Nuevos derechos a la tierra cambian mercado laboral de mujeres
Pero la persistencia de los obstáculos que han tenido que afrontar las mujeres a lo largo de la historia y la desatención de las campesinas en los Objetivos de Desarrollo del Milenio, nos alertan que debemos concentrarnos en dos frentes.
El primero, los mecanismos frontales, como la educación, que preparan a las jóvenes y a las niñas para que persigan una carrera. Pero no tenemos que olvidar los mecanismos posteriores, vinculados a la tierra, que determinan el estilo de vida de la mayoría de ellas en las zonas rurales. Las mujeres probablemente todavía dependan de ella en 2030. Ambos frentes son igualmente vitales.
Los derechos a la tierra de las mujeres, uno de los objetivos en materia de equidad de género para 2030, es un mecanismo clave que incide en su progreso en la agricultura. ¿Pero es posible el cambio?
En 2011, las mujeres representaban 43 por ciento de los trabajadores rurales en los países en desarrollo; en África y Asia constituían 60 y 70 por ciento respectivamente.
Pero en muchos países, las campesinas solo pueden trabajar la tierra, pero no pueden ser propietarias. Y lo que es peor, en algunos casos, el excedente de su producción o de sus ganancias se las queda el marido con el argumento de que es su derecho como propietario del terreno.
Abandonadas en situaciones complicadas, muchas campesinas, cuya principal fuente de ingresos es la tierra, trabajan parcelas inseguras o marginales e, incluso, terminan usando la propiedad familiar de forma poco sostenible.
Algunas experiencias que vienen de África muestran que hay formas innovadoras para que las mujeres obtengan derechos de propiedad sobre la tierra y su producción, y así creen riqueza y seguridad alimentaria para sus familias. Esto también muestra que la voluntad política es un instrumento fundamental para el cambio.
El gobierno de la región de Mboula, en Senegal, asignó parcelas a grupos femeninos para que trabajen la tierra de forma colectiva y cubran las necesidades alimentarias de sus hogares. Las mujeres se organizaron en grupos que trabajan un día a la semana y los beneficios superaron las expectativas de las autoridades. Pasaron menos tiempo trabajando la tierra, pero produjeron consistentemente excedentes alimentarios y pudieron cubrir las necesidades familiares y del mercado.
Los resultados, además de la seguridad de poseer la tierra que trabajan, las motivaron a capacitarse para plantar árboles tradicionales, a escala. También procuran producir su aceite de forma comercial, cosechar sus hojas comestibles y mejorar la productividad de la tierra mediante la agrosilvicultura.
Y en el este de Uganda, el gobierno adoptó una iniciativa similar y dio un paso más al apuntar a las mujeres que solo poseen derechos de usufructo de una propiedad familiar. Antes padecían inseguridad alimentaria, pero lograron recuperar el suelo degradado y producir excedentes.
Los ministros de Ambiente y Comercio de ese país crearon un programa conjunto para capacitar a las mujeres sobre cómo crear y gestionar una cooperativa, y están a punto de unirse a la cadena formal de suministro de alimentos. Además, son emprendedoras y creadoras de empleo en sus comunidades.
Los pequeños cambios pueden tener capacidad de transformación
Preparar a cada niña para empoderarla económicamente es una prioridad para lograr la equidad de género para 2030. La historia advierte que innovar en materia de los derechos de las mujeres a la tierra a medida que avanzamos hacia ese año también será vital.
Hay muchas formas de lograr ese objetivo. Las campesinas pueden adquirir esos derechos de forma individual o colectiva. Cuando solo tienen derechos de usufructo, permitirles ser propietarias y comercializar la producción es otra opción. Las prácticas culturales que les niegan esa posibilidad no son una trampa ineludible.
Cuando las autoridades son inteligentes y progresistas, se pueden crear nuevos modelos en materia de derechos de propiedad de la tierra.
Traducido por Verónica Firme
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