viernes, 30 de marzo de 2018

EL REGRESO DE LA MILITARIZACIÓN GLOBAL ▼ Egipto: democracia perdida | Internacional | EL PAÍS

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ANÁLISIS

Egipto: democracia perdida

Nada se hace en el país sin el aval castrense y dentro de ese marco debe ser visto cualquier hecho político relevante

Una egipcie sostiene una foto de Abdelfatá al Sisi en la entrada de un colegio electoral en El Cairo, este miércoles.

Una egipcie sostiene una foto de Abdelfatá al Sisi en la entrada de un colegio electoral en El Cairo, este miércoles.  GETTY IMAGES



En 1967, Anuar Abdel Malek publicó un libro titulado con toda precisión Egipto, sociedad militar. Debía ser difícil pronosticar entonces que esa misma sociedad seguiría siendo militar medio siglo después, pero eso parece confirmado rotundamente a día de hoy: nada se hace en el país sin el aval castrense y dentro de ese marco debe ser visto cualquier hecho relevante en el plano político y, en primer lugar, el proceso electoral en marcha que dará una aplastante victoria al presidente Al Sisi.
Abdelfatá al Sisi, en efecto, ha barrido literalmente en la primera vuelta a su único adversario, Musa Mustafá Musa, un civil irrelevante y jefe de un partido sin un solo diputado, el Ghad, obligado a aceptar la farsa para evitar la delicada situación que habría sido elegir a un general-presidente para un segundo mandato sin un solo adversario. El desdichado candidato aceptó en el último minuto a finales de enero y desde entonces ha cumplido lo mejor que ha sabido el triste papel que le atribuyó el exmariscal Al Sisi. Se da por hecho que, si fuera conveniente, se alterará al alza el escaso resultado que le reserva la elección.
La precisión de Anuar Abdel Malek al titular su ensayo parece especialmente intuitiva porque a día de hoy debería haber parecido imposible que jamás hubiera en Egipto un civil a cargo del Estado. Al fin y al cabo, el país gozó de un régimen pluripartidista de tono liberal (heredado de la inevitable tradición británica) desde la independencia en 1922 hasta el golpe nasserista y republicano de 1952. Pero desde entonces han sido presidentes Mohamed Naguib, Gamal Abdel Nasser, Anuar al Sadat, Hosni Mubarak y Abdelfatá al Sisi, todos militares de carrera, y sólo por un año y unos días lo fue Mohamed Morsi, un ingeniero de formación norteamericana y militante de los Hermanos Musulmanes, elegido en la única elección presidencial limpia de la historia contemporánea de Egipto, la de junio de 2012, en la que venció por sólo tres puntos y medio al candidato de la oposición, general Ahmed Shafiq, en una votación que, además, con algo más del 50%, batió todos los récords de participación, generalmente muy baja en el país.
Nostalgia de los uniformes
Esa jornada debía marcar una era diferente en la agitada vida político-social de Egipto por varias razones. La primera es que los militares, a fin de cuentas, fueron los que interpretaron adecuadamente el sentimiento pro-democrático de las multitudes en el marco de la primavera árabe y, sabían del apoyo expreso de Washington; el Washington de Obama y su embajadora en el Cairo, Anne Patterson, que, astutamente, había creado canales de comunicación con los Hermanos Musulmanes en cuanto que potenciales vencedores en los procesos electorales que estaban por venir.
Tras la dimisión de Hosni Mubarak en febrero de 2011 y con la multitud pro-democrática en la calle, el poder ejecutivo estuvo en manos militares, las del respetado mariscal Hussein Tantawi, ministro de Defensa durante largos años y con pocas aspiraciones políticas. Este hombre, hoy de 83 años, representaría un papel clave en el periodo interino entre la caída de Mubarak y la normalización electoral de la situación como jefe del llamado Consejo Superior de las Fuerzas Armadas, de hecho el gobierno político del país hasta junio de 2012. Su actuación fue unánimemente juzgada como imparcial, y se confirmó con su autodisolución apenas formado un ejecutivo a partir del resultado de la primera elección parlamentaria y a la espera de la designación, también elegido, de un nuevo presidente.
Esta vez la aparición de los militares en el escenario fue benéfica y todavía hoy cuesta trabajo reconocer en las actuales Fuerzas Armadas y sus mandos a aquellas que por entonces mantuvieron el rumbo, dejando a los civiles y a sus partidos abordar los problemas. En este cambio fue decisivo el papel del hombre que en la sombra había sabido ganarse el aprecio del islamismo político institucional, pese a las advertencias de que él "no era Tantawi".
Fue nombrado ministro de Defensa en agosto de 2012 y parece que desde ese puesto puso en pie la estructura que finalmente daría el golpe en su favor el tres de julio de 2013. El resto es bien sabido: se autoproclamó candidato de todo el campo anti-islamista (que obtuvo lo que buscaba, la persecución e ilegalización de los Hermanos Musulmanes) y se presentó a la elección presidencial de junio de 2014, ganando ostentosamente: 97 por ciento para él y un tres para su rival, Hamdin Sabahi, un voluntarioso outsider sin posibilidad alguna.
La elección presidencial debe dar una victoria apabullante al candidato a la reelección frente a un competidor insignificante y casi candidato a la fuerza, por lo que la cifra de participación será mucho más relevante que el resultado, sabido de antemano. De todos modos debemos ser prudentes frente a las cifras de concurrencia: en la sociedad militar que ha llegado a ser Egipto, se hará lo necesario para embellecer la segura gran victoria de al-Sisi.

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