TRIBUNA
AfD, la ultraderecha que resquebraja el consenso federal
El voto protesta y su uso de los temas candentes han aupado a Alternativa para Alemania
Alexander Gauland y Alice Weidel, líderes de Alternativa para Alemania (AfD), en septiembre en una declaración ante los medios. JOHN MACDOUGALL AFP
Unas semanas después de las elecciones, Alemania todavía se encuentra estupefacta. No ya por el hecho de que todos los socios de la Gran Coalición (CDU, CSU y SPD) gobernante entre 2013-2017 hayan sido duramente castigados por los votantes. Tampoco se debe a que Angela Merkel tenga problemas para formar Gobierno tras su agridulce victoria. La raíz del desconcierto radica en la impetuosa entrada del partido de extrema derecha Alternativa para Alemania (AfD) en el Bundestag, el parlamento federal alemán. A continuación nos centramos en dos áreas clave para analizar y comprender las implicaciones del éxito electoral de la fuerza ultraderechista: primero, el marco institucional, y en segundo lugar, la campaña electoral y las características del votante de la AfD.
Marco institucional
La progresista constitución de la República de Weimar (1919) se considera un hito en la historia del constitucionalismo contemporáneo. Sin embargo, en un contexto dominado por los grandísimos conflictos internos, una grave crisis económica y polarización social, la toma de poder por parte de Adolf Hitler y los nacionalsocialistas supuso el fin del primer intento de establecer un régimen democrático liberal en Alemania. A fin de evitar fracasos similares, unos de los principios rectores de la política alemana desde la Segunda Guerra Mundial es la “Wehrhafte Demokratie”, o democracia militante, que defiende de un modo activo el orden democrático liberal. Así, la democracia no puede ser abolida por ley o por una mayoría de los votos. En el supuesto de que se desarrollen actos que contravengan este orden, el Estado puede actuar preventivamente contra los individuos o grupos (sean partidos, asociaciones u organizaciones). Bajo esta lógica, el Estado ilegalizó dos partidos políticos en los años 1950, uno neonazi (Sozialistische Reichspartei Deutschlands) y otro de extrema izquierda (Kommunistische Partei Deutschlands). En cambio, el proceso de ilegalización del ultra-derechista NPD fracasaría medio siglo después debido a la infiltración ilegal de agentes estatales en las filas del propio partido.
Desde la Segunda Guerra Mundial y hasta hoy, han existido dos consensos a nivel federal que se derivan del principio de democracia militante. Por un lado, la extrema derecha es marginal y marginada. Si bien fuerzas ultras como Los Republicanos o la NPD han obtenido representación en algunos Länder a lo largo de las últimas décadas, su relevancia ha sido poco menos que testimonial y raramente han superado una legislatura. Por otra parte, no se hacen coaliciones integradas por el partido Die Linke (antes PDS) a nivel federal. Mientras que esta fuerza post-comunista ha gobernado algunos Länder, incluso con el apoyo de partidos en el espectro ideológico de la izquierda como los socialdemócratas de SPD o los Grünen (Los Verdes), el consenso reinante ha excluido a Die Linke del poder. Así se explica la no-conformación de una coalición de izquierdas en 2013, cuando SPD, Los Verdes y Die Linke copaban 320 de los 631 escaños en la cámara federal.
Dado este rígido marco institucional, es— y será— arriesgado para la AfD desarrollar acciones que atenten abiertamente contra el democrático liberal de la Alemania federal. No sorprende pues que, al menos en público, una parte de las élites y bases electorales de la AfD renieguen de su identificación con la ultraderecha. Dentro de esta ambigüedad, uno de los líderes del partido, Alexander Gauland, manifestó durante la propia noche electoral que la AfD aspira a “recuperar nuestro país y nuestro pueblo”.
Campaña electoral y perfil del votante de la AfD
De acuerdo con los análisis post-electorales de la televisión pública alemana (ARD), el argumento que asocia voto a la AfD con la pobreza y la privación de renta no parece consistente, pues sólo el 23% de los votantes de la fuerza ultra se declaran insatisfechos con su situación económica.
Dos argumentos interrelacionados ayudan a entender mejor el auge de la AfD: el voto protesta y, paralelamente, el posicionamiento de la AfD con respecto a temas candentes. De acuerdo con la ARD, menos de uno de cada tres votantes de la AfD habrían dado su apoyo por convicción partidaria, y seis de cada 10 habrían actuado impulsados por la decepción con los partidos restantes. El 14 de abril de 2013, la AfD celebra su congreso fundacional, y avanza un programa cimentado sobre la disolución de la zona euro. La opinión pública alemana era abiertamente partidaria de las políticas de austeridad impuestas en los estados del sur de Europa para— supuestamente— contener los niveles de deuda y déficit públicos, por mucho que se vieran acompañadas por elevados niveles de resiliencia y contestación popular en dichos países.
En el marco de la Gran Coalición, sobre todo la CDU ha adoptado una postura moderada con respecto a temas como la energía nuclear o la crisis de los refugiados. Al tiempo que apelaba al votante mediano, los democristianos han ido dejando el flanco más conservador y tradicionalista despejado. Y la AfD ha aprovechado esta oportunidad. Sin dejar de lado el componente eurófobo, la alternativa ultraderechista ha fijado una posición fuerte con respecto a —y centrando su campaña en— varios de los temas que más preocupan a los alemanes.
En una encuesta de Infratest Dimap previa a los comicios electorales, se le pidió a los encuestados que completasen la frase “me preocupa (que)…” con múltiples respuestas. Un 70% ha afirmado que “la sociedad se divida cada vez más”, un 62% “el incremento de la criminalidad”, un 46% que “la influencia del Islam en Alemania sea demasiado fuerte” y un 38% que “demasiados extranjeros vengan a Alemania”. Así pues, la gestión de la —por otra parte, menguante— crisis de los refugiados no explica por sí sola el auge de la AfD. Si bien el 60% de votantes de la fuerza ultra apuntan que la “inmigración y refugiados” han sido una motivación importante a la hora de decantar su voto, el “terrorismo” (69%) o la “criminalidad” (61%) son aspectos tan o más apremiantes, que los populistas han sabido capitalizar.
De hecho, la AfD ha movilizado a votantes procedentes de diversos partidos. Si bien casi un millón son anteriores votantes de la coalición democristiana CDU/CSU, parte de los apoyos electorales del socialdemócrata SPD y del post-comunista Die Linke han migrado hacia la fuerza ultraderechista (470.000 y 400.000, respectivamente). No obstante, la mayoría de papeletas hacia la AfD provienen de ciudadanos que habían sido abstencionistas en 2013 (1,2 millones). Por último, conviene no subestimar la capacidad de movilización de la fuerza ultraderechista entre los votantes que habían respaldado a otros partidos minoritarios sin representación parlamentaria tras los comicios de 2013 (de donde proceden 690.000 apoyos).
Ahondando en el perfil del votante de la AfD, encontramos notables diferencias regionales. Mientras que en el este (la ex-República Democrática Alemana) el partido ha alcanzado el segundo puesto con un 21,5% de los sufragios, en el oeste (la antigua República Federal Alemana) se ha alzado con el 11,1% del apoyo popular, convirtiéndose en la tercera fuerza electoral.
A nivel individual, en base a los datos del instituto Forschungsgruppe Wahlen, un predictor importante del respaldo a la AfD es el sexo: mientras que sólo un 9% de las mujeres han votado a la fuerza ultraderechista, un 16% de los varones han hecho lo propio. El contraste es de nuevo notable entre el oeste, donde la opción populista de ultraderecha ha cosechado un 13% de apoyo entre los varones y un 8% entre las mujeres, y el este, con un 26% y un 17%, respectivamente. En cuanto a la edad, encontramos que la AfD apela al votante de mediana edad (16% de apoyo entre los que tiene 30-44 años y 15% entre los de 45-59) en mayor medida que al joven (11% entre los menores de 30) y más veterano (10% entre los mayores de 60 años).
Tomando en consideración otros aspectos biográficos, como la situación profesional, parece que la AfD tiene éxito entre empleados por cuenta ajena (19% de respaldo electoral) y desempleados (22%), pero no tanto entre otras categorías como autónomos (12%) y funcionarios (10%). Finalmente, haber finalizado estudios universitarios parece estar negativamente asociado con el voto ultra: la AfD consigue sólo un 7% de apoyo entre los titulados universitarios, en contraste con los ciudadanos cuyo máximo nivel educativo completado es la educación básica o media (votado por un 14% y 17%, respectivamente).
En resumen, el panorama político alemán puede haber alcanzado un punto de inflexión tras los resultados del pasado 24 de septiembre. Si bien se han cumplido los pronósticos y los democristianos de Merkel han vencido, por primera vez una fuerza ultraderechista ha conseguido representación en el Parlamento federal tras la Segunda Guerra Mundial. Y lo ha hecho de un modo decido, pues la AfD se ha aupado como el tercer partido y ha obtenido 94 escaños. Su éxito viene explicado en buena medida por una combinación de voto protesta y la capacidad de la propia AfD para erigirse como la alternativa de derecha populista ante asuntos de gran preocupación para la ciudadanía teutona. Pero cimentar una alternativa popular sobre el descontento popular, aunque efectivo a corto plazo, puede ser peligroso a la hora de consolidar el partido. Veremos en qué medida la AfD será capaz influir en los debates y acción de un gobierno de coalición conformado, presumiblemente, por los democristianos de CDU/CSU y los liberales de FDP, al que se podrían sumar los ecologistas de die Grünen.
La AfD tendrá que resistir la presión mediática, de sus adversarios políticos y las propias divisiones internas. La primera ruptura culminó en el nacimiento de una nueva formación liderada por la antigua lider de la AfD, Frauke Petry, denominada Azul, que aspira a atraer a los votantes más moderados de la AfD. Esta ruptura es el primer obstáculo, seguramente no el último, en el proceso de adaptación al marco institucional de la Alemania federal.
Adam Holesch es profesor Asociado de Ciencias Políticas en IBEI (Institut Barcelona d'Estudis Internacionals) y la Universitat Pompeu Fabra en Barcelona y autor de dos libros sobre la política alemana. @AdamHolesch
Martín Portos es doctor en CC. Políticas y Sociales por el Instituto Universitario Europeo de Florencia, investigador postdoctoral en la Scuola Normale Superiore y experto en movimientos sociales. @mportosg
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