¡Buenos días, "el dispreciau"!
La ciencia está sucumbiendo ante la ideología. Ocurrió en el Bloque del Este y empieza a ocurrir en el mundo libre, que cada vez lo es menos. A un docente de Arizona le rajaron las ruedas del coche por manifestar su opinión crítica en un artículo sobre el matrimonio homosexual.
Por increíble que parezca cosas así comienzan a suceder en países democráticos, donde las Constituciones consagran la libertad de expresión y en universidades, donde aún no se ha abolido la libertad de cátedra, que yo sepa.
Pero lo que cuenta un jurista, el profesor Lynn Wardle, de la Universidad Brigham Young, parece sacado de la Rusia soviética, donde se elevaba a ciencia puras supercherías, se imponían por real decreto y se eliminaba del mapa a quien osara disentir, a golpe de multa y ostracismo académico.
Wardle cuenta el acoso que sufren en distintas universidades de EEUU los profesores que tienen la osadía de recordar que dos y dos son cuatro. O lo que es lo mismo, que el matrimonio sólo puede ser entre hombre y mujer; que los hijos tienen derecho a un padre y a una madre; y que la ideología de género no es ciencia sino camelo.
Acoso por parte de alumnos, pero también de otros profesores. Y es que el lobby LGTB copa buena parte de las cátedras universitarias, controla muchos departamentos, e infiltra su lupa de inquisidores en las revistas científicas.
Lo contamos en un reportaje escrito por Beatriz de la Rosa, que publicaremos el próximo lunes y que te adelanto a tí, como suscriptor de Actuall.
Enseñar se ha vuelto peligroso. Te pueden hacer el vacío -como le ocurrió al propio profesor Wardle-, o hundir tu carrera de docente. O censurarte una revista científica, como le ocurrió a la catedrática María Caballero, por un número monográfico de la prestigiosa ‘Arbor’, del CSIC.
La mafia LGTB es tan implacable como los censores estalinistas que imponían despóticamente mamarrachadas como las teorías genéticas de Lysenko, convertidas en verdad científica.
Como seguramente sabrás este ingeniero agrónomo sostenía que las plantas podían ser modificadas únicamente por el ambiente al que se encontraran expuestas, sin tener en cuenta su herencia genética.
Resultado: mientras la genética sirvió en Occidente para mejorar las cosechas, en la URSS millones de personas murieron de hambre. Pero hasta que cayó en desgracia, Lysenko estuvo en el olimpo de la Academia de Ciencias, y fue considerado un héroe nacional.
¿Y qué pasaba con los científicos que se atrevían a discrepar? Lo han adivinado. Acababan en Siberia, como Nicolai Vavilov, el mejor genetista ruso, acusado de ser espía británico, que murió en un campo de concentración en 1942.
Quizá tan tenebrosa perspectiva nos parezca lejana en los Estados Unidos o la Unión Europea del siglo XXI. Pero por si acaso, yo no me arriesgaría a enseñar desde la tarima del profesor que “dos y dos son cuatro”. Nunca se sabe.
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Alfonso Basallo y la Redacción de Actuall.
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