La nueva ofensiva de Israel colapsa los hospitales de Gaza con cientos de heridos de bala
Muchos de los ingresados en centros de la Franja presentan graves daños en las piernas producidos por disparos certeros de francotiradores del Ejército
Un palestino herido en el hospital de Shifa en Gaza. MAHMUD HAMS (AFP) REUTERS-QUALITY
Desde 2014, Gaza no había sido sometida al acoso militar de los últimos días, en los que los grupos políticos palestinos han convocado marchas de protesta por el 70º aniversario de Israel que se han saldado con 17 muertos. Los centros hospitalarios gazatíes, faltos de recursos por la escasez de medicamentos, han quedado colapsados con cientos de heridos, haciendo temer que la cifra de fallecidos por impactos de bala aún aumente. El Gobierno israelí ha advertido de que ante un incremento de las protestas redoblará la respuesta militar.
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Shifa, el hospital central de la Franja, aún parecía el domingo desbordado por las emergencias. En la sala de médicos del servicio de traumatología un grupo de cirujanos almorzaba sin quitarse la bata verde de quirófano. “Estamos trabajando a destajo, doblando guardias, pero tenemos costumbre”, intentaba restarle importancia el doctor Hani Sbesso. “Por ahora no hemos tenido que practicar ninguna amputación, a pesar de que estamos operando en la mitad del tiempo habitual”.
Desde el viernes se han practicado más de 200 intervenciones en este centro a heridos en las protestas del pasado viernes, y aún quedan decenas de pacientes en espera. “No habíamos visto nada igual desde la guerra de 2014”, explica el médico, “casi todos presentan heridas con un mismo patrón: un orificio normal de entrada, graves daños internos y un gran desgarro de salida por debajo de la rodilla”.
Mohamed Afna no tiene trabajo. A los 20 años ya parece frustrado de la vida. Al mediodía del domingo, el dolor le hacía invocar a Alá en una habitación del hospital Shifa de Gaza. “El viernes acudí a la manifestación en la frontera con Israel porque no tenía nada mejor que hacer”, recuerda sobre la protesta palestina que se saldó con 17 muertos y 1.400 heridos. “A unos 300 metros de la valla de separación, intenté ayudar a una mujer que yacía malherida, pero a todos los que la estábamos evacuando nos dispararon”, asegura. Mohamed tiene las dos piernas rotas por sendos tiros que penetraron en su cuerpo debajo de la rodilla.
La teoría de las balas explosivas circula entre los ingresados en la planta de traumatología de Shifa. Jamal Afna, de 45 años y tío de Mohamed, sirvió en la guardia presidencial de Yasir Arafat, el líder histórico palestino. “Solo puede ser del calibre 250, explosivas”, sostiene. “Ahora lo único que nos preocupa es salvarle las piernas al muchacho. En Gaza no tiene muchas posibilidades; intentaremos que sea operado en Turquía o Egipto”, resume la preocupación de una familia ante unos elevados gastos médicos que difícilmente podrán asumir. “Quiero volver a jugar al fútbol con mi equipo de Shitaya”, musita entre el sopor de la morfina el joven defensa de un club de aficionados de un barrio de la capital gazatí.
En otra habitación del mismo complejo hospitalario, el taxista Mohamed Shayed, de 40 años, se halla rodeado por toda su familia. Su esposa, Shadia, de 29 años, le advirtió de que no fuera a la manifestación del viernes con sus dos hijos —Fayez, de 12 años, y Hatem, de 10—, pero él la tranquilizó diciéndole que solo iba a ser un acto festivo. Una bala mágica le atravesó limpiamente la pierna izquierda, pero le astilló la derecha en siete puntos. “Estábamos muy lejos, a casi un kilómetro de la frontera”, precisa, “y me quedé con los chicos en la parte de atrás de la marcha, en la zona de Nahalot, cerca de la ciudad de Gaza”. Los dispositivos metálicos que le han insertado para recomponer su osamenta le impiden moverse de la cama, pero en el hospital no hay sillas de ruedas. “No como para no tener que ir al baño”, admite, “y racionamos los calmantes porque no podemos pagarlos”.
“La capacidad del hospital para tratar a estos pacientes es cero, carecemos de medios para paliar el dolor de los heridos, los familiares tienen que ir a la farmacia a comprar [los calmantes]”, admite el doctor Sbesso. “No puedo decir nada más, no quiero entrar en política”, zanja la cuestión con una velada alusión al recorte del envío de medicinas decretado por la Autoridad Palestina a los centros sanitarios de Gaza, gobernada de facto por Hamás.
El terraplén fortificado
Desde el campamento de Abu Shafia, en las afueras de Jabaliya, en el norte de Gaza, se vislumbra el campo de batalla sobre el que el pasado viernes los drones del Ejército arrojaban gases lacrimógenos sobre miles de manifestantes palestinos. En el lado israelí de la frontera se observaba el domingo el movimiento de las excavadoras que fortifican el terraplén desde de el que los francotiradores dispararon a los manifestantes con un resultado de cinco muertos a tiros y 460 heridos, una décima parte de los cuales fueron hospitalizados en estado grave.
Lo recuerda con detalle Rahui Odah, de 46 años, empleado en la cercana municipalidad de Beit Hanun y portavoz del medio millar de gazatíes que aún permanecían el domingo acampados a unos 700 metros de los fusiles de asalto de los soldados. “Nadie se acercó el viernes más allá de los 500 metros de la valla; era una marcha pacífica en la que había muchas familias con niños, pero nos dispararon de forma indiscriminada, a pesar de el Ejército había fijado un límite de 300 metros de separación para abrir fuego”, asegura, mientras un grupo de jóvenes asienten con la cabeza en la tienda de campaña en la que ofrece té a los visitantes.
Odah es un refugiado. Su familia huyó en 1948 de la provincia de Ashkelon, colindante a la Franja de Gaza. Los acampados prevén mantener durante seis semanas su protesta en defensa del derecho de retorno a sus lugares de origen, hasta el 70º aniversario de la creación del Estado de Israel. El campamento cuenta ya con depósitos de agua y con un botiquín. Un par de vendedores callejeros de comida han instalado ya sus puestos en Abu Shafa.
La muerte de 17 manifestantes gazatíes por los disparos de las tropas israelíes ha estado sembrada de controvertidas versiones. Ante una masa estimada en 30.000 palestinos concentrados en distintos puntos de la frontera, el Ejército israelí desplegó el viernes un centenar de francotiradores. Una tercera parte de los 1.400 heridos registrados presentaban heridas con orificio de bala. Israel asegura que 10 de los 17 palestinos abatidos a tiros intentaron atacar la valla fronteriza y eran activistas de Hamás, aunque el movimiento de resistencia islámica solo reconoce como suyos a cinco de los fallecidos.
Las preguntas que EL PAÍS dirigió al portavoz de las Fuerzas Armadas de Israel para que aclarase el tipo de munición utilizado en las protestas de Gaza no habían recibido respuesta en el momento de la publicación de esta información. El cirujano Hiab Shorer puntualizó en el hospital de Shifa que los graves daños internos causados por los disparos pueden deberse al denominado “efecto de vacío” producido por balas de gran calibre.
La probabilidad de que cada semana se produzca un nuevo viernes negro como el del 30 de marzo sigue siendo elevada. Algunos de los jóvenes reunidos en Abu Shafia anuncian que están dispuestos a “morir como un mártir”. Ninguno tiene trabajo, como el 60% de los menores de 30 años del enclave mediterráneo palestino. Adalah, una asociación israelí de defensa legal de los derechos palestinos, advierte de que “el uso de munición real contra civiles viola la legislación internacional que obliga a distinguir entre civiles y combatientes”. Los heridos en el hospital de Shifa no saben si podrán volver a caminar.
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