miércoles, 22 de febrero de 2017

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Buscando a Ravi | Planeta Futuro | EL PAÍS

Buscando a Ravi

Hay imágenes que cambian vidas. La de un joven indio vagabundo dio la vuelta a la de la autora. Desde que vio su rostro en una revista, sus pasos están encaminados a encontrarle

Marta Martín observa la foto de Ravi en su ordenador.

Marta Martín observa la foto de Ravi en su ordenador.
No hay motivo para pensar que la consecución de grandes desafíos sea patrimonio de otros. La mayoría de nosotros organizamos nuestro tiempo con una sencillez abrumadora, con el escaso margen que la rutina y las obligaciones nos conceden. Pero la vida rompe caprichosamente nuestros esquemas y nos impone nuevos caminos, desafíos que creíamos ajenos. ¿Y entonces qué?
Una mañana de julio, curioseaba entre las noticias de mi Facebook cuando me paré en un reportaje de National Geographic firmado por el fotógrafo Matthieu Paley. Recopilaba imágenes de caminantes por las grandes autopistas indias, personajes variopintos que deambulaban por sus arcenes. Allí coincidían nómadas, peregrinos, trabajadores que acudían descalzos a su rutina… y Ravi.


Imagenes de Ravi que Matthieu Paley, el autor de las mismas, envió a Marta.

Imagenes de Ravi que Matthieu Paley, el autor de las mismas, envió a Marta.



Buscando a Ravi



Cerré el enlace sobrecogida hasta tal punto de que al minuto su imagen volvía a ocupar la pantalla de mi ordenador. Ravi, un muchacho indio con una luz deslumbrante y un gesto sobrecogedor. Delgado, desnutrido, tal vez enfermo, con grandes cicatrices en su vientre. De él, Matthieu Paley solo apuntaba que vagaba perdido en toda la amplitud de la palabra, que habló con él y le ofreció ayuda y que solo aceptó agua. Que murmuraba bajito, con miedo a ser oído... pero le oí, y el sonido de su imagen hizo tanto ruido en mi cabeza que tuve que parar a escucharlo. Lo que me decía era que ya no había vuelta atrás, que tenía que intentar encontrarle.
A partir de ahí comienza mi propio desafío. Dicho así, esta búsqueda tiene una envergadura vertiginosa: encontrar a un adolescente indio, sin acceso a ninguna forma de comunicación en un país con 1.300 millones de habitantes y a más de 10.000 kilómetros de mí.
Empecé por el primer paso: localizar al fotógrafo. Matthieu Paley estaba viajando por Pakistán y tuvo que pasar más de un mes hasta que me pudo dar más información: Ravi estaba en Rajasthan, un estado de 55 millones de habitantes y con una extensión casi tan grande como España. Una cifra que da vértigo, pero en algo se habían reducido los 1.300 millones de posibilidades.
Contacté con una ONG que trabaja en el sur de la India y con la que vengo colaborando desde hace tiempo, ellos tienen allí los ojos que yo no tengo para orientarme y saber cómo mirar. Establecimos una hoja de ruta básica: en el caso de encontrarle y confirmar lo que la foto parecía anticipar, es decir, el estado de necesidad absoluta de Ravi, le ofreceríamos ayuda en el ámbito de esta organización o de otra que trabajase por esa región. Siempre que la necesitase, siempre que la aceptase.
El sonido de su imagen hizo tanto ruido en mi cabeza que tuve que parar a escucharlo. Lo que me decía era que ya no había vuelta atrás, que tenía que intentar encontrarle
El paso siguiente fue abordar las redes sociales: crear un perfil en Facebook, twitter e instagram con la finalidad de difundirlo especialmente en la India. Y desde entonces, mil puertas: la embajada de la India, oficinas de turismo, medios de comunicación españoles e indios…
De entre todos ellos, agradezco especialmente la colaboración de Kolam, una ONG española muy joven que trabaja en zonas rurales de Udaipur llevando la educación a los slums y desarrollando proyectos agrícolas que ya empiezan a dar resultados. Igualmente, las Misiones Cristinas están siendo un fuerte apoyo, por algo son la organización más capilar que existe. Han puesto a mi disposición a sus misioneros para orientarme en este laberinto.Fundamental está siendo también la labor de dos agencias de viajes: Pasaje a la India y Turismo in India. Todos sus conductores y guías turísticos llevan las fotos de Ravi y le buscan entre la infinidad de rostros que nadie mira.
De Ravi solo tengo dos imágenes: la primera que vi en mi muro y una segunda que me facilitó el fotógrafo. En ella, mira a la cámara, parece no entender para qué…
Lo que me dicen las fotografías son solo conjeturas, no hay certezas a las que atenerme, pero sí impresiones que me llevan a esto: Ravi parece formar parte del 29% de población india que vive por debajo del umbral de la pobreza. Solo es uno. Pero es el uno al que quiero llegar y a través de él, a tantos otros Ravis.
Personifica a los niños de los que nadie se acuerda, hay demasiados como ellos y han pasado a formar parte de la rutina visual del transeúnte. Niños que carecen de los derechos más básicos: el derecho a la alimentación, al acceso al agua, a la vivienda, a la educación, a la sanidad…
De Ravi solo tengo dos imágenes: la primera que vi en mi muro y una segunda que me facilitó el fotógrafo. En ella, mira a la cámara, parece no entender para qué…
Y mientras recorro este camino, estoy buscando a esos otros. Ravi se materializa en una aspiración que poco a poco va siendo una realidad. Gracias a él, estoy desarrollando un proyecto de la mano de una ONG con años de experiencia en la zona. Un proyecto que llevará su nombre y tendrá destinatarios muy concretos. Insuficiente, sin duda, para esa población que tanto necesita. Aunque lo que parece un pequeño gesto, para mí supone un gran triunfo porque nuestra recompensa se encuentra en el esfuerzo. La India es el país donde todo es posible e imposible al mismo tiempo: si esto tiene alguna probabilidad, sin duda, es allí.
Tengo un pensamiento recurrente que viene a mí en los momentos más bajos: me gusta imaginar qué diría Ravi si supiera de esto que estoy escribiendo, del espacio que su imagen ocupa en mí y de la ilusión que empleo en su búsqueda. Nos separan miles de kilómetros, aparentemente nada nos une. Un día, le hicieron una foto y meses después yo la vi. Y Ravi dejó de ser un extraño para formar parte de mi vida. Entonces me estimulan de las palabras de Josep Giralt: “No creo que exista mayor soledad en el mundo que la de saber que no importamos a nadie”. No puede ser más cierto. Me gustaría decirle, por encima de todo que, a fin de cuentas, no está tan solo como piensa.
Llegados a este punto, no tengo opción. Creer en algo y no vivirlo es deshonesto. Quiero ser honesta conmigo misma, con la gente que me está ayudando, con las puertas que se me están abriendo. Y andar este camino de final incierto, pero de recorrido apasionante. Cada día, más cerca de Ravi.
Marta Martín García es productora en Movistar+.


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