No sabía qué hacer para salvar a mis dos hijos varones de las garras de la tele y conseguir que leyeran (las chicas eran más ilustradas). Los maromos estaban todo el santo día abducidos por la caja.
De acuerdo, no eran más que dibujos, pero yo a su edad -10 y 11 años- ya había catado las novelas de Tarzán, de Egdar Rice Burroughs, de la biblioteca de mi abuelo. Y una me llevó a otra, y de ahí pasé a Enyd Blyton, y de Blyton a Dumas, y de Dumas a Dickens, y aquellos veranos de la adolescencia me marcaron para siempre y a ellos les debo mucho de lo que soy.
Pero hete aquí que un buen día los dos gansos cambiaron la tele por un libro, y de adictos a Oliver y Benji, los magos del balón, se hicieron adictos a otra clase de magia muy distinta: la de la lectura. Se devoraron en un santiamén las 256 páginas de un libro recién salido del horno -te estoy hablando de hace 20 años-.
El libro se titulaba Harry Potter y la piedra filosofal, y en la portada aparecía un niño con cuatro ojos y flequillo subido a una escoba, sobre un fondo de una media luna, un castillo y un unicornio.
Mi mujer y yo le estamos muy agradecidos a la autora, J.K. Rowling, porque consiguió hechizarlos con la letra impresa y alejarlos (a ratos) de ese otro encantamiento mucho más pernicioso que es la tele, que te manipula y te emboba.
Harry Potter es un fenómeno cultural como se han visto pocos en el último medio siglo, con tiradas millonarias, y millonarios éxitos de taquilla (de sus adaptaciones a la pantalla). Y legiones de seguidores.
Pero junto al éxito… la controversia. Algunos especialistas objetan sobre la conveniencia de que lo lean los adolescentes debido a las conexiones de la saga con el ocultismo e incluso el satanismo. Hay autores como Richard Avanes, escritor evangélico que ha elaborado todo un ensayo, Harry Potter y la Biblia, en el que rastrea las influencias de la new age y de las religiones neopaganas -que han crecido en la Europa postcristiana del último medio siglo- en el personaje de J.K. Rowling.
También L’Osservatore Romano ha publicado artículos sobre los efectos perniciosos que puede tener la lectura de Potter.
Otros especialistas, sin embargo, señalan que las escobas, Voldemort y la Escuela de Hogwarts no son más que un marco de fantasía, sin ninguna clase de contraindicación ética, sin otro objetivo que entretener.
Me picó la curiosidad, quise salir de dudas (y sacar de ellas a muchos padres) y encargué a Juan Robles un reportaje sobre el trasfondo cultural y religioso de la saga. Porque no se puede olvidar que la aparición de estas novelas ha coincidido con un auge del neopaganismo y del ocultismo en Europa y EEUU.
Robles ha indagado en los orígenes de Harry Potter, se ha leído los ensayos de Avanes y de la socióloga alemana Gabrielle Kuby, y cotejado lo que dice la Iglesia católica acerca de la magia y la brujería. Y el resultado es este reportaje, que te adelanto como suscriptor de Actuall.
Quienes defienden a Potter sostienen que la magia no deja de ser un recurso literario que, por lo demás, está omnipresente en la narrativa juvenil desde los hermanos Grimm hasta otro fenómeno de las últimas décadas: Michael Ende y su Historia interminable.
El quid estriba en cómo se trate. Los cultos paganos anteriores al cristianismo -y sus supuestas conexiones satánicas- pueden servir de inofensivo marco humorístico para un comic -como ocurre con el druida de Astérix-; o como una ambigüa apología de ese mundo que agoniza en la adaptación cinematográfica del mito del rey Arturo en la película Excalibur.
Pero lee el reportaje de Robles y te enterarás de cómo acaba el cuento.
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