miércoles, 21 de abril de 2010

DONDE SE TERMINAN LAS SOBERBIAS


Opinión
La furia del volcán, contra la ilimitada arrogancia del hombre

Noticias de Exterior: Miércoles 21 de abril de 2010 | Publicado en edición impresa
Bernard-Henry Levy
Corriere Della Sera


ROMA.- Se podrá polemizar si se quiere. Se podrá, en cuanto todo haya vuelto a la normalidad, discutir hasta el agotamiento sobre los vuelos de prueba que se realizaron; sobre los aviones enviados de vuelta sin pasajeros -y sin incidentes- hacia sus bases; sobre el presidente ruso, Dimitri Medvedev, que desafió la altísima columna de cenizas volcánicas para asistir a las exequias de su par polaco.

Se podrá protestar por las exageraciones de las medidas de precaución y sobre la aversión al riesgo que se ha convertido en la regla de oro de nuestra sociedad y de nuestros tremebundos gobiernos.

Pero el hecho es que se ha producido un evento natural. Inmenso y minúsculo al mismo tiempo, ha desencadenado el célebre efecto mariposa del que tanto se habla, pero esta vez con buena justificación. Colosal e insignificante: colosal precisamente por haber sido insignificante en su principio, como en los grandes escenarios de la ciencia ficción, en las grandes epopeyas de la antigüedad, en los cataclismos bíblicos.

Se despertó un volcán muy pequeño. Más pequeño que aquel que, en el año 79 de nuestra era, destruyó Pompeya, Herculano y Stabiae. Más pequeño que el Laki, cuya erupción, producida en Islandia en 1783, lanzó sus cenizas alrededor del planeta.

Minúsculo, casi irrisorio si se lo compara con el terrible Tambora, que entró en erupción en Indonesia a fines del siglo XIX; sus cenizas, antes de dispersarse, dieron varias vueltas en torno a la Tierra, y su potencia, casi 100 veces más grande que la suma de las explosiones atómicas de Hiroshima y Nagasaki, causó la muerte de casi 100.000 personas.

Es un volcán insignificante, en un país que podría decirse que no tiene demasiada importancia, y cuya existencia era ignorada hasta la semana pasada por tres cuartas partes de la humanidad y del que la otra cuarta parte pensaba que se había autoeliminado del mapa del planeta productivo después de la crisis del año pasado y el colapso del gobierno, abrumado por el derrumbe financiero.

Pero he aquí que este volcán, aletargado durante 187 años, empieza a escupir lo que esconde en su vientre, y esa erupción de fuego, gas y rocas pulverizadas logra varar en tierra a miles de aviones, sembrar la confusión en toda la economía desarrollada, paralizar a algunos y escandalizar a otros.

Y entonces, tal como ocurrió durante la gran crisis financiera con los flujos de capitales, ahora se vio afectado el flujo de comunicación y de circulación de las personas y de los productos: primero todo se hizo más lento, luego se interrumpió, como obstruido por un coágulo.
¿Quién es más fuerte?, pregunta el pequeño volcán. ¿Todos ustedes o mi nube de cenizas? ¿Quién es más astuto: mis cenizas furtivas, casi invisibles, cuyo curso lento y enloquecedor nadie se arriesga a predecir de hora en hora, o sus batallones de vulcanólogos y meteorólogos que no han visto ni previsto nada y que aún hoy, pese a toda su ciencia, sus técnicos, sus ultrasofisticados dispositivos de prevención e intervención, tienen que contentarse con escrutar el cielo como los augures romanos observaban el azaroso vuelo de las aves?

¿Quién tendrá la última palabra: el hombre, que se autoproclama amo de la naturaleza y aspira a controlar hasta su último movimiento, y que incluso sueña, como el alquimista Almani de la Nueva Justine, de Sade, con convertirse él mismo en un volcán y de apropiarse de ese vientre que vomita llamas?? ¿O yo, el pequeño volcán, que con mis atómicas profundidades, mis deyecciones infernales, por no hablar de mis cenizas vagabundas y en suspensión pero capaces, si no les prestan atención, de engullir sus aviones como lo hizo el Etna con Empédocles, les recuerda que la naturaleza existe, que resiste, y que nadie tiene el poder de controlarla, ni de sujetarla, ni de transformarla en un desierto a fuerza de imponerle obstáculos o infligirle violencia?
¿Es ésta la conclusión a la que presumiblemente nos han llevado las certezas de nuestra tecnociencia, con tantos instrumentos maravillosos capaces de forjar, transformar y, en teoría, domesticar y apaciguar la realidad?

Bendito sea el caos
Prosopopeya del volcán. Furia del pequeño volcán, al rojo vivo por la ilimitada arrogancia y la indecencia de los hombres.

Silencio, dice el volcán. Silencio, ahora hablo yo. Que nadie se atreva a pronunciar una palabra: que sus máquinas voladoras desocupen el cielo, que cada uno de ustedes se quede en el lugar donde estaba cuando empezó mi erupción. Y de hecho nadie se mueve. Y de hecho el planeta contiene el aliento, esperando que el volcán se aquiete. Y todos sentimos un escalofrío que nos corre por la espalda ante la idea de una potencia que de repente supera nuestra voluntad y dicta sus propias leyes.

Y ésta es la lección del volcán. Bajo el volcán seguro que no encontraremos la playa, pero sí la indispensable paciencia ante las cosas. De su garganta ardiente el volcán lanza un mensaje de humildad y un llamado a la mesura. Bendito sea el volcán. Feliz el caos que ha desencadenado. Y que esta vez Empédocles pueda conservar sus sandalias atadas a los pies.
Traducción de Mirta Rosenberg

abrir aquí:


el dispreciau dice: nunca como hoy el hombre está a merced de la naturaleza y sus equilibrios. Abril 21, 2010.-

No hay comentarios: