ANÁLISIS
Putin ataca y Trump le da la mano: ¿alguna duda sobre quién ha ganado?
El presidente de EE UU valida el juego peligroso de su homólogo ruso al abrir una nueva relación con él
Washington
Donald Trump y Vladímir Putin en su reunión en Hamburgo. AFP
En la física, el magnetismo es un fenómeno natural por el cual ciertos objetos atraen a otros. En política, donde todo resulta más complejo, es lo que a Donald Trump le ocurre con Vladímir Putin. El presidente de Estados Unidos siente fascinación por el líder ruso. Le ve como un “valor seguro”, le ha antepuesto al “débil” Barack Obama e incluso le ha defendido de las acusaciones de asesinato a opositores. “¿Te crees que nuestro país es tan inocente?”, llegó a contestar en una entrevista televisada.
Esta atracción, casi eléctrica, le ha empujado a celebrar un encuentro que había sido radicalmente desaconsejado por sus asesores. Y no es que faltase una agenda común de peso. Siria, Corea del Norte, Ucrania o las mismas sanciones contra Moscú son cuestiones que merecen mucho más que una reunión. Pero como han advertido la oposición demócrata y no pocos republicanos hay un punto previo que Trump conscientemente ha dejado sin resolver y que lo envenena todo. La trama rusa.
La negativa del presidente a reconocer abiertamente que Moscú fue el causante de la cibercampaña desatada contra Hillary Clinton afecta no solo a su credibilidad sino a la propia seguridad nacional. Trump, con sus malabares retóricos, se empeña en soslayar la intervención de Putin, siempre deja caer que “pudo ser otro” o, como hizo ayer en la reunión, se limita a expresar protocolariamente su preocupación. Esta reticencia se estrella con las conclusiones del FBI, la CIA y la NSA. Todos ellos han sentenciado en un informe conjunto que “Putin ordenó la campaña contra las elecciones presidenciales para socavar la fe pública en el proceso democrático” y evitar la posible presidencia de Clinton.
Más claro imposible. Putin interfirió. Y el beneficiario del ataque, aunque ganase por otros motivos, se niega a reconocerlo. Por el contrario, desde que llegó al poder busca la forma de darle mano al nigromante ruso.
Para un presidente bajo investigación se trata de una apuesta de alto riesgo. Putin no tiene nada que perder y Trump mucho. Para el ruso, el acuerdo de alto el fuego en el suroeste de Siria representa un enorme éxito diplomático. Tras haber ordenado la “mayor operación conocida hasta la fecha para interferir” en la vida política de EEUU, le da la mano a su presidente, se sienta con él y, como buenos amigos, arreglan los problemas del planeta. Putin demuestra así que su estrategia de hostigamiento a Clinton, pese al escándalo, las sanciones y la investigación de un fiscal especial, fue acertada.
Trump, en cambio, queda expuesto. No es sólo que cualquier fracaso en Siria jugará en su contra, sino que se acrecienta la sospecha de connivencia. Trump ha abrazado al despótico presidente ruso y, sin reproche, dado carta de naturaleza a una relación asimétrica. El imán ha vencido.
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