Un pueblo de Gambia se rebela contra los chinos
Los vecinos de Gunjur, al sur del país, acusan a una fábrica de harina y aceite de pescado de contaminar la reserva natural de Bolong Fenyo
Peces muertos en la playa de Gunjur, en Gambia. THE GUNJUR PROJECT
Gunjur (Gambia)
El agua de la laguna está rosada y no hay ni rastro de vida. A pocos metros, en la playa, cientos de peces muertos yacen sobre la arena. Este es el paisaje que presenta hoy en día la Reserva Natural del Bolong Fenyo, en el sur de Gambia, hasta hace apenas un año una paradisiaca estación de paso para cientos de aves, muy visitada por los turistas. Sin embargo, desde que la compañía china Golden Lead instaló justo allí una fábrica de producción de harina y aceite de pescado en 2015, todo ha cambiado. “Cuando está en funcionamiento huele muy fuerte, como a azufre, y mucha gente sufre náuseas y dolor de cabeza; cuando está parada, apesta a pescado podrido. Es insoportable”, asegura Badara Bajo, director del Grupo de Protección Ambiental y Desarrollo de Gunjur.
Se celebra la jornada del Día Mundial de los Océanos. Decenas de voluntarios ambientales y niños de la escuela de Kajabang, el asentamiento de pescadores cercano, recogen basura de la playa: botellas de plástico, redes, trozos de madera… y cientos de peces muertos. Apenas visible porque está enterrada bajo la arena, una tubería conecta la fábrica china con el mar. “Es por aquí por donde vierten los residuos al agua”, advierte Bajo. El daño ambiental es visible en la zona, pero la empresa sólo acepta parte de culpa. “No voy a decir que todo es perfecto”, asegura Jojo Huang, directora de la fábrica de Gunjur, “pero no usamos productos químicos ni estamos vertiendo ya nada al mar. Los peces muertos los arrojan los grandes barcos, aparecen en todas las playas”, apunta.
“Lo primero que sentimos fue los malos olores, a principios de 2016”, recuerda Alhaji Bojang, uno de los socios del campamento The Gunjur Project, situado a pocos kilómetros de la fábrica, “nadie sabía qué estaba pasando”. Entonces, miembros de la comunidad solicitaron una primera reunión con la empresa, “nos dijeron que iban a arreglar el problema, que les diéramos tiempo”, recuerda Jenny Ringstead, copropietaria del establecimiento turístico. En el último año y medio se han producido al menos cuatro encuentros entre los vecinos y Golden Lead y el guión ha sido más o menos el mismo: disculpas por el impacto y promesas de que iban a resolverlo, pero la contaminación ha ido más lejos, llegando a la laguna cercana, y el olor persiste.
A finales de mayo, el agua de este espacio natural se puso roja, luego rosada y ahora está cambiando a verde. Técnicos de la Agencia Nacional de Medio Ambiente (NEA), dependiente del Gobierno, se desplazaron al lugar para tomar muestras y los resultados arrojaron elevadas cantidades de azufre y amonio. Muhammad Jadama, responsable de esta agencia, aseguró al periódico local Foroyaa que “la contaminación observada podría deberse al proceso de tratamiento que genera el vertido, porque el pescado en descomposición libera amonio y azufre”. Aunque la directora de la planta asegura que “son sólo algas”, lo cierto es que los pájaros han casi desaparecido del lugar y decenas de cangrejos y peces muertos adornan las orillas de la laguna, cuyas aguas también desprenden un olor intenso.
Pese a todo, algunos vecinos consideran que la fábrica ha traído ventajas al pueblo. Golden Lead ha estado suministrando agua a la escuela cercana, ha arreglado la pista de tierra (eso sí, para que pasen los camiones de sus suministradores), en ocasiones compra peces a los pescadores locales, ha construido una mezquita y dado empleo a unas sesenta personas. “Pagamos salarios muy altos para lo que es Gambia (entre siete y nueve euros al mes). Creo que generamos más beneficios que inconvenientes”, dice Huang. Sin embargo, la mayor parte de la comunidad cree que la fábrica ha sobrepasado el límite del impacto ambiental razonable.
A la lucha de los vecinos de Gunjur se ha sumado también la comunidad de Kartong situada unos pocos kilómetros más al sur, dado que allí se está construyendo una fábrica aún mayor, aunque en este caso la propiedad es mauritana. Durante diciembre y enero pasado, la actividad de la empresa se detuvo debido al impasse político que vivió el país y que concluyó con la partida al exilio del dictador Yahya Jammeh. Ahora son las nuevas autoridades las que deben lidiar con este toro. La nueva ministra de Comercio y Empleo, Isatou Touray, visitó el lugar y autorizó que la fábrica siguiera con su actividad, pero bajo la condición de que acabara con los vertidos y de que compraran una máquina para acabar con los malos olores.
Y es que si bien la impunidad era la norma en la Gambia de Jammeh, en la que Golden Lead obtuvo sin problemas una licencia para instalarse y operar muy cerca de una zona habitada y de una reserva natural, ahora las cosas han cambiado. Este martes 4 de julio, el tema llegará a los tribunales. La NEA ha interpuesto una demanda judicial por verter agua desechable del tratamiento del pescado sin autorización y sin informar a la propia Agencia, en contra de lo establecido en la legislación gambiana. “Hemos informado y actuado conforme a la Ley”, dice Huang, “lo que pasa es que la gente que trabaja en el turismo no quiere ver una fábrica allí, cada uno defiende sus intereses”. La directora de la fábrica se refiere a los propietarios de The Gunjur Project, a los que acusa de haber montado una campaña en su contra.
Pero no son sólo ellos, los vecinos están preocupados. En otros países, este tipo de instalaciones están en zonas industriales y alejadas de la población. “En el pueblo han aparecido niños con problemas respiratorios o en la piel. No sabemos si están vinculados a los vertidos, pero por ahora les hemos prohibido que vayan a jugar allí”, asegura Ringstead. El daño a una actividad tan importante para Gambia como el turismo también está sobre la mesa. “¿Quién va a querer venir a un lugar en el que hay malos olores, peces muertos en la playa y aguas contaminadas?”, se pregunta Bajo.
Un cayuco llega a la costa. A bordo, decenas de pescadores senegaleses procedentes de la cercana Kafountine. Vienen a vender su mercancía a Golden Lead. La descarga se hace en cajas que un puñado de jóvenes carga a hombros y lleva hasta el interior de la fábrica. En ocasiones, llega más pescado del que la compañía puede comprar o procesar. Y los suministradores los tiran al mar o en la misma carretera, pudriéndose en pocos días y desprendiendo un olor nauseabundo. “Curiosamente, ahora el pescado está más caro que nunca en el pueblo”, asegura Omar Darboe, vecino del lugar. Ello es debido a que los artesanales prefieren venderlo a la fábrica y el mercado local se desabastece.
“En Mauritania y Senegal hay industrias como la nuestra”, interpela Huang, “y no tenemos ninguno de estos problemas. Pero aceptamos las leyes de aquí, ya no estamos vertiendo nada al mar ni a la laguna, mantenemos la tubería porque si vamos a quitarla nos van a atacar de nuevo. Ahora llevamos el agua desechable a Kotu, donde se trata en una planta. Y hemos comprado dos máquinas para reducir el olor. Claro que estamos preocupados, pero Gambia necesita industria e inversiones para salir adelante”. Los tribunales tendrán la última palabra.
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