martes, 30 de marzo de 2010

MALVINAS, donde el viento duele...

A cuatro kilómetros de Puerto Argentino, el cañón 0024, de 105 mm., fabricado en 1968, todavía sigue de pie, como esperando a alguien.

LITERARIA
Malvinas: ocho miradas sobre un asunto inconcluso

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Domingo 28 de Marzo de 2010 | Dos militares que se enfrentaron en la batalla más cruenta de la guerra, un analista político, un escritor, una especialista en relaciones internacionales, un historiador, un periodista que estuvo en las islas y uno de los primeros argentinos en desembarcar reflexionan sobre el conflicto armado de 1982, la reciente crisis diplomática entre Inglaterra y la Argentina, los errores estratégicos, las heridas, la memoria, el olvido y las dificultades para procesar una cuestión que sigue abierta.
Por James Neilson
Para LA GACETA - Pinamar


A diferencia de los nacionalistas europeos que suelen privilegiar las diferencias lingüísticas auténticas y las -a menudo hipotéticas- diferencias raciales entre los distintos países, sus epígonos sudamericanos están obsesionados con el ideal de la integridad territorial. No les importa tanto el valor económico de las tierras disputadas cuanto lo que simbolizan, razón por la que la Argentina y Chile casi fueron a la guerra por algunos islotes inhabitables del canal del Beagle. El que los problemas de sus países respectivos nunca tuvieran nada que ver con la escasez de espacio vital o de recursos naturales les parece un detalle que sería indigno mencionar.

Aunque las Malvinas sí poseen cierto valor económico y, es de suponer, "estratégico", la voluntad de la mayoría de los argentinos de apoderarse de ellas tiene muy poco que ver con intereses materiales. Caso contrario, les sería claramente mejor llegar a un acuerdo mutuamente provechoso con el Reino Unido para explotar el petróleo -si es que lo encuentran las empresas que están buscándolo- de lo que sería continuar agitando el tema. Pero sucede que desde el punto de vista de quienes sueñan con ver la bandera argentina flameando sobre las islas, una solución de tal tipo equivaldría a una derrota y por lo tanto sería peor que el statu quo. Lo que quieren es triunfar sobre los británicos: lo último que les interesa es la posibilidad de un empate decoroso.
Los nacionalistas no se cansan de recordarnos que detrás del conflicto hay siglos de hostilidad entre el mundo hispánico y el anglosajón, entre los beneficiados por el Tratado de Tordesillas y los excluidos por la voluntad pontificia del reparto del hemisferio occidental e incluso, por parte de los más eruditos, entre los herederos de Roma y los bárbaros germánicos del Norte. También puede detectarse el deseo, compartido por otros en América latina, de figurar como víctimas del imperialismo, lo que es bastante raro ya que de no haber sido por el imperialismo no existirían ni la Argentina ni las demás repúblicas de la región. Se trata de una especie de rebelión psicológica contra el hecho de que, mal que les pese, quienes dominan buena parte de América latina sean los descendientes de colonos blancos.

Con cierta frecuencia, al gobierno de turno se le ocurre que ha llegado la hora para poner en marcha una nueva ofensiva diplomática. Es lo que acaba de hacer el de la presidenta Cristina Kirchner so pretexto de que los británicos se han propuesto explotar el petróleo que según algunos yace en las profundidades del mar que rodea el archipiélago, aunque, como muchos han señalado, en vista de la implosión del kirchnerismo la maniobra sabe a oportunismo.

Los resultados de esta, la enésima embestida, han sido ambiguos. Por un lado, el país recibió el apoyo de otros mandatarios latinoamericanos y antillanos, lo que sin duda es muy grato.

Por el otro, los británicos reaccionaron hablando de una reanudación de la guerra de 1982, algo que, por fortuna, es muy poco probable porque desde entonces la Argentina se ha desarmado. Otra consecuencia negativa para quienes preferirían ver el fin del conflicto fue que alarmó a los isleños. Si bien la "política de seducción" emprendida por el presidente Carlos Menem y el canciller Guido di Tella ha merecido el ridículo de casi todos, fue tal vez la única que, andando el tiempo, podría resolver el diferendo de forma no traumática.

Cuando es cuestión de territorio, los británicos son pragmáticos. No están dispuestos a defender con uñas y dientes todo centímetro cuadrado de sus posesiones. Se han acostumbrado a abandonarlas. En el Reino Unido, hay muchos conservadores y socialistas que aceptarían un arreglo negociado que garantizara los derechos de los isleños, pero su tesis no podrá imponerse mientras la Argentina les parezca un país nada confiable gobernado por personajes agresivos y corruptos. Es una cosa un arreglo entre amigos, otra muy distinta uno entre enemigos jurados.

Un motivo de la tenacidad británica cuando es cuestión de las islas es el desprecio indisimulado por los isleños, los "kelpers", de las elites políticas, y en menor medida culturales y económicas, todas de mentalidad urbana y proclives a desdeñar a quienes viven en el campo, de la Argentina, la que no obstante sus dimensiones insólitas es uno de los países más urbanizados del planeta. Aunque los ancestros de una proporción muy significante de los isleños llegaron a las Malvinas bien antes de que se afincaron en la Argentina aquellos de Néstor Kirchner, los Menem y muchos otros prohombres nacionales, demasiados los tratan como si fueran meros turistas, "okupas" que deberían ser desalojados cuanto antes.

Fuera de América latina, la postura argentina es vista con cierta incredulidad, ya que en Europa, Asia y, sobre todo, África, se entiende que cualquier intento de restaurar las fronteras de dos siglos atrás provocaría el caos. Por lo demás, los no europeos saben muy bien que sus nacionalistas militantes podrían esgrimir los mismos argumentos que se emplean aquí contra la presencia de los isleños en Malvinas para denunciar la posesión argentina, chilena, peruana, ecuatoriana, colombiana, venezolana y brasileña de lugares reclamados por los "pueblos originarios". En efecto, de concretarse la tan añorada "descolonización" de las Malvinas, los activistas indígenas se sentirían tentados a redoblar sus esfuerzos por conseguir resultados similares, en base a principios idénticos, en territorios que fueron robados de sus ancestros por intrusos que no manifestaron respeto alguno por los derechos que suelen reivindicar líderes latinoamericanos cuando peroran ante asambleas internacionales.
© LA GACETA [TUCUMÁN]

James Neilson - Periodista y analista
político. Columnista de la revista
"Noticias", ex director del diario
"The Buenos Aires Herald".



II
La guerra y nuestra inconsecuencia
Domingo 28 de Marzo de 2010 | Por Abel Posse -Para LA GACETA - Buenos Aires
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La frivolidad de los argentinos se pone a prueba otra vez en el Atlántico Sur. Los ingleses instalan su maquinaria extractora de petróleo. Aunque el tango diga que veinte años no es nada, los británicos demuestran que, pasadas casi dos décadas de las batallas, ellos cumplen con el continuo de su política de Estado y se preparan a cosechar el fruto de aquellas victorias, como un legado de sus muertos.

Por nuestra parte, negamos "como una locura" la Guerra por las Malvinas irredentas. Se movilizó el país aburrido con la pasión de reeditar un coraje guerrero sepultado desde el siglo XIX. La trampa y la mediocridad expuestas, ante el coraje fundador…
Habíamos reclamado durante siglo y medio. Por fin se produjo: el 2 de abril nos despertamos pisando el suelo volcánico de nuestras Malvinas después de un ciclo de 16 años de chicanas británicas desde que se recomendó, por aplastante mayoría mundial, la correspondiente descolonización.

Fue una operación militarmente admirable. Se aprovechó en forma brillante el factor sorpresa en tiempos de descarado espionaje satelital y del otro. Los argentinos en pocas horas reconquistaron el bastión sin el costo sangriento presumible. La primer etapa la ejecutó el almirante Büsser, hoy elogiado por los historiadores extranjeros. La aviación cumplió hazañas que realzan la fibra de coraje y entrega patriótica de un pueblo nacido para un destino mayor.

La reacción de entusiasmo nacional fue triunfalista y casi unánime. La acción de los militares fue aplaudida por nueve de cada diez dirigentes políticos, sindicales y ciudadanos. Sería bueno que el lector recorriese los diarios de esos días "altos y vibrantes". Se reconocía que era una guerra justa realizada con una acción fulmínea e indolora.


Recuerde, lector: Pierina Dealessi, los donativos y colectas en las oficinas, el postre Malvinas, las señoras de Barrio Norte tejiendo los pulóveres marciales, aquellos gritos en las redacciones y en los cafés cuando se hundía al Sheffield o a algún otro exponente de la "perfidia inglesa". Malvinas fue el único grito que superó al de algún gol de Maradona en el Mundial. Se aclamó a Galtieri en la Plaza de Mayo y fuera de ella. El acto de fuerza justiciera y nacional se sobrepuso a la conducción de una dictadura cuya "guerra antisubversiva" también fue aprobada tácita o expresamente por una mayoría significativa. En todo caso, en aquellos días esto no frenó el entusiasmo y la cohesión nacional. Hoy, dada nuestra doblez, resulta difícil recordar que nuestra explosión fue de país sano y fuerte. Una reacción honestamente patriótica que dejaba en el plano secundario la ilegitimidad esencial del poder. Habría que ser muy hipócrita para fingir olvido de aquél entusiasmo nacional, unánime y unitivo y desentendernos de la derrota atribuyendo el resultado al general Galtieri como el autor de una travesura.

(En la batalla mayor de la Segunda guerra Mundial, la de Stalingrado, los rusos y los alemanes murieron sin pensar que el jefe de unos era Hitler y el de los otros Stalin…) En el plano latinoamericano, nuestra guerra cobró una dimensión fundacional, en el sentido de asentar una conciencia de cultura y de sentimiento solidario que nos parecía ya parte del sueño de los Libertadores.

Pronto la fiesta de la guerra viró en contra de nuestra inexperiencia. La táctica diplomática de "las tres banderas" era una sutileza inaplicable para nuestra euforia de advenedizos del azar bélico.

Nuestros pilotos navales y de la aeronáutica conmovieron al mundo con sus proezas. Pero el aparato de conducción militar siguió estúpidamente dividido. El comandante en las islas que había jurado vencer o morir terminó rindiéndose. Los ingleses habían conseguido de los norteamericanos el arma clave para acabar en horas con nuestra aeronáutica. El hundimiento del Belgrano por un submarino nuclear puso en evidencia nuestra endeblez e indecisión en el arma naval. Este hecho concluyó con las esperanzas de soluciones diplomáticas. (Los ingleses demostraban que siguen a Churchill: En la guerra, determinación…)

Después, la enfermedad argentina: dicen avergonzarse de semejante hecho, lloran oblicuamente y fuera de fecha a sus muertos, descubren que los gobernantes eran de facto y dictadores. Se olvidan minuciosamente de aquel fervor... Es la Argentina pequeña, incapaz de concederles la palabra gloria a sus muertos por la Patria. Tan eufóricos en aquellas victorias como ambiguos después, en la derrota.

Lo más grave del episodio Malvinas no es haber perdido lo que con el tiempo sólo será una batalla, sino la enfermedad de no saber defender lo que hicimos con la frente alta y con júbilo de convencidos de una verdad histórica y casi andar susurrando disculpas a los usurpadores, los enemigos…

Perdimos veinte años echándole la culpa a otro, a Galtieri, a los militares. Como perdimos, nos desentendemos y ni siquiera tenemos presencia militar y económica en el Atlántico nuestro. ¿Podremos zafar de nuestra frivolidad? ¿Podremos imponer un sentimiento de Patria en este y en tantos otros temas? Porque Malvinas sigue siendo una política de Estado regada, consagrada por la vida de nuestros soldados. Y esas jornadas grandes, de lucha por nuestra tierra ocupada, no merece el silencio tembloroso y el intento de meter el tema como un episodio errado de los otros… Todos los jefes políticos, la prensa, los jóvenes y los viejos, los empresarios y todos los sindicatos fueron recorridos por esa honda que sacudió la laguna de mediocridad de esta Argentina que traiciona su ser y su voluntad recóndita.
© LA GACETA [TUCUMÁN]

Abel Posse - Novelista y diplomático.
Su último libro es "Cuando muere
el hijo" (Emecé, 2009)



III
Las islas de la memoria enterrada
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Domingo 28 de Marzo de 2010 | Toda costa es, en sí misma, el fin del mundo, un "finis terrae". Por ello mismo es, a la vez, el inicio del cielo. Sin embargo, las costas de las Malvinas representan, más bien, el comienzo del infierno.

Por Alvaro José Aurane
Para LA GACETA - Tucumán


El pasado está sepultado en las Malvinas. LA GACETA lo advirtió hace dos años, cuando puso pie en las islas. En la capital no hay ruinas del enfrentamiento que duró 74 días. Los sitios y los edificios que fueron dañados han sido restaurados o reconstruidos. No hay cicatrices en el Puerto Argentino, cuyos actuales ocupantes llaman de otro modo.

Por supuesto, la guerra no ha sido olvidada, pero sus recuerdos oficiales han sido civilizados. Frente al edificio del Secretariado, donde se firmó la rendición de las tropas nacionales se alza el 1982 Liberation Memorial. Fue construido por los isleños "en memoria de aquellos que nos liberaron - 14 de junio de 1982", según consigna en inglés en una enorme placa. Alrededor del monumento están escritos los nombres de los 255 militares y de los tres civiles que perecieron entonces. Por ellos, además, existe el Memorial Wood 1982, un bosque en el que plantaron 258 árboles, por obvias razones.

Coherentemente, en las inmediaciones de la capital de las islas, los vestigios de la guerra que no han podido ser abolidos se hacen presentes, literalmente, sin aparecer. Son las 20.000 minas antipersonales regadas en 117 campos. Todas bajo tierra.
Las islas de la memoria enterrada sólo admiten la excavación periodística.

La cacería
Se calcula que hasta un 30% de la artillería empleada durante la guerra entre la Argentina y Gran Bretaña se encuentra todavía en el suelo de las islas. A escasos cuatro kilómetros de la capital, la Cresta del Telégrafo testimonia que ese porcentaje es mucho más que una presunción. Wireless Ridge es como los comunicados oficiales de ambos países llaman a ese espolón de piedra, que es una fosa común a cielo abierto para los incontables restos de artillería pesada argentina en descomposición. Entre ellos se destaca un cañón de 105 milímetros, fabricado en el país en 1968. Pareciera custodiar las cuevas adyacentes que sirvieron de refugio a los conscriptos argentinos, que dejaron ahí latas de Mirinda, envases de mermelada Fanacoa y pilas medianas de Everready.

La de Cresta del Telégrafo es la última de las "Batallas en Puerto Argentino". Comenzó en los primeros minutos del 14 de junio y a las 13 de ese día, las tropas británicas entraban a la capital para rebautizarla como Stanley. En el mismísimo suelo malvinense, Walter Acevedo, Julio Villafañe, Walter Héctor Stefenon y Héctor Alejandro Rey, integrantes del Centro de Ex Combatientes de las Islas Malvinas (Cecim) de La Plata, reconstruyeron esas horas de horror que vivieron en carne propia. Porque a Wireless Ridge se replegaron los compatriotas que venían de las montañas Longdon, Harriet, Dos Hermanas, Williams y Tumbledown, cuando esas posiciones ya habían caído en manos de los ingleses.

"Muchos podrán no estar de acuerdo, pero con algunos compañeros siempre decimos que estamos vivos porque esa noche los ingleses no nos quisieron matar", le confesó Acevedo a LA GACETA. "No sé si es tan así, Walter", le reprochó Rey. "Cómo no va a ser así -contestó Acevedo, que completó su alegato helando la sangre-. Si ellos parecía que estaban cazando perdices…".

Alto, lejos del cielo
Desde la cresta se divisa, distante seis kilómetros, al rocoso Monte Longdon. Hace 28 años, lo dominaban las tropas argentinas del regimiento 17. Pero desde la mañana del 12 de junio de 1982 quedó en manos de los soldados británicos, luego de la más sangrienta batalla que tuviera lugar durante la guerra de Malvinas. En 12 horas de lucha sin cuartel perdieron la vida allí 23 ingleses y 29 argentinos. Hubo 97 heridos. Y también crímenes de guerra contra nuestros compatriotas, según revelaron luego ex oficiales británicos. Ahora, todo está cubierto por un bosque de cruces y flores negras de metal. Los ex combatientes ingleses dejan ahí desde las botellas del whisky con el que quieren ahogar las pesadillas, hasta imágenes de Buda, a quien -según consta en el libro de visitas guardado en una caja de metal- le agradecen por salvarlos del suicidio.

En sus recovecos, donde el viento del mar congela todo lo que toca, hasta el más pintado se queda sin aire. Entre cajas de munición y casquillos de cobre, aparece un objeto que quita el aliento. Una cosa casi maldita redimensiona todo el lugar, mueve el tiempo hacia atrás, y devuelve al lugar las explosiones, la negra noche, los gritos, las corridas y los tiros, el miedo infinito, la desesperanza, los dolores y una tristeza inconmensurable. Es una plantilla de goma. De un borceguí. Marca Flecha. Con un jirón de lona. Es talle 42. Dice Industria Argentina. Y dice "pobrecito" el guía que acompaña a LA GACETA.

Lo que Dios conoce
Hay que cruzar toda la geografía de lo que los isleños llaman East Island para llegar al lugar donde, en buena medida, podría decirse que todo comenzó. Pero sólo los que conocen el terreno pueden notarlo, porque el lugar parece una campiña de ensueño. Sin embargo, el paisaje debería estar interrumpido por una escuela. Pero de ella queda nada: se la llevó la primera batalla de la Guerra de Malvinas. El de Pradera del Ganso (Goose Green para sus ocupantes) fue también el enfrentamiento más largo: duró 33 horas, entre la madrugada del 28 de mayo y el mediodía del 29. Ahora, ya ni gansos hay por allí. Queda, eso sí, una triste coincidencia. Ese mismo 28, los militares argentinos emiten el comunicado número 100: "el Estado Mayor Conjunto comunica que oportunamente requirió de la ciudadanía que toda contribución de bienes al esfuerzo de consolidar la soberanía argentina en las Islas Malvinas, Georgias del Sur y Sandwich del Sur fuera canalizado en efectivo a través del Fondo Patriótico".
En el camino, en ciertos tramos, aparece la silueta de la costa de la isla Gran Malvina, que los isleños llaman simplemente West Island.

A unos pocos kilómetros de la Pradera del Ganso está el cementerio de los argentinos, en Darwin, con sus 230 cruces clavadas en la tierra yerma. En los mármoles al pie de cada una, puede leerse el nombre de cada fallecido. Con la gruesa excepción de 122 tumbas, en donde se lee "Soldado argentino sólo conocido por Dios". Como marco, hay 24 mármoles negros de fondo, a los lados de la Cruz Mayor. Contienen los nombres de 649 soldados que dejaron la vida en las islas. Y con ello, todo lo que fueron. Y lo que pudieron llegar a ser. El hecho en sí agrega otra cifra a la controversia sobre el número de bajas. No son ni los 653, ni los 694, ni los 750 de los que el periodismo argentino habló en periódicos y en libros, ni tampoco los 655 mencionados por la prensa británica.

Eso sí, de algo no cabe dudas: cuando se está dentro de esa necrópolis, esa isla, más que nunca, se llama Soledad.

Felices los chicos
De regreso a la maquillada capital, los testimonios de sus actuales moradores perfilan la magnitud de las arrugas que tanto se quieren ocultar en el archipiélago. Arlette Betts confesó haber sido repudiada por sus vecinos tras ser anfitriona de argentinos 17 años después de la guerra.

María Abriani, la primera argentina en tener hijos de un malvinense después del conflicto, reveló que las autoridades malvinenses le prohibieron dar a luz en el archipiélago: en el mejor de los casos, podía dar a luz a Jack pero anotarlo como "NN". Su esposo, el artista plástico James Peck, maldijo el tsunami materialista que ahogó, después de la conflagración, las islas donde nació. En su obra, los rostros de los soldados argentinos, "sus gestos traumatizados", son recurrentes. Tanto como el recuerdo de los momentos en que esas caras se ponían felices: ocurría cuando él, que en tiempos de la guerra tenía 13 años, le regalaba golosinas a los uniformados de 18 años. Porque él se mira hacia adentro y se descubre como un chico que le regalaba caramelos a otros chicos vestidos de soldados.

Se dice de ellos
Malvinas es agua, playa, cielo, casas blancas. Es mar atlántico, viento y América. Es mar, miedo, cuco, grito, llanto, raza. Es un montón de cosas santas mezcladas con cosas humanas.Por ello, todavía alberga sorpresas. Como las que enseña Anthony Smith, el guía de LA GACETA en las incursiones por las islas.

"La guerra fue terrible para nosotros. Sin embargo, pudo ser peor -asevera-. Pero Menéndez (en referencia al general Mario Benjamín Menéndez) fue un hombre razonable. Pudieron morir muchos civiles, pero no fue así".

Es decir, al hecho de que los soldados argentinos fueron mejor tratados por los oficiales ingleses que por los de la Argentina (denunciado hasta el paroxismo y confirmado por Acevedo, Villafañe, Stefenon y Rey), se sumaba el de que los oficiales argentinos trataban a los isleños mejor que a los conscriptos que tenían a cargo. Pero en la segunda parte de la sincera confesión es donde empieza y termina de plasmarse todo el cuadro. "Sabíamos de los desaparecidos en la Argentina y pensamos que venían por nosotros. Había muchísimo temor -rememora-. Me acuerdo que pensaba: ’Si hacen eso con su gente, ¿qué harán con nosotros?’".

Lo peor del caso es que esta es la parte de la historia que escribieron los que ganaron.

Alvaro José Aurane - Licenciado en Comunicación Social, editor de Política y columnista de LA GACETA, profesor de Historia Contemporánea en la UNSTA.


IV
Un panteón incómodo
Domingo 28 de Marzo de 2010 | Por Federico Lorenz -Para LA GACETA - BUENOS AIRES

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Como sembrados por gigantes, en cada rincón de la república Argentina hay monumentos a los caídos en Malvinas. Imponentes o discretos, religiosos o laicos, en la Patagonia, en el Norte, en la Mesopotamia, asoman como reconvenciones para recordarnos a quienes murieron a manos de los británicos, en una guerra provocada por la dictadura militar más sangrienta de nuestra historia.

En este año del Bicentenario, deberíamos pensar que la guerra de Malvinas y la dictadura cuestionan el imaginario patriótico en el que nos educamos millares de argentinos. Para combatientes y civiles, tanto la guerra contra Gran Bretaña como la represión ilegal fueron ejecutadas en defensa de estos valores. Ver qué significan, qué se está dispuesto a hacer en nombre de ellos, es aún una discusión no saldada, que muchos zanjan mediante la reducción a la "experiencia" o amparándose en el territorio intangible de lo sagrado.

La principal forma de recordar a los ex combatientes en un relato colectivo fue el de inscribirlo en el discurso patriótico construido desde finales del siglo XIX. En ese sentido, aunque con objetivos distintos, confluyeron las iniciativas de los gobiernos militares y civiles desde 1982. La Ley 24.950 declara a los 649 caídos en Malvinas como Héroes nacionales. ¿Qué es lo que otorga el título de héroe?: haber muerto en la guerra, porque la muerte iguala. La ley deja afuera, sólo por señalar un simple elemento, a quienes murieron después de la guerra, víctimas de sus secuelas físicas, o psicológicas, como es el caso de las decenas de ex combatientes que se suicidaron.

Alrededor del 80% de los combatientes en Malvinas eran jóvenes conscriptos con una historia claramente diferente a la de los militares de carrera, muchos de ellos involucrados en la represión ilegal. Pero la Ley contribuye a una generalización que borra los nexos de muchos de los muertos en la guerra -y, por extensión, de los vivos- con la represión ilegal. El general Martín Balza, veterano de Malvinas y figura central en la profesionalización del Ejército Argentino y su autocrítica en la década del 90, señala esta dualidad: "La prensa en general se ocupó sobradamente de Galtieri y de algunos de sus adláteres, pero demasiado poco de cómo lucharon y murieron nuestros soldados, mientras que los primeros se guiaban por unas ansias de gloria mal habida y llegaron a traicionar a la República disfrazados de honor y patriotismo, los segundos actuaron guiados por un sano sentimiento de Patria".1
Las memorias de la guerra de Malvinas presentan para los argentinos una perturbadora dualidad: aquella consistente en que un anhelo compartido por buena parte del pueblo argentino fue conducido por un gobierno ilegítimo, perpetrador de violaciones sistemáticas a los derechos humanos cuyo juzgamiento sentó jurisprudencia a nivel mundial.

Si el acervo histórico del siglo XIX y las guerras por la independencia ofreció mártires y héroes para canonizar, la apelación a estos recursos, en la posdictadura, no debería ser posible. A causa de los intentos por lavar los crímenes cometidos durante la represión ilegal con algunos de los hechos protagonizados en las islas, la guerra de Malvinas, en consecuencia, también está manchada por esa historia.
© LA GACETA [TUCUMÁN]

Federico Lorenz - Historiador.
Autor de "Malvinas. Una guerra
argentina" (2009), "Fantasmas de
Malvinas" (2008) y "Las guerras
por Malvinas" (2006).


Nota:
1.- Martín Balza, Malvinas. Gesta e incompetencia, Buenos Aires, Atlántida, 2003, p. 8.
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V
Tres interrogantes, tres respuestas y ninguna solución
Domingo 28 de Marzo de 2010 | Por Patricia Kreibohm -Para LA GACETA - Tucumán

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La posición que sostiene la Argentina sobre el conflicto por Malvinas es clara y prácticamente no ha variado a lo largo del tiempo. Fundándose en sus títulos jurídicos, históricos y geográficos, nuestro país reclama su devolución desde que fueron usurpadas por Gran Bretaña, en 1833.

Ahora bien: primer interrogante. ¿El interés de los ingleses por las islas fue siempre el mismo? No. Como se sabe, en la actualidad, la actividad del gobierno británico está motivada por la probable explotación de hidrocarburos en la región; un recurso estratégico escaso y que aún es vital para las potencias desarrolladas. Sin embargo, en el pasado, el interés de Londres, era otro.

La apropiación de Malvinas no fue un hecho aislado ni caprichoso; formó parte del proceso de colonización que -durante la primera mitad del siglo XIX- impulsó a las potencias europeas a buscar territorios fuera del continente y a crear colonias en diversas regiones del globo. En esa época, las Malvinas eran un punto estratégico fundamental y funcionaban como un enclave prioritario dentro del sistema de las rutas marítimas del Imperio. Es más, podría decirse que estas tierras eran vitales para el acceso hacia el Atlántico sur y a las tierras australes. Desde esa perspectiva, su conservación era altamente significativa y determinó la decisión de poblarlas y de integrarlas al Commonwealth.

Segunda pregunta: ¿Por qué el gobierno británico no las devuelve? Básicamente, porque en la dinámica internacional conviven dos realidades. Una que se ajusta al derecho internacional y a las normas éticas, y otra -muy distinta- que se funda en el ejercicio del poder, en las capacidades y en las oportunidades que cada Estado tiene en el juego de la política internacional. Dos realidades -el ser y el deber ser- que conviven, pero que no siempre se corresponden. En otras palabras, Inglaterra -como fiel seguidora del Realismo Político- no devolverá las islas, en tanto y en cuanto no se den tres condiciones: que se sienta obligada a hacerlo; que decida que ya no le interesan o que carezca de la fuerza y la capacidad para conservarlas.

No olvidemos que gran parte de las colonias que se emanciparon del Imperio Británico, lo hicieron después de la Segunda Guerra Mundial, cuando el país se encontraba exánime y no podía sostener su política de ultramar. Por otra parte, también es bueno recordar que Malvinas no es el único punto del globo que aún permanece en manos inglesas: el peñón de Gibraltar, el archipiélago Chagos -en el océano Indico- las islas Georgias y Sándwich del Sur y la isla de Montserrat, en el Caribe, se encuentran en idénticas condiciones.

En tercer término: ¿Qué puede hacer nuestro país ante esta situación? Desde nuestra perspectiva, y como están las cosas, bastante poco. Básicamente, seguir proclamando sus derechos y reclamando su devolución ante las autoridades británicas y los foros internacionales, pero no mucho más. De hecho, desde que la Argentina perdió la guerra, la rigidez británica se ha profundizado, hasta tal punto que -desde hace años- Londres ha decretado que el tema de la soberanía está excluido de las conversaciones bilaterales.

Sin embargo, entendemos que nuestra posición no puede circunscribirse a exigir de vez en cuando -con mayor o menor intensidad- la devolución del territorio. Creemos que esta demanda debería encuadrarse como un eje, dentro del diseño de una política exterior seria, consecuente y constante, que establezca prioridades y mecanismos. Que determine obligaciones y compromisos. En definitiva, una política exterior que supere la gestión desarticulada -y a veces espasmódica- que cada gobierno resuelve -o no- ejecutar con respecto a este tema.

Nadie duda de que el gobierno británico mantiene una ocupación tan injusta como anacrónica y de que la vía de la fuerza es impracticable. No obstante, mientras la Argentina no implemente una política exterior de Estado, integral y coherente; mientras no modifique su imagen, no mejore ciertas conductas y no busque algo más que apoyos efímeros o coyunturales, será muy difícil avanzar en esta materia.

Finalmente, un interrogante fuera de programa: ¿Y qué haríamos los argentinos si los ingleses resolvieran devolvernos las islas? En principio, es probable que lo celebremos efusivamente. ¿Y después? Seguramente, la respuesta a esta pregunta sería materia de otro análisis.
© LA GACETA [TUCUMÁN]

Patricia Kreibohm - Licenciada en
Historia, magíster en Relaciones
Internacionales, profesora titular de
Historia contemporánea de la UNSTA.

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VI
RELATO
En el baile
Domingo 28 de Marzo de 2010 | Por Diego García Quiroga -Para LA GACETA - Ginebra (Suiza)

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A mediados de junio estaban en Tumbledown cubriendo una saliente del perímetro cuando se dieron cuenta que los ingleses habían metido una brecha entre ellos y el resto de la sección.

No tenían comunicaciones, las radios estaban descalibradas y habían agotado las baterías tratando de ajustarlas. Era de noche y Eduardo consideraba replegarse; hacía casi seis horas que aguantaban la posición y los ingleses seguían metiendo gente. Sabía que lo único que podía hacer era demorarlos pero necesitaba verificar las órdenes que tenía porque ahora el enemigo avanzaba hacia el sur, buscando rodear todo el dispositivo. Tenía que cambiar la táctica acordada y decidió mandar al Brujo Quispe como mensajero.

Asomó la cabeza con cuidado y escuchó que alguien se acercaba arrastrándose. Alcanzó a ver que era Numa -que ocupaba otro pozo detrás del suyo- cuando un disparo de mortero explotó entre los dos.

El estallido fue tan violento que Numa quedó atontado. Cuando se recuperó vio a Eduardo con el torso volcado hacia adelante y la cara hundida en la turba. Se acercó y verificó que respiraba. Aliviado, lo empujó hacia adentro del pozo y comenzó a arrastrarse para volver, pero cambió de idea y decidió llegarse al pozo de la derecha, en donde estaban Tony y el Oso.

Ya Eduardo le había dicho que el Oso había recibido un disparo en el hombro.
Cuando Tony vio la sombra que se le acercaba estuvo a punto de disparar, pero la luz de una explosión hizo que mirara mejor. Numa se zambulló de cabeza en el agujero y descubrió que lo que el Oso tenía era un bayonetazo.

- ¿Lo mataste? -preguntó señalando la herida.
- ¡No, cómo se te ocurre! -dijo el Oso riéndose- ¡Lo felicité y lo invité a tomar el té!

Asomó la cabeza al lado de la de Tony. Escuchaban cada vez menos disparos y podían oír voces en inglés. Llegaban desde la retaguardia y se alejaban, pero era muy difícil ubicarlas. La noche era oscura, estaban cansados y el único visor nocturno estaba roto. No había forma de distinguir nada entre las explosiones y por un momento se olvidó de donde estaba, fascinado por el espectáculo de las explosiones contra el cielo negro.

Cada estallido y cada ráfaga de ametralladora iluminaban una imagen y todas juntas parecían una película filmada por un loco. Se le fijaban en la retina como pasa en las pistas de baile, donde cada cuadro es una visión separada del resto.
Le pareció que los ingleses disparaban con pausas más largas y cobrando coraje se arrastró de nuevo hasta el pozo de Eduardo. Llegó casi al mismo tiempo que el Brujo, que venía desde la dirección opuesta.

- ¿Cómo va? -preguntó.
- Creo que no queda nadie -contestó el Brujo sin emoción-. Recorrí cuatro pozos y están todos muertos.
En ese momento Eduardo asomó la cabeza con tanta energía que casi le rompió la cara con el casco.
- ¿Qué pasa? ¿Qué hacen aquí? -preguntó nervioso- ¿Y el resto? Brujo, ¿por qué estás aquí? ¿Qué pasa con tu flanco?
- Nos liquidaron, jefe -dijo Quispe.

De pronto Numa se dio cuenta que nadie disparaba. Todavía había muy poca luz, los colores se confundían pero había claridad suficiente como para ver. Eduardo salió del pozo y les ordenó que recorrieran el perímetro en cuerpo a tierra, pero antes de que se hubiera arrastrado cinco metros se incorporó.

- ¡Agacháte, boludo! -soltó Numa con voz apagada. Eduardo estaba recortado contra la luz precaria, un blanco fácil para el más torpe de los tiradores. No escucharon nada. Ni un disparo. Despacio, se puso también él de pie preguntándose adónde se habrían ido los ingleses.

-Nos pasaron -dijo Eduardo en voz alta- ¡Hijos de puta, nos pasaron!

- ¿Cómo "nos pasaron"? -preguntó Numa.

- ¿No te das cuenta? -Dijo Eduardo, entre asombrado y enfurecido- ¡Nos pasaron! ¡Nos dejaron atrás como quien pasa al lado de un poste, estamos aislados!

Numa empezó a entender. Los ingleses habían pasado por sobre el grupo sin darse cuenta de que todavía estaban ahí. ¿O se habían dado cuenta y no les importaba?
Eduardo estaba furioso, lo que Numa veía como un golpe de suerte increíble, para su amigo era una afrenta personal. La idea de que los ingleses los habían dejado atrás ofendía su orgullo profesional y lo hacía dudar de las decisiones que había tomado durante la noche.

Trató de hacerle entender que los habían sobrepasado aprovechando el bombardeo y solamente porque él estaba knock-out en el fondo del pozo, pero Eduardo sentía que le habían robado la posibilidad de hacer bien su trabajo poniéndolo fuera de combate en el momento más decisivo de la lucha.

Recorrieron las posiciones en el amanecer que no acababa de definirse, atentos a que en cualquier momento un disparo los arrancara de esa situación absurda. Al cabo confirmaron lo que el Brujo había dicho. Aparte de ellos tres, solamente estaban vivos Tony y el Oso. El resto del grupo había muerto luchando, todos habían agotado su munición y en varios pozos se había combatido cuerpo a cuerpo. En algunos pozos había soldados ingleses mezclados con argentinos y varios encuentros se habían resuelto con bayonetas.

Sin necesariamente debilitar la amistad que compartía con Numa, esa mañana marcó a Eduardo y afectó la relación que tenían hasta entonces. Si antes el marino escuchaba con simpatía entretenida las opiniones que el otro dejaba caer sobre el Proceso que había vivido desde lejos y sobre el futuro del país, a partir de entonces se volvió menos flexible y más exigente.

Algo se endureció dentro de él y su conversación perdió soltura. La responsabilidad que lo unía al grupo era una relación casi física y frente a sus hombres muertos supo que jamás iba a olvidar lo que veía. Su mundo se volvió blanco y negro como el paisaje en el que él y sus compañeros se movían, igual que piezas olvidadas sobre un tablero de juego.

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VII
Los dos lados de la batalla


Domingo 28 de Marzo de 2010 | Hoy viven a 11.000 kilómetros de distancia. Uno en Tucumán y el otro en Oslo. Pero hace 28 años estuvieron a pocos metros y enfrentados, en medio de la batalla más cruenta de la guerra de las Malvinas. El primero comandaba una compañía de soldados argentinos. El segundo, un regimiento gurkha del ejército inglés. Aquí ofrecen sus versiones de una experiencia extrema.

Entrevista a Mike Seear

"Un campo de batalla es el lugar más terrorífico que se pueda imaginar"


Mike Seear es consultor en manejo de crisis, escritor y mayor retirado del ejército inglés. En Malvinas, comandando el temido séptimo batallón gurkha (los gurkhas son soldados nepaleses reclutados por el ejército inglés), participó en algunos de los combates más intensos de la guerra, como el de Tumbledown. En Pradera del Ganso su grupo encontró las pertenencias del cabo Nicolás Urbieta y, entre ellas, unas cartas sin enviar que luego Seear, ya en Gran Bretaña, haría traducir. El soldado argentino narraba allí su traumática experiencia en las islas. Esas cartas impulsaron a Seear a escribir un libro (Con los gurkhas en las Falklands: un diario de guerra) y cartas a los destinatarios que figuraban en las de Urbieta. Eso posibilitó que los dos veteranos se conocieran finalmente en la Argentina. Ese encuentro fue el primero de una larga serie que Seear tuvo con quienes habían sido sus adversarios. En Oslo, donde vivía, conoció a Diego García Quiroga, uno de los primeros argentinos que pisó Malvinas en 1982. Ambos organizaron una convención en la Universidad de Nottingham, en 2006, en la que se reunieron veteranos argentinos e ingleses junto a un grupo de sociólogos, politólogos, psicólogos, juristas y estrategas militares para analizar la guerra. De ese cruce de ópticas diversas derivó el libro Hors de combat: El conflicto Falklands-Malvinas en retrospectiva. Actualmente está escribiendo su tercer libro sobre Malvinas, en el que señala que el intercambio de experiencias entre ex combatientes es la mejor forma de superar la traumática experiencia que es toda guerra.

- ¿Cómo lo marcó Malvinas?
- Fue un punto de quiebre en mi vida. Tenía 35 años en ese entonces y, aunque había enfrentado al IRA en Irlanda del Norte en numerosas oportunidades, no podía creer que estaba en un campo de batalla, que es el lugar más terrorífico que se pueda imaginar. Fue una experiencia total que duró diez largas semanas -pero también toda la vida-, una experiencia que no puede circunscribirse al teatro de operaciones. Uno debe enfrentar sus miedos y a muchas personas, incluyendo a los de su propia familia, antes de meterse en la guerra. Se trata de un acontecimiento incomparable con cualquier otro de los que viví antes o después.

- ¿Qué se siente en medio de una batalla?
- Yo estaba muy asustado antes de entrar en combate. Pero, increíblemente, cuando empezó, actué como si estuviera en "piloto automático". No obstante, el miedo volvió la última noche de la guerra, cuando todo mi batallón quedó atrapado, en la ladera norte del monte Tumbledown, en medio de un intenso bombardeo de artillería y de morteros que duró una hora. Mi adrenalina estaba tan alta que neutralizó la fatiga por falta de sueño a raíz de varias noches que habíamos estado bajo fuego. Eso me permitió actuar razonablemente bien. Pero la última noche de la guerra fue lo más parecido al infierno de Dante.

- Las cartas del cabo Urbieta lo llevaron a conocer a muchos veteranos argentinos.
- Desde 2002 visité cuatro veces la Argentina, necesitaba ver a mis viejos enemigos. Para mí, no era bueno seguir preguntándome quiénes eran sin hacer el intento de conocerlos realmente.

- Además de veteranos argentinos que habían sido conscriptos en el 82, conoció a altos oficiales, como Mario Benjamín Menéndez (máximo jefe de las tropas argentinas) y Carlos Robacio (dirigió al batallón de infantería de marina 5, el más elogiado por las tropas inglesas).
- En el año 2007, Robacio vino con ocho veteranos más a mi hotel en Buenos Aires. Todos pertenecían al pelotón que nos había lanzado más de 600 bombas de mortero en la batalla de Tumbledown. Les dije que podía certificarles que sus disparos habían sido muy precisos, ya que por muy poco no me habían matado, y que los felicitaba por su profesionalismo. Ellos me contestaron que, después de la humillante experiencia de haber enfrentado a sus compatriotas al perder la guerra, escuchar las felicitaciones de su viejo enemigo no podía resultar más reconfortante. También me entrevisté con Menéndez, durante casi una hora en la que me brindó su visión íntima del conflicto. Pienso que la guerra, la derrota, le siguen pesando. Pero a mí me dejó una buena impresión.

- Está escribiendo su tercer libro sobre Malvinas. ¿Qué le quedó por decir?
- Narrar las batallas de la guerra, y también las de la posguerra, desde los dos lados. Examino minuciosamente un combate como el del Tumbledown, en el que se peleó cuerpo a cuerpo, y también la forma en que muchos veteranos británicos y argentinos se reconciliaron entre sí y con sus pasados. Quienes vivieron una guerra tienen, después de todo, un lazo único: la marca de la batalla. En 2007, después de 25 años, viajé a las islas junto a 218 veteranos ingleses, muchos de los cuales me aportaron sus experiencias personales. Lo que hice con esos testimonios fue unirlos con los de veteranos argentinos, y con mis propias investigaciones, intentando reflejar las distintas caras del conflicto.

- ¿Qué opina de la reciente crisis diplomática en torno a las islas?
- La disputa entre Inglaterra y la Argentina en torno a la búsqueda de petróleo en las Falklands-Malvinas solamente sirve para resaltar la inacción que hubo en torno a todo intento de lograr un acuerdo político sobre el futuro de las islas. Ha pasado una generación desde 1982 e Inglaterra sigue manteniendo una costosa base militar, con 1.000 efectivos, como elemento disuasivo frente a una eventual amenaza argentina de recuperar las islas. Aunque sigo estando en desacuerdo con las acciones militares argentinas de 1982, que no le dejaron a Inglaterra otra opción que la reacción militar, también creo que es responsabilidad del vencedor asegurar una paz duradera.
Bernard McGuirk, profesor de la universidad de Nottigham, publicó un excelente libro sobre la guerra, en el que yo fui consultor militar, que se llama Falklands-Malvinas: un asunto inconcluso. A causa de ese título, la librería de Stanley (así llaman los ingleses a la capital de las islas) se negó a venderlo. Creo que es un título que resume la situación actual de las islas. ¿Acaso el mejor negocio para ambos países no es terminar ese asunto?

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el dispreciau dice: en MALVINAS el viento duele... en Falklands también... alguien deberá pedir perdón a los caídos, involucrados directa o indirectamente. La aventura trasnochada de incapaces manipulando el poder ha tenido marcas terribles en la sociedad argentina, una sociedad que suele renegar del imperio británico, omitiendo que son más las cosas que nos unen con aquellos que las que nos separan. Pero el pensamiento vernáculo nunca ha asumido dicha realidad, y los mitos urbanos fueron diseñando un pensamiento contrario que tiene más que ver con los estamentos políticos que con las gentes y sus coincidencias... vale entonces un jugador llamado Ratín expulsado en un campeonato mundial y sentado en la alfombra de la reina, irreverencia muy nuestra... para luego saltar a la mano de dios (con minúscula porque DIOS es otra cosa)... indudablemente en una sociedad que se combate a sí misma, se habla en español pero se piensa en idioma inglés... o viceversa. Argentina se vincula a Gran Bretaña en una ida y venida de coincidencias y confrontaciones sin fin, conveniencias que le dicen, de uno y otro lados que ya están estampadas en la historia. Las islas son apenas una muestra de las ansiedades de los unos y las decisiones ancestrales de los que las poseen, pero allí el viento duele. Argentina tuvo varias oportunidades de compartir, de participar, de colaborar, pero las burló como es nuestra costumbre, habilitando a agrandar las distancias... indudablemente, ¿qué sería de las islas y sus habitantes con nuestras temibles falencias de gestión?... los muertos ya pertenecen a esos parajes, descansan acariciados por el viento que peina pajonales y pule piedras, oliendo aires salados y compartiendo fríos abismales propios de la desolación, la confluencia de olvidos y recuerdos con los cuales nos atropella la vida. Argentina y Gran Bretaña deberían sentarse en una mesa, de una vez y sin intermediarios, a reconocer el pasado pero fundamentalmente a interpretar la comunidad del mañana. Un argentino en Londres se siente como en casa, tanto como un inglés recorriendo la Argentina... por algo será, aún cuando no se lo reconozca. Más allá, los muertos de un conflicto estúpido, reclaman un acuerdo de cara al mañana necesario, más allá de los intereses que los hay, con sus justificaciones lógicas y las otras, oportunistas. Gran Bretaña deberá reconocer alguna vez que Argentina le queda más cerca a las islas y que siempre se pueden establecer puentes para construir vínculos ciertos, más allá de las diferencias. Marzo 30, 2010.-

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