lunes, 8 de abril de 2019

Filosofía: La estructura política de la verdad | Opinión | EL PAÍS

Filosofía: La estructura política de la verdad | Opinión | EL PAÍS

La estructura política de la verdad

Lo verdadero se reconoce porque obliga a cambiar de amigos y porque causa grave lesión a identidades, individuales o colectivas. Cuando aparece, es un episodio incómodo que se intenta ignorar

La estructura política de la verdad
EULOGIA MERLE
El camino que lleva a la justificación de la mentira propia está inundado de mala fe, pero quien lo recorra actuará persuadido, hasta llegar a cierto trecho, de haber obrado en posesión de la virtud. El itinerario es sencillo y familiar. Se parte de la idea, muy fácil de adquirir y a menudo cierta, de que el enemigo (el individuo o grupo al que como tal se reconoce) es perverso y odioso, de modo que en su condición corrompida se incluirá, desde luego, la mendacidad. El siguiente paso es combatir tal perversión, lo cual implicará, no pocas veces, suspender provisionalmente la virtud: ¿acaso al mal absoluto se lo doblega comportándose como hermanitas de la caridad? Quien así proceda estará convencido de que actúa en legítima defensa y de manera controlada, deseando de todo corazón que vuelvan las circunstancias en que ya no sea necesario beber ni dar a beber tan amargo trago. Esta suspensión cautelar incluirá a veces —“por desgracia”, se añadirá, al principio con pesadumbre, pero pronto con hipocresía— la práctica de la mentira: ¿cómo no mentir, aunque sea un poco y a desgana, en un mundo de mentirosos?
El paso posterior consistirá en proclamar que uno, en realidad, no ha mentido, y que llamar “mentira” a sus palabras es una exageración o quizá una insidia. También puede ocurrir que la mala conciencia se pierda y que la mentira cobre plena justificación, pues —se dirá— todo lo que se haga contra los enemigos será mejor que lo que ellos acostumbran a hacer. Y cabe, desde luego, persuadirse de que tales preocupaciones son ociosas, ya que la cuestión de la verdad no tiene importancia ninguna: lo único relevante es ganar, porque a la victoria la admira todo el mundo y nadie le pone pegas ridículas. ¿Implica esto que ya no cabe acusar al enemigo de perversidad? De ningún modo: el adversario es malo de por sí, porque su esencia está viciada, hagamos nosotros lo que hagamos. Y, si todo en él es perverso, cualquier cosa que se le oponga merecerá la bendición. Quien derrota a cierta clase de gentes se hace un favor a sí mismo y se lo hace a la humanidad.
Convencerse de que los hechos se han ceñido a las creencias de uno es una ilusión bien pueril
Estos deshonestos trucos forman parte de la astucia mundana de todas las épocas y lugares. Con quien dice despreciar la verdad cualquier cuidado es poco, pero también cuando a alguien se le llena la boca con esta palabra es aconsejable extremar las precauciones, pues no será raro que lo expresado constituya una estratagema para ganar prestigio o un resultado del autoengaño. No faltarán lectores que, dando la razón a la descripción que hasta aquí se ha hecho, la tomen como un cuadro realista de lo que a menudo se presenta ante nuestros ojos. Sin embargo, pocos serán, por regla general, quienes estén dispuestos a encontrar en ello un retrato de sí mismos y de sus amigos. Todas estas miserias abundan, se dirá, en tales o cuales individuos, partidos, tendencias o escuelas, de las que los míos y yo, de manera notoria, estamos muy alejados: si quieres convencerte de ello, no tienes más que vernos y tratarnos. Muy poco puede hacerse para disuadir de esta frecuente convicción.

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