COLUMNA
El imperio del caos
Trump ha recibido tres bofetones y un desafío en apenas cuatro semanas, todo un récord
Donald Trump, este miércoles durante la rueda de prensa conjunta Netanyahu. EVAN VUCCI AP
Todo va muy rápido. Tan deprisa que apenas hay tiempo para calibrar cada uno de los fracasos. Lo menos que puede sucederle a quien levanta la bandera del caos es que su casa se convierta en el reino del caos, como le está sucediendo a Donald Trump.
Apenas lleva un mes en la Casa Blanca y ha sufrido ya, al menos, tres sonoros bofetones y un desafío que le han dejado paralizado. Los bofetones se lo han propinado la justicia, China y los servicios policiales y de inteligencia, siempre con la ayuda de sus detestados medios de comunicación tradicionales, que explican y analizan sus fracasos, sin que su frenesí tuitero pueda hacer mucho para impedirlo.
El desafío es el de la dictadura ermitaña de Corea del Norte, que lanzó un misil de prueba sobre el mar de Japón en el mismo momento en que Shinzo Abe, el primer ministro japonés, estaba reunido con Trump en Mar-a-Lago, su hotel de Florida, ya bautizado como la Casa Blanca de invierno.
Cada uno de los reveses tiene su gravedad y profundidad estratégica. El que le ha propinado la justicia, paralizando su veto a los inmigrantes de siete países musulmanes, es una exhibición de los famosos checks and balances, los controles y contrapesos que le recuerdan la voluntad de los padres fundadores de la república de limitar el poder del presidente para que no se convierta en un rey absoluto como eran los monarcas europeos en el momento de la independencia.
El que le ha asestado Xi Jinping también es un recordatorio respecto a los límites del poder. Por fuerte que sea la superpotencia, su presidente no está autorizado a dar un golpe de timón de 180 grados a su política respecto a otra superpotencia menor pero ascendente, como es China, sin esperar a cambio una crisis de envergadura. Trump solo consiguió hablar con el presidente chino después de comunicar por escrito su voluntad de reconocer el principio de una sola China, del que había renegado al alcanzar la victoria electoral.
El tercer bofetón es el más serio, porque es el que tiene un mayor potencial destructivo. El veterano periodista y presentador Dan Rather ya lo ha calificado de Watergate en potencia. Trata sobre las relaciones con Rusia, la vieja superpotencia ahora interesada en interferir en las campañas electorales de quienes fueron sus adversarios en la Guerra Fría para recuperar algo de la ventaja estratégica perdida con la desaparición del Imperio soviético.
Trump ha tenido que cortar en redondo la cabeza de su consejero de Seguridad, Michael Flynn, el más efímero de la historia, culpable al menos de dos pecados, detectados por los servicios de información: contactos indebidos con el embajador ruso y mentir y ocultar información al vicepresidente. Ambos pueden contaminar al propio presidente, que estaba informado de las gestiones de su consejero y es finalmente el responsable de un nombramiento polémico, por sus ideas y su carácter extravagante y radical. En su carta de renuncia, Flynn asegura que “solo en tres semanas el nuevo presidente ha reorientado la política exterior de EE UU de forma fundamental para restaurar el liderazgo de EE UU en el mundo”. Es decir, el imperio del caos.
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