viernes, 18 de enero de 2019

Inmigración: La izquierda frente a la inmigración | Opinión | EL PAÍS

Inmigración: La izquierda frente a la inmigración | Opinión | EL PAÍS

La izquierda frente a la inmigración

Los partidos tienen que abordar los miedos de los votantes ante la inmigración. Existe una diferencia entre rechazar los populismos y no tener en cuenta los sentimientos de agravio de los que se aprovechan

La izquierda frente a la inmigración
ENRIQUE FLORES
Los principales retos a los que se enfrentan la izquierda y las democracias occidentales son de dos tipos: económicos y sociales. Sobre los primeros, en los últimos años ha surgido cierto consenso en el sentido de que la izquierda había derivado excesivamente hacia el neoliberalismo y debía cambiar de rumbo, atacar directamente el aumento de las desigualdades y la disminución de la movilidad social y reforzar el Estado de bienestar. No ha habido un replanteamiento similar de la postura de la izquierda en temas sociales, en particular la inmigración y la identidad nacional. Es frecuente que la mera sugerencia de que hay que revisarla provoque una reacción en contra.
Por ejemplo, en unas declaraciones recientes a The Guardian, Tony Blair, Hillary Clinton y Matteo Renzi exhortaron a la izquierda europea a revisar su postura sobre la inmigración. Blair decía: “Debemos abordar los motivos legítimos de queja y darles respuesta, y por eso hoy, en Europa, no es posible presentarse a unas elecciones sin una postura clara sobre la inmigración, porque a la gente le preocupa”. Clinton instaba a “Europa... a comprender el problema de la inmigración, porque eso es lo que ha encendido la llama”. No todos los que desean emigrar a Occidente pueden hacerlo, “salvo si cumplen los requisitos para obtener el asilo, que existe en nuestras leyes desde hace cientos de años”. A los que representan una amenaza contra la seguridad nacional, decía, hay que rechazarlos, y los que ya están aquí deben aprender la lengua, pagar impuestos, respetar las leyes y ponerse a la cola. La reacción ante estas declaraciones no se hizo esperar. Un titular proclamó que: “El escalofriante pragmatismo de Hillary Clinton da carta blanca a la extrema derecha”.
Una tormenta similar provocó un artículo de Angela Nagle en el que criticaba la posición de la izquierda estadounidense sobre inmigración. Nagle señalaba que, al afirmar que “ningún ser humano es ilegal, lema de las manifestaciones, la izquierda está aceptando implícitamente el argumento moral en favor de que no haya fronteras ni naciones soberanas”, posición que suele ser la de la derecha partidaria del libre mercado. “¿Pero qué connotaciones tendría una inmigración sin límites para proyectos como la sanidad y la educación públicas universales o una garantía federal de empleo? ¿Cómo lograrán los progresistas explicar esos objetivos a la gente?”. Nagle tuvo réplicas como: “No hay argumentos de izquierdas en favor del nacionalismo”.
La llegada de inmigrantes es positiva, pero sus peores efectos se dejan notar en las zonas más deprimidas
Estas reacciones hacen que a la izquierda le sea más difícil afrontar la amenaza de la derecha, porque, en lugar de tener en cuenta las inquietudes de los votantes, las desprecian. Los electores en Estados Unidos y Europa identifican constantemente la inmigración como uno de los principales problemas de sus países, y la mayoría de los encuestados en la mayoría de esos países está a favor de que se limite. Todavía más preocupante, muchos ciudadanos dicen que la inmigración está cambiando sus países para peor, y muchos votantes de izquierdas creen que las posturas de sus partidos sobre la inmigración están muy alejadas de las suyas. Si la izquierda quiere contrarrestar las preocupaciones sobre la inmigración y el aprovechamiento que hace la derecha, necesita construir mejores argumentos y políticas que hasta ahora.
Algunas de esas preocupaciones son económicas. Aunque la inmigración, como la globalización y los cambios tecnológicos, son positivos para la sociedad en su conjunto, los beneficios se sienten sobre todo en las áreas urbanas y cosmopolitas con élites muy educadas, mientras que sus inconvenientes se notan sobre todo en las zonas rurales y otras en las que viven los trabajadores menos educados y menos cualificados. El hecho de que la inmigración, en general, aporte más trabajadores no cualificados que cualificados, en una época en la que los trabajos poco cualificados y bien pagados escasean, es quizá el motivo de que los trabajadores en puestos poco cualificados sean los que más suelen temer la competencia de los inmigrantes, también poco cualificados. Asimismo, sobre todo en periodos de más riesgos económicos y más austeridad, los ciudadanos tienden a desconfiar de las cargas fiscales que suponen los inmigrantes, y los trabajadores y otros miembros del “precariado” tienden especialmente —como han revelado Arlie Hochschild, Katharine Cramer y otros— a sentir rencor hacia esos recién llegados, que consideran que “se saltan la cola” de las prestaciones públicas. Como dice un estudio realizado en Alemania y Francia, “mientras la gente se angustie por su futuro, mirará con escepticismo la ayuda a los forasteros”. Los votantes suelen mencionar “la saturación de los servicios públicos” y los costes financieros como motivos para oponerse a la inmigración.
Junto a las preocupaciones económicas, la izquierda debe afrontar directamente también la preocupación de los votantes por la asimilación y las amenazas contra la identidad nacional. En los últimos años han llegado inmigrantes de culturas muy diferentes y en cantidades sin precedentes. Aunque muchas élites de izquierda creen que la nación es un artificio “retrógrado” o incluso peligroso, la mayoría de los ciudadanos no está de acuerdo: los europeos están orgullosos de sus identidades nacionales y creen que, “por el bien de nuestro país, es necesario que los inmigrantes adopten nuestras costumbres y tradiciones”. Los investigadores descubren una y otra vez que los miedos y las preocupaciones por la repercusión social y cultural de la inmigración son uno de los principales motivos —quizá el principal— de las actitudes respecto a los inmigrantes.
Los ciudadanos tienden a desconfiar de las cargas fiscales que suponen los recién llegados
Abordar estas preocupaciones no es lo mismo que adoptar o “normalizar” la xenofobia y el racismo de la derecha populista. Existe una diferencia entre rechazar a los partidos populistas y no tener en cuenta los sentimientos de agravio de los que se aprovechan. Los partidos de izquierdas y la democracia en general tienen la obligación de ofrecer explicaciones y soluciones a los problemas y la insatisfacción de la sociedad. La tendencia a ignorar o desdeñar las preocupaciones sobre la inmigración y la identidad nacional no ha impedido la expansión del populismo sino quizá todo lo contrario, porque ha permitido que los populistas las explotaran aún más.
Afortunadamente está surgiendo una “reacción contra la reacción” en contra de abordar estos temas. Además de las intervenciones de Blair, Clinton, Renzi y Nagle, John Judis, Francis Fukuyama, William Galston, Michael Bröning y otros han escrito recientemente libros y artículos sensatos sobre la inmigración y la identidad nacional. La izquierda debe abordar las ideas y sugerencias políticas que plantean estos autores y otros y los miedos y las preocupaciones de los votantes y ciudadanos. La izquierda debe elaborar respuestas propias, positivas y viables a la inmigración que frenen las respuestas distópicas de la derecha. Si no, dejará que la derecha siga definiendo y controlando el debate.
Aproximadamente hace un siglo, en vísperas de la Primera Guerra Mundial y el periodo más atroz de la historia europea, los nacionalismos destruyeron trágicamente el movimiento socialista internacional y muchos de sus partidos. La situación actual no es tan crítica, pero, para que no llegue a serlo, la izquierda debe tener en consideración los motivos de queja y las inquietudes que agitan sus sociedades.
Sheri Berman es profesora de Ciencia Política en Barnard College. Este artículo apareció en Social Europe.
Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.

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