El grillo, la esperanza
En ‘No sucumbió la eternidad (porque nos conocimos)’, Daniela Rea narra la herida desde la herida, un relato potente y sutil sobre el drama de los desaparecidos en México
México
El documental se llama así por un poema del escritor chileno Raúl Zurita. Un poema titulado No nos hemos perdido, versos que hilvanan esperanza, la métrica como espacio de contención, el amor como estrategia de control de daños. Se llama así por dos versos del poema:
Porque nos encontramos no sucumbió la eternidad
porque tu y yo no nos perdimos
- ¿Por qué escogiste este poema?
- Porque por más cruel y terrible que es la desaparición, no puede con el fruto de ese encuentro. La eternidad no sucumbe al horror de la desaparición. No importa nada, nosotros nos encontramos. Fuimos, somos y nada podrá con eso.
El fruto de ese encuentro es el amor. La desaparición de un ser querido, de una mamá, de un esposo, no puede con el amor. Se impone la intención de entender, de asumir, prevalece la necesidad -por ellos, por nosotros- de explicar y luego, por último, de cerrar la herida.
Daniela Rea (Irapuato, México, 1982) ha presentado esta semana No sucumbió la eternidad (porque nos conocimos), su ópera prima. Ha sido un pase privado, un prueba, una puesta a punto. Después de cuatro años de trabajo, el documental se estrenará oficialmente en octubre, en el festival de Morelia.
No sucumbió la eternidad (porque nos conocimos) cuenta las historias de Alicia y Liliana. De los hijos de la una y la otra. Ambas comparten una ausencia o, mejor dicho, las consecuencias de una ausencia. Comparten preguntas, ansiedades, comparten urgencias repentinas: ¿Lo encontraré hoy? ¿Será hoy? ¿Quién se la llevó? ¿Por qué?
A ojos del público, parecen ausencias distintas. Alicia perdió a sus padres en Chihuahua a finales de la década de 1970, la época de la guerra sucia. Liliana perdió a su esposo hace apenas siete años, en plena ofensiva del estado contra el crimen organizado. Parecen distintas, pero en realidad son muy parecidas.
Los padres de Alicia formaban parte de la Liga Guerrillera 23 de septiembre. Su papá cayó en combate en 1976. A su madre se la llevaron en 1978 y nunca apareció. Alicia tenía un año. En un momento del documental, Alicia se pregunta si su mamá no se habrá convertido acaso en un grillo. "¿No será mi jefa?", dice.
El esposo de Liliana desapareció en Tamaulipas, en el norte de México. Fue en San Fernando, poco después del hallazgo de los cuerpos de 72 migrantes en varias fosas clandestinas. Liliana -el dolor de Liliana- es tan protagonista como su hijo, León. De alguna forma, León se parece a Alicia. O, dicho de otra manera, León es un recuerdo de Alicia. A los dos les quitaron un papá -una mamá- demasiado pronto. (Si es que existe el momento adecuado para que eso ocurra). Demasiado pronto, que no es mejor ni peor que demasiado tarde. Es distinto. Casi a final de la cinta, Liliana juega a escondidas con su hijo y dice, con estas u otras palabras, que llega un momento en el que uno debe parar y seguir y no desaparecer de la vida.
Rea explora el camino de este dolor -la falta de certezas, la presencia constante, hiriente de la ausencia- como una peregrina en busca de la esperanza. Si el documental fuera una respuesta, el intento de una respuesta, la pregunta sería, ¿qué queda después del horror?
Después de tantos años de guerra en México, otros realizadores ya han explorado este camino. Lo ha hecho Everardo González recientemente con La libertad del Diablo. González es, por cierto, uno de los productores del documental de Rea. Lo hizo también Tatiana Huezo con Tempestad.
El caso de Daniela Rea es especial porque narra desde el amor. Como el grillo, que grilla porque no sabe hacer otra cosa.
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