EL FUTURO DE LA UNIÓN EUROPEA
El populismo arraiga en Europa
La crisis y la falta de respuestas de los partidos tradiciones impulsan estos movimientos
CLAUDI PÉREZ / LUCÍA ABELLÁN Bruselas 15 NOV 2014 - 21:39 CET
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El cómico italiano Beppe Grillo alerta a Europa de una contienda muy particular. “No estamos en guerra con el Estado Islámico ni con Rusia, sino con el Banco Central Europeo”, sentenciaba esta semana, micrófono en mano, en el Parlamento Europeo. El líder delMovimiento 5 Estrellas, uno de los mejores ejemplos de cómo el descontento ciudadano revoluciona la política, arremete contra Alemania y pide un referéndum para que Italia decida si sale del euro. Pero Grillo no está solo. La semilla populista arraiga cada vez más en el continente y se propaga por dos vías: el creciente apoyo popular a los movimientos a contracorriente y el contagio que provocan en los grandes partidos, incluso en los gobernantes.
Los grupos que explotan ese malestar para oponer los deseos del pueblo a los de la clase dirigente suman casi una cuarta parte de los escaños de la Eurocámara. Diferentes opciones eurófobas, populistas y antiinmigración han ganado peso en Alemania (Alternativa por Alemania), Austria, los países nórdicos (Demócratas de Suecia) y casi en cualquier lugar con elecciones, con los casos paradigmáticos de Francia y Reino Unido, donde los nacionalistas y anti-UE Frente Nacional y UKIP fueron las fuerzas más votadas en las elecciones europeas. “El comportamiento, especialmente en la extrema derecha, es una vergüenza para el Parlamento. Tenemos que mostrárselo a los ciudadanos”, sugiere Manfred Weber, presidente del Partido Popular Europeo en la Eurocámara. Este líder de la familia a la que pertenecen muchos gobernantes europeos, avisa sobre el efecto arrastre de esos discursos: “Lo peor es intentar copiarlos; los fortalece”.
Pero eso es precisamente lo que ocurre. Un buen ejemplo lo ha propiciado esta semana una sentencia del Tribunal Europeo de Justicia, que alivia a quienes creen que las prestaciones que reciban ciudadanos europeos en otro país comunitario diezman los recursos públicos. El regocijo mostrado por los Gobiernos alemán y británico por un fallo que denegaba ayudas a una mujer rumana afincada en Alemania porque no buscaba empleo muestra hasta qué punto la tentación populista magnifica el problema.
“El ascenso de estos grupos es lógico por la combinación de una grave crisis económica y los desafíos que enfrenta la democracia representativa. No es difícil ser pesimista: la atmósfera política, no solo en Europa, se envenena con el ascenso de los populistas, en paralelo a los guiños de los grandes partidos a algunas de sus propuestas debido al desdén que cosechan los partidos tradicionales entre unos votantes cada vez más desesperanzados”, apunta el analista Branko Milanovic.
Los grandes partidos se sienten acechados por fuerzas que los consideran parte de una casta alejada de los ciudadanos. Podemos, el partido que ha acuñado este término, tiene una intención de voto directa cercana al 17%, según la última encuesta del Centro de Investigaciones Sociológicas. “Los partidos de izquierda tradicional los acusan de populismo, pero la cuestión es si deberíamos pensar en el populismo como algo peyorativo o simplemente como una estrategia política particular. Creo que es una estrategia política que debería probarse”, argumenta Lasse Thomassen, experto de la Universidad de Londres.
Como Milanovic, Thomassen distingue entre el populismo de derechas, habitualmente nacionalista y que acusa a la inmigración de los problemas del mercado laboral, y el de izquierdas, que engloba una amalgama de grupos que suelen compartir su desdén por los más ricos, incluidos los políticos “que entienden la política como una forma de enriquecerse, según ese punto de vista”.
Las crecientes muestras de populismo en Europa han multiplicado el interés de los académicos, que advierten, no obstante, de la ambigüedad de la etiqueta. “Esa categoría es como una gran cesta en la que metemos todo aquello que no nos gusta. Grupos como Aurora Dorada en Grecia o Jobbik en Hungría no son populistas, sino antidemocráticos. Yo diría que los populismos son los que orientan su discurso hacia la parte emotiva del cerebro, como puede hacer el Tea Party en EE UU”, abunda Takis Pappas, investigador de la Universidad de Salónica.
La falta de horizontes que ha generado la crisis alimenta a todas estas formaciones. “Hace falta un cambio en las políticas: salir de la austeridad y crear puestos de trabajo. De esa forma aumentará la confianza de los ciudadanos. Los populismos no proponen soluciones, solo una negación de la clase dirigente europea y nacional”, reflexiona Gianni Pittella, presidente del grupo socialdemócrata en la Eurocámara.
Catherine Fieschi, directora de Counterpoint —laboratorio de ideas británico—, recuerda que estos movimientos “estaban en Europa desde mucho antes de la crisis: en los ochenta en Francia y en Holanda, por no hablar de los años treinta”. Para Fieschi, muchos son tóxicos: la cúpula de Aurora Dorada fue encarcelada por asociación criminal, y el Jobbik húngaro ve en los judíos “un riesgo para la seguridad nacional”. Pero lo fundamental es la semilla que plantan en la ciudadanía. “En casi todos los casos insisten en que no estamos gobernados por la derecha o la izquierda, sino por políticos que solo se preocupan de sus bolsillos. Y la crisis les ha dado un ímpetu increíble”, cierra esta experta. La paradoja es que puede que solo ese fenómeno sea capaz de despertar a las democracias liberales del sopor en que andan sumidas desde hace tiempo.
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La inmigración se convierte en la diana del discurso demagógico
El miedo a perder votos contagia a los gobernantes de la retórica antiextranjería
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Dos conceptos muy diferentes han cristalizado en Reino Unido para denominar una misma realidad. Los rumanos que tratan de encontrar un trabajo en Londres son inmigrantes de la UE. Pero los británicos que residen en la Costa del Sol son simplemente expatriados. Espoleado por el éxito del eurófobo y nacionalista UKIP, el primer ministro británico, David Cameron, apunta a la libre circulación de personas en Europa como uno de los excesos del proyecto comunitario. De manera más radical, el Frente Nacional francés o el antimusulmán Partido por la Libertad, del holandés Geert Wilders, instan a cerrar fronteras para combatir la crisis.
No hay un solo dato creíble de que los movimientos intracomunitarios y la inmigración de terceros países amenacen los Estados de bienestar de la UE. Apenas un 3% de la población comunitaria reside en otro país miembro y los flujos anuales no exceden el 0,3%, una décima parte de los movimientos entre Estados estadounidenses, según un reciente estudio del Centro de Estudios Políticos Europeos (CEPS, uno de los centros de análisis más influyentes en Europa). La mayoría de los expertos aboga por aumentar esos flujos para situar a los trabajadores donde existen más puestos disponibles y de ese modo reducir las elevadas tasas de paro en países como España (23,7%).
Lo que sí admiten las instituciones europeas es que puedan existir problemas concretos porque los extranjeros más pobres se concentren en ciertas zonas y los servicios públicos tengan dificultades para atenderlos allí. Pero los partidos xenófobos pasan de la anécdota a la categoría y abogan por replegarse en lo nacional para salvar a sus pueblos. “Es un discurso peligroso que encontramos principalmente en la extrema derecha. En un momento en que la ciudadanía lo pasa mal, enfrentan a los trabajadores de aquí con los trabajadores de allí”, analiza Marina Albiol, eurodiputada de IU.
El partido de ultraderecha griego Aurora Dorada reparte comida a los muchos desfavorecidos por la crisis en ese país, con un requisito: que no sean extranjeros. La formación del radical Geert Wilders aboga por “menos, menos y menos marroquíes en Holanda”. Y los Auténticos Finlandeses propugnan, con ese nombre tan elocuente, establecer duras políticas de inmigración en el país.
Ante estos fenómenos, los gobernantes actúan con tibieza. Las discrepancias entre lo que proponen los grupos mayoritarios en Bruselas y lo que acaban haciendo los Veintiocho —la mayoría adscritos a los dos grandes partidos— demuestran hasta qué punto los líderes temen que la población rechace ideas que contradicen el mito. “La única opción es gestionar la inmigración en el ámbito europeo. Los socialdemócratas proponemos establecer cuotas de extranjeros que puedan venir legalmente a la UE y crear oficinas comunitarias en los países de origen para que puedan pedir allí asilo en lugar de arriesgarse a perder la vida en el Mediterráneo”, explica Gianni Pittella, líder de los socialdemócratas en la Eurocámara.
Sin llegar a respaldar ese modelo, muchos conservadores europeos abogan también por ampliar las actuales políticas. El presidente del Partido Popular Europeo en esa misma Cámara, Manfred Weber, propone sin tapujos “que Europa sea un puerto seguro para los sirios”, a los que la Unión acoge con mucha prudencia (de los más de 50.000 sirios que solicitaron asilo el año pasado, los países comunitarios, sobre todo Suecia, aceptaron a un tercio). Los jefes de Estado y de Gobierno se comprometen en Bruselas a ofrecer más facilidades de acceso a los refugiados sirios, pero los discursos cambian cuando vuelven a sus países.
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ANÁLISIS
Los perdedores del tiempo moderno
La revolución tecnológica y la globalización son probablemente las fuerzas más poderosas entre aquellas que perfilan nuestro tiempo. Ambas brindan extraordinarias oportunidades a la humanidad. Desafortunadamente, en Occidente, son dos agentes que amenazan con erosionar a fondo el hábitat social de las clases medias y bajas. Ergo, involuntarias aliadas de los populismos.
La globalización implica la deslocalización de empleos hacia otros países; y las nuevas tecnologías, la automatización de funciones que antes desempeñaban trabajadores. Obviamente, ambas fuerzas producen riqueza y desarrollo. Pero, a diferencia de la revolución industrial, no está claro que el nuevo salto tecnológico hacia adelante compense los empleos destruidos con otros tantos, y más, nuevos; ni que esa riqueza se reparta con equidad.
De hecho, estas dos fuerzas parecen tender a ensanchar en Occidente la brecha de renta entre la élite de una sociedad y su cuerpo general. A nivel individual, las personas con formación o contactos excelentes extraen cada vez mayor rentabilidad de su conocimiento y redes; los demás sufren la competencia a la baja procedente de otros lares. A nivel empresarial, la ingeniería fiscal global permite a los más hábiles eludir sacrosantas cargas fiscales.
Esta síntesis omite derivadas positivas de esas fuerzas. Pero esboza el perfil del monstruo al que se enfrentan grandes capas de las sociedades europeas. Las que agrupan a los individuos menos formados, especializados, conectados. Los perdedores de nuestro tiempo.
Así como en la Florencia del siglo XIII la clase aristocrática terrateniente perdía inexorablemente peso ante la incipiente burguesía artesana y comerciante, en el Occidente del siglo XXI la élite de los mejor formados y posicionados gana cuota de riqueza y poder ante todos los demás. La cohesión social, también debido a la reducción del Estado de bienestar, se deshilacha. Un importante segmento social anda a la deriva. Y este es un formidable caldo de cultivo para proyectos populistas en Europa. Estos proyectos, por supuesto, también atraen a ciudadanos muy formados, hartos de los manejos ineficientes o indecentes de la clase política tradicional; pero el caladero más explosivo es aquel en el que malvive la legión que no logra asiento digno en el tren de la modernidad.
Aprovechan ese malestar populismos con matices distintos, pero que comparten dialécticas que enfrentan: pueblo contra casta; nacionales contra inmigrantes; Estados contra Bruselas. Esto es la esencia del populismo: levantar a unos contra otros. Mediocridad y corrupción de tantos dirigentes políticos abren paso a todo eso; los desmanes de parte del empresariado echan más gasolina. Crisis y recortes sociales completan el explosivo cuadro.
Algunas sociedades europeas capean mejor que otras estos desafíos. Pero todas se enfrentan al descomunal reto de amortiguar el desgarro que globalización y revolución tecnológica alimentan; de evitar que la pérdida de la cohesión social que ha sido la marca distintiva de Europa se convierta en confrontación social entre perdedores y ganadores. Güelfos y gibelinos del siglo XXI. Hace falta política noble para evitarlo.
1. el estallido social en cadena en todo el ámbito de la Europa Medieval...
2. la desintegración social y política de toda la mentida unión europea...
3. la caída y desaparición del euro como moneda única...
4. la evaporación de la corporación bancaria estafadora y usurera que se sostiene desde la segunda guerra mundial haciendo estragos en todo el orbe humano...
5. intentos desesperados de las clases políticas perimidas para salvar sus continuos estados de corrupción y negligencia...
6. la desintegración de las corporaciones como eje laboral del mundo humano... su caducidad como entes lavadores de activos financieros de las redes del narcotráfico y de la trata de personas en todos los ámbitos de la Tierra...
7. acciones militares desesperadas por contener a los estallidos sociales encadenados, los que finalmente prevalecerán por sobre los reinos piratas, sobre las deformadas repúblicas y sobre las mentidas y tergiversadas democracias...
8. la desaparición del dólar como moneda global... la que será negada desde todos los ángulos de la Tierra por su condición intrínseca de trampa financiera y económica que ha conducido al mundo humano a una tragedia irreversible...
9. la expansión y consecuente desintegración del imperio aliado nazi con sede en Bruselas...
10. el caos social mundial a partir del quiebre encadenado de todo el mundo empresario corporativo, que dará lugar a que un tercio de la humanidad pierda sus puestos de trabajo a manos de las decisiones idiotas del dueño del mundo, un dueño empecinado por sostener su hegemonía al precio que sea, que además padece Alzheimer, y ni siquiera es responsable de sus actos, ya que es manipulado por asesores inescrupulosos e inmorales que lo han acompañado desde su hora cero...
lo que sigue no te gustará, pero tendrás que pasarlo, indefectiblemente...
si la humanidad no aprende de esta lección global, entonces, merecerá la peor de las suertes.
NOVIEMBRE 16, 2014.-
recuerda, esta fecha, 16 de Noviembre, pasará a la historia como el "día de la traición"...
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