“Nuestra casa ya no existe”
Los desplazados de Alepo vuelven a barrios fantasma para recuperar lo que queda de sus pertenencias
Alepo
Nasser Naasan, de 38 años, fue evacuado junto a su familia por el Ejército sirio del barrio al Sukkari (Alepo Oriental) al campo de refugiados de Yibrin. NATALIA SANCHA EL PAÍS
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Centenares de almas deambulan por los barrios orientales de Alepo. Parecen hormigas cargando pesadas bolsas con los enseres que han logrado recuperar de sus casas. Las barriadas han sido convertidas en termiteras en las que el grado de destrucción acumulado durante cuatro años de combates vaticina una larga reconstrucción que llevará meses, años, antes del retorno. Cerca de medio millón de civiles ha huido progresivamente de los cambiantes frentes de guerra en Alepo. Entre los desplazados que acuden a comprobar lo que queda de sus hogares, están algunos de los 100.000 que el pasado 15 de diciembre salieron de la ciudad en plena ofensiva del Ejército sirio para expulsar al reducto insurrecto. Otros forman parte de los más de 250.000 vecinos que huyeron con lo puesto en 2012, cuando combatientes insurgentes se hicieron con el control de este puñado de barrios.
“Nuestra casa ya no existe. Hemos recuperado lo que hemos podido, pero es imposible regresar”, dice Marua Shahan en el barrio de Masaken Hananu, en Alepo oriental. La tercera planta del edificio que abandonó cuatro años atrás ha desaparecido. Los pilares sucumbieron precipitando el cuarto piso sobre el segundo. La familia Shahan deberá seguir en la casa de familiares en Alepo occidental, donde al ritmo del cambio de los frentes se han ido agolpando 22 personas llegadas de la campiña y de la parte oriental de la ciudad.
Búsqueda de familiares
El peso de los desplazados recae mayoritariamente sobre la Alepo occidental, que ha permanecido estos años bajo control del Gobierno sirio y condiciones de vida que incluyen cortes de electricidad de más de 16 horas diarias.
A la caída del sol tan solo pestañean algunos fuegos en torno a los que se calientan familias pobres que no tienen más remedio que regresar a los roídos edificios. “Repartimos diariamente platos de comida caliente a unas 45.000 personas que han retornado a los barrios menos afectados por la guerra”, explica Georgios Comninos, director del Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) en Alepo, que junto a la Media Luna Roja siria les provee de agua, electricidad y servicios sanitarios ambulatorios. Comninos recuerda que la huella destructora de los combates es tan masiva que supera las capacidades de la acción humanitaria. A pesar de que en Alepo este ya se divisan pequeñas excavadoras retirando los escombros y reabriendo carreteras, el destrozo en muchos inmuebles los aboca a la demolición.
Los desplazados que no tienen a quien acudir han ido a parar al centro de acogida temporal de Yibrin, en las afueras de Alepo. Unos 5.000 desplazados viven en pequeñas construcciones de cemento dependientes de la ayuda de organizaciones humanitarias. A las entidades occidentales se suman las rusas en la provisión de servicios médicos y las iraníes en la asistencia alimentaria. “Nos evacuaron en autobuses a finales de diciembre”, cuenta Nasser Nassan, de 38 años, del barrio Al Sukkari y que fue realojado en el campo de Yibrin. Toda su familia ha sobrevivido a cuatro años de combates, una fortuna que no todos comparten en Yibrin.
A pocas casetas de la de los Nassan, Um Mohamed se golpea la cara con las manos sumida en un inconsolable llanto. Arrastra unos zapatos gastados de los que asoman sus dedos agrietados. “Se llevaron a mis hijos, a todos”, musita. Tras enviudar durante la guerra, esta mujer salía cada mañana a mendigar para alimentar a sus ocho hijos, de entre siete y 17 años. Uno de los combates la sorprendió de camino a casa cargada con hogazas de pan duro. “Cuando logré llegar no encontré a ninguno de mis hijos, se los llevaron a todos”, dice.
TRÁFICO DE ÓRGANOS EN TURQUÍA
N. S. / ALEPO
Nirmin, de 22 y desplazada de Salhen, barriada de la Alepo oriental, sujeta en la mano una fotografía de su padre. “Hace tres años cayó un mortero que le arrancó el brazo izquierdo y le perforó el estómago”, dice tragando saliva. “A mi hermano le entró metralla aquí pero le dieron el alta”, añade señalando el tobillo de Ahmed, de nueve, parado a su lado.
El padre de los dos jóvenes fue evacuado primero a un hospital en zona insurrecta para luego ser transportado en una ambulancia a Gaziantep, localidad al sur de Turquía. Los heridos graves de las zonas bajo control rebelde han sido tratados en los hospitales turcos, y, en el caso de los que no han sobrevivido a sus heridos, devueltos en ataúdes. Nirmin recuperó el cuerpo de su padre diez días más tarde. “Cuando abrimos la mortaja para lavarle acorde a nuestra religión, descubrimos que le habían abierto desde el cuello a la pelvis. Le habían vaciado de sus órganos”. El caso que denuncia esta familia no es único, poniendo en evidencia el surgir de una mafia que a la sombra de la guerra siria trafica con órganos humanos en el país vecino.
Madres como Um Mohamed, que lograron mantener con vida a sus hijos y los perdieron de vista durante la confusión de los combates, buscan desde Yibrin noticias sobre ellos. Mientras, Unicef asiste a 300 niños que han llegado al campo sin acompañantes. “Es la primera vez que estos niños pisan una clase y son vacunados”, cuenta en Damasco Shushan Mebrahtu, responsable de Unicef en Siria y que también intenta encontrar a sus familias.
Las dos mitades de Alepo han quedado reunidas bajo el control de las tropas sirias en lo que se ha convertido en una nueva rotación de la población. Un tercio de los 18 millones de personas que quedan en el país (cinco han buscado refugio en el extranjero) son desplazados múltiples. Y mientras unos regresan a sus barrios de Alepo, otros 35.000 (7.000 combatientes armados y sus familias) los han abandonado en dirección a Idlib, bajo control insurrecto.
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