domingo, 11 de abril de 2010

ALGUIEN, ALGUNA VEZ, DEBERÁ REIVINDICAR AL MUNDO MUSULMÁN EN OCCIDENTE


Postal ensordecedora. Tráfico y congestionamiento en los alrededores de la plaza Imán Khomeini, centro neurálgico de la capital iraní
Foto: Esteban Mazzoncini

Diario de viaje
Irán, lo que no muestran las noticias
De una aldea de piedra a la bulliciosa Teherán, pasando por Persépolis, esta es la travesía de un fotógrafo argentino que recorrió durante un mes la república islámica. Imágenes reveladoras y un bloc de notas rico en impresiones, anécdotas e historias de gente común

Domingo 11 de abril de 2010 | Publicado en edición impresa

Enero 2010. Dejo el intenso frío de Turquía y llego a la frontera iraní. Cinco policías improvisan una reunión para debatir mi permiso para ingresar al país. Es que mi pasaporte cuenta con visas de Afganistán, Paquistán, Líbano, Irak y, como broche de oro, un visado de periodista en Siria. Llego a Irán en el momento equivocado: las manifestaciones contra el gobierno de Mahmoud Ahmadinejad finalizaron hace solamente una semana. No tienen más opción que dejarme entrar: tengo todo en regla. A través del vidrio me devuelven el documento y me dicen: "Welcome to Iran Sr."

Es de noche. No tengo moneda local. Los taxis parecen temerle a la oscuridad y han desaparecido. Camino unos dos kilómetros hasta llegar a lo que podríamos llamar, con mucho esfuerzo, una ruta. Como siempre, aparece alguien que está dispuesto a ayudar. Un hombre de unos cincuenta años se ofrece a llevarme hasta Tabriz, capital de la provincia de Azerbaiyán Oriental. Literalmente me desplomo en el primer lugar decente que encuentro para dormir.

El dueño del hotel me recomienda ir a Kandovan, una aldea con casas muy similares a las de la región de la Capadocia, en Turquía. En el bus me encuentro con Mitch, un alemán carismático que domina perfecto el español por haber vivido un tiempo en Tenerife. Nos perdemos entre las cuevas de piedra con forma de conos mientras las mujeres lavan la ropa, los niños juegan a las escondidas y los hombres limpian los establos. Caminamos en la nieve alejándonos por la montaña. De lejos podemos apreciar el lugar donde las piedras parecen haber entrado en conflicto con la naturaleza unos cuantos años atrás.

Vía a la capital
El tren nocturno que me lleva a Teherán lo comparto con tres iraníes: un ingeniero civil, un estudiante universitario y un comerciante. Fascinados por encontrar a alguien que rompa la rutina del viaje, no dejan de hacerme preguntas. ¿Estás casado?, ¿cuál es tu religión?, ¿viajás solo? Les cuesta aceptar respuestas fuera del estándar.

Todos coinciden en el rechazo hacia el gobierno, pero me llama la atención que cada vez que nombran al presidente sea en voz baja. ¿Habrá micrófonos en las paredes? ¿Tanto es el temor de ser reprimido? Por fin llega la cena y todos estamos obligados a dejar la charla y disfrutar de nuestro plato de arroz con pollo. Sólo se escuchan las vías del tren.

La plaza Imán Khomeini, uno de los centros neurálgicos de la capital, me recibe libre de manifestantes. A cambio, me regala un tráfico de autos ensordecedor. Se nota que acá viven unos 15 millones de habitantes. Visito la Torre Azadi (en persa, "monumento a la libertad"), construida en 1971 para conmemorar los 2500 años del Imperio Persa; compro especias en el bazar, recorro galerías de arte moderno y subo en la telecabina Tochal para apreciar desde las montañas Alborz una vista magnífica de Teherán. Una red de subte, eficiente e impecable, me permite recorrer con facilidad diversos sitios interesantes.

Antes de abandonar Teherán me escapo al Resort Dizin para practicar por primera vez snowboard junto a Paul, un canadiense que me enseña a dar mis primeros pasos.
Viajo hacia el Sur para conocer la romántica ciudad de Isfahán, donde los sulkies pasean por la plaza central, la segunda más grande del mundo después de la de Tiananmen, en China. Mientras camino por la rambla del río Zayandeh, que atraviesa la ciudad, me reencuentro con mi amigo alemán. Disfrutamos de charlas filosóficas en una de las tantas casas de té que rodean el famoso puente Chubi. Una pareja se acerca a conversar con nosotros. No podemos evitar que quieran pagarnos la cuenta al despedirnos. Es domingo y cientos de familias pasean en botes multicolores. En los jardines de los alrededores, picnics dignos de un banquete completan el paisaje.
A la mañana siguiente nos despertamos bien temprano. Compramos pan fresco y salimos a conocer la mezquita Jameh, la más grande de todo Irán. Nos impresionan sus minaretes, ejemplo fino de la arquitectura islámica. Seguimos recorriendo unos días juntos y finalmente nos despedimos en Yazd.

A Persépolis en camión
Es en esta ciudad donde conozco a Coco y Antonio, dos españoles con quienes continúo el resto de mi viaje hasta el golfo Pérsico. Nos unen el buen humor, hacer dedo, dormir en la calle y disfrutar cada minuto como si fuera el último. Tres mochileros barbudos en busca de adrenalina.

Los frenos del camión rugen en el asfalto. Con dificultad nos trepamos y nos acomodamos en la doble cabina. El conductor, un iraní rebelde de pelo largo, es nuestro cómplice para compartir los próximos 460 kilómetros con destino a Persépolis.
Tras unas ocho horas para llegar a destino, nos deja, con gran preocupación, entrada la noche, al costado de la ruta, cerca de la ciudad. Nos aconseja cuidar bien el dinero y el pasaporte, y nos recuerda que allí no hay hoteles.

En vano vamos preguntando por un mosaferkhune, un lugar para dormir en idioma farsí.
Como siempre, la gentileza iraní no se hace esperar. Un chico nos ofrece pasar la noche en la casa de su primo y nos lleva en taxi. Nos preparan pizza casera, escuchamos música tradicional y compartimos con la familia nuestras anécdotas del viaje por Medio Oriente.

Persépolis, aquella ciudad construida por Darío I hacia el 512 a.C. y conquistada por Alejandro Magno, ahora se presenta ante nuestros ojos. Nos detenemos en ella casi toda la mañana. Entre los tres acordamos que es momento de alejarnos de toda inquietud por ver ruinas, mezquitas, palacios, o de seguir el consejo ideal de la guía. Nuestro objetivo es descansar en la isla de Qeshm, en el golfo Pérsico. En unos treinta minutos de lancha llegamos a Qeshm Town, donde regateamos con esfuerzo un taxi hasta Laft, una aldea de pescadores. Armamos nuestra carpa junto a un vagabundo local que se ha apropiado de un pedazo de arena hace tres semanas. Su bicicleta desarmada es su aliada. Se podría decir que es un nómada moderno. Comparte su comida, su historia de vida, y por las noches disfruta de pescar para nosotros. Me pregunto por qué colecciona agua en varias botellas, y entonces descubro que es su ducha improvisada.

Caminamos por la playa, conversamos con los pescadores, tomamos sol y nadamos hasta el cansancio. Finalmente, regresamos al continente. Nos despedimos en un largo abrazo. Ellos continúan hacia Paquistán. Yo regreso a Buenos Aires. Sabemos que pronto nos veremos en alguna parte. Tal vez en unos meses en China, pero ese es otro viaje.

Teherán. Ultimo día. Mientras organizo la mochila en la cama del hostel Mashadd, guardo algunos regalos y también innumerables historias de gente común. Los que me llevaron por rutas inhóspitas, los que me abrieron las puertas de su casa, los que me invitaron a comer una y otra vez, los que se preocuparon por mi seguridad.
Ninguno de ellos es noticia, nunca, en los titulares sobre Medio Oriente.
Esteban Mazzoncini

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De una aldea de piedra a la bulliciosa Teherán, pasando por Persépolis, esta es la travesía de un fotógrafo argentino que recorrió durante un mes la república islámica. Imágenes reveladoras y un bloc de notas rico en impresiones, anécdotas e historias de gente común

lanacion.com | Revista | Domingo 11 de abril de 2010


el dispreciau dice: el mundo musulmán es diametralmente opuesto a la imagen que se difunde en occidente y que ha convencido a muchos que allí reside el peor de los males... en ello se empecinan los políticos incapaces, los militares que necesitan de los conflictos, los medios masivos que venden notas e imponen ideas, las economías derruidas por las incapacidades propias de las avaricias y las angurrias de los pocos, y otros tantos mecanismos que demandan el criterio de conflicto para su propia subsistencia, falsa, indefectiblemente falsa. El mundo musulmán está lleno de personas amables y amigos entrañables, de miradas resignadas y de sabidurías ancestrales que protegen. No obstante ello, el siglo XX fue introduciendo un paisaje distorsionado que el mundo de occidente fue comprando... y el mundo de las oraciones pasó a ser un nido de fanáticos asesinos y traidores, sin apreciar que la gente es gente en todos lados, con cualquier color, hablando cualquier lengua, sometiéndose a cualquier religión. Quizás en el mundo musulmán hay más convicciones que en occidente... pero ello no es reconocido porque el mensaje que se vende es bien otro. Algunos se preocupan por mostrar la guerrilla y el suicidio como método de vida y nada está más alejado de la realidad. El mundo musulmán es un nicho de sencillez, acompañado ello por mentes brillantes que aportan a las ciencias y la tecnología de una forma desconocida y tampoco reconocida en occidente. Es más, occidente le debe mucho al mundo musulmán... en especial en ciencia, técnica e investigación. Indudablemente a alguien le sirve vender y luego imponer un temor intangible, distante, imposible de interpretar por idioma. Pero el mundo de las arenas, sufrido si los hay, forma personas con valores simples pero intocables, algo que en occidente se desconoce. La competencia por la simple razón de destruir al prójimo es algo que no existe en aquellas sociedades del mundo árabe y bien que les hace. Alguien, alguna vez, deberá reivindicar histórica y públicamente a aquellas personas nacidas en el mundo musulmán que han contribuido a construir comunidades... se dirá que hay enfrentamientos e incomprensiones, y seguramente se esgrimirán otros argumentos para desmerecer a dichas culturas. Pero las gentes de la calle poco tienen que ver con las intencionalidades políticas, económico-empresarias y de otras índoles, donde el equilibrio es cuasi-nulo y las razones son excusas. El fin de la Segunda Guerra Mundial impulsó la imagen del enemigo potencial y permanente, según las conveniencias propias de los incapaces que justifican siempre lo injustificable... pero detrás de ello, habrá que reconocer que hay excelentes personas, mejores amigos, y vínculos ciertos que no existen en occidente. Abril 11, 2010.-

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