Macron, la necesidad de madurez y humildad
El presidente francés tiene mucho que aprender, no solo sobre la forma de gestionar un país, sino sobre sus puntos débiles. Debe cambiar a quienes lo rodean y dejar de obsesionarse por los ricos a los que halaga
ENRIQUE FLORES
Jean Genet escribió a propósito de Rembrandt que “no se puede ser artista sin haber vivido una gran desgracia”. La creación está a menudo alimentada por adversidades, por enfrentamientos y dramas. La comodidad de una vida protegida, anodina, centrada y tranquila no suele impulsar destinos excepcionales. Como subrayó Albert Camus, “nada hace tanto daño a la creación como el confort y el aburguesamiento del corazón”.
Les ocurre a los artistas y les ocurre a los presidentes de la República. Porque gobernar es un arte que no está al alcance de todos y, sobre todo, que no se adquiere en una escuela de administración. François Mitterrand llegó al poder después de haber vivido muchas pruebas y acumulado experiencias, descubrimientos, constataciones, fracasos y errores, después de mucho tiempo en la tierra. Incluso Jacques Chirac y, en menor medida, Nicolas Sarkozy no llegaron a la jefatura del Estado hasta después de muchas luchas, intrigas, acrobacias e intentos de abrirse camino hasta el Elíseo.
Mitterrand era un artista. Un hombre político temible, de un pasado muy rico, con momentos cuestionables, con puestos ministeriales importantes —sobre todo durante la guerra de Argelia— y años de militancia, que lo forjaron. Era un hombre complejo que dominaba bien los engranajes de la comunicación y se rodeó de ministros y asesores conocidos por su arraigo y su contacto con la población.
Emmanuel Macron ha quemado etapas. Su destino lo ha llevado demasiado pronto a la máxima función del Estado. Pero su inteligencia, su ambición impaciente y un montón de falsas ilusiones que no ha analizado o que no ha querido ver son lo que le ha traicionado y puesto en una situación de una gravedad sin precedentes. Cuando creó el movimiento En Marche!, todo el mundo pensaba que estaba preparándose para las presidenciales de 2022. Pero el éxito y la impaciencia, la ambición y la locura de los jóvenes que se precipitaron en sus brazos, le convencieron de que debía presentarse de inmediato, sobre todo al ver que François Hollande había decidido no aspirar a un nuevo mandato.
Cree que con su 'Carta a los franceses' podrá enderezar el barco y ejercer el poder con las leyes de la democracia
Ahora es cuando empiezan las pruebas. Para él, la ruleta de la suerte narcisista se ha vuelto del revés. Ahora es cuando está sufriendo, adquiriendo experiencia, midiendo el peso de las decisiones que debe tomar en la inmensa soledad del poder.
Sus asesores no pueden tener acceso a lo que realmente lo constituye, al núcleo duro de su ser. Su vida, su cuerpo y su alma son un misterio. Corre, actúa, habla, pretende estar próximo a la gente, pero en el fondo es escurridizo, y no es su esposa la que podría desentrañar este misterio. Ella conoce mejor que nadie la personalidad profunda y compleja de Macron, pero forma parte de ese misterio que irrita a los franceses e incluso a los extranjeros. El dueño de un restaurante marroquí me dijo con tono arrepentido: “¡No debería haber votado a un hombre que no tiene hijos!”. Una frase que me pareció acertada pero teñida de crueldad.
Cuando algunos chalecos amarillos reprochaban a Macron que no tenía sus raíces en el pueblo, se trataba de una mera constatación: el presidente fue de la universidad al Elíseo pasando por un trabajo con los Rothschild. Un itinerario fulgurante que ha resultado ser un obstáculo, una dificultad inesperada.
Todos hemos tenido fe en su formidable energía, en su feroz voluntad de llegar a la cima y en su inteligencia, capaz de agrupar y crear un movimiento en pocos meses, una proeza extraordinaria. Era evidente que, tras el patético escándalo del ex primer ministro de Nicolas Sarkozy, François Fillon, y la retirada definitiva del alcalde de Burdeos y ex primer ministro de Jacques Chirac, Alain Juppé, el camino estaba despejado, y la noche del debate con Marine Le Pen ya era el vencedor.
Pero una cosa es ganar unas elecciones y otra, mucho más difícil, desempeñar la función presidencial.
Si hoy somos muchos los que nos sentimos decepcionados y renegamos es porque no hay alternativa en el panorama político actual. Cuando uno rompe los partidos y los sindicatos, cuando hace todo lo posible para avanzar a solas, no se da cuenta de los riesgos que hace correr a Francia. No vamos a abrumarlo. Debemos reconocer que heredó una situación difícil. La pobreza (ocho millones de personas por debajo del umbral de la pobreza) no data de su llegada al poder. Pero él es el objeto designado del odio de la calle, que ha llegado a reclamar su dimisión.
Muchos comerciantes están furiosos porque los 'chalecos amarillos' les han impedido trabajar en Navidad
Alguien ha dicho que “Macron necesitaría madurez”. Sí, pero eso no se compra en la tienda. Eso se adquiere con las adversidades, la inteligencia del corazón y la profundización de los valores que consolidan una democracia. Macron tiene mucho que aprender, no solo sobre la forma de gestionar un país, sino sobre sus propias carencias, sus defectos y sus puntos débiles, sobre el tiempo, que ha sido muy clemente con él. Debería detenerse a reflexionar, incluso a meditar, y emprender una autocrítica que nos beneficiaría a todos.
Pero ahora el tiempo lo acosa y no le da respiro. Ese tiempo que lo propulsó adonde está hoy lo ha convertido en víctima, y, si quiere acabar su quinquenio, le interesa estar dispuesto a cambiar, aunque Spinoza nos advierta que “todo ser persevera en su ser”. Cambiar a los que lo rodean. Escuchar a la gente. Emprender un serio esfuerzo para conciliar la transición ecológica y la justicia social. Dejar de obsesionarse por los ricos a los que halaga. En resumen, mostrar un poco más de humildad, de “modestia del alma, el contraveneno del orgullo” (Voltaire), para reparar un país que lleva más de un mes gravemente sacudido. La cólera, que viene de lejos, no se ha aplacado. Llevamos 10 sábados de manifestaciones de los chalecos amarillos, en un número que oscila entre los 80.000 y los 90.000. Las protestas no han dejado la calle. La gente sigue respaldándolos, aunque muchos comerciantes están furiosos porque los chalecos amarillos les han impedido trabajar cuando debían prepararse para Navidad.
Macron debe integrar todo esto en su visión de Francia y el mundo, tenerlo muy en cuenta y llevar a cabo una revolución cercana pero diferente a esa de la que habla en su libro, que se titula precisamente así: Révolution. Mientras tanto, podría reflexionar sobre esta frase de Napoleón (cito de memoria): “Trazo mis planes de batalla con los sueños de mis soldados dormidos”.
Desde hace una semana, Macron está debatiendo con los alcaldes de las regiones más pobres, en las que no le quieren y a las que ningún presidente había ido antes. Tiene la valentía de afrontar a los que luchan contra él e incluso le insultan públicamente. Cree que con su Carta a los franceses va a poder enderezar el barco y ejercer el poder de acuerdo con las leyes de la democracia. Pero el camino es largo y complicado. Los franceses no son fáciles. Veremos si, en las elecciones europeas del mes de mayo, Francia otorga la mayoría al partido de extrema derecha Reagrupación Nacional, como predicen los sondeos, o escoge, a pesar de todo, el movimiento de Emmanuel Macron.
Tahar Ben Jelloun es escritor, ganador del Premio Goncourt.
Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.
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