SERIE | ANÁLISIS COOPERACIÓN (2)
Cómo contribuyó España a la edad de oro de la salud global
Cuando la investigación y la alianza de actores diversos lleva a soluciones nos hallamos ante un 'círculo virtuoso'. Y la salud se ha convertido en terreno propicio para la Cooperación Española
El Centro de Investigación de Manhica, financiado por AECID, mantiene un programa de investigación de la enfermedad de la malaria. MIGUEL LIZANA (AECID)
Si la investigación y la alianza de actores diversos lleva a buenas soluciones nos hallamos ante un círculo virtuoso del desarrollo. Estos círculos están inspirados en una parte de la considerable experiencia acumulada por el sistema español de ayuda al desarrollo a lo largo de décadas y en decenas de comunidades por todo el planeta, que hoy puede ser puesta al servicio de la cooperación del futuro. Y la salud se ha convertido en terreno propicio para la Cooperación Española creando nuevas herramientas contra la malaria y estableciendo prioridades para la agenda científica internacional. Este es el segundo capítulo de una serie
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Entre los años 2000 y 2015 la comunidad internacional logró detener y revertir las epidemias globales de malaria, VIH y tuberculosis. La mortalidad infantil descendió a la mitad con respecto a los niveles de 1990, una reducción similar a la que se produjo en el índice de menores de cinco años con desnutrición. La población del planeta con acceso a agua potable pasó del 76 al 91% y, durante la última etapa de este período, la agenda de las enfermedades crónicas como el cáncer y la hepatitis rompió las barreras del mundo desarrollado para reconocer la realidad de centenares de millones enfermos pobres en las economías emergentes.
La edad de oro de la salud global se produjo en un contexto en el que la financiación disponible a través de la cooperación internacional –pública y privada– se multiplicó por tres hasta alcanzar los 36.000 millones de dólares en 2014. Este incremento fue en sí mismo el resultado de una revolución de la creatividad que permitió unir los esfuerzos de Estados, organizaciones filantrópicas y compañías privadas. Pero la innovación no se detuvo ahí. Desde la introducción a gran escala de productos sanitarios –como los antirretrovirales o las vacunas– hasta el desarrollo de sistemas de diagnóstico remoto o la estimulación de grupos abiertos y plurales de investigación científica y política, el conocimiento ha desempeñado un papel crítico en el gran salto adelante de la salud en el siglo XXI.
Cuando este conocimiento permite enfrentarse a problemas complejos e imbricados sobre la base de una alianza de actores diversos que pueden llevar las soluciones a escala, nos encontramos ante un Círculo virtuoso de la cooperación. Y la salud se ha convertido en un terreno propicio para la Cooperación Española en este campo.
La proliferación de medidas preventivas y paliativas apuntaladas por la investigación ha permitido desarrollar nuevas y mejores respuestas a la malaria. España ha jugado un papel relevante en los avances
Tomen el ejemplo de la malaria. Aunque esta enfermedad atávica amenaza aún hoy a 3.200 millones de personas en 106 países y provoca cada año la muerte de más de 400.000, el índice de mortalidad cayó nada menos que un 29% entre 2005 y 2010. Fue la consecuencia de una proliferación de medidas preventivas y paliativas apuntaladas por la investigación, que ha permitido desarrollar nuevas y mejores respuestas.
España ha jugado un papel relevante en estos avances. La inversión realizada en programas de cooperación en salud –que comenzó hace tres décadas pero que se multiplicó desde 2004 hasta alcanzar los 500 millones de euros en 2009– ha permitido desplegar numerosas actividades de control y combate de la enfermedad en el terreno. La contribución más destacada, sin embargo, es la que se ha hecho en el campo científico, donde la investigación y desarrollo de grupos españoles ha contribuido a desarrollar nuevas herramientas contra la malaria, mejorar las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud y establecer prioridades para la agenda científica internacional. España ha sido capaz de poner en marcha mecanismos innovadores para movilizar recursos y alianzas con una miríada de instituciones públicas y privadas tan diversas como la Comisión Europea, la Fundación Bill y Melinda Gates o la farmacéutica Glaxo Smithkline. Y apostar por herramientas tan estratégicas como el Fondo Mundial de lucha contra el sida, la malaria y la tuberculosis.
Una de las claves de la estrategia española ha sido el establecimiento de plataformas de investigación en Guinea Ecuatorial y Mozambique, dos países donde la malaria es endémica y donde las únicas soluciones duraderas son las que estén enraizadas en las capacidades e instituciones locales. El Centro de Investigación en Salud de Manhiça, por ejemplo, se ha desarrollado gracias al trabajo de científicos mozambiqueños formados en el exterior y retornados a su país para consolidar y multiplicar el alcance de las ideas originales. Hoy lideran aspiraciones históricas como la introducción de la primera vacuna contra la malaria o el programa MALTEM para la eliminación de la enfermedad en tres provincias con más de 600.000 casos cada año.
La innovación, las alianzas creativas y la imbricación responsable entre los intereses propios y ajenos deben forma parte esencial de nuestra estrategia de desarrollo
La malaria es un ejemplo destacado de los Círculos virtuosos de la Cooperación Española en materia de salud, pero existen otros. La inversión española contra la enfermedad parasitaria del Chagas que padecen cerca de siete millones de pacientes en América Latina ha sido clave en consecuciones tangibles como el lanzamiento de una versión pediátrica del benznidazol (medicamento contra la dolencia habitualmente usado en adultos), la realización de nuevos ensayos clínicos o el incremento de la cobertura del tratamiento en los países prevalentes.
El hecho de que cerca de 90.000 pacientes con Chagas residan en España ilustra bien la circularidad de estos proyectos. Con su inversión, nuestra cooperación no solo crea y comparte conocimiento útil para los países pobres, sino que apuesta por sectores estratégicos de nuestra economía, respalda el talento nacional y asume que en materia de prosperidad global nadamos o nos hundimos juntos.
Si existe una ilustración del espíritu de los Objetivos de Desarrollo Sostenible que conforman la agenda global hacia 2030, sin duda es esta. Cuando el Gobierno español decida finalmente ponerse manos a la obra y diseñar el plan nacional que dé contenido a estos Objetivos, sería deseable que recordase que no empezamos de cero. Lo mismo se puede decir del Plan Director de la Cooperación para 2017-2020, que se plantea en un contexto considerablemente diferente del de los anteriores. En ambos casos el conocimiento, la innovación, las alianzas creativas y la imbricación responsable entre los intereses propios y ajenos deben forma parte esencial de nuestra estrategia.
Gonzalo Fanjul es director de Análisis de Políticas en ISGlobal.
Este es el segundo artículo de una serie de cinco piezas que analizan el concepto de los Círculos virtuosos de la cooperación y su relevancia para el futuro de la ayuda al desarrollo española. Utilizando ejemplos de los sectores de la energía, la salud global y la seguridad alimentaria, la serie ilustra la importancia del conocimiento y la innovación en la resolución de problemas complejos del desarrollo. Los Círculos virtuosos es una idea concebida conjuntamente por el Centro de Innovación y Tecnología para el Desarrollo Humano de la Universidad Politécnica de Madrid y el Instituto de Salud Global de Barcelona.
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