Clase de aritmética con balas y dinamita
Los liberados en Irak comienzan a relatar la experiencia de vivir dos años bajo las estrictas reglas impuestas por los yihadistas del Estado Islámico
Haji Alí
Salih Latif y uno de sus hijos, en la montaña de escombros que ha quedado de su hogar en Haji Alí. NATALIA SANCHA
Una bala más una bala son dos balas. Ouday Younis, profesor de matemáticas del Estado Islámico, enseñaba a contar con ejemplos gráficos. Para ser justos hay que decir que él solo daba la teoría, otros profesores se encargaban de la práctica. Los jóvenes dedicaban varias horas del día a fabricar explosivos caseros y a manejar armas. “¿Qué le parece? No creo yo que esa sea una forma correcta de educar a los niños”, reflexiona ahora Younis, en medio de Haj Alí, su pueblo desolado y arrasado por las bombas, donde los alumnos viven en unas perpetuas vacaciones. El colegio ya no está en pie.
Haj Alí parece un pueblo fantasma desde la carretera. Tras la neblina, se suceden construcciones derruidas y chatarra bélica. El cascote de un mortero, un cohete sin explotar, un blindado achicharrado. En las casas que quedan en pie todavía se lee “Propiedad del Estado Islámico”. Los yihadistas conquistaron esta población a 55 kilómetros de Mosul hace dos años y desde ese momento impusieron sus ideas radicales. El avance de las tropas iraquíes los expulsó hace cuatro meses pero el frente de guerra está a solo unos cientos de metros y cada noche uno y otro bando se disputan su control.
Al caer el sol, Salem, un adolescente que no sabe cuántos años tiene pero que por su bigotillo fino debe rondar los 15, sube a la azotea de su vivienda y desde allí lo contempla todo. El intercambio de disparos, el polvo que levanta la metralla al tocar suelo, los helicópteros estadounidenses perceptibles solo por el ruido de las hélices, ya que llevan las luces apagadas. A veces llegan desde el otro lado ovejas que saltan por los aires. En medio del rebaño, los terroristas colocan a unos cuantos animales cargados de explosivos. De tanto en tanto no son ovejas lo que explota, son hombres. Salem propone un plan: “¿Queréis verlos? Están ahí al lado”.
No miente. En el suelo, en montículos, están los restos de tres cadáveres carbonizados. Se distingue un pie y una caja torácica. Los atacantes vestidos con chalecos suicidas entraron en Haj Alí de madrugada y fueron cazados desde el aire con misiles. Los cuerpos destrozados estuvieron expuestos al sol durante una semana y el olor se propagó. Nadie se atrevía a acercarse a los cadáveres hasta que Ali Ahmed, de 31 años, se hartó y los quemó. La carga que llevaban encima no detonó. “Alguien tenía que hacerlo. ¡Los niños no tienen por qué estar viendo algo tan horroroso!”, dice Ahmed, que desde entonces se ha ganado el respeto de todos los vecinos.
Los dos años bajo la ley de los yihadistas se han hecho largos. Los hombres estaban obligados a dejarse crecer la barba y recortar sus túnicas para dejar al aire los tobillos, como vestía Mahoma. Las mujeres tenían la obligación de utilizar el velo integral. Se prohibió fumar, lo que provocó que el precio de la cajetilla pasara de costar medio dólar a 27. Hay quien aprovechó la coyuntura. A Sabah, de 29 años, lo agarraron contrabandeando. Recuerda que lo castigaron con 35 latigazos y, cuando acabaron, le dieron una patada en el trasero. Ahora se ríe pero en el momento se sintió humillado.
El Estado Islámico (ISIS, por sus siglas en inglés) no se llama así por casualidad. El califato tiene vocación de convertirse, o al menos imitar, una estructura gubernamental y administrativa. Al llegar a Haj Alí reunieron a maestros, policías y demás funcionarios y les invitaron a unirse a la causa. La alternativa era la decapitación. El profesor de matemáticas Younis dijo que sí, que aceptaba desligarse del Gobierno de Bagdad y sumarse al nuevo modelo educativo. Le cambiaron los libros y el temario pero mantuvo la cabeza sobre los hombros. Los yihadistas, pese a que pregonan una actitud de servicio público, privatizaron la escolaridad, que pasó de ser gratuita a costar 20 dólares al año, libros incluidos. Los alumnos se redujeron a la mitad, de 200 a 100. Los más pobres no podían costeárselo.
Los yihadistas privatizaron la escolaridad, que pasó de ser gratuita a costar 20 dólares al año
Antes de la guerra, el pueblo llegó a tener unos 10.000 habitantes, la mayoría dedicados al campo y al ganado. Los supervivientes de aquellos días trazan un retrato más o menos feliz de la época. Se comía tres veces al día y nadie era especialmente puntilloso con la religiosidad del otro. Con la irrupción de los barbudos la población se redujo a 2.000. Los que se fueron se instalaron en pueblos cercanos y en campos de refugiados como el de Dibaga. Los que se quedaron eran los más conservadores o los que no tenían donde ir.
Uno de los que no quiso escapar era Saeed Abdalla Atya, que les dijo a los nuevos jefes del pueblo que no era policía como ellos pensaban, que todo se trataba de un malentendido. Era un simple pastor y quería seguir dedicándose a sus cabras. Al cabo de los días, los yihadistas descubrieron que se trataba de un agente. Desde entonces no se ha vuelto a saber nada de él. Su esposa, Sahora Hasan, todavía lo espera pero los vecinos la tratan como a una viuda y la ayudan. Algo de pan, huevos, lo poco que tienen. La vida no es nada sencilla en este lugar sin luz ni agua corriente.
Desde que comenzara a principios de semana la ofensiva sobre Mosul para que las tropas iraquíes y kurdas arrebaten al ISIS la segunda ciudad más grande de Irak, las cosas han empeorado por aquí. Una capa negra de humo envuelve el cielo y con el pasar de las horas el techo negro va bajando hasta casi posarse en el suelo. Es la nube provocada por la quema de pozos petrolíferos que va dejando el ISIS en su retirada. El aire es irrespirable, las plantas se marchitan. Un pozo al otro lado de un río cercano lleva dos meses incendiado. Nadie es capaz de apagarlo.
Cuando los soldados iraquíes avanzaron sobre Haj Alí los yihadistas permanecieron peleando entre las casas 25 días, hasta que al fin se marcharon hacia Mosul. En ese intercambio de fuego una bomba destrozó la casa de Saleh Latif, padre de 15 hijos. Lleva el libro de familia en el bolsillo para enseñárselo a los escépticos. Ahora vive en una tienda y sus niños, de todas las edades posibles, están mugrosos. Cuando se van a dormir y comienza la batalla de cada noche, pueden poner en práctica lo que aprendieron con el profesor Younis: un mortero más un mortero son dos morteros.
El Estado Islámico se defiende con una nube de humo tóxico
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