martes, 11 de noviembre de 2014

TIRANÍAS DISFRAZADAS DE DEMOCRACIAS ▼ Virtudes y peligros del populismo | Opinión | EL PAÍS

Virtudes y peligros del populismo | Opinión | EL PAÍS



LA CUARTA PÁGINA

Virtudes y peligros del populismo

Invocar la voluntad del pueblo para saltarse el respeto a la ley es uno de sus recursos habituales. Movilizan así a los apáticos, pero su afán por eliminar las cortapisas democráticas abre un peligroso camino a la tiranía





NICOLÁS AZNÁREZ


Se habla mucho de populismo últimamente. En Europa se aplica a la derecha xenófoba francesa, británica u holandesa; en América Latina, al eje chavista venezolano, ecuatoriano o boliviano. Pero el término sigue teniendo difícil acceso al mundo académico. El diccionario de la RAE, por ejemplo, no incluye el sustantivo “populismo”; y define el adjetivo “populista” como lo “perteneciente o relativo al pueblo”, idea que en castellano actual correspondería más bien al adjetivo “popular”.
El populismo no es, la verdad, fácil de definir. Muy frecuentemente se usa en sentido denigratorio, atribuyéndolo a fenómenos que, como mínimo, carecen de contenido serio. Una politóloga propuso, hace años, el abandono del término, por indefinible. La obstinación con que se sigue utilizando indica, sin embargo, que algo deben de tener en común los dispares fenómenos a los que aplicamos ese nombre como para que valga la pena intentar ponernos de acuerdo sobre su significado.
Lo primero indiscutible es que los movimientos o personajes políticos a quienes se llama “populistas” basan su discurso en la dicotomíaPueblo / Anti-pueblo. El primero, no hace falta aclararlo, representa el súmmum de las virtudes; el pueblo es desinteresado, honrado, inocente y está dotado de un instinto político infalible; mucho mejor nos iría si le dejáramos actuar, o al menos le escucháramos. Su antítesis, en cambio, el anti-pueblo, es la causa de todos los males; y puede tomar cuerpo, según los populismos, en entes internos o externos: la oligarquía, la plutocracia, los extranjeros, el clero, los judíos, la monarquía…; en el discurso dominante hoy, en España, sería la “casta política” o “el régimen del 78”, a quienes se oponen “los ciudadanos” o “la gente (decente)”. Por “pueblo” no debe entenderse, desde luego, el proletariado o las clases trabajadoras. De nada sirven aquí las descripciones sociológicas, ni los análisis de clase. “Pueblo” es una mera referencia retórica, una invocación fantasmal. Lo que importa, la clave de todo, es que el Pueblo, la Voluntad del Pueblo, es el principio supremo de la legitimidad. Invocar la voluntad popular, como los dictados divinos para los creyentes, permite saltarse la exigencia del respeto a la ley.
Prospera cuando los partidos tradicionales están desprestigiados hasta niveles escandalosos



Un segundo rasgo común a los populismos es la ausencia de programas concretos. Lo reconoció como nadie José Antonio Primo de Rivera, aspirante a populista, cuando dijo aquello de que sus ideas eran demasiado ambiciosas como para intentar apresarlas en un programa. Fue típico también declarar que no eran de derechas ni de izquierdas. De los proyectos de los dirigentes populistas sabemos que están inspirados por los deseos más grandiosos (“salvar al país”, establecer una “democracia real”), pero no cómo piensan hacerlo; no conocemos sus planes en el terreno institucional, en el económico ni en el internacional. Quiero cambiar todo, decía el Lerroux juvenil. Estoy en contra de todo lo que está mal, declaró una vez el inefable Ruiz Mateos. Una vaguedad que les permite actuar como revolucionarios o como realistas según requieran las circunstancias. Para sus seguidores, lo que importa es que su acción se verá guiada por unos principios políticos y morales intachables, anclados en el interés popular.
Tercer rasgo: en su discurso dominan los llamamientos emocionales dominan sobre los planteamientos racionales. Apelan a la acción, la juventud, la moralidad, la audacia, la honradez. Uno de sus mantras preferidos es que hacen falta “menos palabras y más acción”; es decir, hay que superar la ineficaz verborrea que domina la política actual. El objetivo de estas invocaciones es claro: no se trata de hacer pensar a sus oyentes sino de movilizarlos, de que entren en la arena política grupos hasta hoy indiferentes o marginados. Una movilización que suele ser extra-institucional, por cauces ajenos a los previstos por el “sistema”.
Cuarto: a juzgar por sus proclamas, nadie puede llamarles anti-demócratas; al revés, el gobierno del pueblo es justamente lo que anhelan. Pero democracia es un concepto que admite al menos dos significados: como conjunto institucional, unas reglas de juego, que garantizan la participación de las distintas fuerzas y opciones políticas en términos de igualdad; y como “gobierno para el pueblo”, sistema político cuyo objetivo es establecer la igualdad social, favorecer a los más débiles. Desde esta segunda perspectiva, muchas dictaduras pueden declararse “democráticas”; la Cuba de los Castro, por ejemplo, un régimen que no convoca elecciones libres y plurales pero que presume de grandes logros educativos o médicos para las clases populares. También es típico de cualquier populismo la formación de redes clientelares, dado que la función principal del líder debe ser la protección de los débiles.
Y esta, la existencia de un líder dotado de cualidades redentoristas, es otra peculiaridad de muchos de estos fenómenos. El movimiento está dirigido por un Jefe, un Caudillo, un Cirujano de Hierro, que aúna honradez, fuerza, desinterés y, sobre todo, identificación con el pueblo, con el que tiene una conexión especial, una especie de línea directa, sin necesidad de urnas ni sondeos. Obsérvese que entre sus virtudes no está el saber, la capacidad técnica. El anti-elitismo populista comporta una importante dosis de anti-intelectualismo y anti-tecnicismo. Más que un rasgo modernizador, este elemento clave parece un resto del mesianismo religioso o del paternalismo monárquico del Antiguo Régimen.
Los grupos políticos que carecen de programa y no cuidan las instituciones no son fiables


Una última característica común, que no corresponde al movimiento en sí sino al entorno en el que florece, es que todos los populismos prosperan en un contexto institucional muy deteriorado, en el que los partidos tradicionales y los cauces legales de participación política, por corrupción o por falta de representatividad, están desprestigiados hasta niveles escandalosos.
Esta enumeración de rasgos —no todos aplicables al caso español actual, pero sí algunos— nos lleva a ciertas conclusiones. La primera sería que los populistas tienen la virtud de denunciar sistemas políticos anquilosados, lo cual es de agradecer y obliga a abrir, a flexibilizar, a modernizar las instituciones democráticas. Al ser capaces de movilizar a los hasta hoy apáticos, abren cauces institucionales a los antes excluidos, les permiten intervenir en la toma de decisiones colectivas. Son, desde este punto de vista, revitalizadores de la política; y suscitan simpatía: difícilmente serán tan malos como los que tenemos, piensa uno instintivamente.
Pero no hay que equivocarse. Aunque los dirigentes populistas se proclamen anti-políticos y exijan que el poder —hoy en manos de políticos profesionales— retorne al pueblo, ellos también son políticos. Quieren gobernar, quieren el poder. Y cuando llegan a él, les molestan las cortapisas: no son de su agrado ni la división y el control mutuo entre poderes, propio de las democracias liberales, ni la existencia de una oposición crítica ni el que su mandato se termine a fecha fija. Su lógica es, la verdad, impecable: si el poder es ahora del pueblo, ¿por qué limitarlo? ¿quién y en nombre de qué puede oponerse a la voluntad del pueblo? Es decir, que su vínculo privilegiado con el pueblo exige eliminar todo límite a su capacidad de acción. Lo cual abre un peligroso camino hacia la tiranía. Por otra parte, al no establecer ni reconocer normas, tienden a recurrir a la acción directa, lo que suele significar prácticas coactivas contra los discrepantes. Movimientos políticos que carecen de programa y no cuidan las instituciones no son fiables.
Es imposible, en resumen, saber adónde puede llevar un movimiento de este tipo: su carencia de programa le permite seguir cualquier línea política. El peronismo, siempre el mejor ejemplo, fue intervencionista y expansivo en economía en los años cuarenta-cincuenta y liberal en los tiempos de Menem. El lerrouxismo representó a la izquierda incendiaria en 1909 y al republicanismo de orden en 1934.
Al final, para saber lo que nos espera cuando un movimiento de este tipo asoma por el horizonte lo más práctico es echar una ojeada a los regímenes alabados por ellos o de quienes han recibido apoyo: si se trata de la Venezuela bolivariana, sus votantes deberían considerar qué harán cuando el Gobierno aupado por ellos acapare los medios de comunicación públicos, hostigue a la prensa independiente o amedrente a sus adversarios. Afortunadamente, la sociedad española actual parece poco dispuesta a tolerar ese tipo de cosas.
José Álvarez Junco es historiador. Su último libro es Las historias de España (Pons / Crítica).
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el dispreciau dice: supo haber democracias, pero las mismas se fueron deformando hasta tergiversar sus fines sociales y políticos... supo haber repúblicas, pero las mismas se fueron degenerando a la medida de los hombres, de sus cinismos, de sus hipocresías, de sus codicias, de sus avaricias, de sus angurrias de y por el poder, hasta que esas mismas repúblicas negaron sus propios fundamentos, extendiendo la negación a sus supuestos estados de derechos... y hoy el mundo humano está en un callejón sin salida, donde los populismos no son otra cosa que tiranías disfrazadas, donde las izquierdas se han consumido en las miserias humanas de aquellos que dicen representarlas, y donde las derechas no son otra cosa que una expresión renovada del nazismo, ahora agiornado a los vaivenes del siglo XXI, donde las corporaciones son más poderosas que cualquier estado ausente, sea demócrata o sea republicano, sea conservador o tergiversador...

los estados ausentes necesitan de las ignorancias tanto como de las pobrezas, de los marginados como de las indigencias, ya que ellas les suman poder, denigrando la condición humana de los prójimos, a los que contienen repartiendo migajas para aplacar sus quejas, y finalmente, para que las corrupciones pasen de largo sin que nadie se de cuenta... indudablemente, no sirve a un mundo necesitado de humanismos...

las corporaciones, por su parte, han construido un modelo de mundo humano donde impera lo descartable, lo desechable, lo depredable, lo ninguneable, lo negable, y desde luego se manipula un lobbie que no respeta los derechos de "nadie"... asumiéndose que "nadie" es justamente eso, "nadie", sin entidad, sin dignidad, sin derechos ciudadanos ni tampoco humanos que deban ser reconocidos desde ningún ángulo...

muchas sociedades, como la española, han tomado consciencia de esta manipulación perversa... otras sociedades, como la escocesa, ha aprendido de la traición a la que se ha visto sometida... la realidad es que la UE (Unión Europea) existe en los papeles pero no en los hechos sociales, ya que pertenece a los nazis que manipulan los intereses y las conveniencias desde los bancos, sus hipotecas y sus usuras con forma de préstamos que sólo esclavizan las iniciativas de los que tienen voluntad y capacidad de esfuerzo...

otras sociedades, están sumergidas en la delincuencia, donde los miedos contienen a las pocas dignidades que quedan en pie... allí impera el narco, impera la trata y cualquier modelo de delincuencia funcional a las cajas negras del poder, un novedoso esquema de corrupciones que se retroalimentan arrasando con cualquier fundamento democrático, apelando a los vacíos ideológicos, a los lavados de los cerebros de los incapaces que abundan ocupando puestos funcionales al poder tiránico que los sustenta... habiéndose convertido en una máquina de impedir que no conduce a ninguna parte... pero que carcome y oxida cada una de las bases sociales...

algunas sociedades están dominadas por mafias zaristas...

otras sociedades están esclavizadas por modelos comunistas que emulan a un emperador que desconoce cualquier realidad que exista fuera de los ámbitos del palacio imperial...

más allá, reinan los conflictos de necesidad y urgencia... que asociados con el poder corporativo y lavador de activos, se van devorando aquellas porciones de las sociedades que se van oponiendo y/o rebelando a los derechos alienados de las personas...

esto podría ser asemejado a un envenamiento progresivo en dosis de cianuros que van extraviando los sentidos sociales para luego exterminarlos, burlarlos o genocidarlos según las conveniencias del poder... 

como sea y donde sea, la humanidad está de rodillas y sin futuro alguno, al sólo efecto de alimentar a los corruptos, sus corrupciones, y sus delincuencias... y una humanidad hipotecada, no le sirve a nadie que esté en su sano juicio, y que aún conserve una pizca de dignidad atada a su alma...

insisto con lo ya dicho desde estas líneas, muchas veces, cuando el hombre en su dignidad, en sus cabales, no tiene nada que perder... no hay muralla que lo divida ni otra que lo segregue, por ende la revolución francesa del Siglo XXI ya está latiendo en todos los horizontes de la Tierra... porque este mundo pertenece a las gentes, no a los poderes obsecuentes. NOVIEMBRE 11, 2014.-

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