El aborto, ¿crimen o tragedia?
Hernan Patiño Mayer
Para LA NACION
Noticias de Opinión: Jueves 1 de abril de 2010 | Publicado en edición impresa
El aborto no es un crimen: es mucho más que eso. Es una tragedia con múltiples víctimas y también con múltiples responsables. La primera víctima es aquella a la cual la vida le es violentamente arrebatada, lo que le impide participar con nosotros en la tarea incompleta de la creación para la que había sido convocada. Su absoluta indefensión absolutiza también su victimización. Otras víctimas son las madres, que, cualesquiera sean sus convicciones y las razones que las llevan al aborto, sufrirán un trauma psíquico difícil de superar. Sobre todo, las madres que, por carecer de recursos y ante la penalización existente, se ven obligadas a recurrir a la precariedad clandestina o a la autoagresión, poniendo en grave riesgo su salud física y en muchos -muchísimos- casos, dejando junto con la de sus hijos, la propia vida en el intento.
Es víctima también la sociedad en su conjunto que, por permitir o por soportar las políticas de exclusión de un sistema socioeconómico injusto y de la cultura individualista que éste impone y alimenta, expulsa a través del aborto a integrantes de los mismos sectores sociales marginalizados por la iniquidad y la voracidad acumulativa de las minorías, al privarse así de quienes podrían contribuir a su transformación. La exclusión, por cualquiera de los métodos que la promueven, es el nuevo nombre de la reacción y alcanza, a escala universal, características genocidas.
El aborto es una tragedia absoluta, de la que nadie puede ser o sentirse beneficiario.
En este contexto, entendemos que debería ser abordada la inevitable discusión sobre su despenalización. Quien esto escribe cree ser parte de la Iglesia Católica y, como tal, se siente habilitado para disentir -desde el mismo sistema axiológico- con quienes se manifiestan habitualmente en contra de la exclusión de esta figura jurídica del cuerpo del Código Penal.
El hambre, la indigencia y las guerras, matan a millones de niños, nacidos y por nacer, en el mundo que decimos compartir. Muertes que se suceden a diario ante una indiferencia que sólo intentan disimular declaraciones inconducentes y estadísticas insensibilizadoras. Del mismo modo que esas muertes incalificables no pueden ni podrán ser evitadas a través de los códigos penales internacionales o de denuncias y descalificaciones puramente retóricas, el aborto es una tragedia ante la cual nada puede hacer, como no sea profundizarla, la condición de figura tipificada en el Código Penal. El aborto -como muchas otras cuestiones morales que, por ser tales, no son menos graves que los delitos- tampoco encuentra ni encontrará solución en los estrados judiciales.
Es más, la defensa que se hace de su mantenimiento como delito penal es, a mi juicio, una expresión de hipócrita comodidad. Todos sabemos que los abortos se suceden a diario, que acarrean, en muchos casos, la muerte de las madres, y que ambas pérdidas irreparables se incrementan al ritmo del crecimiento de las iniquidades y de la imposición global de un modelo cultural individualista e insolidario. Todos sabemos que nadie deja de abortar por temor a la sanción penal. Todos intuimos, también, que existe una contradicción flagrante entre los que se proclaman defensores de la vida y, al mismo tiempo, se oponen a las políticas públicas dirigidas a prevenir los embarazos no deseados. No hay equivalencia alguna entre el bien que pretenden defender condenando la anticoncepción y el bien supremo que naufraga en la tragedia del aborto.
Comodidad hipócrita de similares características a la que exhiben quienes creen poder enfrentar el flagelo de la drogadicción persiguiendo al consumo, incrementando la criminalidad, agravando penas y construyendo cárceles para poblarlas de delincuentes o, directamente, suprimiéndolos con la pena de muerte.
Lo que ocurre es que sacar al aborto del Código Penal y poner también la responsabilidad de prevenirlo en manos del conjunto de la sociedad y de las instituciones que se proclaman defensoras del humanismo es una interpelación a las conciencias difícil de soportar y mucho más difícil de responder con acciones eficaces. La protección de la vida humana, especialmente la de los más indefensos y desposeídos, es una cuestión moral de tal trascendencia y que exige tales compromisos individuales, institucionales y estatales, que se parece a una burla anestesiante pretender dejarla en manos de la justicia penal.
© LA NACION
El autor es diplomático, ex embajador argentino en Uruguay
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El aborto, ¿crimen o tragedia?
Hernan Patiño Mayer
lanacion.com | Opinión | Jueves 1 de abril de 2010
el dispreciau dice: los dispreciaus estamos expulsados de la tierra. Podemos vivir y transitar pero somos algo semejante a mutantes, trogloditas, sin casa, sin afectos cercanos, despreciados por el sistema inventado por los pocos para apropiarse de la vida de los muchos (me gusta esta frase)... No obstante ello, vemos, escuchamos, sentimos, padecemos, igual que el resto de los mortales, y junto con ello, pensamos y reflexionamos, aún cuando pretendan decir lo contrario. El aborto es una tragedia porque el ser humano no entiende cómo son las cosas en este universo en el cual está incluido... el ser humano de esta era (no así de las anteriores donde esto tenía un significado filosófico más que profundo), no entiende, no sabe, no acepta, que el allá y el acá están unidos por una espiral donde las secuencias contínuas se suceden tal es la representación del ADN. Esto es que hay almas esperando su turno para bajar a necer, a ser engendrados, mientras otros están partiendo hacia el allá etéreo, ese que no se ve pero está, existe,... Los que deben nacer tienen un lapso para ello que responde a un orden que está muy por arriba de todo lo que existe, y donde el ser humano es un grano de arena en la nada. Quebrar esa secuencia es algo semejante a destruir la espiral, la que si bien se repara a sí misma modifica el orden de las secuencias familiares, algo que el hombre no entiende y muchas mujeres, menos. Los motivos para nacer, vivir, transitar un destino inscripto en el árbol de la vida, es algo que está muy lejos de nuestra comprensión, pero guarda un sentido de equilibrios universales que una vez rotos deja en las almas huellas que no se ven aquí, pero se estampan en el allá por siempre. Los apuros de una civilización falaz, que autojustifica la barbarie antes que los valores del sentido y las esencias, habilita a la destrucción de potenciales hijos que aguardan su tiempo... hijos que son tales cuando se abre la matriz para recibir el alma. Matar al hijo es quebrar la secuencia del sentido de la vida en una familia, célula que hoy se cuestiona porque los anti valores han sido impuestos por las conveniencias de espíritus sin contenido. Quebrar intencionalmente la vida escrita en alguna parte es destruir la condición humana y sus mañanas. Desde luego, los seres humanos no dispreciaus (como yo) tienen otra visión de este drama, lo impulsan, lo sostienen con naturalidad, favoreciendo que más secuencias se rompan burlando los destinos legados por "alguien" que está por sobre nosotros y en nosotros. Siempre hay razones. Todas aparecen como verdades intocables. Pero el hijo escrito que no llega a suceder su destino, deja un hueco que potencia otros dramas para los ejecutores, a su regreso al allá. Quizás no se comprenda, quizás provoque risa, quizás provoque burla, quizás el mundo termine siendo propiedad de homosexuales y lesbianas, quizás se rompan todos los órdenes que hacen a la existencia del universo, quizás los argumentos de algunos logre escupir a la cara de los santos, quizás los ángeles sean desmerecidos por los hombres, quizás el feminismo halle nuevas falsedades para encaramarse por sobre las verdades últimas (esas que están por fuera del ser humano), pero, pero finalmente la tragedia consciente de asesinar un hijo, destruir una herencia, deja una huella que no se borra jamás marcando a sus ejecutores tanto como a los que conscienten... albergando la burla a los dones y las gracias concedidas por el legado de los que vienen justo en su tiempo, nunca antes, nunca después... pero la mentira puede más. Abril 01, 2010.-
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