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Argentina va detrás de la ilusión de la Economía Azul
- Elaborar papel con desechos de la minería, cultivar algas para producir gas o alimentar pollos con larvas de moscas. Esos son algunos de los proyectos, ideados por un provocador economista belga, con los que el Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sustentable argentino aspira a transformar la economía del país.
“La globalización no da oportunidades a todo el mundo. Se las da a China, a la India o a los Estados Unidos, pero no a Argentina”, advirtió en Buenos Aires el martes 13 Gunter Pauli, en una reducida reunión con periodistas, convocada por su anfitrión, el ministro Sergio Bergman.
“Por eso este país tiene que reflexionar sobre cuáles son sus recursos disponibles para generar valor agregado y convertirse en competitivo”, agregó en el encuentro.
Pauli es un asiduo visitante de Argentina desde que en 2016 llegó para dar una serie de conferencias y no solo sedujo a Bergman, que lo contrató para que recorriera el país y contactara científicos y emprendedores locales para desarrollar proyectos, sino al propio presidente Mauricio Macri, quien lo escuchó con atención durante una audiencia en la Casa Rosada, sede del gobierno.
Este economista es un crítico de la economía verde, a la que cuestiona por sus altos costos, y es el creador de lo que ha definido como la Economía Azul, un concepto que consiste en diseñar soluciones locales con los recursos a la mano para desarrollar social y económicamente a las comunidades.
“Que es ecológico es algo obvio”, dijo con énfasis Pauli, que en los año 90 creó en Japón la Fundación ZERI (sigla en inglés de Iniciativa e Investigación para Cero Emisiones) una red de científicos con la misión de buscar soluciones innovadoras para los problemas tan disímiles como la producción de alimentos o de energía.
En sus conferencias en Argentina, Pauli incluso desdeñó a la soja, el principal cultivo nacional gracias a sus variedades transgénicas, que le permiten resistir los herbicidas y de la que sus defensores destacan su trascendencia en la obtención de divisas y sus críticos los impactos para el ambiente y la agricultura tradicional.
Según Pauli, la soja ya llegó a un límite en cuanto a su rendimiento por hectárea y a la riqueza que puede aportarle al país.
Argentina, que con casi 2.800.000 kilómetros cuadrados es el octavo país más grande del mundo, tiene un desarrollo disparejo, ya que cerca de la tercera parte de su población de 44 millones de habitantes está concentrada en Buenos Aires y sus alrededores.
Son las economías regionales las que más sufren los severos problemas del país en los últimos años.
Prácticamente no se crea empleo privado desde 2011, un tercio de los trabajadores está en la informalidad y hay una elevada inflación (25 por ciento en 2016), un castigo especial para los más pobres, que son cerca de 30 por ciento de la población.
“Estos proyectos son la semilla que puede incubar un desarrollo económico para la Argentina”, dijo Bergman, quien subrayó que los proyectos, debido a su escaso impacto ambiental, están alineados con los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), impulsados desde las Naciones Unidas.
El ministro Bergman, que es un rabino y bioquímico de profesión que se sumó hace varios años al PRO, el partido político de centroderecha de Macri, hizo el prólogo para el libro de Pauli “El Plan A. La transformación de la Economía Argentina”, que publicó el Ministerio de Ambiente y ambos presentaron el mismo martes 13.
En el libro se presentan diez proyectos de desarrollo económico en distintos lugares del país, cada uno con una estimación de la inversión necesaria para ponerla en marcha, que no correrá por parte del gobierno.
“Nosotros hicimos el portafolio de oportunidades que se pueden llevar adelante; ahora hace faltan emprendedores, porque no se trata de pedirle plata al Estado”, dijo Bergman.
Pauli puso el foco sobre la rentabilidad de los proyectos y desechó la economía clásica “que enseña a ser más barato para producir. Argentina no puede competir en estos términos, pero lo que puede hacer es generar mayores ingresos con los recursos que ya tiene”.
El proyecto de cultivo de algas en la extensa costa marina argentina para producir biogás a través de la fermentación está siendo desarrollado con la bióloga de la Universidad Nacional del Sur (UNS), Elisa Parodi, quien ha dedicado su carrera al estudio de las algas.
La UNS tiene su sede en Bahía Blanca, un importante polo industrial que está sobre el océano Atlántico, 560 kilómetros al sur de Buenos Aires.
“Aquí es común que las fábricas se queden sin gas natural en invierno para producir, porque se privilegia la calefacción de los hogares”, explicó Parodi a IPS.
“Y Argentina, que en los años 70 era un líder mundial en algas, por la enorme cantidad que llegaban a las costas marinas, perdió ese recurso por el mal manejo. Por eso trabajamos para incentivar el cultivo, que es complejo porque se hace en profundidades”, agregó.
Según Pauli, Argentina podría aprovechar sus más de tres millones de kilómetros cuadrados de plataforma continental para cultivar algas, con una inversión de 2,5 millones de dólares por kilómetro cuadrado, y producir biogás a entre 8 y 10 dólares el equivalente a un barril (de 169 litros).
“Es mucho más eficiente que el gas de esquisto”, escribió Pauli, afirmación relevante, ya que en los últimos años Argentina intenta atraer inversiones extranjeras para desarrollar Vaca Muerta, un enorme yacimiento de hidrocarburos no convencionales, situado en el sur del país.
Otro de los proyectos consiste en fabricar papel a partir de las toneladas de polvo que produce como desecho la actividad minera, que en Argentina, igual que en otros países de minera, enfrenta duros cuestionamientos sociales por su impacto ambiental.
Según Pauli “el papel de piedra representa la solución perfecta para las minas contaminantes. De repente, el desperdicio de las minas tiene valor. Ahora, con su desperdicio pueden ganar dinero adicional mientras limpian su desorden”.
El papel de piedra ya se utiliza en china y, según el economista belga, una planta que produzca 63.000 toneladas anuales puede construirse con una inversión de 100 millones de dólares en San Juan, provincia de gran actividad minera sobre la cordillera de los Andes.
Pauli destacó que al mismo tiempo le generaría un ahorro al país, porque hoy se importa aproximadamente 30 por ciento del papel que se consume.
La producción de proteínas con larvas de moscas ha sido probada con éxito, según Pauli, en Australia y consiste en aprovechar los desperdicios de la producción de carne en alimento para aves de corral y peces.
En el libro se dice que las larvas de mosca tienen un alto valor nutricional, con niveles de 60 por ciento sin ninguna manipulación genética, contra 35 por ciento de la harina de soja.
“Podemos cultivar mucha más proteína con un recurso gratuito que Argentina ya tiene en abundancia”, dijo Pauli, gracias a los 650 mataderos que hoy son una fuente de contaminación ambiental.
Editado por Estrella Gutiérrez
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