La doblez del general Flynn acecha a Trump
Los demócratas piden la comparecencia del ex consejero de Seguridad NacionaI. Un proceso penal sobre su conducta con la oscura trama rusa es posible
Washington
El presidente ruso, Vladímir Putin, sentado junto al entonces militar retirado estadounidense Michael T. Flynn, el 10 de diciembre de 2015. EFE
Fue fulminado por Obama, cayó en desgracia con Trump y ahora el futuro de la Casa Blanca depende de él. El teniente general retirado Michael Flynn, un hombre curtido en los horrores de la guerra, jefe de inteligencia de unidades de élite como los SEAL y Delta Force, se ha vuelto el eslabón más débil del escándalo de espionaje que acosa al presidente. Su llamada el 29 de diciembre al embajador ruso Sergey Kislyak le ha situado en el centro de una investigación del FBI cuyas consecuencias pueden ser demoledoras. Sus titubeos y ocultamientos, considerados por muchos como mentiras, han entrado a formar parte de un polvorín que, si el Departamento de Justicia quiere detonar, abrirán las puertas a una acción penal. Un proceso que sometería a juicio la larga sombra del Kremlin en Washington. La peor pesadilla para Trump.
El paso aún no ha sido dado. Pero los elementos ya están ahí. El primero y más volátil ha sido el testimonio que brindó Flynn el pasado 24 de enero al FBI. En esa fecha, el antiguo general dirigía el Consejo de Seguridad Nacional, un organismo con acceso a los mayores secretos de Estado. Ante los agentes federales negó haber discutido con el embajador Kislyak las sanciones que ese mismo día decidió Obama contra el Kremlin. Esta fue la versión que durante semanas mantuvo, pero que ahora ha entrado en barrena al destaparse una grabación, supuestamente tomada por los servicios de contraespionaje, que muestra lo contrario.
El golpe es de enorme gravedad. Si el Departamento de Justicia entiende que Flynn mintió al FBI, se le podría abrir una causa penal. De momento, la decisión no ha sido tomada. La investigación sigue en marcha y fuentes próximas a la fiscalía han señalado que tienen dudas de que hubiese mala fe en su conducta. Pero como han indicado numerosos expertos, la caja de sorpresas en que se ha convertido el caso sigue abierta y con ella la posibilidad de otro giro en las pesquisas.
La apertura de un proceso al defenestrado consejero de Seguridad Nacional dispararía el voltaje del escándalo. No sólo porque ensancharía la investigación de la trama rusa. También supondría un mazazo en la frente de Trump. El presidente una y otra vez ha defendido la honestidad del general y hasta la fecha sólo le ha reprochado no haberle comunicado adecuadamente la conversación al vicepresidente, Mike Pence. Una doblez que llevó al segundo hombre más poderoso de la Casa Blanca a negar en público que se hubiese tratado con Syslak el castigo de Obama a Rusia.
La conversación se ha vuelto el nudo gordiano de la trama. Fechada el mismo día en que Obama anunciaba la expulsión de 35 diplomáticos rusos por las interferencias del Kremlin durante la campaña electoral, las grabaciones han revelado que tuvo como fin aplacar la respuesta de Vladímir Putin a las sanciones. Flynn, en aquel momento sin cargo oficial, aunque en el Gobierno en la sombra, dio a entender al embajador que si Rusia se moderaba, les sería más fácil reequilibrar las relaciones cuando llegasen al poder el 20 de enero. Tras esta llamada, el presidente ruso decidió no tomar ninguna represalia contra Estados Unidos.
Flynn ocultó durante semanas este aspecto de su charla. Pero las sospechas, alimentadas desde la oscuridad de los servicios secretos, no dejaron de crecer. Al igual que Trump y todo su equipo, el antiguo teniente general es objeto de profunda desconfianza entre los guardianes de las tinieblas. Su acercamiento a Rusia cuando era consultor de inteligencia y que culminó en una cena con Putin en diciembre de 2015, le han hecho sospechoso a ojos de muchos agentes. Pero no es solo eso. Disruptivo y antisistémico, sus formas exageradas y tonos dictatoriales le han granjeado odios profundos. Pese a su impecable expediente, jalonado de éxitos en los más sangrientos campos de batalla, cuando Obama le entregó en 2012 la dirección de la Agencia de Inteligencia de la Defensa su mando se volvió tiránico. Hacia los suyos y hacia sus jefes. Su fe en sus propias intuiciones -los llamados “hechos de Flynn”- le impedían seguir las directrices. “Era abusivo e incapaz de escuchar”, ha llegado a decir un antiguo colaborador. A los 20 meses fue destituido por insubordinación. Flynn siempre ha sostenido que la salida se debió a que no aceptó la forma en que Obama entendía la lucha contra el extremismo islamista. Pero atrás había dejado un buen puñado de enemigos.
Con este bagaje, nadie se extrañó cuando desde las catacumbas emergió la grabación que dio al traste con su versión de la charla con el embajador. Rápidamente el Departamento de Justicia tuvo noticia de la cinta. La fiscal general interina, Sally Q. Yates, alertó a la Casa Blanca de que el general retirado estaba faltando a la verdad y que, por ello mismo, era susceptible de chantaje por parte de Rusia. Un riesgo enorme dada la entidad del cargo que ocupaba y su contacto con los grandes secretos imperiales.
Al conocer los hechos, Trump no tomó ninguna medida ni informó a su vicepresidente. Es más, al poco tiempo fulminó a la fiscal Yates por negarse a defender el polémico veto migratorio. Solo dos semanas después, al revelar The Washington Post parte de lo sucedido, Flynn fue barrido. Oficialmente su cese se debió a la pérdida de confianza. Ahora, los demócratas han pedido su comparecencia y puede acabar en el banquillo. “Flynn es el aperitivo. Trump el plato fuerte”, ha escrito el analista Eli Lake. En Washington, el juego continúa
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