Las manos que mecen el precio de los alimentos
El peso de los inversores que especulan con los contratos agrícolas afecta a toda la cadena alimentaria
La Chicago Board of Trade. BRIAN LAUER
Nueva York
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La volatilidad en el precio de los alimentos es la nueva normalidad en un mundo donde en torno a 800 millones de personas viven con hambre. Los cambios en la oferta —por la vulnerabilidad del clima— y en la demanda —por las tendencias de consumo— son determinantes al fijar el valor de productos esenciales como el maíz o la soja. Pero el peso de los inversores que especulan con los contratos agrícolas se ha disparado durante los últimos 15 años y afecta a toda la cadena alimentaria.
Esto se entiende al pisar el parqué del Chicago Board of Trade, uno de los grandes epicentros del capitalismo global. Es el mayor mercado de futuros del mundo. Nació hace 165 años como el lugar perfecto para que los agricultores negociaran, cara a cara, un precio justo para sus productos. Eso permitió estabilizar el mercado en el medio Oeste en aquellos tiempos. Pero la actividad se concentraba en la época recogida. El resto del año no ganaban dinero y los bolsillos se estrechaban con las malas cosechas.
Para manejar ese riesgo, se diseñó un mecanismo que acabó replicándose en otras áreas de la economía como las divisas, los minerales o la energía. El mercado fue evolucionando y el CBOT se convirtió en el referente para fijar los precios de las commodities. Desde 2007 está integrado en el Chicago Mercantil Exchange, que también es dueño del índice bursátil Dow Jones y del mercado de futuros de Kansas City, el pilar de la negociación del trigo.
En los últimos años, la desregulación y la tecnología han cambiado radicalmente la manera de negociar el precio de las materias primas. En el parqué del edificio art decó en las calles LaSalle y Jackson ya no se escuchan los gritos de los operadores con chaquetas multicolores dando ordenes con gestos caóticos mientras los precios se actualizan al instante en las pantallas. La realidad ya no tiene nada que ver con el dinamismo de miles de corredores tomando el octágono en los años 1990.
Ahora acoge a un grupo reducido de brokers que se dedica más que nada a supervisar que todo funciona. De los 15,5 millones de contratos diarios registrados de media hasta agosto de este año, una décima parte fueron agrícolas. El 87% de la negociación es electrónica, lo que permite generar un mayor volumen de liquidez. La plataforma CME Globex da acceso a su vez a productos que se negocian en 160 países. Basta con tener una conexión a Internet para pujar.
El debate sobre el impacto de la especulación en el precio de los alimentos comenzó en 2008, cuando una espiral alcista provocó protestas por todo el mundo
Chicago es la pieza central de un sistema global mucho más complejo. Hay medio centenar de mercados donde se negocian opciones y contratos de futuros vinculados a productos agrícolas, como el azúcar, la mantequilla o la carne. Básicamente de lo que se trata es de poner precio a un producto que se recibirá en un plazo concreto. Así el agricultor puede cultivar con la garantía de que se le pagará el precio acordado en la recogida.
Y así, por ejemplo, la compañía que después procesará el grano para vender galletas o pan no solo tiene una idea más clara de la intención de siembra y puede anticipar lo que tendrá que pagar tras la colecta. Sino que también compra estos contratos para asegurarse de que el precio de la materia prima no se le dispara. El objetivo del sistema, como explican los técnicos del CME, es proteger al vendedor frente a la caída brusca de precios y al comprador de las subidas repentinas.
Esa es la teoría. En la práctica, sin embargo, en la puja participan inversores que tratan de anticiparse a los cambios. La máxima en Wall Street —y eso vale para cualquier producto financiero,—es que siempre hay alguien que dispuesto a asumir el riesgo del que otro busca desprenderse. Eso provoca fluctuaciones que afectan a la oferta y la demanda, en muchos casos por motivos impredecibles.
Las operaciones en los mercados dependen, por tanto, de los intereses, las necesidades y expectativas de los diferentes actores que están dispuestos a comprar o vender sus productos. Los corredores en Chicago aseguran que las subastas están lo suficientemente reguladas como para evitar manipulaciones y señalan que el sistema electrónico permite que las operaciones sean más baratas, rápidas y transparentes.
Hay múltiples factores que condicionan el precio de los productos agrícolas, como la producción, los stocks, el área cultivada, la cosecha, los flujos comerciales y el consumo mundial. Pero también juegan un papel elementos como la inestabilidad del clima, las condiciones económicas y las políticas agrarias. Y, aunque el precio de los alimentos depende básicamente de factores locales, hay una correlación con los parqués extranjeros.
Ningún mercado del mundo opera independientemente de lo que sucede a las orillas del lago Michigan. Estados Unidos es, además, el mayor productor de maíz y de soja del mundo. En el caso del trigo, es el tercero. Eso explica que una sequía como la que azotó en 2012 el centro del país contribuyera a disparar el precio de estos y otros productos en todo el mundo. El maíz, por ejemplo, dobló lo que se pagaba cuatro años antes, cuando la última gran crisis alimentaria empezó a tomar forma.
El debate sobre el impacto de la especulación en el precio de los alimentos comenzó, de hecho, en 2008, cuando la espiral alcista provocó protestas por todo el mundo. Los dedos señalan desde entonces a los grandes fondos de inversión que inundaron de liquidez los mercados de materias primas —incluidas las agrícolas— con nuevos vehículos financieros estructurados.
La desregulación del mercado de derivados en EE UU hizo posible que los inversores institucionales empezaran a entrar en 2003 en el mercado a gran escala. Goldman Sachs fue pionera con un índice que permitía a los inversores seguir los cambios en el margen de precio, incluidos los productos agrícolas. Cinco años después, las inversiones de este tipo de fondos se multiplicaron por 25.
El pico en los precios se alcanzó en agosto de 2012. Ahora la situación es la opuesta. Los técnicos del Banco Mundial creen que estos movimientos tan bruscos están vinculados al incremento significativo de las transacciones en los mercados de futuros y opciones durante la última década. Hay gobiernos que contemplaron imponer reglas más estrictas para limitar la acción de los especuladores y estabilizar el mercado.
Pero como señalan los analistas de Deutsche Bank, la discusión está llena de argumentos contradictorios y las dudas persisten sobre la influencia de los grandes inversores al decidir los precios. La OCDE tampoco ve vínculos directos entre el alza del precio de los alimentos y la especulación. Desde el CME explican que el incremento de la actividad de los fondos fue a la par del interés por los participantes comerciales que se interesan directamente por el producto físico que se subasta.
Los detractores del sistema sostienen que cuando entran miles de millones en un mercado como el agrícola, se crea una burbuja especulativa que hace inevitable que la volatilidad suba
Los operadores del mercado recuerdan, además, que el último repunte de precios se debió a una serie de desajustes entre el suministro de la materia prima y la rapidez con la que crecía la demanda de ganado y biocombustible junto al alza del petróleo. “Eso presionó al alza los precios agrícolas”, indican desde AgResource, una de las firmas de análisis más respetadas en Chicago.
Hay multitud de estudios que argumentan que la especulación es necesaria para que los agricultores y procesadores puedan pasar el riesgo a los brokers, en lugar de tener que asumir las pérdidas. Los más críticos con el modelo actual admiten también que es necesario analizar más el mecanismo de negociación. Pero señalan que hay informes que demuestran el impacto negativo de la especulación y, por eso, piden medidas coordinadas para mitigarla.
El problema, señalan los detractores, es que cuando entran miles de millones en un mercado tan pequeño como el agrícola, se crea una burbuja especulativa que hace inevitable que la volatilidad suba y eso amplifica el precio de la materia prima. El terreno, advierten, está abonado para que vuelva a repetirse porque la población mundial crece mucho más rápido que la tierra que se necesita para la producción de alimento. Y además, el medio ambiente es cada vez más frágil.
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