sábado, 23 de enero de 2010

TRAS BAMBALINAS


PANORAMA TUCUMANO
La derrota del trabajo y otras miserias

Sábado 23 de Enero de 2010 | Una promesa señera del progreso fue que se requería ineludiblemente de un empleo para salir de la pobreza. Ahora, cumplir con el requisito no garantiza el objetivo. Por Alvaro Aurane - Editor de Política.

"La única actividad en la que podemos traducir el proceso de la vida es el trabajo". Hannah Arendt (1906-1975), "La condición del hombre moderno".

El trabajo es uno de los grandes organizadores de la sociedad: uno de los pilares sobre el cual fundar, precisamente, una sociedad organizada. Así lo entiende el economista Ernesto Kritz, en su ponencia publicada en el libro Debates sobre la cultura argentina. Allí, el especialista en Economía Laboral define al trabajo como un articulador social. Claro está, no siempre fue igual a como hoy se lo conoce. Tuvo grandes períodos de esclavitud, y otros en los que se lo consideró un castigo: perder el Paraíso significó tener que ganarse el pan con el sudor de la frente.

Precisamente, la historiadora tucumana María Fernández de Ulivarri explica que, etimológicamente, la palabra trabajo proviene de trepalium, una máquina de tres pies que servía para herrar caballos y que se trasformó, posteriormente, en un instrumento de tortura. "Lo que nosotros hoy llamamos trabajo es una invención de la modernidad cuya característica es la de otorgarnos una identidad social", reflexiona. Y cita a Dominique Méda: "el trabajo es factor de integración no sólo por ser una norma, sino también por ser una de las modalidades del aprendizaje de la vida en sociedad", sostiene la socióloga francesa en un libro de título premonitorio: El trabajo. Un valor en peligro de extinción.

El trabajo es, en definitiva, una relación social fundamental. Sobre su fortaleza fundó el progreso una de sus promesas señeras: era la herramienta para vencer a la miseria. Sin embargo, en la Argentina, y en Tucumán, le empezaron a poner "peros" a ese compromiso. Es decir, el trabajo sigue siendo requisito indispensable para salir de la pobreza. Pero al mismo tiempo, no es garantía para abandonar la pauperidad.

Más por menos
Las estadísticas ayudan a contextualizar la situación. Cuando la Argentina inicia su doloroso ciclo de desempleo, en 1994, la tasa de desocupación era algo superior al 13%. Eran los años del hipnótico "1 a 1", de la "convertibilidad" que convirtió a muchos argentinos en individuos a los que poco les importaba la escasa suerte del prójimo, porque lo crucial era pagar la hipoteca, el crédito del auto o el préstamo de las vacaciones, cueste lo que cueste. Le cueste a quien le cueste. Por cierto, en aquel 1994, la tasa de indigencia rondaba el 4,5%.

Hoy, cuando la Presidenta, Cristina Fernández, dice que el índice de desempleo cayó al 8% (el gobernador, José Alperovich, vaticinó hace un mes el mismo índice para Tucumán), la tasa de indigencia es del doble de la de hace 15 años atrás. Es decir, se duplicó la cantidad de argentinos que ni siquiera ganan para pagarse la mínima cantidad de alimentos diarios para subsistir: según el Indec, $ 481,8 para una familia de cuatro miembros en diciembre; según la Fundación de Investigaciones Económicas Latinoamericanas (FIEL), $ 843,8 en el mismo mes.

En cuanto a la pobreza, según el Indec ha bajado y afecta a uno de cada tres argentinos. O sea que el 30% no gana para cubrir los costos de la canasta básica familiar, que además de alimentos, incluye indumentaria y servicios. Según la Iglesia, en cambio, la mitad del país vive en la pobreza, lo que implicaría que ese indicador, en términos reales, prácticamente no ha mejorado respecto de mediados de los 90. Más allá de a quién se elija creerle, lo cierto es que los pobres siguen siendo muchísimos. Su cantidad es verdaderamente incomprensible (o, en todo caso, es moralmente inexplicable) para un país con las características históricas (fue el "granero del mundo") y actuales (hay, más o menos, una hectárea sembrada de alimento por habitante) como las de la Argentina.

Lo que esa increíble pobreza denuncia es que ella ha corroído el impacto de esa arma del progreso que era el trabajo. A grandes rasgos, uno de cada cuatro argentinos que cuentan con un empleo es pobre o pertenece a un hogar pobre. Desde el punto de vista teórico, la cuestión pasa por distinguir el concepto "trabajo" del concepto "calidad de empleo". Desde la perspectiva de la realidad, el programa nacional "Argentina Trabaja" es una inagotable fuente de explicaciones respecto de esta situación.

El dinero es el patrón
En Tucumán, el plan para desocupados paga a cada uno de los beneficiarios $ 1.200 mensuales a cambio de que realicen trabajos comunitarios. Es decir, la retribución es inferior al costo real de la canasta básica familiar, o -para no entrar en discusiones- es unos $ 300 inferior respecto del salario mínimo de bolsillo dispuesto por el propio alperovichismo para los empleados públicos.

Estas cifras, por supuesto, no desmerecen la ayuda que representa el programa nacional para 15.000 tucumanos sin ocupación: ellos mismos lo hacen patente en sus testimonios, ante cada acto oficial de entrega de herramientas. Tampoco puede pasarse por alto que, según los cálculos oficiales, unos $ 35 millones mensuales quedarán en la provincia, si se suman las remuneraciones de los beneficiarios con las remesas para la compra de insumos. Y, claro, no debe obviarse la acotación oficial referida al impacto que tendrá la aplicación del plan en la tasa de desempleo, teniendo en cuenta su vigencia durante el primer trimestre del año, siempre desfavorable para los que buscan trabajo.

Sin embargo (y sin desatender los mentados conceptos de "justicia social" y "redistribución de la riqueza" que tanto repite el oficialismo), queda a la luz, también, que a los gobernantes les interesa -y mucho- lo que la estadística diga. Pocos gobiernos como el kirchnerismo, y su émulo local que es el alperovichismo, han demostrado tanta obsesión por las cifras oficiales. Esa es una de las dos grandes ideas fijas. Lo que importa es llegar a abril y decir que el primer trimestre arrojó un guarismo bajo sobre el desempleo. O sea, la calidad del empleo y de las remuneraciones pueden mejorar después, pero la tasa de desempleo tiene que mejorar ya. Los tucumanos que han resultado beneficiarios, en tanto, van a ser menos pobres que antes, pero seguirán pobres al fin.

Justamente, el debate en torno a los desposeídos viene corrompida por un pecado original: la pobreza se mide en la Argentina, y en Tucumán, con el sistema de "línea de pobreza", la cual es determinada, simplemente, por los precios de un grupo de bienes. El mecanismo, por tanto, hace que la pobreza se reduzca a una cuestión de dinero. Porque el sistema de medición de la pobreza estructural, la que refiere a las necesidades básicas insatisfechas (NBI), aquí no se aplica. El acceso a la salud, a la educación y a la seguridad no cuentan. El asunto es que, para el Estado, es pobre sólo el grupo familiar que acumule por mes menos de $ 1.077: esa es el costo de la canasta básica familiar dada a conocer por el Indec esta semana, y es bastante más barata que la calculada por FIEL, que la fija en $ 1.693. O sea, si a un hogar conformado por un matrimonio con dos hijos ingresan $ 1.080 por mes, no son pobres. Pero si les falta un billete de $ 5, entonces sí.

La gran diferencia
Por cierto, la otra obsesión del oficialismo es la prensa.
En Los Kirchner, el columnista Joaquín Morales Solá presenta a Néstor como el presidente que, desde el retorno de la democracia, más importancia le ha asignado a los medios. "Está siempre pendiente de cada línea que escriben los periodistas o de cada voz que emite la radio o la televisión", describió. Su ejemplo no tardó en prender en Tucumán, donde se ha hecho deporte de ciertos funcionarios y de algunos intendentes endilgar a la prensa la incomprensión de sus acciones: esas mismas que no pueden explicar convincentemente.

"Un empinado kirchnerista le preguntó una vez a Duhalde qué consejo le daría a los Kirchner -relata Morales Solá-. La respuesta pegó en el corazón del modelo: que dejen de leer los diarios y que se dediquen a gobernar".
Precisamente, que mejoren los datos oficiales del empleo pero no la situación real de la pobreza, pone sobre el tapete la diferencia entre administrar y gobernar. Una sutileza doctrinalmente larga de explicar, pero empíricamente muy fácil de entender.
Ahora bien, esta es la parte menos grave de la cuestión.

Espejito, espejito...
Si el trabajo es un instrumento esencial para obtener una sociedad organizada, si es cierto que es un gran articulador social, si en verdad nos otorga una identidad social y, fundamentalmente, si es real que es un mecanismo para aprender a vivir en sociedad, entonces, a la situación laboral en el Estado demuestra que estamos en serios problemas.

Aquí, la Provincia le paga prácticamente el 70% del salario "en negro" a los propios trabajadores del Estado, a partir de las mentadas sumas fijas, "no remunerativas y no bonificables", gracias a las cuales el sueldo básico de los empleados públicos sigue siendo irrisorio mientras trabajan, y pasa a ser dramático cuando deben jubilarse. Tanto es así que, mientras en el orden nacional la protesta de piqueteros pidiendo trabajo se trasladó a gremialistas pidiendo mejores salarios, en Tucumán, en el año en que comienzan los festejos del Bicentenario, los reclamos sindicales consisten en que se "blanqueen" los salarios.

Qué decir de la etapa post-laboral: los jubilados siguen penando para que les reconozcan el beneficio de la movilidad y el de la porcentualidad (82% móvil), con la pretensión de que la plata les alcance para llegar a fin de mes y comprarse los remedios, después de una vida de trabajo.

Cuando se pone la vista sobre la articulación del programa nacional para desempleados, en los únicos dos distritos donde se aplica, la situación empeora. Comenzando por el hecho de que el plan se llama nada menos que "Argentina Trabaja".
Según el diario Crítica, en el partido de Morón (provincia de Buenos Aires), el Ministerio de Desarrollo Social, que conduce Alicia Kirchner, excluyó a 253 beneficiarios propuestos por la Municipalidad e incorporó en la lista a otros 200 que responden directamente a la cartera que dirige la cuñada de la Presidenta.

Por supuesto, aquello parece casi elegante al lado del Tucumán donde tres mujeres denunciaron ser víctimas, con distinta suerte, de punteros que querían apropiarse de sus tarjetas de débito con las cuales cobrar la remuneración mensual por el programa.
Hoy, en el marco de esa causa, cumplen 15 días de detención los hermanos Manuel y Guillermo Quiroga, referentes del movimiento de "Asambleas barriales". Junto con ellos también está privada de la libertad la dirgente Amelia Herrera, quien presuntamente presidiría una cooperativa del programa "Argentina Trabaja". El grupo de trabajo se llama, curiosamente, "Asambleas", pero esta es una mera coincidencia. Y el domicilio que figura en el listado oficial, confeccionado por el Ipacym y remitido a la Justicia Federal, es nada menos que el de la Municipalidad de Banda del Río Salí, pero porque así lo determina el reglamento.

Mientras comienza a tornarse insoportable la pregunta acerca de cuál es la identidad social que perfila el "trabajo" que ofrece el Estado en estas tierras, el último anuncio oficial sobre el plan nacional es que el Estado tucumano se compromete a gestionar que "Argentina Trabaja" se extienda, luego de que culmine el primer semestre, por un año más. O sea, hasta mediados de 2011. Es decir, hasta los próximos comicios. Que eso es lo que hace una sociedad organizada.
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el dispreciau dice: existe la ARGENTINA OFICIAL, siempre iluminada y gastando a cuenta de producciones aniquiladas y por ende irrecuperables... existe la ARGENTINA OCULTA, oscura y arrasada progresivamente por las desidias de los noventa y las que le siguieron perfeccionando el modelo. Más del 40% de la población argentina es pobre y ese no es un dato menor, en un país que supuestamente cuenta con todos los recursos para que sus gentes tengan un pasar digno. Sin embargo, la intencionalidad política guarda otros destinos para las ilusiones de la sociedad, esto es sumirla en la zozobra al costo que sea. Y así es que las deficiencias de gestión se traducen en un permanente atropello a las instituciones y por ende al avasallamiento de los derechos constitucionales y las garantías ciudadanas. Hoy, seguir repitiendo la descripción del descalabro no es bueno y además harta. Las soluciones no están a la vista ni tampoco detrás del horizonte, sencillamente porque la propia sociedad afectada por este burn out colectivo está tan confundida que no repara que al contar con más de un tercio de la población en condición de exclusión y con el sistema productivo destruido, reformular el concepto de nación democrática demandará una generación iluminada más otras dos que pongan el hombro al costo que sea... y justo es reconocer que los argentinos no somos muy afectos a los sacrificios. En la otra punta, el universo de caídos del sistema acumulan ya tres generaciones de marginalidad y quien se ha acostumbrado a vivir sin trabajar, difícilmente entienda qué es lo que debe hacer para pertenecer a una sociedad organizada. El problema no es de Tucumán, es de toda la Argentina. En muchas provincias la situación es dramática y la pobreza alcanza magnitudes inadmisibles para cualquier persona en su sano juicio (que no sea político, claro está). Para aquellos que vivimos una rutina diferente a la de los discursos, el tema suena apabullante, para unos más, para otros menos. No obstante ello, la clase política no se ha dado cuenta que la inversión de las variables propuestas por ellos, terminarán produciendo una situación de quiebre que seguramente los terminará aniquilando... será por ello que sus depósitos bancarios no están en la Argentina. Enero 24, 2010.-

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