ANÁLISIS
El sismo político de México
Los terremotos del 2017 pueden ser la puntilla de la crisis de legitimidad y desconfianza que cruza las relaciones de la sociedad con el Gobierno y los partidos políticos
La memoria, como el agua, busca sus cauces viejos. Por ello se equivoca a menudo ante la novedad. Lo que nos dice la memoria del sismo del 85 en la Ciudad de México es que, pasada la emergencia, empieza la verdadera crisis: el camino largo de la reconstrucción.
En el principio es el desbordamiento de la solidaridad, miles de ciudadanos echados a las calles por su propia cuenta para aliviar la tragedia de otros, para insertarse en una admirable marea de unidad ante el sufrimiento.
La emergencia ha pasado, entramos de lleno en la crisis de la reconstrucción, cuya lógica severa es que la gente necesita soluciones rápidas a problemas que no pueden resolverse sino lentamente
El espectáculo único de la solidaridad cosecha su propia épica mediática, un reconocimiento universal, y reafirma el orgullo de pertenecer a esta movilización autónoma, genuinamente generosa. Aparecen pronto historias de heroísmo anónimo que serán imborrables.
Luego vienen los primeros choques de la colectividad solidaria con su propio ímpetu y con las restricciones que le imponen la lenta realidad y los limitados Gobiernos. Surgen aquí y allá las frustraciones, las quejas, la ira, las derrotas ante los escombros.
Crecen los desencuentros de la marea solidaria con las autoridades. Se propagan grandes mentiras que acaban siendo verdades de piedra. Empieza a ser irritante la descoordinación del Gobierno, consigo mismo y con la sociedad, sobreexcitada por los medios.
Pasan al primer plano la ineficacia, las mentiras, la riña de la opinión pública con sus autoridades, y con sus informadores. Se pasa poco a poco de la solidaridad a la queja, de la ayuda a la exigencia, de la emoción de pertenecer a una comunidad sin fisuras al amargo sucedáneo de las fisuras de la sociedad consigo misma y con su Gobierno.
Poco a poco la tragedia busca responsables. Los damnificados voltean a la autoridad pidiendo auxilio. La autoridad está rebasada por el tamaño de los daños y por su propia incompetencia. Aparece poco a poco como responsable y luego como culpable de lo sucedido.
Aunque el primer impulso de la memoria es mirar los sismos de 2017 con los recuerdos del de 1985, lo cierto es que son animales distintos. El sismo de 1985 derrumbó 412 edificios en la Ciudad de México y dañó severamente 3.124. El de 2017 derrumbó 38 y dejó inservibles 500. El número de muertos del 85 nunca pudo establecerse con precisión. Las autoridades forenses expidieron 13.000 actas de defunción. El total de los muertos del 2017 es cercano a 400: 172 en la Ciudad de México.
En suma, la destrucción de 2017 en la Ciudad de México, es la décima parte de la del 85. El panorama cambia si se mira el conjunto del país, donde los dos sismos de 2017, del 9 y el 19 de septiembre, dejaron daños enormes: alrededor de 60.000 casas y comercios totalmente perdidos en Oaxaca, Chiapas, Morelos, y 5.000 escuelas inservibles.
El presidente Enrique Peña Nieto ha puesto ya la cifra de los costos de la reconstrucción: 38.000 millones de pesos, 1.500 millones de dólares. No es una cifra inalcanzable para las finanzas públicas.
El problema no será presupuestal sino en todo caso político. Por disminuido que estuviera en la percepción pública, el presidente del 85, Miguel de la Madrid, era un presidente fuerte, con todos los recursos del Estado a la mano.
El presidente Peña Nieto y el jefe de Gobierno de la capital, Miguel Mancera, han acompañado activamente la emergencia, evitando el error histórico del bajo perfil gubernamental del 85. Pero sus reservas de autoridad y liderato son mucho menores que las del presidente De la Madrid y el Gobierno de la ciudad en el año 85.
La emergencia ha pasado, entramos de lleno en la crisis de la reconstrucción, cuya lógica severa es que la gente necesita soluciones rápidas a problemas que no pueden resolverse sino lentamente.
Las consecuencias políticas de este desencuentro apenas pueden exagerarse. Son el sismo político secreto: la fractura de una sociedad que se separa de su Gobierno y sus autoridades en busca de un cauce propio, que no existe en ninguna parte, que hay que inventar en el poco tiempo que queda para las elecciones de 2018.
El sismo del 85 pareció la puntilla de una economía en crisis. Los del 2017 pueden ser la puntilla de la crisis de legitimidad y desconfianza que cruza de lado a lado, hace tiempo, las relaciones de la sociedad con el Gobierno y los partidos políticos. La sociedad sacudida por el sismo busca cauces nuevos, pero tendrá forzosamente que elegir entre los viejos. El choque puede herir de muerte la credibilidad que queda en la democracia mexicana.
Héctor Aguilar Camín es escritor y director de la revista Nexos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario