viernes, 29 de septiembre de 2017

En barrios marginados de Honduras se rescatan espacios y vidas | IPS Agencia de Noticias

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En barrios marginados de Honduras se rescatan espacios y vidas

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Parte del grupo de niños que practican taekwondo, junto a un instructor y una de las madres. Su alegría prueba que los cambios en los empinados barrios marginales de Tegucigalpa son posibles, si se invierte en dignificarlos. Crédito: Thelma Mejía/IPS
Parte del grupo de niños que practican taekwondo, junto a un instructor y una de las madres. Su alegría prueba que los cambios en los empinados barrios marginales de Tegucigalpa son posibles, si se invierte en dignificarlos. Crédito: Thelma Mejía/IPS
TEGUCIGALPA, 26 sep 2017 (IPS) - Al norte de la capital de Honduras, nueve barrios pobres y largamente marginados rescriben su historia, en medio de la inseguridad que les acecha al ser parte de las llamadas “zonas calientes”, donde ostentan su control las maras o pandillas delictivas.
IPS recorrió algunas de esas colonias, como se llaman en Honduras a los barrios,  para conocer la experiencia de un proyecto de urbanismo e inclusión social que promueve el gobierno, en un esfuerzo por recuperar espacios públicos y generar oportunidades de cambio a sus familias, en especial a la población infantil y juvenil.
Se trata del Programa Integral y Convivencia Urbana (PICU) que ejecuta el gubernamental Instituto de Desarrollo Comunitario, Agua y Saneamiento (Idecoas) con el apoyo de 12,8 millones de dólares de fondos del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), para su fase piloto, desarrollada entre 2013 y este año.
“Queremos demostrar que no solo traemos cemento u obras de infraestructura. De nada sirven las obras si no hay quien las cuide y sienta que es parte de su entorno de vida y de su desarrollo”: Mario Pineda.
“¿No trae una camiseta (color) naranja?: ¡búsquenle una del proyecto para evitar problemas!”, dice una de las técnicas del PICU a la corresponsal de IPS, instantes antes de iniciar el recorrido por las colonias involucradas.
Explica que para no tener problemas con “los muchachos” (pandilleros), las personas que trabajan en el proyecto o quienes visitan las colonias deben portar o un chaleco naranja debidamente identificado o una camiseta de ese color.
Es parte de las condiciones para poder trabajar y desplazarse sin contratiempos por donde operan las maras, identificadas por las autoridades locales como un factor generador de los altos niveles de violencia en este país centroamericano de 8,5 millones de habitantes.
Desarrollar en esas zonas el PICU fue complicado. Hubo que hacer una fuerte labor social identificando actores claves en la comunidad dispuestos a apoyar la iniciativa, que incluye construcción de infraestructuras, formación de valores mediante el deporte e impulso a emprendimientos que estimulen la economía familiar.
Activistas de los barrios mediaron con las pandillas para definir “códigos” de relación antes de comenzar a ejecutar el PICU.
Sus técnicos cuentan ahora con naturalidad ese proceso de negociación y convivencia, al grado que algunos de los “muchachos” trabajan como jornaleros en obras como la pavimentación de calles o instalación de tuberías para agua potable. Es parte del control que imponen las pandillas en la zona.
Calles pavimentadas como esta, que hasta hace poco eran caminos de tierra, muchas veces enlodados, son el resultado de un programa integral de mejora en barrios marginados de Tegucigalpa, que contó con la activa participación de la comunidad. Crédito: Thelma Mejía/IPS
Calles pavimentadas como esta, que hasta hace poco eran caminos de tierra, muchas veces enlodados, son el resultado de un programa integral de mejora en barrios marginados de Tegucigalpa, que contó con la activa participación de la comunidad. Crédito: Thelma Mejía/IPS
“Una de las primeras acciones que nos propusimos fue no estigmatizar a nadie. Para nosotros todas las personas que viven aquí son seres humanos en búsqueda de oportunidades. En la ciudad existe un listado de zonas que necesitan ser urbanizadas y aquí donde estamos las necesidades eran grandes”, dice Mirian Leiva, coordinadora del PICU.
Conviviendo con la violencia

En Honduras, las maras o pandillas son un fenómeno social que cobró fuerza entrando el milenio. Oficialmente se desconoce el número de integrantes, pero se estima que andan por unos 25.000 y las mayores son la Mara Salvatrucha MS-13 y la Pandilla 18. En Tegucigalpa, ambas han delimitado sus territorios, como en el resto del país, en especial en el norte.

Las autoridades les atribuyen buena parte de los indicadores de violencia en el país, al dedicarse al sicariato y narcomenudeo. Honduras reporta una tasa de homicidios de 59 por cada 100.000 habitantes, según cifras oficiales. El promedio mundial es de 8,8 por 100.000.

El país está entre los más inseguros de América Latina por esa violencia delictiva, y Tegucigalpa, con poco más de 1,1 millones de habitantes, es además una de las ciudades más desiguales de la región. En nueve de sus barrios más marginados, esto comienza a cambiar.
El aquí es la colonia Ramón Amaya Amador, en honor al escritor, dramaturgo y periodista hondureño, fallecido en 1966 en el exilio.
Fundada hace más de 40 años, en una invasión de su grupo fundador,  a la colonia también se le conoce como “Pantanal” por sus calles enlodadas, que hasta hace nada recordaban los parajes de una exitosa telenovela brasileña con ese nombre, de los años 80.
Alrededor de esta colonia se ubican otras como la de Arcieri, Montes de Bendición y David Betancourt, las otras participantes en la fase piloto del PICU, que Idecoas comienza a extender a otras cinco colonias marginadas, todas instaladas en las partes más empinadas de Tegucigalpa, una ciudad montada entre una cadena de montañas.
En conjunto las habitan algo más de 7.000 personas y al estar interconectadas entre sí, todas dejaron atrás sus precarios caminos de acceso y cuentan ya con calles pavimentadas con cemento hidráulico.
También tienen escaleras que las conectan con el resto de la ciudad, red de saneamiento y alcantarillado,  agua potable, energía eléctrica y complejos deportivos, entre otros servicios impensables hasta hace bien poco.
“Para ellos estos cambios son un sueño, hace 40 años ni soñaban con lo que ven. Todos los proyectos de intervención se consensuaron con ellos. La comunidad cooperó en todo y ellos se encargan de garantizar la vida a todos los ingenieros, albañiles, maestros y otros trabajadores que realizan los proyectos en la comunidad”, acota Leiva con orgullo, una calificativo que repiten muchos para definir lo que sienten.
“Es que este programa piloto para nosotros es importante”, acota a IPS el ministro de Idecoas, Mario Pineda. “Buscamos una interacción social que permita también reconstruir el tejido social en esta zona, para que los ‘malos hondureños’ que viven en estas colonias, vean y entiendan que existen otro tipo de formas para una mejor convivencia social”.
“En el corredor que comprende la Amaya Amador, un promedio de 1.300 jóvenes fueron incorporados a diversas disciplinas deportivas y otras actividades, y algunos han ido incluso a competencias internacionales con buen éxito”, dice.
Jefrey Sierra, de 13 años, nunca imaginó que sería parte de la selección nacional de tenis de mesa y ahora se atreve a soñar con ser entrenador, ir a la universidad y ser alguien importante, pese a vivir en uno de los barrios más pobres de la capital de Honduras. Crédito: Thelma Mejía/IPS
Jefrey Sierra, de 13 años, nunca imaginó que sería parte de la selección nacional de tenis de mesa y ahora se atreve a soñar con ser entrenador, ir a la universidad y ser alguien importante, pese a vivir en uno de los barrios más pobres de la capital de Honduras. Crédito: Thelma Mejía/IPS
Pineda subraya que “queremos demostrar que no solo traemos cemento u obras de infraestructura. De nada sirven las obras si no hay quien las cuide y sienta que es parte de su entorno de vida y de su desarrollo”.
Orgulloso del trabajo que ejecuta con su equipo técnico de cubanos, asistidos por hondureños, muestra a IPS las diferentes disciplinas en las que trabaja desde hace un año con niños (7 a 11 años) y adolescentes (12 a 18 años).
En centros comunales o espacios ofrecidos por la Iglesia Católica se ve a jóvenes entrenando en disciplinas como levantamiento de pesas, taekwondo, tenis de mesa, balonmano o atletismo. Algunos fueron antes parte de las pandillas.
“Estamos rompiendo barreras, vengo de un país donde el ser humano es lo primero y esa la metodología que estamos aplicando. Hemos rescatado muchachos con problemas serios y hoy podemos decir que muchos de ellos ganaron medallas de bronce y plata en competencias nacionales y centroamericanas”, dice Rivero.
“¿Cuándo se iban imaginar eso? Honduras es un país con gente talentosa y nosotros solo estamos contribuyendo a descubrirlo y demostrarlo”, subraya.
Jeffrey Sierra, de 13 años, es un ejemplo de ello. Quiere “devorarse” el mundo, este vecino de la colonia David Betancourt que nunca soñó que sería parte de la selección de tenis de mesa de Honduras.
Unas escaleras que conectan el barrio Ramón Amaya Amador de Tegucigalpa y en otros intervenidos, son el símbolo de la inclusión de zonas pobres y marginadas con el resto de la ciudad de Tegucigalpa, la capital de Honduras. Crédito: Thelma Mejías/IPS
Unas escaleras en el barrio Ramón Amaya Amador y en otros intervenidos son el símbolo de la nueva inclusión de zonas pobres y marginadas con el resto de la ciudad de Tegucigalpa, la capital de Honduras. Crédito: Thelma Mejías/IPS
“Aquí solo el fútbol se vale, pero este no es para mí, pues soy asmático, pero con el tenis de mesa me siento bien. Imagínese, soy parte de la selección nacional de tenis de mesa. ¡Guau!”, dice todo sonrisas a IPS.
Otros cuatro compañeros de su colonia también integran la selección nacional, algo que tiene a todos tan asombrados como orgullosos.
Y tienen porqué. En competencia de tenis de mesa lograron medalla de bronce a nivel centroamericano, en atletismo y levantamiento de pesas segundo lugar a nivel nacional y han viajado por Honduras y también a Cuba y Guatemala.
Sus rostros expresan alegría por lo que hacen. Entrenan dos o tres horas al día y algunos hacen después tareas para la comunidad, los pandilleros los respetan y todos sueñan con ir a la universidad pública y convertirse en entrenadores después.
La comunidad se ha organizado en juntas para planificar cómo dar seguimiento al proyecto, e impulsar nuevas obras en sus colonias en proceso de rescate.
“Nos abrieron los ojos, nos enseñaron a independizarnos y la fraternidad que hemos logrado las colonias involucradas no la vamos a dejar escapar. Este es nuestro espacio y lo vamos a seguir recuperando”, resume a IPS una de las lideresas comunitarias de las zonas intervenidas, Jessenia Deras.
Editado por Estrella Gutiérrez

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