viernes, 12 de agosto de 2016

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Saber alimentar y no poder | Planeta Futuro | EL PAÍS

Saber alimentar y no poder

Diversos problemas mantienen altas tasas de desnutrición infantil en la sierra rural de Perú

Dos mujeres cocinan en la sierra de Perú.

Dos mujeres cocinan en la sierra de Perú. 





Ayacucho (Perú) 


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Aunque Perú está clasificado por el Banco Mundial como un país de ingresos medianos-altos, la pobreza afecta al 21,8% de su población, y la extrema al 4,1%. En este último grupo, miles de niños de la sierra rural del departamento de Ayacucho sufren desnutrición infantil pese a que sus madres conocen bien los criterios de una alimentación equilibrada y cultivan productos para el autoconsumo.
Un estudio indica que factores como la falta de dinero, la sobrecarga laboral de la madre –en las tareas del hogar y del campo–, la escasez de agua, la vulnerabilidad ante las enfermedades, y un servicio de salud inadecuado se confabulan contra los esfuerzos de las familias para dar alimentos protectores, constructores y energéticos a los menores de tres años.
El más alto porcentaje de desnutrición infantil (32,8%) se registra en la sierra rural del país andino, y para buscar soluciones a este antiguo problema, elInstituto de Estudios Peruanos (IEP) realizó estudios de caso en dos comunidades localizadas a unos 3.500 metros de altitud en la provincia de Vilcas Huamán, en la región Ayacucho.
Una de las madres encuestada y entrevistada para la investigación, Raquel Tello, comentó a EL PAÍS que en su comunidad, Huallhua, deben caminar unos 20 minutos para abastecerse de agua “para una adecuada higiene de los niños”. En una de las vigas que sostiene el techo de su casa están colgadas varias galoneras en desuso. “El puquio (fuente de agua, en quechua) se ha ido secando, entonces tenemos que hacer cola para llenar un recipiente, demoramos unos 40 minutos”, añade.
Tello, de 33 años, tiene tres hijos y es además agente comunitaria de salud, capacitada por el Gobierno regional de Ayacucho: pese al exceso e trabajo que tiene, colabora voluntariamente en la casa de vigilancia del crecimiento de los niños de Huallhua. La acumulación de labores no es un problema solo suyo. “Mi esposo tiene que irse lejos a buscar trabajo porque en la comunidad no hay. Luego del desayuno y que mis hijas se van a la escuela, salgo temprano con mi niño para hacer pastar mi ganado en las alturas; come a las 10 o a mediodía el fiambre que preparo, y regresamos a casa a las cinco de la tarde. A las siete le doy la cena. Hay un montón de trabajo y no podemos alimentar a los niños como debe ser”, explica, aludiendo a la frecuencia mínima de comidas de cinco veces por día para los menores de tres años.
La socióloga y antropóloga médica Carmen Yon, coordinadora de la investigación, precisó a EL PAÍS que en la comunidad de San Juan de Chito, a un tercio de los niños les diagnosticaron este problema de salud, y en Huallhua, a la mitad. En Perú la desnutrición crónica infantil bajó de 23% en 2010 al 14,6% en 2014. Pero en la sierra rural, según el estudio, la cifra sigue siendo la que marcaba el país en 2000. “Esto expresa claramente la desigualdad social y territorial del Perú”, en opinión de Yon.
"Algunos periodistas y personal de salud de Ayacucho creen que el problema es por falta de voluntad de las madres –de alimentar bien a los niños– o porque cuidan más al ganado, cuando se trata de un problema de falta de infraestructura de agua y saneamiento y de una política de seguridad alimentaria que se concrete”, opina Yon.

Brechas que se mantienen

“Hay causas estructurales, pero también cuestiones de capital financiero, humano y social inadecuados, dificultades de acceso en cantidad y calidad a recursos, y muy poco acompañamiento del ministerio de Agricultura”, critica la coordinadora del informe.
Tello, la madre que también es agente de salud comunitaria de Huallhua, señala que una vez por semana llega un carro que vende alimentos que no produce en su comunidad. “A veces, cuando puedo compro pescado. Pero la sangrecita (de pollo, que contiene gran cantidad de hierro) no es fácil de conseguir”, asegura. En su comunidad viven 80 familias, y en un par de ellas hay niños desnutridos.
El estudio también revela que un servicio de salud deficiente y con personal que no habla la lengua indígena es un factor en contra. En particular por el maltrato verbal, que genera desconfianza y desánimo en las mujeres. “El personal no se da abasto, atienden pocas personas y pocas en quechua”, dijo Tello del puesto de salud ubicado a una hora de su casa.
Raquel Tello comenta las dificultades de vivir sin acceso a suficiente agua en Huallhua. JUANJO FERNÁNDEZ
Un 43% de las mujeres entrevistadas en Huallhua y en Chito no habla español y todas tienen al quechua como su lengua materna. Sin embargo, el informe recoge testimonios de mujeres discriminadas por el personal de salud por hablar en su lengua, pues se ríen cuando las escuchan hablar o las hacen esperar más tiempo: “No sé qué diablos hablarán; háblame en castellano si quieres que te atienda”, son algunas de las frases denunciadas por las usuarias.
La investigación también revela que las acciones del Estado para revertir el problema son producto del desconocimiento, como la entrega de animales de corral como los cuyes (conejillos de indias) y gallinas. “En el frío, a las gallinas les da moco, y es caro curarlas”, explica Tello para el caso de Huallhua, donde haygranizos y heladas cada vez más intensos debido al cambio climático. “Y si matamos una gallina es solo para comer un día, no hay cómo guardar lo que sobre”, añade. En Chito y en Huallhua no usan neveras, sino alacenas hechas en madera por los jefes de familia.
Otra de las investigadoras del Instituto de Estudios Peruanos, la antropóloga Tamia Portugal, apumta discrepancias entre los criterios del Estado y la realidad de las comunidades. “Un 55% de las mujeres en las dos comunidades recibieron cuyes y gallinas, pero hay problemas para la crianza y sobrevivencia de esos animales menores, debido al frío y a los depredadores, por eso el consumo es esporádico". El personal de salud que llega a las casas a vigilar los hábitos de higiene recomienda que no haya animales dentro, pero las familias prefieren tener a los cuyes en la cocina porque están más abrigados y es menos probable que se enfermen. "Y las madres no tienen dinero para comprar materiales ni tiempo para construirlo”, expuso Portugal en la presentación del estudio en Ayacucho.
La antropóloga además anotó que el personal de salud suele hacer recomendaciones basadas en realidades urbanas, ajenas. “Hay una ausencia de diálogo intercultural sobre conocimientos y prácticas: les repiten de la importancia del agua y de la limpieza, pero en Chito constantemente se empoza el agua de lluvia y crea parásitos. Además, en Huallhua debido a las lluvias, los silos y letrinas se colmatan, entonces la vulnerabilidad de los niños a las enfermedades gastrointestinales es alta”, detalló.

Transmisores de experiencias

Lucas Tenorio, de 47 años, es comunero de Chito, juez de paz de esa jurisdicción, y hace 15 años participó, con su esposa Alejandrina (de 42), de las primeras capacitaciones de la ONG Chirapaq para desarrollar seguridad alimentaria frente a las dificultades del cambio climático. En sus chacras (tierras de cultivo) en tres diferentes pisos altitudinales cultiva cereales, granos, patatas y legumbres y su familia es casi autosuficiente. “Vendemos algo para luego poder comprar lo que nos falta, como por ejemplo aceite, azúcar y sal”, dice a EL PAÍS mientras muestra una gran variedad de patatas, ocas, maíz y calabazas. “Este año ha habido poca lluvia, esos maíces no son así, pero por eso han salido chiquitos, los de color blanco son menos resistentes”, cuenta Tenorio, quien prepara abono natural mejorado para evitar los agroquímicos.
Marcelina ayuda a su hijo de seis años a lavarse las manos antes de almorzar. JUANJO FERNÁNDEZ
Según el ingeniero agrónomo Raúl Hinostroza, de la ONG, la agencia agraria ha estado promoviendo el monocultivo de quinua en Vilcas Huamán, debido al buen precio, pero ello ha traído otros problemas. “Este año me han robado cuatro cargas de maíz”, apunta Tenorio, acerca de las consecuencias de la falta de diversidad en los cultivos. La familia colabora hace años en la enseñanza de recetas balanceados, preparadas con alimentos cultivados localmente, como la quinua, el trigo, un maíz nutritivo llamado chococa, una mezcla de harinas de distintos granos llamada siete semillas, y la combinación de queso con huevo y verduras, además de las proteínas animales.
Tenorio es uno de los pocos hombres que no migraron de su comunidad en el tiempo del conflicto armado interno en Perú (1980-2000), cuando sufrieron la violencia del grupo subversivo Sendero Luminoso y de las fuerzas armadas, y que, al sobrevivir ha podido transmitir sus conocimientos sobre el trabajo en la tierra. En su comunidad han recibido capacitación para clorar el agua y los encargados de la Junta de Riego local compran las pastillas, pero también describe dificultades con el servicio de agua entubada. “Hemos estado cuatro días sin agua porque se estropeó el entubado”, al menos ya tenemos otra vez, agrega.
Cuando el hijo menor de los Tenorio llega de la escuela, lo primero que hace la madre es llevarlo al grifo, que le queda muy alto, para ayudarlo a lavarse las manos. “Algunos le dan importancia a la capacitación, otros no”, opina Tenorio, acerca de las soluciones a la desnutrición infantil, pero también reconoce que falta mucho por hacer por parte de las autoridades.

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