Opinión
Lo que encubre la guerra política
Eduardo Fidanza
Para LA NACION
Noticias de Opinión: Viernes 2 de abril de 2010 | Publicado en edición impresa
La política moderna es un juego de máscaras, astucias y trifulcas. Pero de vez en cuando los dirigentes se abocan a temas sustantivos. No sucede eso en la Argentina de estos días. Nuestros políticos parecen sumidos en una lucha de posiciones, al modo de la primera Guerra Mundial: han cavado trincheras, avanzan y retroceden en medio de la bengala, usan munición legal y, cuando las cosas se complican, no dudan en acudir al gas mostaza. Pero a no asustarse: es sólo psicodrama.
No obstante, las balas de salva distraen de lo importante. Sugeriré apenas tres hipótesis.
En primer lugar: los bandos principales -los que pueden ganar la batalla- están definidos más por alineamientos electorales (unos quieren hacerse del gobierno; los otros, retenerlo) que por diferencias programáticas.
Otras fuerzas con programas alternativos (de izquierda o derecha) no están en condiciones de ganar. Y si ganaran deberían adecuar sus planes a la cultura dominante. Segundo, los motivos del combate -el uso de las reservas, el volumen y el financiamiento del gasto, el divorcio de los mercados internacionales de crédito, la inflación- se consideran causas y no consecuencias de antiguos problemas que están todavía irresueltos. Y tercero: a pocos parece preocuparles la calidad de las políticas públicas y su sustentabilidad.
Así, la guerra política argentina tiene algo de absurdo: los enemigos principales no lo son tanto; las cuestiones sobre las que disputan están mal planteadas y no interesa la consistencia de los materiales necesarios para una buena y duradera reconstrucción.
Pero hay algo más: todos están de acuerdo en que el país donde se libra el combate atraviesa por uno de los mejores momentos de toda su historia económica.
Y esto habilita una cuarta hipótesis: la economía privada y el Estado ya no pelean por la escasez, sino por la riqueza que la Argentina crea a partir del mejoramiento del precio de las materias primas exportables, principalmente la soja. El conflicto con el campo fue una expresión de este fenómeno.
Pablo Gerchunoff, un lúcido economista argentino, ha expuesto las razones estructurales de la nueva situación. Gerchunoff se pregunta si no habremos salido, después de muchas décadas, de lo que se llamó el stop and go .
Estas palabras inglesas ilustran un ciclo económico caracterizado, en trazos gruesos, por una fase de expansión (el go ), que incluye el aumento de las exportaciones y el consumo, el consecuente incremento de las importaciones, el déficit de la balanza comercial y de pagos, la aceleración de la inflación y la recesión (el stop ).
No puedo detenerme en el detallado análisis de Pablo Gerchunoff, pero destaco su conciencia generacional. Los sociólogos y los economistas de su época (que es también la mía) estudiaron bajo el rigor del modelo de la Cepal de los años 60. Este sostenía que economías como la nuestra estaban fatalmente condenadas a empujar una piedra irremontable: el llamado "estrangulamiento externo", provocado por la disparidad entre los precios de lo que exportábamos (alimentos y materias primas) y de lo que importábamos (insumos industriales y bienes de capital).
Dicho con sencillez: vendíamos barato, comprábamos caro y cubríamos la brecha con deuda.
No crecíamos: nos faltaban las divisas. Ante las nuevas condiciones, Gerchunoff confiesa conmovido: "Para un hombre de mi generación, la sola sospecha de que los dólares disponibles pueden no ser una restricción para el crecimiento revoluciona la mente".
Sin embargo, el milagro no lo provocó el cambio favorable de las condiciones comerciales por sí solo. La novia estaba preparada cuando llegó el príncipe azul: algunos sectores industriales se habían modernizado y aportaban divisas, y la producción agropecuaria había hecho una transformación crucial en el plano de la tecnología, la estructura de la propiedad y la gestión estratégica de negocios. El día que la soja se valorizó comenzó la fiesta.
Se dijo que Néstor y Cristina Kirchner se habían limitado nada más que a aprovechar el viento de cola. No es tan claro. Ellos implementaron inicialmente una política económica posible y de amplio consenso.
En forma explicita o implícita, la apoyaron el radicalismo, el peronismo y partidos menores, es decir, las fuerzas que reúnen el ochenta por ciento de los votos a nivel nacional.
La política de Néstor Kirchner y de su ministro Roberto Lavagna se basó en una presencia activa del Estado en la economía y buscó favorecer el mercado interno. Sus instrumentos básicos fueron el dólar alto, los aranceles a las importaciones, el incremento del gasto público y la presión impositiva.
Esta política tuvo un logro adicional: renegoció con ventajas la mayor parte de la deuda pública, aprovechando su alto grado de atomización.
El éxito fue estruendoso. Todos los indicadores, de variables duras o blandas, experimentaron un crecimiento excepcional entre 2003 y 2007: el PBI, el empleo, el consumo, la inversión, la confianza en el gobierno y, finalmente, el voto: en las elecciones de 2005 y 2007 el gobierno duplicó su caudal electoral de origen.
Además de recordar lo que fue, quisiera señalar lo que permanece: esa orientación de gobierno -que es más que una política económica- a la que llamaré "pro Estado", sigue siendo compartida, fuera de cámara, por los dos grandes partidos históricos de la Argentina. Lo que se cuestiona ahora, si se quiere, son los excesos del kirchnerismo: la prepotencia institucional, el manejo arbitrario de los fondos federales, la corrupción y la justificación de los medios para el fin excluyente de mantener e incrementar el poder.
Con el trasfondo de ese consenso, kirchneristas, peronistas escindidos y radicales discuten acerca de una pesadilla que vuelve: la inflación. Y la eventual necesidad de implementar medidas de "ajuste" (una palabra maldita) para controlarla.
Los que sustentan un programa alternativo, al que llamaré "pro mercado" (ante todo, los grupos de presión, no aquellas fuerzas que están en condiciones de ganar elecciones), atribuyen la inflación al gasto público y achacan su crecimiento a razones políticas.
La inflación es el impuesto más regresivo. No obstante, resulta sumamente difícil sortear estos dilemas con honestidad intelectual.
Es verdad que no se puede gastar más de lo que ingresa y también es verdad que es peligroso activar con gasto una economía inflacionaria. Pero no es menos cierto que el incremento del gasto facilitó la salida de la crisis de principios de este siglo y también facilitó la salida del reciente colapso internacional.
Por otra parte, en la estructura del gasto hay algunos rubros irracionales, como ciertos subsidios, pero también planes sociales y, ahora, la asignación universal a la niñez, un puntal del programa implícitamente compartido. La salud macroeconómica por sí sola no da de comer.
Estos argumentos no justifican a los Kirchner: sólo los ponen en contexto. Ellos gobernaron mal, con grave irresponsabilidad. Sin embargo, el estilo de liderazgo que adoptaron tiene raíces y tradición. No lo inventaron. Me refiero al presidencialismo fuerte, cuyo mensaje es éste: el poder, en última instancia, reposa en el Ejecutivo.
Los Kirchner, a su modo brutal, ejecutan esa pieza. Emulan a Perón y, sin reconocerlo ni respetar las reglas como él, establecen una línea de continuidad con Raúl Alfonsín. Cuando pasen los años, la historia registrará más parecidos entre estos líderes de los que hoy resultan evidentes. Si es así, también se mostrará que sus aciertos y fracasos son comparables.
Concluyo con el tema tal vez clave: la sustentabilidad.
Los economistas políticos están de acuerdo en un punto: a la Argentina le resulta fácil empezar a crecer; lo difícil es sostenerlo. Buscando responder a esa anomalía, esos especialistas han hecho una advertencia que parece muy relevante. Si es que gracias a las nuevas condiciones superamos el stop and go , lo que seguramente no podremos eludir es lo que llaman go and fail (avanzar y fracasar).
Al respecto, véanse los análisis del economista José María Fanelli, de los que aquí solo puedo dar una indicación. ¿Por qué fracasaríamos? Debido a una matriz compleja de factores económicos, culturales e institucionales. Entre ellos, la incapacidad para establecer reglas y atenerse a ellas, la falta de respeto a los contratos, la ineficacia en la gestión de los derechos de propiedad, las transferencias drásticas de riqueza.
A eso debemos agregar terribles plagas sociales: pobreza, desigualdad, delito, mafias. Los gobiernos de los últimos veintiseis años no vieron estos problemas en su conjunto. El peronismo, con signos ideológicos distintos, administró el país durante diecinueve años en ese lapso, por lo que le cabe una responsabilidad mayor. Las cuestiones irresueltas tampoco parecen angustiar a los políticos de hoy, absorbidos por una guerra vana y encubridora.
Sin embargo, podemos tener cierto optimismo: quizás el ejemplo regional, la dinámica socioeconómica y las oportunidades de crecer que se presentan provoquen un cambio de visión.
No se trata de un problema de modelo. Orientados por el Estado o por el mercado, nuestro despegue se trunca. La cuestión de fondo es reconstruir las conductas, las instituciones y los liderazgos que nos conviertan en un país consistente y progresista.
© LA NACION
El autor es sociólogo y director de Poliarquía Consultores
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OpiniónLo que encubre la guerra política
Eduardo Fidanza
lanacion.com | Opinión | Viernes 2 de abril de 2010
el dispreciau dice: cuando el mundo del peronismo se pelea por el poder, ARGENTINA padece y mucho. La historia ya lo tiene guardado para la posteridad. Sucedió en los albores de la década del 70 y ARGENTINA sucumbió al peor genocidio del que se tenga memoria (junto con el asesinato de la Campaña del Desierto donde se sacrificaron a miles de indios, para luego hablar de una gesta heroica)... y regresó una y otra vez desde los ochenta hacia adelante, con distintos actores, distintas intenciones, la misma finalidad. Hoy, el peronismo es una vergüenza pública donde convergen interesados en reclamar un pedacito de poder a cualquier costo, que seguramente pagará la sociedad. Sucede que aquel que había dicho que nunca volvería, ha modificado sus pareceres y ahora pretende hacerlo arrogándose el derecho de pasar por encima de la historia... detrás, los despreciados del partido, están empecinados en hallar un nicho para acomodar sus humanidades bajo el pretexto de ser ex-gobernador y extranjero devenido en ciudadano oportunista... pero hay más, otros con menor rango mediático olvidan sus dichos para ahora decir que nunca hicieron nada contra la democracia, a pesar que la historia registra lo contrario... y mucho más allá, se junta la menesunda de una oposición francamente impresentable, donde radicales sin memoria se guarecen bajo la figura revaluada de Alfonsín y la Coalición Cívica es una bolsa con un gato enloquecido y muchos otros felinos desquiciados por la soberbia. De esta forma, se agrupan otros declamadores de la democracia que sólo hablan sin proponer nada, unos hablando de ecología y otros tantos de economía, e incluso algunos marcando la vida de los porteños como si se tratase de conducir la barra brava de Boca, otrora un gran equipo de la mano de Bianchi (aunque las medallas se las pusieron otros). ARGENTINA hoy por hoy está indefensa. Su sociedad está atenta a la histeria reinante, expectante ante alguna salida no deseada... en medio de un gobierno que no sabe comunicar pero que además se sustenta en el conflicto como método vetusto y desactualizado de ejercer el poder, organizaciones sociales con un poder alquilado, y sindicatos partidos en mil pedazos y que no representando a nadie, tienen más poder que el propio ejecutivo, legislativo y judicial, juntos... Todo esto aporta para aumentar la ya temida DEUDA SOCIAL... gentes sin trabajo y sin oportunidades laborales... gentes sin casa y sin oportunidad de acceder a un techo... gentes sin acceso a la educación y sin acceso a la salud pública... gentes sin nada... detrás, un país con fronteras abiertas y a merced del narcotráfico... detrás, un país librado al poder de los delincuentes y sus manejos carcelarios donde lo que se vive tras las rejas se ha trasladado alegremente a las calles, mientras que el poder político recita una y otra vez que todo es una sensación y nunca estuvimos mejor que ahora... ¿se mirarán al espejo, digo yo?... Otros países latinoamericanos no están mejor, pero no es excusa. ARGENTINA y sus ciudadanos están librados a su suerte, además manipulada por medios vacíos de contenido y mucho más de sentidos, donde los noticieros llenan horas y horas de pantalla con estupideces con pelo largo y hablando de deportes o con pelo corto y hablando del clima, nunca acertando nada... ¿dónde quedó Telenoche?... Todos parecen olvidar que las personas que conforman una sociedad han decidido tomar distancia de tanta soberbia y tanta necedad, para comenzar a diseñar futuros propios, lejos de estas fronteras incoherentes o bien lejos de los amagues del poder y sus falencias. Indudablemente, en el poder todos esgrimen argumentos para defender sus gestas, sin embargo el país vive una realidad muy distinta a los contenidos de los discursos, y para mal de males, los ciudadanos suelen tener razón, encima de ello piden poco, pero el argumento falaz es siempre el mismo: "no hay presupuesto", aunque a decir verdad debería decirse, hablando con propiedad, que lo que no hay son ideas para construir un modelo sustentable por fuera del ámbito político... Abril 02, 2010.-
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