domingo, 6 de junio de 2010

NEURONAS EN FILA... CUCARACHAS ALINEADAS


Tendencias / Adelanto
Gregory Peck e Ingrid Bergman en Cuéntame tu vida, film de Alfred Hitchcock
Foto: SELZNICK/UNITED ARTISTS/AFP

La autoridad de los psicológos
En La salvación del alma moderna (Katz) la ensayista marroquí analiza cómo el vocabulario de las disciplinas terapéuticas -desde el psicoanálisis hasta la autoayuda- ha ido entrando en el habla popular y hoy determina la forma en que concebimos las relaciones humanas

Noticias de ADN Cultura: Sábado 5 de junio de 2010 | Publicado en edición impresa
Por Eva Illouz

Los psicólogos tomaron (y les fueron otorgados con entusiasmo) el derecho y la autoridad de hablar sobre una gran variedad de problemas sociales acerca de los cuales aseguraban tener los conocimientos necesarios. Pero diferían de otros expertos (tales como los abogados y los ingenieros) en la medida en que, con el avance del siglo [XX], fueron asumiendo cada vez más la vocación de guiar a otros en casi todas las áreas, desde la educación y la crianza de los niños hasta la conducta criminal, el testimonio legal como peritos, el matrimonio, los programas de rehabilitación en cárceles, la sexualidad, los conflictos políticos y raciales, el comportamiento económico y la moral de los soldados. Desde el comienzo de sus carreras profesionales, los psicoterapeutas se dirigieron a un público muy amplio, y en ese proceso transformaron los conceptos que habían sido forjados en los escenarios especializados de la academia, las asociaciones profesionales y las revistas especializadas. El proceso de "popularización" hizo que su estatus fuera ambivalente, y oscilara entre el de expertos y el de guías morales. Como expertos, estaban dotados de conocimiento técnico y neutral, mientras que como guías morales instruirían a otros acerca de los valores que debían conformar su comportamiento y sus sentimientos. La literatura de autoayuda emergió a partir de esa dualidad única de sus roles y proporcionó la llave para que los psicólogos ingresaran al mercado.
En la década de 1920, la literatura de autoayuda, al igual que el cine, era una industria cultural emergente, y demostraría ser la plataforma más duradera para la difusión de las ideas psicológicas y para la elaboración de normas emocionales. La literatura de autoayuda combina una serie de exigencias. Primero, debe ser, por definición, de carácter general, esto es, debe utilizar un lenguaje similar al legal, que le confiera autoridad y le permita producir enunciados con estructura legal. Tal como sugieren T. S. Strang, David Strang y John Meyer, "la difusión dentro de las categorías culturales es acelerada y redirigida por su teorización. Mediante la expresión ´teorización´ nos referimos al desarrollo autoconsciente y a la especificación de categorías abstractas y a la formulación de relaciones que siguen patrones, tales como las cadenas de causa y efecto".

Debido a que la teorización expresa ideas de una manera general y descontextualizada, esto las hace más capaces de encajar en una variedad de contextos sociales, de individuos y de necesidades. El consejo psicológico podía ser difundido de manera muy amplia precisamente porque tenía una forma teórica y general, y hablaba de las leyes universales de la psiquis. En segundo lugar, si la literatura de autoayuda pretende ser una mercancía consumida de manera regular, debe variar los problemas que aborda. En tercer lugar, si aspira a dirigirse a segmentos variados del público lector, con valores y puntos de vista diferentes, debe ser amoral, esto es, debe ofrecer una perspectiva neutral acerca de problemas que tengan relación con la sexualidad y la conducta en las relaciones sociales. Por último, debe ser creíble, esto es, proferida por una fuente legítima. El psicoanálisis y la psicología eran minas de oro para la industria de la ayuda, porque estaban envueltos en el aura de la ciencia, porque podían ser altamente individualizados (encajando en cualquier particularidad individual y en todas ellas), porque podían abordar una gran variedad de problemas, permitiendo de esa manera la diversificación y porque parecían ofrecer la mirada desapasionada de la ciencia acerca de algunos tópicos prohibidos. Con un mercado de consumidores en expansión, la industria del libro y las revistas para mujeres adoptaron ávidamente un lenguaje que podía incluir tanto la teoría como el relato, la generalidad y la particularidad, la objetividad y la normatividad. Mientras que la literatura de autoayuda no tiene un impacto franco en sus lectores, su importancia en la provisión de un vocabulario para el yo y en la guía de la percepción de las propias relaciones sociales no ha sido reconocida de manera suficiente. Gran parte del material cultural contemporáneo nos llega en forma de consejo, admonición y recetas, y dado que en muchos lugares sociales el yo moderno es un yo que se hizo a sí mismo -recurriendo a diversos repertorios culturales para tomar un curso de acción-, es probable que la literatura de autoayuda haya jugado un rol importante en la conformación de los vocabularios públicos a través de los cuales el yo se entiende a sí mismo.

El cine
Hollywood se convirtió en un escenario cultural central para propagar la imagen del psicólogo, algunos de los conceptos centrales del psicoanálisis y las narrativas terapéuticas del yo. [...] David Selznick, el productor cinematográfico enormemente poderoso que contrató a Hitchcock, hacía terapia psicoanalítica. Probablemente como resultado de su tratamiento, se le ocurrió hacer una película con Hitchcock basada en ideas psicoanalíticas ( Cuéntame tu vida ). Basada en la novela The house of Doctor Edwards (de Francis Beeding), el guión de la película fue escrito por Ben Hecht, que también hacía terapia psicoanalítica. La famosa película de Hitchcock presentó ante un público amplio la noción de inconsciente, la importancia de los sueños, el mecanismo de la represión y la importancia del lenguaje en la cura analítica.
Pero el ímpetu de la introducción de la psicología y del psicoanálisis en el cine estaba relacionado con el hecho de que la industria cinematográfica estaba buscando recetas y fórmulas para acaparar una mayor atención por parte del público. Ya en 1924, el productor Sam Goldwyn solicitó los servicios de Freud (que serían elegantemente recompensados con la suma de 100.000 dólares) para ayudarlo a escribir una "historia de amor realmente grande". El historiador social Eli Zaretsky cuenta que un año después "Goldwyn y la productora alemana UFA les pidieron ayuda a Karl Abraham, a Hanns Sachs y a Siegfried Bernfeld para realizar un film psicoanalítico". El film Los secretos del alma fue producido por G. W. Pabst con el apoyo financiero de Goldwyn.

No es difícil ofrecer explicaciones acerca de por qué los psiquiatras y el psicoanálisis fueron utilizados tan ávidamente por el cine. Tal como lo han resumido elocuentemente Karin y Glen Gabbard, los terapeutas como personajes cinematográficos
pueden brindar de manera conveniente el foro para la exposición y el desarrollo del carácter. También pueden proporcionar la legitimación de temas reales, el contraste racionalista con "verdades" sobrenaturales, la salvación secular de las almas problemáticas, el interés romántico por los individuos incomprendidos, la explicación convincente del comportamiento misterioso, la solución de sentido común para la crisis doméstica y la oposición represiva a los héroes de espíritu libre.
El psicoanálisis era particularmente adecuado para el cine porque podía generar nuevos símbolos visuales (por ejemplo, los así llamados símbolos fálicos), podía ayudar a introducir variaciones interesantes en géneros muy conocidos (por ejemplo, cuando el psicoanalista se convierte en detective, y las pistas a ser descifradas son fragmentos de sueños), podía otorgarles mayor profundidad psicológica a los personajes (como cuando el psicoanalista interpreta la psiquis de un personaje) y podía conferirle a una película una nueva estética (fantástica) a través de secuencias de sueños. Alfred Hitchcock no fue el primero en la historia que utilizó el psicoanálisis, pero fue sin duda el primero en desarrollarlo con tanto rigor, ya sea en el aspecto visual como en el temático.

La publicidad
Los psicólogos se hicieron presentes en la esfera de la publicidad de dos modos principales: sirvieron como asesores para la nueva profesión de la publicidad y ayudaron a los publicistas a envasar productos como paquetes de significados que podían explorar los deseos inconscientes de los consumidores. Además, los publicistas utilizaban temas psicológicos para justificar la venta de sus productos. Por ejemplo, una campaña publicitaria de 1931 de la goma de mascar Wrigley sugería que la goma de mascar proporcionaba "un entrenamiento facial [que] aliviaba el estrés y la ansiedad de la vida moderna, restaurando la compostura mental y el bienestar personal". [...] Pero las mercancías también eran promovidas de maneras más positivas, invistiéndolas del poder necesario para llevar a cabo las potencialidades del yo, una instancia en la cual los psicólogos se iban constituyendo cada vez más en expertos. Tal como lo señala Kathy Peiss en su estudio de la cosmética en Estados Unidos a comienzos del siglo XX, una mujer que falla en la actualización de su apariencia destruye aquellas personalidades potenciales que, según nos dicen los psicólogos, merodean detrás de nuestro yo ordinario. Los términos psicoanalíticos comenzaban a aparecer en la prensa comercial. Aquellos que "son conscientes de su apariencia poco atractiva" sufrían de un complejo de inferioridad, según señaló un psiquiatra. Pero la ayuda estaba realmente al alcance de la mano, prometía el vocero de la industria Everett McDonough, dado que "muchos casos de neurosis han sido curados con una adecuada aplicación de lápiz labial".

Peiss sugiere además que muchos publicistas de productos de belleza a menudo usaban nociones tales como el "inconsciente" y la "confianza en uno mismo" para describir su trabajo:
De este modo, el simple acto de colocarse lápiz labial o base quedó más relacionado con las afirmaciones terapéuticas de lo que había estado en la década de 1930. Los psicólogos y los científicos sociales hicieron su entrada, advirtiéndoles a las mujeres que demasiada pintura reflejaba una psicodinámica infantil no resuelta, un esfuerzo mal colocado para atraer al padre y atacar a la madre. Un psiquiatra llamó al maquillaje "patología femenina", una forma de "narcisismo extremo" a través del cual las mujeres "se reducían a sí mismas a ser un símbolo de los genitales". [...] En defensa de un "camino intermedio", los psiquiatras aconsejaban a cada mujer utilizar todas las ayudas cosméticas posibles para crear la apariencia de su yo real.

Con el fin de la Segunda Guerra Mundial, la visión psicológica de los cosméticos halló un terreno nuevo. Peiss señala que las películas, la publicidad y la literatura de autoayuda sugerían que el retorno de los hombres -maridos o hijos- desde el frente de batalla podía ser traumático para las mujeres y exponerlas a "conflictos interiores" difíciles. La respuesta de la industria cosmética a esta crisis psicológica fue ofrecer una huida hacia el mundo de la belleza. En resumen, las tres industrias culturales emergentes principales -la literatura de autoayuda, el cine y la publicidad, cada una por sus propias razones intrínsecas- tomaron el psicoanálisis para establecer y codificar su modo de acción en la cultura.

Conclusión
Para tornarse vinculante y generar nuevas prácticas de conocimiento, autoobservación y autotransformación, un lenguaje debe ser actuado dentro de y por instituciones sociales poderosas. Tal como lo han establecido de manera diferente pero igualmente persuasiva Bourdieu y Foucault, un discurso se torna poderoso cuando está localizado dentro de las instituciones sociales que le confieren poder y legitimidad, y cuando además emana de ellas. Un discurso se tornará performativo, esto es, concretará su propia capacidad para nombrar y transformar la realidad, cuando su portador sea un representante del "capital simbólico" acumulado por el grupo al que él o ella representan. Los psicólogos son representativos de un grupo complejo que se encuentra en el cruce de caminos de múltiples roles e identidades: expertos "científicos" cuyo discurso deriva su autoridad del poder económico e institucional de la ciencia, representantes de una forma de lenguaje sancionada por los programas del Estado e incorporada en ellos y líderes populares con una autoridad carismática tradicional para sanar y preocuparse por el "alma". Así, su autoridad es engendrada dentro de varios escenarios sociales. Los psicólogos no sólo dibujaron los contornos de una nueva ciencia sino que también afirmaban que entendían la relación entre el individuo y la sociedad, que habían descifrado los misterios de la fe religiosa y de los movimientos políticos de masas tales como el fascismo, y que podían producir las técnicas y las guías para la plenitud, el éxito y la felicidad sexual.

Lo más interesante, sin embargo, no es la extraordinariamente exitosa búsqueda de poder por parte de los psicólogos, sino el hecho de que el discurso terapéutico se haya convertido en una forma cultural, que moldea y organiza la experiencia, y también en un recurso cultural mediante el cual se les otorga sentido al yo y a las relaciones sociales. Los psicólogos se convirtieron en legisladores poderosos de varios dominios de la vida social, porque ofrecieron "herramientas" simbólicas y categorías con las cuales abordar las ambigüedades y las contradicciones de la modernidad. Estas herramientas y estas categorías simbólicas combinaban lo viejo y lo nuevo, lo que permitía tanto la innovación como la continuidad cultural. Sugiero que lo que hizo de los psicólogos árbitros y guías del alma en tantas manifestaciones institucionales es que han llevado a cabo un "trabajo cultural" masivo. La actividad cultural es particularmente intensa durante los "períodos de perturbación", un término vago que incluye fenómenos tan diversos como el colapso de los roles sociales tradicionales y la incertidumbre respecto de los roles, la caída de patrones de vida establecidos, la multiplicación de valores y la intensificación de la ansiedad y el miedo social, todo lo cual puede explicar por qué los individuos buscan modos de explicar el comportamiento de los otros y de conformar el propio comportamiento.
[Traducción: Santiago Llach]

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lanacion.com | ADN Cultura | S�bado 5 de junio de 2010

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