Clases de violín para acallar las bombas
Una exprofesora criada en Alepo relata su vida en la ciudad que se ha convertido en un frente de guerra
Alepo
Basma Ourafli en sus clases de violín en Alepo UNICEF
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Alepo es mi hogar, mi casa. He crecido en estos barrios, a 500 metros de lo que hoy es una línea de fuego. A pesar de la guerra que nos asola y rodea, había evitado lo peor. Hasta ahora.
Trabajaba como profesora de inglés, y siempre me ha encantado escuchar las historias que los niños me cuentan. Me uní al equipo de Unicef en Alepo en 2015, y desde entonces he tenido el privilegio de escuchar historias en boca de niños a las que no había llegado ni habría llegado de otra manera. A muchos les agrada que me quede a escuchar cómo han cambiado sus vidas y cómo se enfrentan a la realidad de esta guerra salvaje.
Vivir en Alepo es un reto diario. Al principio, adaptarse a esta situación fue muy duro para todas las personas que vivimos aquí. Con el tiempo, hemos aprendido a hacerla frente. Antes de la guerra teníamos agua y electricidad. Hoy pasamos la mayoría del tiempo con velas, tenemos electricidad solamente unas horas al día. Aunque hay días que no tenemos ni un minuto.
Pasa lo mismo con el agua. Antes de la guerra no le prestábamos una atención especial y podíamos gastarla. Hoy valoramos cada gota. Cada familia tiene un tanque, y cuando se acaba, buscamos alternativas. Al entrar en cualquier cocina de Alepo encuentras cada botella, vaso o recipiente con agua.
Salir de casa, ir a la calle, también se ha vuelto peligroso. Hay bombardeos constantemente. Antes podía salir con mis amigos, reírme y charlar. Hoy me quedo casi siempre en un lugar cubierto, el simple acto de encontrarme fuera con un amigo se ha vuelto casi imposible.
Me he prometido leer única y exclusivamente cosas positivas. Para las tragedias, me basta con mirar por la ventana
La mayoría de los días no sabemos qué nos brindará el siguiente, si lo superaremos o no. Recuerdo que durante el Ramadán del año pasado, justo cuando íbamos a romper el ayuno, empezó un bombardeo. Fue intenso, nos quedamos a oscuras y sin saber qué hacer, huir o no huir. La única pregunta que atravesaba mi mente era si sobreviviría o no al día siguiente.
Eid es la fiesta que marca el fin del Ramadán a mediados de verano, y es cuando los niños estrenan ropa, reciben regalos, juegan y visitan a sus familias. En el último Eid los niños de Alepo esperaban largas colas bajo el sol para recoger algo de agua.
Y este año, los niños en Alepo tuvieron solo unos cuantos días de paz durante el Eid antes de que los combates empezaran de nuevo. Fue la época más terrible para los niños, muchos murieron o resultaron heridos. No hay lugar seguro para los pequeños en Alepo. Las bombas no discriminan cuando se trata de repartir muerte. Es desgarrador ver a los críos moviéndose de un lugar a otro sin cesar, a familias enteras viviendo en las calles, en las mezquitas, en colegios, o incluso en autobuses que ya no funcionan.
En estas condiciones, los niños buscan maneras de hacer frente a sus miedos, quizás porque no piensan en el futuro de la misma manera que sus padres. Es maravilloso ver cómo se adaptan.
El simple hecho de ir al colegio puede ser mortal en Alepo. Hace unos días me enfrenté a todo el horror de esta guerra. Me levanté como un día más, pero ya a las ocho de la mañana recuerdo salir corriendo con los colegas de Unicef por un bombardeado justo al lado de un colegio de primaria. Nos dimos toda la prisa que pudimos para llegar al Hospital Razi, uno de los dos últimos centros gratuitos en Alepo. Nos temimos lo peor.
Nada te prepara para ver un hospital en zona de guerra. Lo primero con lo que te encuentras es una escena que casi literalmente se describe como una carnicería: gente que grita y llora las pérdidas de sus seres más queridos, personas heridas, cubiertas de sangre...
El director médico nos informó de que dos niños habían muerto tras el ataque y otros dos estaban en la unidad de cuidados intensivos. En el momento en el que entrábamos en la UCI, el corazón de un niño dejó de latir. Los médicos y enfermeros le intentaron reanimar para devolverle la vida a aquel cuerpo, pequeño e indefenso, justo delante de nosotros. El monitor del corazón respondió con una línea plana. Nos confirmaron lo peor.
Me quedé de pie en una esquina de la habitación, con mi cámara en la mano, helada. El niño se había ido, justo en aquel instante. Tuve que huir de aquella habitación. Me encontré con el padre fuera, que esperaba noticias. No me puedo olvidar de sus ojos, su mirada. Una mezcla de miedo y esperanza. Sencillamente no pude seguir allí y ver su mirada cuando escuchara la noticia de la pérdida.
En Alepo vemos secuestros, accidentes, choques y bombardeos. Antes nos calmábamos diciendo: 'Este año acabará'. Pero ahora, no lo decimos más
Nos llevaron escaleras abajo, para ver la escena más difícil de mi vida. Dos niñas muertas, que estaban quietas, como dormidas en camillas. Una todavía conservaba un lazo rosa en el pelo. Eran dos niñas. Parecía como si estuvieran todavía camino del colegio. Solo desee que su final hubiera sido rápido, que ni se dieran cuenta de que nunca más llegarían a la puerta de la escuela.
Jamás las olvidaré. Jamás.
En Alepo vemos secuestros, accidentes, choques y bombardeos. Antes nos calmábamos diciendo: 'Este año acabará'. Pero ahora, no lo decimos más, simplemente nos adaptamos a la situación.
A pesar de la realidad con la que nos enfrentamos cada minuto, intentamos mantener la apariencia de cierta normalidad. Seguimos alegrándonos cuando hay una boda, una graduación, hasta cuando algún comercio, por pequeño que sea, florece.
Por mi parte, he decidido empezar a tocar el violín y estoy recibiendo ya alguna clase. Conozco a otras personas que también han empezado a aprender a tocar algún instrumento. Hemos aprendido… hemos tenido que aprender a apreciar las cosas pequeñas, las simples que antes dábamos por supuestas. Vivimos cada momento al máximo.
El lado positivo de esta guerra es que la mayoría de la gente en Alepo puede disfrutar de relaciones más estrechas con sus vecinos y con su comunidad. Pasamos mucho tiempo juntos, hablando, escuchando música, hasta aprendiendo a hacer punto. Ahora leemos más, aunque me he prometido leer única y exclusivamente cosas positivas. Para las tragedias, me basta con mirar por la ventana.
Basma Ourafli es hoy, tras haber sido profesora de inglés, trabajadora de UNICEF en Alepo. UNICEF Comité Español lanza su campaña centrada en niños en emergencias.
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