sábado, 5 de enero de 2019

LOS FANTASMAS DEL PODER ▼ o (EL NEGOCIO DE LOS FANTASMAS) ▼ El populismo y la psicosis social | Opinión | EL PAÍS

El populismo y la psicosis social | Opinión | EL PAÍS

El populismo y la psicosis social

Tanto Vox como el Partido Popular fomentan temerariamente el alarmismo, la inseguridad y el miedo a la inmigración. Instinto e ilustración pelean con fuerzas desiguales cuando una sociedad se siente en peligro

El populismo y la psicosis social
EVA VÁZQUEZ
La pujanza del populismo de extrema derecha no se explica sin la estimulación irresponsable pero consciente de la psicosis social. Se trata de tergiversar y distorsionar algunos problemas reales y sensibles —la violencia, la inmigración, la globalización— para rebuscar en los instintos y en las soluciones milagrosas. De hecho, la irrupción de Vox en la cotidianidad política responde al lenguaje desacomplejado de un líder y un partido que exageran las amenazas y las abstracciones para luego prometer domeñarlas con la cualificación autoritaria de los sheriffsjusticieros.
Lo ha demostrado el oportunismo con que Santiago Abascal, secundado por otros líderes “homologados”, ha aprovechado el crimen de Laura Luelmo para reclamar la cadena perpetua y atribuirse el liderazgo de los humores revanchistas. No ya desmintiendo que exista en España un problema de violencia de género, sino describiendo el escarmiento del reo —“que se pudra en la cárcel”— y trasladando a la opinión pública un clima de inseguridad que también le resulta propicio para recrearse en el fantasma amorfo y ubicuo de la inmigración ilegal. “Inmigración ilegal” es un concepto en sí mismo intimidatorio. Apela al imaginario del miedo invasor. Y se escabulle de otras connotaciones más prosaicas, administrativas y humanitarias que contradicen el alarmismo. Un inmigrante ilegal, por ejemplo, es el superviviente de una patera. O el trabajador de ultramar que vino en avión y al que le ha caducado el visado turístico.
El problema de España y la inmigración no radica en su ferocidad, sino en la escasez. Más todavía cuando los índices de natalidad “nacionales” son los más bajos desde 1941 o cuando España se ha desentendido cínicamente de las crisis migratorias contemporáneas, incluida la pasividad o la indolencia cuando se trataba de asumir las cuotas derivadas del conflicto sirio.
No hay proporción entre el problema real y la percepción del problema, ni con la inmigración, ni con la violencia, ni con la economía ni con la unidad de España, pero se han arraigado un desasosiego y una congoja al que sirven de trampolín las soluciones providenciales.
El fenómeno de Trump o de Bolsonaro se antoja similar al de Le Pen o de Salvini en la detección de los humores sociales y en la prescripción de los placebos. Participan de un estado de emergencia que propicia el remedio mesiánico a la superstición arcaica. El enemigo exterior tanto adquiere cuerpo en la reacción al extranjero como en la aprensión del asesino embozado al acecho. El miedo funciona como reacción primera y primaria del instinto de supervivencia, razones por las cuales una sociedad intimidada puede condescender con la restricción de las libertades y del garantismo. Las cámaras vulneran la intimidad, pero contribuyen a la serenidad del paseo. Proporcionan al Estado la injerencia panóptica de la que alertaba premonitoriamente Michel Foucault.
Las estadísticas acreditan que España opone a la psicosis un bajísimo índice de criminalidad
Es la derivada peligrosa, temeraria, que incorporan los líderes autoritarios en sus discursos de ley, orden e identidad. Desdibujar una democracia para hacerla más segura. Convertirse ellos en el antídoto al pánico que propagan: el monstruo de Europa, los musulmanes incorregibles, la globalización. Abascal lo ha entendido en cabeza de sus mejores evangelistas: tanto la autoridad militar de Javier Ortega como el credo religioso de Rocío Monasterio reconstruyen un modelo de Estado firme, oscurantista y confesional cuya nostalgia entronca con el lepenismo del paraíso perdido.
Las estadísticas acreditan que España opone a la psicosis un bajísimo índice de criminalidad. Tenemos un código penal durísimo. Y lejos de aumentar, han descendido los casos de crímenes contra mujeres en los últimos años. Existe la violencia machista. Está descrita, diagnosticada. Y opera en una gradación polifacética, de la violencia invisible a la más explícita, pero el crimen de Laura ha precipitado una sensación unánime e hiperbólica de acuerdo con la cual las mujeres no pueden a salir a correr en nuestras calles.
La percepción del problema vuelve a imponerse al problema. Y no es cuestión de amalgamar conflictos distintos y soluciones diferentes, sino de plantear la distancia que existe entre el bienestar que disfrutamos respecto a la psicosis atmosférica que lo amenaza. Sobre todo cuando está inducida desde la irresponsabilidad y desde el oportunismo político. La inmigración es otra vez el mejor ejemplo, tanto por la manipulación del populismo —Pablo Casado juega muchas veces al alarmismo— como por la negligencia pedagógica y la perspectiva buenista de los partidos convencionales. Es evidente que España tiene puntos de tensión migratoria —Ceuta, Melilla, Almería...—, como es evidente que existen conflictos de integración y de convivencia que la socialdemocracia ha descuidado en su propia embriaguez cultural, pero el escarmiento del Brexit y la victoria de Trump demuestran que la xenofobia se arraiga donde menos impacto migratorio existe.
La paradoja del “momento populista” consiste en que tiene mucho de populista y poco de momento
Allí donde más heterogeneidad y mezcla existe —las grandes urbes—, menos operan los fenómenos mesiánicos y supremacistas. Trump es un cuerpo extraño en Washington, del mismo modo que Emmanuel Macron obtuvo en París el 90% de los votos frente a la propagación apocalíptica de Marine Le Men. Estamos no en la edad de las metrópolis, sino de las megalópolis, similares a las antiguas en la expectativa de la autonomía, pero dotadas de enormes cualidades financieras, tecnológicas… y pedagógicas.
Pedagógicas quiere decir que el hábitat urbano en su propia heterogeneidad cultural, étnica, identitaria, favorece la instrucción, la convivencia y hasta la tolerancia. No es el ciudadano el que hace a la ciudad, sino la ciudad la que hace al ciudadano en cuanto espacio complejo y hasta cosmopolita que fomenta el intercambio. Se entiende así que el nacionalismo catalán provenga del campo y del tractor, del ensimismamiento rural. Y se comprende que Abascal hiciera su campaña a caballo, “reconquistando” desde su montura y su parodia montaraz la tierra prometida de la que urgen evacuar los turbantes y las medias lunas.
Instinto e ilustración pelean con fuerzas desiguales cuando una sociedad se siente en peligro. No importa que haya razones, sino sensaciones, percepciones propicias a la deformación de la realidad. Las propias cualidades catárticas que la opinión pública atribuye a la prisión permanente revisable establecen el remedio milagrero o la aspiración maximalista —e infantil— de extirpar el mal del comportamiento humano. No, no se habría evitado el crimen brutal de Laura de haber existido la novedad legislativa hace diez o veinte años. El asesinato previo que cometió Bernardo Montoya no forma parte de los supuestos en que se aplica la prisión permanente revisable. Tampoco le disuadió de llevarlo a cabo haber expiado 15 años en prisión.
La alternativa no consiste en resignarse ni en condescender a la carroña, pero sí en admitir las zonas de sombra del ser humano y las imperfecciones de la democracia. La manera más vil de cuestionarla consiste en subordinar el garantismo conceptual y los deberes constitucionales —también los de la reinserción y de la reeducación— al pánico social y a la expectativa justiciera. La paradoja del “momento populista” consiste en que tiene mucho de populista y poco de momento porque ha venido a instalarse. Vox es la expresión no de un programa político ni de una ideología —aunque los tenga—, sino del subconsciente de una sociedad que busca un médium para ahuyentar a los fantasmas.

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