Firmeza ante Trump
El caos, los escándalos y las amenazas marcan el primer mes de presidencia
El Presidente Donald Trump, en una imagen tomada el sábado en Florida. KEVIN LAMARQUE
El primer mes de Donald Trump en la presidencia de Estados Unidos ha confirmado que el mandatario está dispuesto a llevar a cabo todo aquello que prometió durante su campaña electoral, por muy polémico, irracional, ilegal o peligroso que pueda resultar. Pero estas primeras cuatro semanas en el Despacho Oval también han puesto de manifiesto que la firmeza funciona y que el presidente, aunque redoble su oposición cuando encuentra un obstáculo, no necesariamente va a salirse siempre con la suya.
El balance del primer mes es sin duda desastroso. La conformación de su equipo de colaboradores ha mostrado una peligrosa tendencia a la confusión de papeles y al nepotismo. Los dos mejores ejemplos son la presencia en el círculo más íntimo del presidente de Steve Bannon —a quien además ha sentado en el Consejo de Seguridad Nacional rompiendo una práctica habitual— y de su yerno Jared Kushner, casado con su hija Ivanka, quien a su vez está desarrollando un extraño papel de segunda primera dama, algo sin precedentes en las costumbres de la Casa Blanca.
A esto se le suma el escaso cuidado en la elección de otros miembros de su gabinete. Resulta paradigmático el caso de Michael Flynn, quien apenas ha durado 20 días en el cargo de asesor de Seguridad Nacional tras conocerse sus contactos con el Gobierno de Rusia. Que la respuesta de Trump a estas revelaciones haya sido ordenar una purga de los servicios de inteligencia y lamentar que los medios de comunicación estén “fuera de control” demuestra el peligroso potencial autoritario que late en la Casa Blanca.
El estilo disruptivo parece ser la norma en la forma de gobernar de Trump. Los polémicos decretos presidenciales, entre los cuales destaca la prohibición temporal de entrar en EE UU a ciudadanos de siete países musulmanes y a refugiados, reflejan tanto la falta de reflexión —no hay más que ver las consecuencias, incluyendo la destitución de la fiscal general del Estado— como una visión completamente personalista del ejercicio del poder que ignora al Congreso, los tribunales, el mundo empresarial y la sociedad civil. Una manera de actuar que se traslada a las relaciones internacionales y que ha llevado a Trump a modificar la política tradicional de EE UU hacia Israel sin la más mínima reflexión sobre sus consecuencias o a situar a México en el punto de mira.
Pero como Trump ha experimentado, la estrategia agresiva y chillona con la que intenta intimidar a los medios de comunicación y a sus oponentes internos puede funcionar para satisfacer a su base electoral, pero fracasa con aquellos que no se dejan amedrentar. Con China o con Corea del Norte, en parte también con Irán, el nuevo presidente ha tenido que dar marcha atrás para que la opinión pública no caiga en la cuenta de que hay ocasiones en que los interlocutores de Trump no se sienten achantados.
Y es que, a la hora de la verdad, las amenazas se concretan poco en detalles significativos. La salida del acuerdo comercial con los países del Pacífico, que deja a China como actor comercial dominante en el área, ha sido la única decisión transparente y pública. Sin embargo, Trump prometió un plan de rebaja de impuestos, que los mercados esperan en tensión, porque medirá el alcance de la nueva estructura tributaria del país. Pero no hay noticias específicas de su programa de inversión en infraestructuras, presuntamente el pilar decisivo para estimular la demanda interna del país. En ausencia de medidas concretas y de planes que puedan cuantificarse, es muy lógica la perplejidad de la presidenta de la Reserva Federal, Janet Yellen. Sin información económica procedente de decisiones reales, la política monetaria opera a ciegas.
La amenaza más grave en el ámbito económico procede de su anunciado y probablemente avanzado ya proyecto de desregulación financiera. Yellen ya ha sido advertida de que no debe firmar nuevos compromisos regulatorios internacionales como Basilea y en contra de la “participación continuada de Estados Unidos en foros internacionales” como el Consejo de Estabilidad Financiera o la Asociación Internacional de Supervisores de Seguros. Si Trump concreta sus amenazas —probablemente lo hará a corto plazo— de volver a los tiempos en los que no había separación entre banca comercial y banca de inversión, provocará a corto plazo un aumento del desorden financiero internacional; y a medio plazo un desequilibrio bancario entre áreas monetarias.
Comoquiera que el proteccionismo y la desregulación conducen al caos global, aunque en primera instancia favorezcan a los mercados protegidos, Europa debe mantener una actitud firme y nada temerosa frente a Trump, quien se ha demostrado fuerte frente a quienes considera débiles y conciliador frente a quienes expresan su decisión de no dejarse avasallar. Conviene aprender cuanto antes el lenguaje de Trump y entender que con él solo se puede negociar desde la firmeza.
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