuel Joaquín es el hombre de tu vida...”, le reiteró más de una vez embutido en el alias de la vidente, por ejemplo.
Pero al ver que sus tretas no funcionaban, pasó directamente a la acción. Tenía abundantes vídeos sexuales de ambos a través de la webcam y algunos, en penumbra, hechos en el hotel, que el pederasta editó para borrar su cara (la de él) y difundirlos. Incluso le mandó imágenes pornográficas de su hija y él con su cuerpo tatuado pero sin su rostro. Y de ella sola en poses sexuales. Desesperada, M. y sus padres (que estaban separados) se reunieron. Hablaron de todo. Para entonces, M. ya había perdido 20 kilos y no podía pegar ojo por las noches.
Amenazas a la madre
El pederasta Manuel Joaquín Blanco mostraba una crueldad sin límites en los correos electrónicos que envió a M., de solo 12 años, para que esta no le dejara. En una ocasión, la menor estaba en el Messenger acompañada de su madre cuando irrumpió el pederasta. Él no lo sabía, pero la policía ya seguía sus pasos. Ingeniero y experto en informática, creía que nunca darían con su identidad. Hablaba desde un ordenador en Tarragona y exigía a la menor un nuevo encuentro.Y empezó a amenazarla: “Te mola que te chantajeen, pues eso es lo que has conseguido. Actuaré sin piedad...”. La madre de M. se puso al ordenador y le respondió: “Supongo que a usted le atemoriza vérselas con personas o mujeres de su edad y por eso se ve en la necesidad de atemorizar a una niña...”. El pederasta respondió: “(...) señora, existen docenas de vídeos de su hija...”.
el dispreciau dice: tomar consciencia... hoy, mañana puede ser demasiado tarde... y las marcas persiguen a las víctimas tanto como a sus familiares... a las víctimas directas por heridas que se tornan irrecuperables, y a las indirectas porque los golpea el "no haber estado" cuando las circunstancias lo reclamaban. DICIEMBRE 03, 2013.-
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